EL MALLEUS MALEFICARUM, LA BRUJERÍA MEDIEVAL Y LA PERSECUCIÓN DE LAS MUJERES
Por Ana Rosa González Sánchez*
La práctica de lo que se puede denominar como magia popular con toda seguridad existió siempre, suponiendo un problema sólo a partir del momento en que las instituciones religiosas establecidas empiezan a considerar su existencia y práctica como contraria a la fe y, por tanto, objeto de persecución y castigo. Sabemos que ya desde el siglo VI se condenaba la creencia en la brujería y en las prácticas mágicas, aunque la Iglesia le otorgaba entonces escasa importancia. Más adelante, entre los siglos X y XIII, los manuales para confesores solamente dictaban rezos y penas monetarias contra este tipo de pecados aún considerados menores.
La identificación progresiva de las prácticas mágicas con la brujería presenta, por tanto, un desarrollo peculiar; a partir del siglo XIV se extiende la idea de la existencia de una secta de brujas, idea que ya nos consta anteriormente, pero que se retoma en este momento, unida a la persecución de judíos y herejes, a causa de la aparición de brotes epidémicos, sequías y hambrunas que se dieron en la época. A consecuencia de esta visión un tanto apocalíptica Juan XXII redactará, en 1326 o 1327, la bula Super illius specula en la que se expresa la creencia en la poca sinceridad de las prácticas cristianas de muchas personas y en la proliferación de la confección y uso de figuras mágicas y de los pactos con los demonios.
Esta misma idea de que las brujas o servidoras del demonio se diseminaban por el mundo causando toda clase de males, llevó también al papa Inocencio VIII a dictar en 1484 la bula Summis Desiderantes Affectibus, en la que la Iglesia apoya la persecución de personas que practiquen hechicerías, encantamientos, etc. La bula también autorizaba a dos miembros de la Orden de los Hermanos Predicadores (fundada en 1214 por Santo Domingo de Guzmán para combatir las herejías) a actuar en contra de aquellos que practiquen la magia, y además obligaba a toda la cristiandad a colaborar en esa labor.
Estos dos dominicos fueron Jacob Sprenger y Heinrich Kramer, quienes publicarían un texto sobre la brujería y la demonología de la época, el célebre Malleus Maleficarum, en el que se establecen también las penas para quienes practiquen la brujería. Algunos autores, como Daxelmüller, opinan que el autor de la obra fue Kramer en solitario, y que mencionó falsamente como autor principal a Sprenger por su condición de prestigioso profesor de la universidad de Colonia. En todo caso, la responsabilidad de los autores, o autor, del Malleus en cuanto a la difusión de la imagen de la mujer como bruja malvada es enorme, pese a la escasa originalidad real de la obra en la práctica contribuyó de manera decisiva a la visión de la bruja como peligro social, más allá del ámbito puramente religioso.
El hecho de relacionar especialmente a las mujeres con la brujería, algo que ya encontramos también en la antigua Roma en algunos momentos, tiene su germen en buena medida en esta obra, a pesar de no ser en realidad nada nuevo, puesto que ya desde la antigua Grecia nos han llegado figuras como la de Circe o Medea, mientras que, por ejemplo, en el mundo germánico la mujer tenía una especial capacidad profética y sanadora, convirtiéndose así en hechicera. En la mitología nórdica, por su parte, encontramos también personajes como el de la maga Gullveig («la hacedora de oro»), y en el ámbito celta abundaban tanto hechiceras como profetisas. Las herederas de todas ellas serían las brujas que adquirían su conocimiento, transmitido de generación en generación por vía oral, y que poseían fórmulas para la preparación de remedios, gracias a su conocimiento de todo tipo de hierbas, siendo muy importante su aporte a la medicina en este sentido, además de la práctica de métodos adivinatorios o de interpretación de los sueños. Ya en el siglo XIII se creía en la existencia de las strix y se las identificaba con demonios, que tomaban el aspecto de ancianas y rondaban por los campos, montadas en lobos y asesinando a lactantes. Estas creencias aparecían unidas a las de las hadas, derivadas de cultos a antiguas divinidades femeninas asociadas con la naturaleza. Hasta aquí nos encontramos ante tradiciones arraigadas a un nivel popular. El punto de desequilibrio que desencadena la persecución ante cualquier asomo de práctica mágica, por inocente que esta fuera, se produce en el momento en que se asocia con el culto demoníaco y el rechazo de la religión cristiana. Detrás de ese pacto con el diablo se encontraba el interés por conseguir cualquier fin de manera inmediata y sin más esfuerzo que la devoción al demonio y el haber renegado de Dios.
Es muy difícil establecer hasta qué punto eran reales esos pactos y prácticas maléficas, aunque lo más posible es que simplemente no existieran, o al menos no en mayor medida que en otras épocas, puesto que conocemos la existencia de fórmulas mágicas mucho más antiguas en las que se solicita la ayuda de demonios en algunas ocasiones. Es factible, en consecuencia, que las acusaciones de brujería obedecieran a alguna otra finalidad. Se ha dicho que la caza de brujas fue, entre otras cosas, un intento por alejar a las mujeres de la práctica de la medicina y otras disciplinas afines. También se sabe que fue en muchos casos una manera de llevar a cabo venganzas personales o de apartar a quienes resultaban por alguna razón incómodos para los denunciantes, y esto no sólo entre las clases sociales más bajas, sino también entre las altas, entre reyes, ministros, obispos, clérigos, monjes o incluso el Papa. Este hecho llevó a algunos juristas a no creer en la veracidad de muchas de las acusaciones que se extendieron a lo largo del tiempo, en especial aquellas actividades que supuestamente llevaban a cabo las brujas, como las reuniones del sabbat o el famoso vuelo mágico.
En cuanto a las prácticas que se realizaban a lo largo de toda la Edad Media, podemos decir que estaban relacionadas con los temas que siempre han preocupado a las personas de cualquier lugar, época o condición, es decir, aquellos relativos a la salud, la prosperidad económica, el amor, la defensa frente a los enemigos y, en algunos casos, también la venganza. Era habitual el uso de amuletos de todo tipo, así como los conjuros específicos para determinados fines, siendo el elemento más importante el uso de brebajes, ungüentos y fumigaciones, en los que se empleaban hierbas comunes, pero cuyo correcto conocimiento era imprescindible no sólo en cuanto a la hierba a emplear, sino también en lo relativo a la cantidad exacta; las que solían utilizarse con más asiduidad eran el estramonio, el beleño, la belladona, la mandrágora, la adormidera, la amapola o el cornezuelo, todas ellas con propiedades alucinógenas.
La historia de la magia y todas las disciplinas afines ha sufrido una evolución muy condicionada por motivos ideológicos. A pesar de haber existido siempre en todas las culturas y de no poder disociarse fácilmente, ni en sus orígenes ni durante mucho tiempo de otros campos como la religión, la medicina o la ciencia, a partir de un determinado momento, en concreto a lo largo de la Edad Media, comienza un rechazo sistemático, que paradójicamente no consigue eliminarla nunca por completo. Incluso al día de hoy, al amparo de la libertad existente al menos en determinados lugares del mundo, se ha recuperado una tradición nunca perdida y se ha comenzado a sacar a la luz, estableciendo incluso un Día del Orgullo Pagano, celebrado el veinte de septiembre en algunos países. En otros lugares del mundo, menos afortunados a causa de su situación política y religiosa, todavía es posible que se dicten sentencias por brujería y delitos similares.
En Europa, la idea de la magia como algo pernicioso y punible surge a raíz del intento de la Iglesia por terminar con todo posible resto de paganismo en época medieval. La finalidad era acabar con los cultos antiguos, que podían suponer una competencia para el cristianismo por encontrarse fuertemente arraigados entre la población, de hecho, se puede decir que se trataba de una labor prácticamente imposible de lograr sin hacer algunas concesiones, motivo por el cual, como sabemos, se asimilaron prácticas y festividades paganas vestidas ahora con ropajes cristianos. Este mismo proceso tuvo lugar también en otras zonas y tradiciones religiosas distintas.
La caza o «delirio de brujas», como se denominó después, no fue más que un mecanismo de represión social, un sistema de control que bajo una acusación imposible de demostrar, y en una época en la que la confesión bajo tortura era suficiente para probar la culpabilidad, se utilizó para eliminar cualquier posible elemento disonante en el entramado social, aparte de servir también como instrumento perfecto para resolver pleitos y venganzas personales, y como socorrido chivo expiatorio ante las situaciones de crisis; el hecho de que ese culpable para todo fuesen a veces los judíos y en otros momentos las malvadas brujas era en realidad irrelevante, más aun si tenemos en cuenta que, por ejemplo, instituciones como la Inquisición se financiaban en buena medida con la confiscación de bienes de los encausados, por lo que era necesario disponer siempre de nuevas víctimas, fuesen judaizantes, brujas, etc.
Aun admitiendo que la minoritaria magia que recurría de algún modo a la ayuda de los demonios existió siempre y también formaba parte de la tradición que se extendió durante siglos de unas culturas a otras, se puede afirmar sin género de dudas que la brujería, tal y como se presentó de manera tradicional, sencillamente nunca existió. La magia, la astrología, la alquimia y la adivinación siempre fueron otra cosa, tanto a nivel culto como popular. Y es igualmente cierto que en todo momento hubo también personas que trataron de defender estas prácticas y que insistieron en desvincularlas de demonios e infiernos, alejándose así de la «magia daemoniaca» y reivindicando la «magia naturalis».
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* Ana Rosa González Sánchez, es Licenciada en Filología Semítica por la Universidad Complutense de Madrid y Doctora en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid. Su tesis doctoral: Tradición y fortuna de los libros de astromagia del scriptorium alfonsí, dirigida por Luis Miguel Vicente García, Universidad Autónoma de Madrid, 2011. Artículos: «El Liber Razielis alfonsí en su contexto hebreo», Espéculo, Nº 46, Noviembre 2010-Febrero 2011, http: //www.ucm.es/info/especulo/numero46/razielis.html, «El Liber Picatrix y la tradición mágica culta», Espejo de brujas. Mujeres transgresoras a través de la Historia, María Jesús Zamora Calvo-Alberto Ortiz (eds.), Madrid, Abada, 2012, pp. 83-98. «El Fausto de Goethe y la magia», Revista Cronopio, Edición 51, Junio/ 2014, https://revistacronopio.com/?p=13044