Sociedad Cronopio

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Bienaventuradas las que leen, las que piensan:

Nosotros fuimos los jóvenes del ayer así como lo son ellos ahora; compartamos la esperanza, la nuestra. Ellos también son/fueron jóvenes idealistas que creen/creyeron habitar en el mejor de los mundos, que confían/confiaron en la noble labor educativa, en los ideales humanos, en los programas escolares y sociales. Son/fueron jóvenes que hasta el momento de su desaparición se enfocaban en cuerpo y alma al trabajo honesto en el campo académico y comunitario sin esperar/sin saber que serían desaparecidos forzadamente del planeta por las fuerzas oficiales traidoras y cobardes comandadas por un ilegítimo, gobierno mexicano corrupto que mostró/muestra/ sus rostros bestiales y rastros genocidas; eso se denunció/denuncia inclusive por los grupos guerrilleros mexicanos ante la opinión pública; porque,

Que a nadie le quede la menor duda que es el Estado a través de sus cuerpos policiacos, militares y paramilitares quienes perpetraron este crimen de lesa humanidad en Guerrero. Iguala es un municipio con presencia de las fuerzas castrenses y de la policía federal, quienes en operativo conjunto con los municipales y grupos paramilitares cometieron la masacre y desaparición forzada. (Gil Olmos, Proceso #1983 7)
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No sólo ha seguido pasando el tiempo, sino que a la par del mismo, las nuevas investigaciones periodísticas repasan lo acontecido para descubrir/compartir nueva información que muestra, fehacientemente, la participación directa de las fuerzas militares y de la inteligencia castrense en las masacres acontecidas en territorio mexicano. La masacre de los estudiantes en Iguala debe esclarecerse, no más encubrimientos entre los gobiernos, gobernantes, gobernados involucrados. En Iguala, Guerrero, la sangre humana se derrama para mostrarnos el horror en el territorio mexicano. Sí, Iguala es México hoy y es el lugar de la matanza. Iguala la de la violencia, la de la negra noche, la de la muerte mexicana o en su asepsión náhuatl Iguala la de la noche densa.

—Guerrero, México, Acapulco, lugar de cañas, Guerrero, Ayotzinapa río de las Tortugas, Guerrero, Iguala lugar de la noche densa Guerrero. Hay que hablar de Guerrero. —¡No queremos más muertos, carajo! Dice «El Pino» Secretario de Educación de ese estado y en efecto, no queremos más muertos Guerrero, México. México parado en el infierno de la desigualdad insiste en prender fósforos. Ayer fue la novena acción global por Ayotzinapa. Ayer se cumplieron cinco meses de la desaparición forzada de 43 estudiantes y del asesinato de tres más. A uno de ellos, lo dejaron sin ojos, sin rostro y sin ojos y sin rostro nos descubrimos, nos desvelamos, nos develamos. ¿Cuántos años tenía? Sin duda podría haber sido ser el hijo de alguno de nosotros. Estudiantes desaparecidos, estudiantes secuestrados. ¿Dónde están? Estudiantes asesinados a manos de agentes del Estado? Sí, no hay que olvidarlo eran policías los que se los llevaron. ¿Dónde están? Y en su búsqueda, se encuentran fosas, huesos, restos humanos y dolor. ¿En honor a     qué esta danza de sangre? Hace cuatro días maestros de la CETEG fueron desalojados de manera violenta por la policía federal en Acapulco Guerrero. ¡Sí     Guerrero! Producto de ese desalojo el maestro jubilado Claudio Castillo Peña de sesenta (y cinco) años murió. México parado en el infierno de la desigualdad insiste en prender fósforos; pareciera que el gobierno Federal insiste en dinamitar Guerrero. ¿No valdría la pena reconocer los agravios, recular pedir perdón e impartir justicia en lugar de insistir en la teoría de la criminalización y el garrote? —¡No queremos más muertos, carajo! Dice «El Pino» y tiene razón. Normalistas desaparecidos y asesinados, maestros a los que no se les paga su dinero. La educación en grave crisis en México, sí en México porque Guerrero es México. Hacer que no pasa nada es incertidumbre manifiesta. Guerrero México. Acapulco lugar de carrizos, Guerrero, Ayotzinapa el río de las Tortugas, Guerrero, Iguala lugar de la noche densa Guerrero nomenclatura nahuatlaca en la memoria de todos hoy por hoy… (Mardonio Carballo).

(https://aristeguinoticias.com/2702/mexico/guerrero-mexico-acapulco-ayotzinapa-iguala-no-queremos-mas-muertos-mardonio/)

Las mexicanas y mexicanos, seres humanos empobrecidos, desaparecidos, encarcelados, torturados, desollados, asesinados, sacrificados, incendiados, traicionados, despedazados y destruidos por la brutalidad inaudita de sus victimarios gobernantes no deben quedar en el olvido. Ellos merecen ser reivindicados, ellos deben ser el espejo justiciero en el que se vean los criminales que los inmolaron.

Es imprescindible que se haga justicia en esa larga y densa noche mexicana, que se recompense a los sobrevivientes para que no quede en la impunidad la muerte de sus familiares, compatriotas, conocidos y aquellos otros que inclusive se les borró de la vida sin siquiera saber/conocer sus nombres. Ha habido miles de desaparecidos mucho antes de lo que ha pasado en Ayotzinapa. En el país siguen sucediendo miles de asesinatos y ese baño sangriento, esa negra noche mexicana continúa ensombreciendo la vida humana. Las pruebas saltan a la vista y la vergüenza rebasa cualquier miedo o censura; lo dicen personalidades que han sufrido en carne propia lo que los gobiernos, los malos gobernantes no quieren oír: «—Me duele lo que está ocurriendo en México […]. Lo que se está viviendo ahora es una violencia genocida, un genocidio por goteo. Simplemente sumen 10 años de muertos y tendrán una pequeña ciudad, es una ciudad Hiroshima y Nagasaki, con paciencia». (Zaffaroni) ¡El Estado mexicano no tiene perdón!

La desmesuradamente caótica dimension de la infamia, de la negligencia al atender a los afectados y de las mentiras gubernamentales y oficiales que ha bordado el vergonzozo y criminal proceder del Estado mexicano tratando de dar por cerrado este crimen de lesa humanidad son imperdonables y han sido desbordadas por la verdad y el sentimiento de las madres y padres que buscan a sus hijos, por una población que exije justicia y que nos les dará reposo pero a ellos ¡para sus/los malos gobernantes ni perdón ni olvido!. Por las víctimas de las Ayotzinapas del pasado, por las Ayotzinapas pasadas, que son un dolor para toda la vida se pide justicia al mundo y la presencia con vida de las ayotzis. México vive la más densas de las noches y ésta, inmisericorde, todavía no acaba:

Desafortunadamente, en la actualidad no han cesado los cruentos espectáculos de muerte, desesperación y horror para sus millones de pobladores. La desolación y el desamparo en el que se hallan se intensifican al no haber respuesta por parte de las élites y poderes gobernantes que presencian inmutables el genocidio nacional. (Pérez-Anzaldo, 29)
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La gente tiene que entender que hay que responder ante la tragedia ya. ¡No se puede no levantar la voz, no se pueden quedar callados, no al silencio! No hay esperanza para aquellos que no busquen o ansíen la justicia, la Verdad. La unidad y solidaridad entre cada una de las personas mujeres y hombres que sufren esta masacre diariamente debe prevalecer y ser su llamado lo que les fortalezca, lo que les devuelva el control y el acceso a una vida plena para sanar a esta sociedad mexicana sangrante, dolida a la que pertenecemos todos. Hay que hablar y romper los silencios y miedos; dialogar y ser uno ante la tragedia. Hablar y darles oportunidad de hablar a los testigos y sobrevivientes para que la verdad libere el trauma, la rabia y el dolor; para que ellos «Le(s) digan en su cara que son unos corruptos, que son unos asesinos, que practican políticas de despojo, que están vendiendo al país, que ellos se benefician a costa del trabajo de miles y miles de personas en México» (Omar García Velázquez).

Sí, son muchas las emociones que acompañan el hablar de Omar García Velázquez, en ésa, su voz matizada de rabia y tristeza en la que despuntan también intensos pensamientos pulsantes que rememoran ésas otras esperanzas fallidas, ésas otras voces nobles que lucharon por un México justo, libre, honesto, sin pobreza, sin malos gobernantes. Son los ecos de las voces de mexicanos y mexicanas que intentaron cambiar las injustas condiciones de vida, aquellas que siguen oyéndose cuando se habla del insigne y martirizado estudiante, maestro, líder, guerrillero y héroe «un mestizo campesino de la sierra de Guerrero, de las zonas más pobres del país, que deviene maestro rural, después líder magisterial y que se convertirá finalmente en uno de los líderes más importantes de movimientos sociales del país: Lucio Cabañas. Se le atribuye el movimiento revolucionario más importante después del de 1910, por lo que se gestó ahí y por la huella que dejó». (Tort, 149) El documental La guerrilla y la esperanza: Lucio Cabañas, bien puede servir para explicar lo que pasaba y pasa en el estado de Guerrero, México; puesto que está lleno de las voces de los participantes, sobrevivientes y del maestro Lucio Cabañas Barrientos:

—Pasó la matanza de dieciocho campesinos en Tierra caliente… antes de que estuviéramos en el monte, pasó la masacre de estudiantes y de campesinos en Chilpancingo por la lucha contra Caballero Aburto. ¡Pasaron asesinatos por dondequiera! (Voz de Lucio     Cabañas Barrientos)
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=u_cJudvX2DQ[/youtube]

Son las voces de los estudiantes del pasado, esos maestros del ayer, líderes y voceros inmolados en la historia mexicana que hablan también el mismo lenguaje de los estudiantes y jóvenes conscientes de la vida y la historia mexicana presente que siguen retransmitiendo, ambas, los sentimientos de toda una comunidad, de una nación atormentada por intermedio de la palabra, del testimonio, los ecos de las voces estudiantiles/juveniles que repiten las demandas de los estudiantes de hoy en día que no quieren ser ignoradas, memorias que merecen ser recordadas, no olvidadas.

Son otras voces, que al igual que las nuestras, dan testimonio de las causas y problemas sociales que los aquejan y de aquellos otros que los llevan a enfrentarse en contra de la ignominia oficial, del terror social impuesto en sus tierras. El estudio de Jorge Luis Sierra Guzmán «Fuerzas armadas y contrainsurgencia (1965-1982)», citado por Verónica Oikión, confirma lo que se sabía desde entonces: «Vista en su conjunto, la contrainsurgencia mexicana en ese periodo fue la expresión de una estrategia de aniquilamiento, llevada a cabo de manera coordinada entre fuerzas policiacas y militares» (Oikión, 67); algo que la organización clandestina paramilitar Sangre hacía malamente, brutal y aberrante, como se confirma en nota periodistica reciente:

Que las detenciones se ejecutan por órdenes expresas del comandante de la 27 Zona Militar, con sede en Acapulco, general de división diplomado de Estado Mayor Salvador Rangel Medina, que después de obtener, por diferentes medios, toda la información posible sobre Lucio Cabañas y su gente, se les da a tomar gasolina y se les prende fuego; posteriormente se les abandona en lugares solitarios, en donde aparecen con las desfiguraciones provocadas por las llamas y presentando impactos de arma de fuego. (Petrich)

La multitud de memorias y declaraciones grabadas de Lucio Cabañas hablan de esta gran tragedia que sigue sufriendo la población mexicana. Son estas voces muertas y vivas las que siguen denunciando las injustas/brutales acciones de este gobierno mexicano en contra de la población mexicana. Ellas y ellos han dado la vida por la defensa de los pobres, por los ideales que llevaron a sus poblaciones al levantamiento armado como una sola persona en contra del mal gobierno; los ideales de justicia, tierra y libertad de la primera revolucion social del siglo XX resuenan siempre que se alude a ellos: La Revolución Mexicana de 1910-1920. Las palabras justas de los seres de aquel entonces al igual que las de Lucio y las de ahora no han logrado cambiar las injusticias ni la pobreza en la que vive la mayoría de la población en México. Hoy las condiciones de vida de la población mexicana son más atroces que las de hace cien años, que las de hace cuarenta años. La crisis humanitaria que acontece en México, responsabilidad de la clase política o familia política enquistada en el gobierno de la cual es parte Enrique Peña Nieto, es de tal atrocidad que devela/muestra también la corresponsabilidad de los gobiernos que por omisión o comisión han participado en el desastre social mexicano.

El epítome de la violencia en el México contemporáneo lo constituye, sin lugar a dudas, la guerra contra el narcotráfico implementada por el expresidente Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa (2006-2012) en 2006, la cual dejó, al terminar su sexenio, más de 100 mil ejecutados, 344.230 víctimas indirectas y más de 26 mil desaparecidos. (Pérez-Anzaldo, 29)
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Las oleadas de sangre siguen bañando al país y a su estados, en especial al estado de Guerrero cual si fuera sino/sitio maldito descubriendo las endémicas injusticias y maltratos en contra de su pobladores, los más de ellos pobres campesinos que viven en tierras feraces, que guardan riquezas incalculables que les siguen siendo arrebatadas; así lo enuncia/denuncia Federico Mastrogiovanni, «El Estado de Guerrero es riquísimo en oro, al igual que Michoacán. Las empresas internacionales no dejan de invertir ahí. ¿Por qué no se habla de esto? La gente que explota estos recursos hace negocios con el Estado y el Estado les garantiza el desplazamiento forzado de las comunidades» (Entrevista, ¿Dónde están los desaparecidos?). Hoy, el estado de Guerrero es el estado más pobre en el país pero el primero en el cultivo de amapola y es el lugar donde más asesinatos se cometen. El estado guerrerense, al igual que todo México, está lleno de tumbas clandestinas, de desaparecidos, de desapariciones forzadas, de masacres que siguen impunes:

El estado de Guerrero es el lugar más apropiado para entender la tradición de desapariciones forzadas en México, una práctica que el Estado mexicano lleva más de cuarenta años utilizando para controlar a la población civil y reprimir las luchas sociales. […] Aquí la desaparición forzada de personas se convirtió históricamente en una de las herramientas represivas más devastadoras contra la población civil. La exuberante región ha sido el escenario de un conflicto que erróneamente es conocido como guerra sucia. Una guerra por definición, es una lucha armada entre naciones, cuyos ejércitos se enfrentan en representación de dos o más estados. Lo que pasó en Guerrero entre finales de los sesenta y mediados de los noventa no fue una guerra. Había un ejército, el ejército mexicano, que enfrentaba movimientos armados guerrilleros y atacaba masivamente a la población civil desarmada. (Mastrogiovanni, 78)

Las criminales maniobras de las fuerzas oficiales mexicanas en contra de su población no cesan, sus crímenes siguen sin ser condenados ni llevados a la justicia. La masacre en Iguala exhibe la corrupción, impunidad, pobreza y violencia extremas del Estado mexicano y de los que siguen apoyándolo, pese a la gravedad de los hechos. El desamparo de la población ante el proceder autoritario, insano y genocida del Estado mexicano ha sido total/mortal. Graves son las faltas en contra de la población y los manejos que se reelaboran desde las cúspides malsanas de los poderes en el país. «Como decía Scherer: los dioses del poder se reconocen sin límites. El reducto que los reguarda, agregaba, está formado por materiales abominables: la corrupción, el crimen y la impunidad» (citado en Proceso, No. 1993, 11 de enero de 2015). Aludiendo al tenebroso deambular de los responsables del histórico genocidio nacional, el mismo Scherer García recordaba que:

Son tantos los caminos de la memoria y es de tal manera sorprendente el cruce de ideas, que volvió a mí casi sin darme cuenta una historia vivida hacía ya muchos años. La madrugada del tres de octubre de 1968 —me había relatado Javier García Paniagua— el presidente Díaz Ordaz lo llamó a sus oficinas, en Los Pinos. Aterrorizado y revuelto el país por la matanza de Tlatelolco, dispuso que en su nombre preguntara al secretario de la Defensa Nacional, general Marcelino García Barragán, si estimaba conveniente que decretara la inmediata suspensión de garantías individuales. Sin un gesto, como si asistiera al mando de un pelotón de fusilamiento, le entregó un sobre cerrado con el borrador del decreto en el interior. Enterado del mensaje, García Barragán ordenó a su hijo: —Rompe eso.

Eso, el poder militar que se impone y ejerce en contra de los otros y de la población en México, y eso otro, ese terror desmedido, que vivieron los pobladores la noche del 26 de septiembre y los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa cimbra/condena nuevamente al Estado Mexicano por la inmisericorde brutalidad de lo sucedido: seis muertos por arma de fuego, ¡a uno de los jóvenes estudiantes del primer semestre, a Julio César Mondragón Fontés le sacaron los ojos y le quitaron la cara estando vivo! Esa brutalidad se devela en el artículo de Blanche Petrich: https://www.jornada.unam.mx/2014/11/13/politica/008n1pol

La sevicia, como crueldad extrema, como acción para imponer sufrimiento y transmitir     un mensaje aterrador, se hizo presente en los crímenes de Iguala, en particular en el cuerpo del joven estudiante mexiquense Julio César Mondragón. Clemencia Correa, sicóloga y experta en acompañamiento sicosocial en situaciones de violencia, explica así la muerte por tortura (desollamiento): «Una acción que tiene la intención de que la  sociedad pase del miedo al terror; que pretende no sólo paralizar y generar incertidumbre, sino destruir los valores de la comunidad, de la familia de la víctima».

En los años 90, como parte del equipo de la Comisión Intereclesial Justicia y Paz de Colombia, Clemencia Correa trabajó en atención a víctimas del paramilitarismo en la región afrocolombiana del Chocó. Un hecho singular marcó la historia de múltiples violencias en el país en esa época: el asesinato del líder campesino Marino López, a orillas del río Cacarica, decapitado. Los agresores, que actuaban en coordinación con el ejército colombiano, jugaron fútbol con la cabeza ante la mirada desmayada de espanto de la población. El resto del cuerpo lo arrojaron a una piara de puercos. Es sólo un episodio de una guerra larga y cruenta, pero que quedó en la memoria colectiva como caso emblemático, símbolo del extremo al que podía llegar la violencia como demostración de poder. Por la colaboración en la búsqueda de la verdad y el acompañamiento de las víctimas del río Cacarica, Correa fue amenazada de muerte y salió al exilio.

Egresada de la Universidad Javeriana, fue perito sicosocial ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que juzgó este caso, por el cual fue detenido y sentenciado el general Rito Alejo del Río, entonces comandante de la zona militar, por sus vínculos con el paramilitarismo. Correa fue catedrática del posgrado de derechos humanos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y en la actualidad brinda atención a víctimas y defensores desde la organización no gubernamental que dirige, Aluna.
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En entrevista,     señala que en el caso de Iguala, concretamente la tortura y ejecución extrajudicial de Julio César por uniformados el 26 de septiembre, tiene un paralelismo con el caso de Marino, de El Chocó, «porque significó un salto cualitativo en la naturaleza del hecho violento». Lo ubica como «una acción de sevicia inscrita en un marco de guerra sicológica». Por el efecto del terror provocado por la imagen del joven cadáver sin rostro ni ojos que circuló en redes sociales, a este crimen se le minimizó no sólo en el discurso oficial sino también en la atención de las movilizaciones sociales. «No queríamos o no podíamos ver lo que había sucedido, por no tener que reconocer esa dimensión de lo perverso».

Raúl Mondragón, abuelo del estudiante de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa asesinado cruelmente el 26 de septiembre pasado en Iguala, muestra el nogal que sembró Julio César en la casa materna, ubicada en el municipio de Tenancingo, estado de México. Hasta ahora la Procuraduría General de la República (PGR) no ha informado que haya ubicado el origen de la fotografía, al autor y responsable de haberla puesto en circulación, una pista que podría conducir a los asesinos. Esa imagen «representa otra dimensión del terror, no sólo de lo que hicieron los agresores, sino de lo que son capaces de hacer».

Como no hay certeza de cómo sucedió el hecho, «es inevitable preguntarse si murió por los golpes en la cabeza y luego fue desollado o viceversa. Son preguntas sin respuesta que lastiman profundamente. Pero, además, dejan ver otras sombras. Lo que se aprecia es que quien lo hizo, lo sabe hacer. Y que al dejar expuesto el cuerpo se quiso mandar un mensaje». La experta destaca que, como en el caso de las desapariciones, en el del asesinato por tortura de Mondragón, de 22 años, es evidente la responsabilidad del Estado. «Antes, por todos los antecedentes de persecución, represión y criminalización a los estudiantes normalistas en Guerrero. Durante, por la participación protagónica de policías en los hechos, la omisión del Ejército en la protección de los ciudadanos atacados y porque, en ese caso, la PGR ni siquiera ha argumentado que el joven haya sido entregado por la policía a los sicarios. Y después, por la forma como la familia es revictimizada por el Servicio Médico Forense en Chilpancingo, por la negativa a entregarles la necropsia, que es su derecho, y por la forma cómo los funcionarios, desde el nivel más básico hasta el procurador Jesús Murillo Karam, se han referido a ‘el desollado’, como un estigma». Considera que el efecto de las 43 desapariciones forzadas y la versión que quiere imponer la PGR, sobre la imposibilidad de encontrar los restos y darle a las familias certeza jurídica sobre su     destino no tuvo el efecto paralizador que se pretendía. «Pero, al menos hasta ahora, en el caso de Julio César a escala social no se alcanza todavía a dimensionar lo que significó este nivel de tortura». Reconoce, sin embargo, que se han logrado algunos avances para revertir el aislamiento inicial, gracias a que los centros de derechos humanos como Tlachinollan, «al nombrarlo y defenderlo jurídicamente, le devuelven la identidad. Y la familia está haciendo un esfuerzo en ese sentido. A veces el efecto traumático es tan profundo que los familiares no lo pueden ni nombrar».

Ni Julio César ni ninguno de los jóvenes estudiantes, de entre 18 y 23 años de edad, llevaban armas. Y como lo cuestiona Lorenzo Meyer en su análisis al hablar de esta masacre, «La descomposición en Guerrero se remonta a los últimos 40 años» (Meyer)».

«Las normales, aceptó, son focos de resistencia y crítica, pero»debe de haber una razón poderosísima que no me imagino cuál es». […] Si hay una razón, debe ser el Estado quien lo explique, o sería considerado como una estupidez increíble que fuerzas federales hayan participado en el ataque y desaparición de normalistas. (Aguirre)
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Como en el pasado, las marcas de sangre dejadas por las masacres/matanzas del Estado en contra de su joven población, siguen sin lavarse y quedando en la más completa impunidad. Nadie a nivel estatal, federal o local ha explicado el por qué de la brutalidad en los hechos. Nadie ha sido procesado ni ha sido castigado verdaderamente de entre las autoridades del estado de Guerrero ni del gobierno federal, los otros ninis para el Estado narco: Ni perdón ni olvido (Hernández). Los crímenes de lesa humanidad, en Iguala y en todo el país, apuntan y llevan la marca y nombre del accionar de la clase política mexicana, la del gobierno de Enrique Peña Nieto, del Estado mexicano, de un narcoestado que sigue impune.

México se ha convertido en una enorme tumba, afirmó el activista Gabino Gómez, miembro del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres, al tiempo que la madre de un joven desaparecido coincidió con lo anterior al señalar que el país se ha vuelto una macrotumba, donde vivimos entre los muertos […] Al término de la audiencia, padres de los normalistas de Ayotzinapa dieron una conferencia de prensa en el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, donde lamentaron que el gobierno mexicano siga acudiendo a foros internacionales a decir mentiras, cuando en realidad no tienen un plan de búsqueda de los desaparecidos. Su cinismo es impresionante. Ponen caras de angustiados y hasta disculpas nos piden, cuando aquí nos tratan con la punta del pie, denunció Mario González. (Camacho Servín, La Jornada)

Este baño de sangre que cubre al estado de Guerrero se extiende a lo largo y ancho del territorio mexicano en los treinta y dos estados que conforman la federación de Los Estados Unidos mexicanos. Al igual que se descubre la tragedia de Ayotzinapa envuelta en una indeleble mancha de sangre, Hecha en México, ésta sigue goteando al paso del tiempo y con el correr de los años. En los últimos cincuenta años, la sangre de gente inocente sigue siendo derramada por el mismo Estado mexicano genocida. La violencia ha arrasado/acabado con las vidas de miles de mujeres y hombres, campesinos, indígenas, mestizos mexicanos ha sumido al país en un vórtice de terror y muerte y ha dejado enormes zonas despobladas.

La prueba de la culpa y accionar militar existe y se ha reconocido al escuchar a los escasos sobrevivientes. Superando al estruendo y temor de las balas, las voces de los familiares, amigos y vecinos de todos los ajusticiados por el simple deseo de querer tener una vida mejor y ayudar a los más necesitados los pobres de México siguen haciéndose oír. ¡Escuchémoslas! Sí, se siguen oyendo a pesar de que fueron acalladas/suprimidas con traiciones, falsas amnistías, perdones falsos, matanzas bestiales, corrupciones sin cuento, destierros lejanos, entierros desconocidos, encarcelamientos y con desapariciones forzadas sin nunca saber el destino final de los cuerpos que habitaron. Pero, gracias a los sobrevivientes y a las y a los que buscan la justicia y la razón escuchamos a algunas de esas voces ignoradas/apagadas, levantándose en el aire para seguir denunciando la maldad del régimen en turno pese a los silencios impuestos por la historia oficial; ellas desde el silencio de la memoria forman también parte del conjunto de pensamientos y testimonios orales que continúan denunciando/enunciando sus demandas sociales y pidiendo sus derechos humanos los cuales siguen sin otorgárseles.

Son las voces vivas dolorosas de campesinos, obreros, maestros, estudiantes, médicos, ferrocarrileros, electricistas, petroleros, profesores, pensadores, indígenas trabajadores de todos los oficios y regiones protestando en contra de las injustas y deprimentes condiciones laborales y sociales; las voces en contra de la pobreza impuesta y en contra de los malos dirigentes/gobernantes/empresarios, sus asesinos. Los líderes asesinados en los diferentes movimientos sociales mexicanos han sido, casi siempre, gente honesta, incorruptible; la gente que tuvo el error humano de confiar en las promesas hechas por dirigentes y representantes del gobierno de México. Estas y otras traiciones realizadas por el Estado Mexicano sólo pudieron reconocerse pasado el tiempo; porque en su momento fueron hechos que aterrorizaron/paralizaron la vida nacional y de los que se dijo inocente y que aún, lamentablemente, siguen impunes aunque se haya probado su culpabilidad.
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La saña criminal y los métodos para exterminarlos fueron infrahumanos. La locura oficial se cebó aún más en contra de los grupos de apoyo; inclusive, contra amigos, familiares o vecinos de los perseguidos/asesinados, inocentes todos sacrificados bestialmente. El exterminio, ordenado/implementado por los diferentes gobiernos y administraciones federales y el Estado, a los indígenas, campesinos y habitantes de todas las épocas se continúa a lo largo de la historia de México, recrudeciéndose en los últimos años se suceden los aberrantes/bestiales casos de la familia de Rubén Jaramillo Méndez en la masacre de Xochicalco del 23 de mayo de 1962, la muerte dada a Arturo Gámiz García y a los jóvenes combatientes en Ciudad Madera, Chihuahua el 23 de septiembre de 1965; la matanza de incontables estudiantes y vecinos de Tlatelolco en la Ciudad de México el 2 de octubre de 1968, la persecución y muerte de Genaro Vázquez Rojas en Morelia, Michoacán el 2 de febrero de 1972; la masacre de Atoyac de Álvarez el 18 de mayo de 1967 en Guerrero y la cacería (Planes Telaraña y Cazar Conejos) y muerte de Lucio Cabañas Barrientos el 2 de diciembre de 1974, la desaparición forzada de Rosendo Radilla Pacheco del 25 de agosto de 1974, Ocosingo, Chiapas el 1 de enero de 1994, la matanza de Aguas Blancas, en el municipio de Atoyac de Alvarez Guerrero del 28 de junio de 1995, la matanza de Acteal en Las Abejas Chiapas el 22 de diciembre de 1997, San Salvador Atenco, Estado de México, 3 de mayo de 2006, Ciudad Juárez, Chihuahua, Monterrey, Nuevo León, Zacatecas, Aguas Calientes, Sonora, Morelos, Puebla, San Luis Potosí, Veracruz, Oaxaca en incontables fechas, la masacre de Allende Coahuila en el 2011, la matanza del ejército en Tlatlaya, Estado de México del 30 de junio del 2014, la masacre de Iguala, Guerrero, el 26 de septiembre de 2014 en contra de los jóvenes estudiantes de la escuela normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, México, entre muchas otras tragedias perpetradas por el gobierno mexicano que siguen sin resolverse. Tal pareciera que fuera casi imposible hacer justicia en México; aunque sí hay todavía voces que alientan la Esperanza en el corazón humano de que se alcance y llegue la justicia:

El baño de sangre sólo llegará a su fin cuando se logre que el Estado reconozca sus responsabilidades frente a las víctimas e inicie un proceso de limpieza y de lucha contra la corrupción realmente efectivo, cosa que hoy parece todavía muy lejana. (Mastrogiovanni, 41)

Bienaventurados los que laven sus ropas…
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Lea la segunda parte de este reportaje en la próxima edición de www.revistacronopio.com
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* Demetrio Anzaldo González es oriundo de La ciudad de México, es profesor en la Universidad de Missouri en la ciudad de Columbia en Los Estados Unidos. Ha realizado estudios literarios y completado un doctorado en la universidad de California en Irvine. Se especializa en la literatura latinoamericana y ha escrito sobre las escritoras y escritores mexicanos. Actualmente, investiga la relación entre la arquitectura, la literatura y el cine. Sitio web: https://romancelanguages.missouri.edu/people/anzaldo.shtml

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