XIBER: ESCRITURA RAM O RELIGIÓN FRACTAL
Por Julio César Goyes Narváez*
[blockquote cite=»Xiber» type=»left, center, right»]Era la encarnación del furor gramatológico, la furia de la lectura y la escritura en una sola remoción de signos y de voces, además de ser buen peleador[/blockquote]
En Xiber, el relato de Mario Madroñero publicado recientemente por la Alcaldía de Pasto, en la colección «Pasto Ciudad Capital Lectora», el mundo ya es pequeño, la interconexión global lo achicó, aun cuando las economías son perversas está cartografiado, se puede mapear e, incluso, viajar por las ciudades recorriéndolas en un día, quizá en horas, tal vez tan sólo en un minuto o menos, si se escanea en progresivo (+ o – R; blu ray). El mundo que otrora fue inabarcable parece detenerse y animarse en la imaginación de las tecnologías del divertimento, de la información de fichas y la comunicación de la vida privada que se hace pública. El deseo de las palabras todavía sobreviven en una escritura de retazos tecnoperceptivos y metacognitivos bajo el lema invertido: «Vamos a faltarnos el respeto, usando el alfabeto completo». El relato inicia y cierra con interconexiones semejantes a la navegación de un internauta que encuentra su sinapsis en cualquier sitio y no–lugar, de allí que el voyerista puede ver a Roxie (Ángel Negro) batir huevos y a René (ultra hacker) acariciar su revólver mientras en el zapping concluye que «Tokio era como Praga y Ciudad Gótica». Se podría decir que Pasto es Xiber Dios, cualquier ciudad del mundo, pues está en todas partes y en ninguna, como la mirada ubicua del sagrado corazón.
Relatos, diarios fechados, sin acción ni dramatismo, etnografía virtual del parche, personajes sin otro pasado que un dato; en vez de moverse imaginan que se mueven en un cronotopo que gira y se cierra en su eje, pues los huevos que comienzan a batirse al inicio no dejan de batirse al final a ritmo de blues, de rock & roll y punk desalentado. Esta escritura reclama en espejo los fogonazos lingüísticos y el humor del Finnegans Wake de Joyce, el juego del aquí y allí de Rayuela de Cortazar, la intertextualidad ficcional de Borges, La respiración artificial de Piglia, o quizá los prólogos interminables que condenan el realismo vacuo en La novela de la eterna de Macedonio Fernández. Esta lectura hace guiños evocando el flujo de Opio en las nubes de Chaparro Madiedo y el descentramiento irónico de Andrés Torres en Sótanos, o la cinematografía futurista —en la que hace rato estamos— de Scott, Cuarón, Iñárritu, Von Trier, Lynch, los Wachowski o Malick, combinada con fragmentos de películas chinas al estilo Bruce Lee y el cine de Hollywood más redituable, ese en donde el mundo está repleto de terroristas y sicópatas, los nuevos héroes y padres simbólicos en una tierra de huérfanos.
René creía que Juanito era una mezcla entre Rutger Hahuer y Muhamad Alí, con la agilidad de Bruce Lee, pero como lector tenía la profundidad de Gadamer y la pegada de Hemingway. Empezaron a entrenar después de unos días, para luego inaugurar el Bar Aión del que Juanito era socio fundador, era también el que conseguía los equipos necesarios para la revolución cibernética y quien había fundado además el Beyoncianismo, la religión neopagana que adoraba a una Diosa Negra, a la que Juanito identificaba con Calipso pero sin un Ulyses que la matara de tristeza, porque más bien era el gozo y lo sublime de un éxtasis de piernas largas, interminables, coronadas en ojos que dejaban ciego a cualquier amante estilo Ulyses. René se afilió a la creencia sin mente, luego los seguirían muchos, el único requisito de afiliación consistía en no ser como Ulyses, si no más bien proteico y teriomorfo, «es decir —intervenía Roxie—, medio Sirena…» (p.43)
Nostalgia de futuro hay en este texto experimental, presente palimpsestuoso e intertextual; relatos del detritus urbano, hechos con lo que queda de la experiencia, con el resto de la memoria. Escritura volátil que parasita y devora todo lo que el mundo global produce a través de la publicidad, el reality show, el star system y la información audiovisual. Frankenstein del capitalismo salvaje, el comunismo vigilado, la explosión de la basura, los desechos que circulan en la memoria sin historia y sin futuro. Ya no hay nada debajo o detrás de las palabras/imágenes, lo que importa ahora es qué se hace con ellas y a partir de ellas, qué rupturas se anudan para producir otras sensaciones. Anamnesis y heterocronía, dice el autor en su exergo. No hay distintos tiempos, es que no hay tiempo, pues el espacio se dibuja sólo por la sintaxis expresionista, como en un sueño pesado que espera una conflagración. El relato sede su lugar a una escritura cinematográfica con e–imagen, cultura visual fantasmática, memoria RAM. No hay libro ni obra, sólo e–texto que se manduca a sí mismo entre el sudor y la sangre, pues en el bar Aión se lee: «el pensamiento es un hueco». Si el pensamiento es un hueco, la sensibilidad una permanente caída de los cuerpos al purgatorio, como en The Fall of the Damned de Carol Gerten–Jackson, la caída antiquísima de los ángeles rebeldes de Bruegel a Rubens.
Me aferro a la escritura de Mario Madroñero, porque se mueve en texturas y ritmos que rayan con un culturalismo radical o surrealismo lapidario, humorístico y erótico donde el artificio está al descubierto como en una caricatura expresionista o un cómic novelado:
—«Naranja…»—, pensaba mientras sentía deslizarse el jugo entre sus dientes perfectos, eso era lo que más le gustaba a René, sus dientes blanquísimos y esas caderas de fuego.
Solía pensar que Roxie era ígnea, que parecía tener ácido o lava en lugar de sangre, como si fuera la versión bella de «Alien», no Sigourne Weber, sino el monstruo, a Roxie le gustaba esa comparación, porque sabía que era peligrosa y hermosa, como un buen veneno, y por eso René le susurraba «Roxie’s in the sky… mi diamante crazy». Tomaba la guitarra y soneaba un blues con todo el feeling que era capaz de exponer a flor de piel, pues era bluesero solitario, practicaba el logos bluesero del solitario, como Deleuze, aunque sin devenir Bob Dylan, era más el Roberth Jhonson de los cross roads el que lo atraversaba… (p.15)
Texturas tan ingenuas como neobarrocas, tan cotidianas como pasadas por la imaginación polifónica. Inteligencia de la emoción, reflexión del sentimiento. Su relato guarda tensión creativa, iteración rítmica, casi minimal como un blues, e imágenes tan inéditas como ostensivas. El lenguaje que sostiene sus textos reinventa no sólo la narrativa desde un tono poético, sino que reintroduce al lector con chispazos y trozos de vida; regocijo y tortura; goce, al fin y al cabo. No es llana resistencia ni pobre comunicación, sino experiencia de un sujeto posclásico; uno, para el cual toda lectura es ya actividad, es decir escritura que no se resigna y por ello dona las disidencias de su religión fractal.
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* Julio César Goyes Narváez, poeta, ensayista y realizador audiovisual. Ha publicado en poesía: Tejedor de instantes, Imago silencio, Imaginario postal, Nubes verdes para una ciudad gris y Arrayán; en ensayo: El rumor de la otra orilla, la poesía de Aurelio Arturo, El secreto de la escena y la escena secreta (cine), La imaginación poética: afectos y efectos en la oralidad, la imagen, la lectura y la escritura, y La mirada espejeante en el cine de Andrei Tarkovski (en prensa). Realizaciones audiovisuales: Morada al sur, El pacto, Carros Alegóricos, La semana del diablo y Viaje a la Claridad. Actualmente es docente investigador del Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura–IECO de la Universidad Nacional de Colombia.