Sociedad Cronopio

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Con el seudónimo de “Les Petits Sevillanitos”que le bautizó el pianista y compositor Pepito Mezquida, se presentan en Bélgica en 1928, en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de Liega. En la primavera de 1929, se celebra la Exposición Mundial de Sevilla y “Les Petits Sevillanitos” actúan para los Reyes de Espa­ña, Don Alfonso Xlll y Doña Victoria Eugenia.

Emancipados de la tutela del maestro Realito, amplían su cono­cimiento con los no menos famosos, Manuel Otero, Ángel Pericet y Frasquillo ,de los que empiezan a aprender todos los estilos de Danzas Españolas. La Quica y Frasquillo, que capitaneaban el cuadro flamenco de El Kursal, los incorporan durante una larga temporada.
El padre de Rosario, Jefe de camareros del Casino de Labradores, muy metido en el “artisteo” piensa que tiene un chollo con los niños y prematuramente da un paso muy importante: Deciden formar compañía propia, contratando también a una cantaora y un tocaor, y bajo el nombre de “Los Chavalillos Sevillanos”,van a presentarlos en diversos escenarios de Sevilla, y también en pequeñas giras a poblaciones andaluzas y Gibraltar.

Mi padre compró un coche de se­gunda mano, que llamábamos el papú, por su bocina, y mi madre se encargaba de gestionar los contratos. (Del libro: Rosario aquella Danza Española por Rafael Salama.)

Antonio Ruiz Soler. En La verdad de su vida, Fuentes-Guío, lo recuerda así:
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(…) Se veía en Gibraltar un niño lleno de sueños y ansias de triunfos, bailando en el Café Universal con Rosario, por lo que recibían una parca remuneración. La imagen de su hogar, plagado de necesidades, y la madre resignada y trabajadora eran los acicates que engendraban en su ánimo el afán desmedido de ganar más dinero para aportarlo a su casa. Niño con la espina de la escasez, viendo como las “señoritas de alterne” conseguían pingües beneficios con ningún trabajo y escasos sacrificios. Su mente calenturienta, imaginativa, le indujo a pensar por qué él no podía alternar igual que aquellas señoritas, si su baile y su figura despertaban ilusión entre los clientes. Así fue como empezó a acep­tar las invitaciones, haciendo la competencia a las mujeres, yendo de la rodilla de un cliente a la de otro, dejándose manosear, acari­ciar, encajando todo el vocabulario que pudiera surgir de la boca de aquellos hombres, que la mayoría de las veces estaban bebidos, con la seriedad y la concepción de los límites perdidos. Pero había des­pués unas comisiones, unos duros que llevar a casa, y eso era lo que podía, lo que empujaba. Para poder actuar allí, dada su minoría de edad, llevaba el carnet de un primo hermano suyo, Francisco Delgado Soler, que tenía unos años más que él. Desde sus primeros momentos de al­terne descubrió el filón económico que suponía la gran afluencia de turis­tas ingleses. Todos querían que el niño bailarín fuera a su mesa, sen­tarle sobre sus rodillas, como si desearan comprobar que era real, de carne y hueso. Eso lo aprovechaba él para exigirles, a cambio de ese acercamiento, que le invitaran a un “Sherry”, lo que los turistas aceptaban encantados. Así era como en una mesa, donde había a lo mejor hasta ocho ingleses, pasando de rodilla en rodilla, se tomaba ocho copas. Cuando los veía animados Antonio pedía un doble “Sherry”, que equiva­lía en comisión a dos copas. Le solían preguntar al verle beber tanto si no le sentaba mal, si no se emborrachaba, a lo que él contestaba que estaba muy acostumbrado. Claro que lo que él tomaba no era licor, sino una mezcla de jarabe dulce con agua que le preparaban especialmente los camareros. En más de una ocasión, los turistas quisieron beber de su copa, para saber lo que ingería, pero él jamás se lo permitió. Si se veía en aprietos, apuraba la copa de un trago, o lo derramaba en el suelo, pues ya había aprendido todos los trucos del alterne (…)

Qué triste episodio el del bailarincito que en el futuro obtendría los más ditirámbicos encomios de la prensa mundial, y que sería recibido y felicitado por Reyes, Jefes de Estado y por la más alta Jerarquía Eclesiástica. Pero la hambruna reinante en aquella República de Azaña, con la obsesión permanente de la penuria que azotaba a su casa en la que le esperaban cinco hermanos más, era el móvil que inducía al ar­tista a metamorfosearse en una despabilada “tanguista”.

Contratados por la Compañía de la Niña de los Peines y Pepe Pinto para actuar en Madrid en el Teatro Fuencarral, se cumplía una de sus mayores ilusiones; en este espectáculo figuraban además el Niño de Utrera y La Malena. El nombre de Los Chavalillos Sevillanos ya empezaban a destacarlo en grandes letras en las carteleras tea­trales. El haber actuado al lado de tan prestigiosos “ases” del fla­menco en la Meca del espectáculo, les sirvió para que su nombre se barajase entre los mejores artistas al componer los elencos de aquellas compañías que siempre iban acaudilladas por una figura de re­nombre. Pepe Marchena los contrata para la Ópera flamenca, con el que recorren toda la península actuando en las Plazas de Toros y en los Teatros de Verano. Con Custodia Romero (La Venus de Bronce) bailan en el Teatro Falla de Cádiz y en el Villamarta de Jerez y en gira por los pueblos de Andalucía. De aquí a Barcelona, ciudad trampolín para su estrellato.

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El más grande de todos

¿Quién iba a decirnos que el jovenzuelo que conoció Rosita Segovia en el Otoño de 1936, en aquella gira en la que actuaron juntos por el Sur de Francia, se con­vertiría más tarde en el más grande de todos los bailarines que ha dado la Historia de la Danza Española, y que sería su pareja de baile.? Su estrellato mun­dial en el Siglo XX, podríamos catalogarlo en el prócer trinita­rio de Antonio, Kelly y Nuréiev.

El desorden en nuestro país les favoreció, para que al terminar esta tournée los “Chavalillos Sevillanos” tuviesen miedo de regre­sar a su bélica España, y se aventuraran a irse a Marsella, donde no les fue muy fácil encontrar trabajo en la Sala de Fiestas Embassy, primero en pareja y a la semana siguiente formando un trío con la canzonetista Conchita Martínez, para el que montaron una obra de Quintero, León y Quiroga: Gitano ya no te quiero. Los irrisorios sueldos que percibían no les sacaban de los apuros que venían arras­trando si tenemos en cuenta que eran nueve bocas a distraer: Antonio, Rosario y su madre, Conchita Martínez y su madre, los campeones de Billar y dos músicos. Pero un cambio repentino marginaría estas vicisitudes al producirse un fortuito encuentro por el paseo de la Canebiére y darse de cara con el empresario de variedades Sr. Marquesí, a quien habían conocido meses antes en el Teatro Tívoli de Barce­lona durante las actuaciones pro-comunistas que se vieron obligados a realizar. (En La verdad de su vida de Fuentes-Guío, Antonio nos relata la sorpresa que tuvieron a la hora de cobrar. “Todos los em­pleados del teatro cobraban idéntico sueldo, lo mismo la señora que limpiaba los servicios que las primeras figuras de la escena”. En el mencionado Teatro Tívoli, el Sr. Marquesí les había ofrecido un contrato para actuar en Argentina. “La oferta que os hice en Barcelo­na sigue en pie. ¿Os animáis?. A partir de este momento comienza la envidiable carrera de “Los Chavalillos Sevillanos” y un 27 de Febrero de 1937, tras no pocas dificultades en conseguir los salvoconductos embarcan en el vapor Florida, como pasajeros de tercera clase, rumbo a la Argentina. Al llegar a Buenos Aires ciudad que le catapultaría a la fama, entraron en contacto con el empresario Anastasio García Maya, “un argentino casado con la cantante aragonesa Julia de la Isla, quien se aprovechaba de los españoles refugiados, de sus necesida­des, pagándoles sueldos insignificantes”. Dicho “aprovechao” es el que los coloca en el espectáculo de variedades “Las Maravillas del Maravilla” compuesto de 35 artistas, en el que figuraba como cabece­ra de cartel Carmen Amaya “La Capitana”, como así la llamaban los suyos cuando era pequeña.

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En el Diccionario Flamenco de Vegas-Ríos nos cuenta Teresa Martínez de la Peña:

Carmen Amaya debuta en Buenos Aires en el Teatro ­Maravillas, con un enorme éxito, teniendo que intervenir las fuerzas de orden público, incluso los bomberos en su segundo día de actuación para mantener el orden en las taquillas”.

Meses más tarde, Carmen Amaya, ese monstruo irrepetible, con su baile sin reglas ni doctrinas, en pleno éxito, abandona este espectáculo para pasear su Duende por toda América. Y es en ese momento cuando el nombre de “Los Chavalillos Sevillanos”, en letras luminosas ocupa la marquesina del Teatro Maravilla.

Sólo habían transcurrido unos meses desde que Los Chavalillos reforzaron con sus castañuelas la jota que bailaba Rosita Segovia, cuando la orquesta se la tocaba tan de prisa, para que el público bonaerense les otorgase la consagración y les sellara el pasaporte para que des­lumbraran a todo el continente americano de Norte a Sur.

A mediados de 1940, su nuevo representante Marcel Ventura, les consigue un contrato para el rimbombante hotel Waldorf-Astoria de Nueva-York, debutando en la inauguración de la Sert-Room, dedicada al pintor catalán José María Sert. Entre los asistentes se encontra­ba Charles Chaplin, que se levantó emocionado aplaudiéndoles. A partir de su presentación en esta sala es cuando empiezan a llamarse por su bautismal nombre de Rosario y Antonio, dado que Los Chavalillos Sevillanos, traducido al inglés, no resultaba comercial según sus empresarios. Después de seis meses en el Waldorf-Astoria, por donde desfilaron varios directores de espectáculos para cerciorarse de la calidad de la “mercancía”, los contratos se suceden para las más importantes salas de fiestas de todos los Estados Unidos.

En 1944, van a por todas y asumen el riesgo de contratar nada más ni nada menos que el Carnagie Hall de Nueva York, lance del que salieron victoriosos, obteniendo el reconocimiento del gran público y las más hiperbólicas críticas de la prensa neoyorquina. Esta fue la consagración definitiva de la pareja en Nueva-York y la conquista de todo el Continente Americano.

El empresario Francis Cupicus, que había presentado a Antonia Mercé (La Argentina) en Estados Unidos, los promociona en sus envi­diables giras de Costa a Costa.

Rosario y Antonio: Los chavalillos sevillanos
La ausencia para siempre de los escenarios de su gran amiga Encarnación López (La Argentinita), a la que ellos tanto admiraban y el corte de espectáculo que ésta presentaba le serviría de patrón a “Los Colosos de la Danza” que empuñarían su cetro durante muchos años.

Algunos juicios críticos de la Prensa de los ‘Estados Unidos.:

Rosario y Antonio tienen maravillosa vitalidad y técnica -formidable y ruidoso éxito-; es un espectáculo que enardece.

John Martín, New York Times

Rosario y Antonio están siendo los favoritos de todos los públicos de la Unión; es un espectáculo de fastuosa elegancia; como bailari­nes son incomparables.

San Francisco, Examiner

Inmenso dominio técnico, notable garbo y figura; Rosario y Antonio son bailarines de primera magnitud.

Times Herald,Washington,D.C.

Antonio, asombrosamente espectacular… Rosario personalísima en su arte maravilloso.

Rochester Democrat, Rochester, N.Y.

Rosario y Antonio poseen una técnica maestra y remarcable gracia y finura.

Daily Globe. Boston.

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Antonio a su regreso de América con Rosario, causa una verdadera revolución flamenca en su presentación en el Teatro Fontalba de Madrid, en Enero de 1949, y el subscrito consigue entrada de gallinero para verlos por primera vez, en el Teatro San Fernando de Sevilla, el Sábado de Gloria del mismo año. Antonio nos sorprendió con un flamenco mixtificado, al que injertó pasos de “baile americano” adaptándolos a nuestros ritmos, sin que por ello perdiera su autenticidad, enriqueciendo nuestro Patrimonio y convirtiéndolo en un baile universal. Deslumbró al público sevillano, y todos los bailarines que empezábamos nos que­damos boquiabiertos; al día siguiente en todas las academias de Sevi­lla intentábamos imitarle queriendo dar esos saltos -que no sabía­mos cómo se llamaban -y nos destrozábamos las rodillas pegando a diestra y siniestra rodillazos sonoros contra el piso.

Tanto en Madrid como en todos los más importantes teatros de España provocaron una verdadera conmoción artística teniendo que prorro­gar sus actuaciones por todas partes.

Muy pocos fueron los críticos que no se rindieron ante esta Danza Española elevada a concierto.

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(…)Les rodea una atmófera cálida de entusiasmo en el teatro y una estela subsiguiente de pasión en debates de aficionados … el atrevimiento con que conciertan, superponen o interfieren las técnicas, conceptos y estilos más dispares de la coreografía, la danza clásica, el baile castizo, la pantomima cómica o de época, no reconoce límites y plantea constantemente temas posibles de controversia. A nuestro entender se trata, y anoche lo pudimos comprobar una vez más de dos artistas inagotables de flexibilidad sin par, y en los que coinciden la más radical españolidad andaluza con el vuelo espacial de la euro­peidad alígera (…)

La Tarde. Madrid. Gerardo Diego

Rara, rarísima vez los adjetivos que se incluyen en las gaceti­llas publicitarias corresponden a la verdad. Esta es una de esas escasas ocasiones en que están bien aplicados. Rosario y Antonio, efec­tivamente, pueden ser considerados genios de la danza…

Madrid. “Informaciones” Antonio de las Heras

Después de rodar la película José María el Tempranillo, atraviesan nuevamente el Atlántico para cumplir un contrato que dejaron firmado con la Columbia Concerts.

A su regreso a Europa actúan en París, Holanda, Suiza e Italia.

Rosario y Antonio, sobretodo Antonio, son dos bailarines excep­cionales…La danza que ejecuta solo y sin acompañamiento de música es escalofriante … parece en trance. Los trajes son de una gran riqueza y al mismo tiempo de un gusto exquisito…

Le Fígaro. París

(…) cuando Antonio se desborda sobre el escenario magnetizando ojos y corazones, una voz venida del “paraíso” le gritó: “Bravo, has venido del cielo (…)

Il Popolo. Roma. Carlo Trabucco

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El cine les vuelve a llamar y ruedan la película Niebla y Sol también como protagonistas absolutos. En más de una ocasión hemos podido disfrutar, por Televisión, de aquellas cintas rodadas en Hollywood en las que intervinieron con sus bailes: “Zigfield girls, La Cantina de Hollywood y Panamérica.”

Fueron cuatro años ininterrumpidos de éxitos, solo Lola Flares y Manolo Caracol por aquellas fechas podrían equiparárseles en triunfos y sensacionalismos.

Bien conocido es el escandalazo que armaron en Los Campos Elí­seos de París durante la función, que de labios de Javier Aznar, testigo presencial de tan inesperada batalla campal, nos iría desgranando durante una de esas comidas en Barcelona a la que el naviero nos tenía habituados, en compañía de Alfonso Puig, Juan German Schöeder, Pastora Martos, etc. “Allí se dijeron los más inauditos vituperios”. En aquel soez despellejamiento aliñado con los más punzantes impro­perios, sacaron a relucir todos los trapos sucios, evocándonos a dos rabiosas vecindonas de los míticos cuartelillos sevillanos. La guita­rra por los aires de Garcia de la Mata, en defensa de su amante Rosario, acabaría de aderezar tan improvisada coreografía que hizo nunca mejor dicho, las delicias del público parisino. Este altercado, sumado a los de Nueva-York, Valencia etc. indujeron a la lastimosa separación que tuvo lugar en el Teatro Calderón de Barcelona el 21 de Diciembre de 1952.

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Mariemma: La Scala de Milán

¿Qué pasaría en la Scala de Milán en 1952, cuando Antonio hizo aquellas declaraciones a la Prensa?

En 1953, actuando con su primer Ballet en el Teatro Campoamor de Oviedo, Antonio concede una entrevista al crítico A. González Muñiz, de la cual extractamos lo siguiente:

-¿Mucho esfuerzo al reunir y ensayar el elenco?
– Bastante.
-¿Pensó alguna vez en Mariemma como pareja?
– Nunca
– Sin embargo, ¿usted bailó con ella en Italia hace poco?
– No bailé yo con ella; bailó ella conmigo. Yo la llamé para dar una serie limitada de recitales.
– ¿La mejor bailarina española del momento?
Antonio vacila durante breves segundos. El auditorio contiene la respiración:
– Rosita Segovia. Digo en serio que Rosita Segovia es una extraordinaria bailarina. Y dentro de algún tiempo será mejor to­davía.

Estos antecedentes, que no dejan de ser históricos dentro del mundo del baile, se me ha ocurrido aclararlos al leer en la trayectoria profesional de la bailarina Mariemma que en 1952 es invitada por el Teatro de la Scala de Milán para interpretar los personajes protagonistas de “El Sombrero de tres picos” de M. de Falla y “Capricho Español” de R. Korsakov.
(Continua página 3 – link más abajo)

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