Al describir al Estado contemporáneo como un Leviatán Moderno, me propongo considerar de la mano de Hobbes, dos cosas:
1° La formación del Estado corresponde a una voluntad ideal e histórica del hombre, y es tan monstruoso su funcionamiento o activación, que termina limitando y desconociendo al hombre mismo.
2° El Estado, como ideal humano, carece voluntad y por ende no puede decir lo que es justo, equitativo o igualitario en una sociedad.
El hombre es conflictivo en cualquier sociedad, pero no necesariamente violento en ella. La voluntad del hombre es limitada frente a las demás voluntades de los otros hombres, por ello, para pasar del estado de guerra de unos contra otros, se logra un acuerdo tácito, no escrito, de convivencia, garantizado sólo con el ejercicio de la propia reacción de cada hombre frente a la agresión o violencia de otro. Esto es, una especie de autodefensa, auto conservación o en niveles más altos de Estados internacionales como por ejemplo se presenta la llamada «Guerra Fría» como la vivimos en el siglo y milenio precedente. Pero también se debe contar con otro extremo, en el cual encontramos el sometimiento del hombre y adaptabilidad al medio, como resultado de su resistencia pacífica y temor a la agresión física o moral que sobre él pueden ejercer los otros hombres.
La sabiduría del Leviatán moderno, se adquiere de los hombres, cuya experiencia se toma de lo transmitido por otros hombres, generalmente de manera crítica y producto de censuras despiadadas.
Pero quién se mira así mismo y considere lo que hace cuando piensa, opina, razona, espera y teme, puede leer y llegar a saber cuáles son las actitudes de otros hombres, en ocasiones parecidas y donde hay similitud de pasiones como: el deseo y el odio; la desesperanza y la esperanza, el egoísmo y la solidaridad, entre otros.
Con Hobbes se observa que nos referimos a la similitud de aquellas pasiones y no a la semejanza entre los objetos de las pasiones, que son las cosas deseadas, temidas, esperadas, compartidas, justas, etc.
La falacia, la ficción y las erróneas doctrinas resultan únicamente legibles para quién investiga los corazones y aunque a veces, por las acciones de los hombres descubrimos sus designios, dejar de compararlos con nuestros propios anhelos y de advertir todas las circunstancias que puedan alterarlos, equivale a descifrar sin clave y exponerse al errar, por exceso de confianza o de desconfianza, según que el individuo que lee, sea un hombre bueno o malo.
Aunque un hombre pueda leer a otro por sus acciones de un modo perfecto, solo puede hacerlo con sus circunstantes que son muy pocos. Quien ha de gobernar una nación entera, deberá leer en sí mismo, no a éste o aquel hombre, sino a la humanidad, cosa que resulta más difícil que cualquier ciencia.
En el Leviatán el medio social donde se encuentra el hombre genera circunstancias. Siguiendo a Ortega y Gasset, «yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo», encuentra un punto de encuentro con el pensamiento de Hobbes. Pero la convivencia entre hombres genera también circunstancias unidas a las producidas por acción u omisión del moderno Leviatán contra el hombre común.
Los objetos generan al interior del ser humano representaciones y sensaciones, positivas o negativas; ciertas o falsas; amables o antipáticas; por ello, hay otras metodologías o ciencias que superan el conocimiento vulgar con que formamos la realidad de la mente humana y reiteramos su representación presunta ante la ausencia de datos científicos.
La falta de ciencia, es decir, la ignorancia de las causas, dispone o, más bien, constriñe al hombre, a fiarse de la opinión y autoridad de otros. Señala Hobbes, que en efecto, a todos los hombres a quienes interesa la verdad, cuando no confían en sí mismos, deben apoyarse en la opinión de algún otro a quien juzgan más sabio que a sí mismos, y en quien no ven motivo alguno para ser defraudados.
La ciencia se ocupará de precisar no solo el origen, sino las reacciones que las sensaciones y percepciones producen en el ser humano, que a manera de información da lugar a un campo muy amplio, que no será asunto de tratamiento de este ensayo por sobrepasar su objeto.
Podemos concluir que la sensación es apariencia, es idealismo, es metafísica que permite ordenar una razón aparente, tanto de algo, como de alguien. Es un proceso de defensa vital producido por el cerebro a un estímulo, como por ejemplo exterior al hombre, como el ambiente, o interior como el dolor. La luz para el ojo, el sonido para el oído, el calor o frio para la piel, la suavidad o dureza para el tacto, los olores para la nariz, y otros diversos estímulos que permiten al hombre discernir cosas, a partir de conocimiento no científico, especulativo e idealista.
Para Hobbes, somos influidos por efectos y movimientos, que permiten a su vez movimientos neurales de energía. Por ello la apariencia de las cosas con respecto de nosotros, constituye la Fantasía tanto en estado de vigilia como de sueño. De donde se puede concluir que una cosa es el objeto y otra la imagen o fantasía que de él se forma el hombre.
Todo este análisis aplica al Leviatán moderno, cuya imagen es idealizada y manipulada por los hombres en una sociedad donde los medios de comunicación social y el aparato educativo, reproducen ni más ni menos, que la desigualdad como norma aceptada y aceptable, para la convivencia y donde el hombre es un lobo para el hombre, gracias a la economía de mercado.
LA JURISDICCIÓN COMO OBJETIVO EN LA GUERRA DE UNOS CONTRA OTROS
Debe quedar claro que nunca existió un tiempo en que los hombres particulares se hallaran en una situación de guerra permanente de uno contra otro, en todas las épocas.
Se pueden estudiar situaciones y acontecimientos de guerra, en un espacio y tiempo determinados por parte del investigador y desde allí generar las correspondientes hipótesis que serán objeto de confirmación o negación.
También debe quedar claro que en una guerra de todos contra todos, se produce como consecuencia que nada de lo que allí se realice puede ser injusto, pues las nociones de legalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe. Donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude, son las dos virtudes cardinales.
¿Quién dice el derecho en la guerra de unos contra otros? No hay derecho y todos creen tener el derecho. El derecho particular e individual en la guerra de unos contra otros, lo dicta e impone quién tiene el poderío impuesto de uno contra el otro. Cuando los hombres se tornan lobos para otros, en sentido metafórico, y efectivamente pasan del pensamiento a la transformación del mundo que les rodea, tienen su propia forma de valorar o «antivalorar» la realidad de forma absolutista, tiránica y despótica.
Las sociedades contemporáneas en su interior tienen problemas serios frente a la jurisdicción, pues se ofrece un ideal de derecho y un monopolio de la fuerza en cabeza del «moderno Leviatán», que permanentemente es debilitado por la muerte y violencia, la guerra de unos contra otros, generalmente quedando en la impunidad la mayor parte de estos acontecimientos. Y así pasa y deberá seguir pasando y aceptado así por los otros hombres.
La naturaleza ha hecho a los hombres tan desiguales en las facultades del cuerpo y del espíritu que, si bien un hombre es a veces, evidentemente, más fuerte de cuerpo o sagaz de entendimiento que otro, cuando se considera en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no puede aspirar como él. En efecto, por lo que respecta a la fuerza corporal, el más débil tiene bastante fuerza para matar al más fuerte, ya sea mediante maquinaciones o confederándose con otro que se halle en el mismo peligro que él se encuentra. (HOBBES, 2008)
Una sociedad en guerra de unos contra otros, está condenada a desaparecer o morir, pues sus miembros y órganos componentes están en crisis y el marco donde crecieron es insuficiente para contenerlos, siendo uno de los objetivos de cada grupo en contienda la jurisdicción. Así tenemos a manera de ejemplo, al corrupto, homicida, estafador, narcotraficante, violador, en sus colectivos declarando su propio derecho. Modernamente el hombre delincuente ha cedido paso al grupo de delincuentes, a la empresa criminal, a la sociedad delictiva, pero en muchas sociedades contemporáneas, aún siguen individualizando al delincuente en la empresa criminal, para decantar así el reproche penal y darle a cada quien lo que le corresponde.
En el reinado de los hombres y guerra de unos contra otros, al interior de la sociedad, se tiene que la forma de contención y sometiendo del bando opuesto hace que, en mejor de los casos, sea fuerte, todo ello para garantizar la seguridad.
Como herederas del desorden social, las nuevas generaciones seguirán reproduciendo los modelos despóticos y autoritarios como forma de autodefensa y defensa contra la agresión de los otros hombres en la sociedad.
El temor a la opresión dispone a prevenirla o a buscar ayuda en la sociedad. No hay, en efecto, otro camino por medio del cual un hombre pueda asegurar su libertad y su vida. (HOBBES, 2008)
Quienes desconfían de su propia naturaleza se hallan en el tumulto y la sedición, mejor dispuestos para la victoria que quienes se suponen así mismos juiciosos o sagaces. Porque a éstos les gusta consultar, y a los otros, de ser circunvenidos, luchar primero. Y en la sedición, como las gentes están siempre dispuestas a la batalla, defenderse unos a otros, usando todas las ventajas de la fuerza, es una mejor estratagema que cualquiera otra que pueda proceder de la sutileza del ingenio. (HOBBES, 2008)
Surgiendo la desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe para que un hombre se proteja así mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres que pueda, durante el tiempo preciso hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación y es generalmente permitido. Así se justifica la autodefensa y la forma de auto conservación, en un estado de desconfianza de los unos contra los otros. Por consiguiente, se genera la siguiente afirmación: Siendo necesario para la conservación de un hombre, aumentar el dominio sobre los semejantes, esto se debe permitir también.
Para Hobbes, es manifiesto que durante el tiempo que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos; porque la guerra no consiste solamente en batallar, en el acto de luchar, sino que se da durante el tiempo en que la voluntad de luchar se manifiesta de modo suficiente. Por ello la noción de tiempo debe ser tenida en cuenta respecto a la naturaleza de la guerra, como respecto a la naturaleza, el clima. En efecto, así como la naturaleza del mal tiempo no radica en uno o dos chubascos, sino a la propensión a llover durante varios días: Así la naturaleza de la guerra consiste no ya en la lucha actual, sino en la disposición manifiesta a ella durante todo el tiempo en que no hay seguridad. De lo contrario, todo el tiempo restante es de paz.
Por consiguiente, todo aquello que es circunstancial a un tiempo de guerra, durante el cual cada hombre es enemigo de los demás, y existe un continuo temor y peligro de muerte violenta, la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.
Es natural también en el tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la de su propia fuerza y aquella que su propia invención pueden proporcionarles, puede crecer la industria, el comercio, el cultivo de la tierra, las artes, entre otros aspectos.
CONCLUSIONES
Uno de los objetivos del Estado es garantizar el monopolio de la Jurisdicción y solo excepcionalmente permitir que otros órganos distintos de él dicten el derecho.
En la guerra de unos contra otros, aquellos, lo primero que buscan es precisamente obtener como primer botín, durante y después de la guerra, contra los segundos, lograr controlar quien y en qué condiciones dicta el derecho.
La posibilidad de que los hombres vivan sin un poder común que los atemorice y someta, hace parte de una utopía que choca con la realidad histórica y moderna.
Con fundamento en la situación de desconfianza mutua entre los hombres, ningún procedimiento tan razonable existe para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia o todos los hombres que pueda, durante el tiempo preciso hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle, como lo planteó Hobbes en su obra El Leviatán.
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Ley 270 de 1.996. Ley estatutaria de la administración de Justicia en Colombia.
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* Alejandro A. Bañol Betancur es abogado de la Fundación Universitaria Autónoma de Colombia.(Bogotá DC). Especialista en Derecho Penal y Criminología de la U de M. ( Medellín), Maestrando y Doctorando de la Universidad Nacional de Rosario – Argentina. Correo-e: abanol@hotmail.com