¿QUÉ HAY DETRÁS DE LA PAZ DE BERGOGLIO?
Por Marta Lucía Fernández Espinosa*
Que el nacionalismo no podía nacer sin una leyenda que le diera vida y como toda leyenda, cuyo objetivo es moralizar, ésta tendría los actores más abyectos; parece relatarnos la historia de los últimos ciento setenta años. Parece contarse como una picaresca sangrienta, en donde protagonistas de muy bajo rango social, sin honor ni linaje, se traban en historias de un drama pavoroso que conducirán a la humillación y el arrepentimiento.
La leyenda instituye a un pícaro pueblo judío al que se le han robado sus tierras y ha sido humillado por los siglos antecedentes, acusado de usura. Vaga silencioso a la espera de las promesas de un dios que lo ha elegido desde el principio de los tiempos para llegar finalmente a su tierra prometida. Este pobre pícaro ha sido acusado desde tiempos lejanos, de ser el culpable de todos los males del mundo.
Su antagonista, un pueblo del que los ricos han sacado su fortuna y bibliotecas, sin monarquía posible, animado con las ideas nacientes de «los pobres y humildes al poder», se envalentona. Su gran tarea será ajusticiar a los usureros sin tierra. Erigen a un plebeyo de poca monta como el Káiser, el Cesar de los pobres.
Ingresa en la trama un pueblo desconocido que viene a servirle al pícaro desgraciado, tal como lo había prometido el Rey David en el Salmo 18. Este pueblo sin abolengo, sin historia, sin riqueza, aparece de la nada como el héroe de la Segunda Guerra mundial. Fortunas que no había amasado llenan sus bolsillos, pero no se pregunta de dónde vienen; ¡está tan feliz de emparentar con la nobleza!
Un personaje sinuoso, casi indiferente y totalmente distante, que no parece querer mezclarse con las calamidades de los plebeyos, hace su aparición en uso del derecho que le da el guión. Es la mano de dios que viene a cumplir la promesa, viene a dar tierra al pícaro desterrado. Un pueblo monárquico anglo–dadivoso, tras el cual se hallan los tesoros de los que lo usan para hacerle entrar en la escena.
Pero ninguna de estas naciones existe aún, son apenas los primeros pasos del experimento al cabo del cual el nacionalismo tendrá algún sentido. Como en toda moral, los buenos y los malos tendrán su lugar. La leyenda, después de tanto contarse, se mezclará con la realidad.
Hemos ingresado en los tiempos de la nación inventada sobre falsos supuestos. Hoy se hace ya visible que no está destinada una nación y un territorio a todo grupo humano que hallara entre sus credos ancestrales, la destinación divina a un territorio. Mucho menos pensable que por razones de credo comunitario, los grupos humanos fundasen una nación. Es claro que no hay una nación para las brujas, ni para los hippies, ni para los ambientalistas o para los Yorubas o los gitanos. Pensar que esto fuera posible es tanto como pensar que el pueblo judío mereciera una nación en 1948. Una gran burla estaba destinada a este pueblo que no obtuvo el auxilio de su dios y que hoy es el destinatario de los odios mundiales, tanto como lo son los héroes de la Segunda Guerra Mundial. Ambos pueblos arrastrados ante sus semejantes como la razón real de los males del mundo en estos tiempos. Dos pícaros hundidos en el pesimismo contemporáneo, usados en sus momentos gloriosos para nutrir las razones de la guerra y fortalecer a los consorcios bélicos y financieros. Vieja estrategia de los banqueros medievales de todo credo.
Si bien es cierto que las manos de los judíos terminan por ser las manchadas de sangre durante todo el drama, también nos es lícito pensar en la intención del autor. Un autor plural, por supuesto, al que no llamaremos internacional, porque ya entendemos que, visto desde fuera del drama, el asunto no compete a las naciones.
Uno de los Günzburg ya figura en el siglo XV en Alemania como religioso franciscano que posteriormente aparece como autor de la reforma que tanto prestigio le dio a Lutero, asunto financiado por los Warburg en el siglo XVI. Para 1833 un Günzburg será el fundador de la comunidad judía en San Petersburgo y creador de la ORT (Obshchestrvo Remesïennogo Zemeledelcheskogo Truda: Sociedad de trabajo agrícola y artesanal). Por la misma época Los Warburg preparaban su salida de Alemania con sus capitales hacia Estados Unidos [1] y su biblioteca hacia Inglaterra. Entre tanto las universidades de Oxford y Cambridge se empeñaban en dar vida académica y viabilidad experimental a la nación con su psicología social. Desde este ángulo se ve con claridad que el dinero lo ponían los judíos. En este momento no nos es lícito olvidar que los judíos habían sido llamados marranos por su capacidad de mudarse de religión en tiempos de «descubrimientos» y de inquisiciones. Tampoco podemos olvidar a quienes les ayudaron a aparentar su catolicismo para embarcarlos a tierras americanas allá por el siglo XVI. Otros de andar «torcido» con el pretexto de ser el ejército personal del papa romano. No obstante vemos a un franciscano volverse reformista protestante y siglos después tener un pariente judío en Rusia. Al parecer no sólo los judíos se mudan fácilmente de religión. El asunto ahora ya nos va quedando más claro. ¡No se trata de credos ni religión alguna!, tampoco se trata de naciones ni nacionalismos que apenas se están inventando. Podemos concluir por ahora que el dinero lo ponen unos seres miméticos que mudan fácilmente de religión.
Al finalizar el siglo XIX y despuntar el silgo XX pululan filantropías que fomentarán las actividades deportivas. Algunos posarán de masones allá por las tierras inglesas y se otorgarán el máximo poder de control mundial a través de la IFAB, otros como los jesuitas patrocinarán los deportes en tierras americanas, no obstante la Sociedad Hebraica se lleve el protagonismo en Argentina. El fútbol sería el paso siguiente para la promoción del nacionalismo. ¿Masones, jesuitas y judíos trabajando para el mismo fin? Ahora ya no nos quedan claras sus querellas, ¡son socios! No parecen tener escrúpulos ideológicos ni de credo. Ahora resulta más comprensible que Teodoro Herzl hubiese expresado «en las naciones actuales, la masonería solo beneficia a los judíos pero acabará siendo abolida». Este líder fundador del sionismo, sucedido por Otto Warburg como líder sionista en 1911, llegaría a ser premiado por los Guggenheim en 1954. Traigo el hecho a colación por la luz que arroja sobre asuntos de gran trascendencia. Los Warburg, una familia que huyendo de Bolonia en tiempos del Concilio de Trento, llamados Los del Banco en Venecia, se instalan en Warburg, Alemania, de donde toman su apellido, justo a tiempo para financiar a Lutero y fundar la reforma protestante, que el mundo conocerá en la navidad de 1534. Estos supuestos judíos, grandes beneficiarios del Concilio de Trento liderado por los jesuitas, que luego veremos compartiendo su afición por el arte con los Guggenheim, unos aparecidos descendientes de un sastrecito judío suizo y que veremos como grandes coleccionistas de arte a partir de 1890 en Estados Unidos [1]. No sólo las familias tienen una genealogía para probar su abolengo, ¡los capitales también!
Dieciocho años, cuatro papas, un rey y un emperador muertos, se gastó el Concilio de Trento en poder concluirse, allá por los años 1545 y 1563. El esplendor del Renacimiento. Temas que duraron meses y años en acordarse habían dejado exhaustos a los miembros, cada vez más abundantes de aquel concilio. Los ánimos de todos ya estaban agotados a través del tiempo, había que concluirlo lo más pronto posible. En ese momento y faltando dos días para su finalización se soltaron los temas más álgidos; entre el 3 y 4 de diciembre de 1563, se aprobaron temas concernientes a la vida de monjes y monjas, cardenales y obispos, la supresión del concubinato entre el clero, la administración de los beneficios eclesiásticos y finalmente la veneración y adoración de los santos, las reliquias e imágenes religiosas.
Es claro que aquellos miembros del Concilio de Trento habían sido embrutecidos por el desconocimiento de una larga historia. Parecían desconocer un milenio de disputas, excomuniones y cismas, que habían iniciado en el siglo V generando la separación de la iglesia ortodoxa copta, bajo la autoridad del patriarca de Alejandría. Las luchas iconoclastas de los siglos VIII y IX y los logros iconódulos a manos de mujeres. El Concilio de Hieria, o Concilio de Constantinopla había declarado que se maldecirían de las iglesias cristianas las imágenes hechas de cualquier material y color proveniente del malvado arte de los pintores. Parecían incluso desconocer el más reciente suceso de sus días, el Cisma de Oriente por motivos iconoclastas y la mutua excomunión del papa romano y el patriarca de Constantinopla, durante el siglo XI. En pleno Renacimiento y los religiosos carecían de toda ilustración. Tenían gran ventaja sobre ellos sus antecesores medievales. En Antioquia decimos que se aprueba a pupitrazo, todo aquello que se aprueba apresuradamente y sin análisis. Así parece haber acontecido en el Concilio de Trento, un suceso que tuvo por enemigo a Francisco I de Francia, no obstante ser el gran promotor del Renacimiento e iniciador de la construcción del Louvre. A pesar de que en la historia aparece como enemigo, era realmente un buen amigo del proyecto oculto. El manejo de los íconos y la educación popular. Por ello había tenido el apoyo de Solimán el Magnífico con sus ejércitos ejemplares al postrer experimento de Nación. Parecían haber aprendido de Confucio que «los signos y los símbolos controlan al mundo, no las frases ni las leyes».
Estos van a ser los antecedentes del poder que ejercen los Warburg expertos en la ciencia de la imagen y curadores del arte planetario, desde entonces. Actualmente acompañados en la labor por los Guggenheim, con quienes comparten el monopolio sobre los medios de comunicación masivos. Ambos son judíos, por ahora. Pero el asunto no es emprenderla contra nación alguna ni contra credo alguno, porque, como podemos darnos cuenta. Ninguna de las dos familias tiene adhesión por país alguno, y no los hallaremos atacando a Israel o cocinando en la paila del holocausto a los judíos. Ese definitivamente no es el camino.
Instalarse entre nosotros, ser nosotros mismos el enemigo, mimetizarse en ideologías de liberación alegando que son los amparadores del suplicio y los adalides de la justicia. Ponernos a pelear por causas inexistentes, esa ha sido la estrategia. ¿Cuántos de nosotros creemos obrar a favor de las causas de las mayorías ingresando en la masonería? ¿Cuántos de nosotros hemos repetido las consignas ambientales a favor de los desamparados del mundo? De seguro no imaginamos ser espías traicioneros de su causa, ni siquiera sospechamos con tibieza científica qué relación tienen nuestras consignas ambientales con el Efecto Warburg. No conocemos, al estilo de los miembros del Concilio de Trento, las experimentaciones con la agricultura tropical de Otto Warbur y sus conclusiones sobre la competencia del oxígeno con el dióxido de carbono en la inhibición de la fotosíntesis, allá por los años treinta del siglo XX. Nuestra ignorancia y docilidad es su gran capital.
Los industriales no son los mismos dueños de los bancos, ya lo veíamos en las impresiones de Henry Ford a principios del siglo XX, quien no paró de acusar a otros de financiar la Segunda Guerra Mundial y hacer trampas para que Estados Unidos [1] pudiera ingresar en la guerra. Sus acusaciones contra los judíos de haber financiado la Revolución Rusa y sus inquisidoras acusaciones contra los Warburg al ser simples banqueros que no industriales, incapaces de hacer nada por si mismos y vivir de las ganancias de otros. No compartir su ideología antijudía, no nos autoriza a desconocer sus testimonios reales. Aquel hombre de Detroit (Michigan) provenía de una familia irlandesa de Cork emparentada con la nobleza, lo que le autorizaba a hablar sin temores y a decir lo que veía, nadie pagaba su ideología. Es esta la impresión de un gran empresario capitalista en pleno apogeo del capitalismo norteamericano. El mismo Franco, verdugo de los españoles y destinatario de nuestros odios ancestrales tuvo escrúpulos más claros que los nuestros, al no reconocer el Estado Israelí en 1948. Franco y Ford no acertaban en su odio por la mayorías de creyentes en el judaísmo, multitudes de pobres igual de desamparados que los palestinos; tanto que, si no es por la Organización Sionista Mundial, fundada en 1897 en Basilea y su Fondo Nacional Agrario, administrado desde Londres en 1920, no habrían tenido fondos para iniciar la compra de tierras y la colonización que respaldara en la realidad al naciente Movimiento Sionista. Aunque también es cierto que Palestina no era una nación, el invento apenas estaba empezando. Eran apenas un pequeño rincón del Gran Imperio Otomano, las antiguas tierras de Solimán. Un territorio experimental y extraño que merecería mucha más de nuestra atención.
Para afianzar el sionismo aparecerán diversos personajes en el mundo, nos llama la atención uno de ellos: Max Warschawski, quien llegará a ser el Gran Rabino de Estrasburgo en tiempos del pacifismo y los hippies. Había nacido en 1925 en Estrasburgo y huido hacia la Francia de Vichi, un extraño rincón judío francés que estableció alianzas con Hitler, en donde estudió en la ORT de los Günburg; jubilado en 1987 se retira a Israel a fundar la organización Rabinos por los Derechos Humanos. Otros judíos fundarán organizaciones homónimas en el mundo, en tiempos de dictaduras y luchas contra el socialismo. En Argentina, el judío Marshal Meyer no tuvo la misma suerte de Warschawski, al ser desconocido por Bergoglio dada su condición homosexual. De seguro había pensado el curita ¡¿encima de judío, gay?… No faltaba más! Eran los tiempos de las buenas amistades entre Bergoglio y los dictadores argentinos… ¡Siguen siendo los mismos! Marshal no obtuvo el logro que si obtendrá el hijo de Warshawski. Michel Warshawski, hijo del gran rabino sionista de Estrasburgo, se adjudica hoy la vocería israelí por los derechos de los palestinos y se declara anti sionista. Esa gran capacidad marrana para mudarse de ideología y causa de lucha, heredada de todos sus ancestros, es el gran capital con que cuenta Bergoglio en su Foro Social Mundial. Los Rabinos por Palestina con sede en Londres, le apuestan al proyecto de acabar con la Nación y la Religión.
Se suma a ellos otro viejo líder brasileño cuya cuna de nacimiento es casualmente Trento. Joao Pedro Estedile, el líder absoluto de los Sin Tierra de Brasil y Vía Campesina. En el Encuentro Mundial de Movimientos Populares en octubre de 2014, exhortó a los cardenales del vaticano a canonizar a San Antonio Gramsci. Bajo un lema casi exorcista, como les gusta a los inquisidores, Joao afirma que «nosotros los marxistas luchamos junto al Papa para detener al diablo». ¿Será que se refiere al demonio hallado por Ratzinger al interior del Vaticano y que lo condujo a la dimisión? O al hallado por el exorcista Gabriel Amorth, quien afirmó «tenemos cardenales que no creen en Cristo, obispos comprometidos con el demonio». Pero las verdades conocidas por Ratzinger duermen en secreto en manos de Bergoglio, quien por ahora parece ser cómplice del diablo que atormentó a Ratzinger. Joao hace una corrección absoluta del marxismo para tornarlo en exorcismo y se suma a las viejas estrategias de la yerta Teología de la Liberación para «dar un suspiro a la criatura oprimida». Algo así como respiración boca a boca de moribundo a muerto.
Abundan por estos tiempos las tesis de doctorados en sicología social en donde se pretende demostrar la importancia de la religión católica y la teología de la liberación en la defensa de los pobres latinoamericanos. Tesis insostenibles académicamente y nada fundadas en la realidad histórica reciente. Toda vez que las luchas armadas amparadas en la teología de la liberación fueron un fracaso y no pasaron de ser un estorbo para las luchas reales de obreros y campesinos. Ningún logro, ninguna transformación social es atribuible a estos guerrilleros católicos jesuitas. Lo único que si puede encontrarse en los anales históricos de Latinoamérica es que esta intervención de la Teología de la Liberación no hizo más que disuadir a los intelectuales marxistas y abrirse paso para el dominio directo de los pobres. O como mejor lo dice Bergoglio: «Los comunistas han robado a la Iglesia Católica la bandera de los pobres, una bandera cristiana, ya que se sitúa en el centro del evangelio desde hace veinte siglos». Joao Pedro Estedile rinde ceremonia de homenaje al señor de los pobres y entrega a los menesterosos bajo su custodia a cambio de su vasallaje. Se suma a los que han arrebatado a los pobres su derecho a la revolución durante todo el siglo XX, incluyendo a los líderes del capitalismo siglo XXI, o socialismo siglo XXI; una pomposa manera de hacer la revolución usurpando el lugar de los pobres y dar entierro a ambas formas económicas tal como fueron concebidas en los siglos antecedentes. Lo que está a la base de las luchas de Joao es un nuevo experimento, al que incluso ambientalistas puritanos (no Ilustrados) hicieron grandes aportes ideológicos en su actividad misional.
Nos queda por dar una mirada a Ignacio Ramonet, el único periodista con acceso al vaticano y su Encuentro Mundial de Movimientos Populares; acabado de nombrar (29 de julio de 2014) miembro de honor de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) y bastante reconocido por los Guggenheim como crítico de los medios de comunicación masiva, se nos aparece como un personaje bastante anfibio. Su inquietud de fondo es el nacionalismo crítico, anti identitario, en ocasiones incluso antisemita con cierto toque de «pacifista», que le permite llamar terroristas a los afganos. Un promotor de la nación sin estado y del comunitarismo pacifico, es decir, del puritanismo. Un proyecto totalmente contrario a la ilustración y que desmonta el liberalismo francés para dar lugar a la supremacía de la ignorancia masiva y sus pequeños grupos cerrados o comunidades de credo, modelo que hemos conocido muy de cerca en Estados Unidos [1], en donde sus múltiples credos religiosos no llegan a provocar confrontaciones, ni divisiones políticas. Al respecto son célebres las posiciones de Ignacio Ramonet en contra del poder político, explicando en toda ocasión que los máximos poderes globales son los medios de comunicación y los financieros. Este federalismo del que se abandera Ramonet, tan aplaudido por los Guggenheim, Cuba y el País Vasco, delata la intensión del nuevo experimento, del que se abandera Bergoglio, en su condición pedagógica de las masas, otorgada desde el Concilio de Trento.
En conclusión: ni estado nación, ni religión; ni capitalismo, ni socialismo; solo una masa global impenetrable y controlada de modo absoluto por los medios de comunicación, sin interferencias de credo, sentimiento nacional, historia o conciencia social. El reino de la enajenación global en donde la realidad será la única enemiga. A la base de este nuevo proyecto pedagógico y político está, por supuesto, una nueva intención económica, una que las generaciones futuras estudiarán como la Revolución Mundial, liderada por jesuitas, palestinos y latinoamericanos, la historia mentirá con la ayuda de los medios de comunicación y los historiadores analfabetos que ya empieza a producir la universidad. No es difícil advertir en qué consiste esta nueva manera económica que se impone en el mundo. Los grandes latifundios ya fueron consolidados con la ayuda de narcotraficantes y paramilitares. Joao con su exorcismo vestido de marxismo erige como máxima del socialismo latinoamericano a la pequeña propiedad campesina. Que corea «terra, domus, labor» para agradar a Bergoglio.
«Que triste ver cuando detrás de supuestas obras altruistas se reduce al otro a la pasividad, se lo niega o peor, se esconden negocios y ambiciones personales: Jesús les diría hipócritas», dice Bergoglio en su discurso a los participantes del Encuentro Mundial de Movimientos Populares el 28 de octubre de 2014. No obstante en la misma misiva concluye que el programa más revolucionario para los pobres del mundo está compendiado en las Bienaventuranzas. Jesús le diría a Bergoglio: Hipócrita.
NOTA
[1] En minúscula en el original.
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* Marta Lucía Fernández Espinosa. Licenciada en Historia y Filosofía (universidad Autónoma Latinoamericana). Especialista en planeamiento educativo (universidad Católica de Manizales) con diplomados en Gestión administrativa, adaptaciones curriculares y desarrollo de habilidades organizacionales en diversas universidades antioqueñas). Autora del libro Pentimento. Sus investigaciones han sido trabajos de campo con comunidades a través de las cuales se generaron desde proyectos educativos intitucionales y manuales de convivencia, hasta la construcción de aulas por gestión comunitaria y la creación de la educación de adultos como estrategia para minimizar el impacto de la violencia en un sector deprimido de Itagüí (Antioquia). En 1989 el consejo de facultad de la Universidad Autónoma le otorgó una beca en reconocimiento a la importancia de su libro Pentimento.