LA IGNOMINIA DEL IRACOIS
Por Raúl Alonso Ruiz Restrepo*
Si de manera amplia nos refiriéramos al concepto de falso positivo sin endosarle el aditamento de hacer referencia obligada a la fuerza pública como el verdugo, sin profundizar en la concomitancia de su sinonimia judicial de manera que sea válido abstraerse de la rigidez del término tal y como es que se le encuentra encasillado en los vademécums del Derecho Internacional Humanitario o del Derecho Penal Colombiano, podríamos remitirnos sin lugar a equívocos a mucho más allá del año 2008 para coincidir con los cimientos de tan nefasta práctica sin ser necesario auscultar hasta llegar a las entrañas de la guerra de los mil días ni más reciente a aquella otra época tan aciaga como la que se vivió cuando la confrontación entre partidos con incompatibilidad de caracteres que se gestó para 1948, ligada de manera inexorable a las guerrillas liberales del capitán Franco en la margen izquierda del río Cauca en Antioquia y hasta el alto Sinú, los chulavitas en Boyacá y más luego los pájaros quienes actuaron estos últimos con claro apoyo del Estado.
En el primer año de la década del setenta ocurrió un hecho hasta ahora impune, por supuesto antes que la época de los carteles de la droga cuyos tentáculos de corrupción alcanzaron sectores de la élite de la sociedad y salpicaron altas esferas de los tres poderes, por supuesto que también antes que el contubernio ahora inocultable y por el contrario que cada vez más visible entre los mal llamados grupos de autodefensa y los organismos estatales de seguridad, financiado sin duda por algunos sectores del empresariado, de la clase política e incluso se dice que podría tener nexos con altos magistrados, muy ligado se sabe al despojo de tierras, a factores de conveniencia política y a intereses de particulares, en lo que se considera la antesala del término falsos positivos tal y como se concibe actualmente, así mismo como de modo literal y casi que folclórico es conocido en el país del sagrado corazón de Jesús, a quien por cierto está encomendado el territorio nacional.
Descartando como ya se dijo quién sabe cuántos episodios a los que se le pudiera dar esa connotación, en un hecho, quizás el único del que puedo dar fe, un helicóptero tipo IRACOIS perteneciente a la Fuerza Aérea Colombiana, FAC, al mando del Teniente Alfonso William Ruiz Restrepo, piloto de esta institución militar, desapareció en el Urabá antioqueño el día 13 de enero de 1970 en lo que se convirtió sin duda en el primer secuestro masivo de militares y policías en Colombia del que aún no se ha escrito el colofón, incluso que ni tampoco el inicio, era la época para cuando el Ejército Popular de Liberación, EPL, se consolidaba ya y desde 1967 como grupo sedicioso en la zona del Alto Sinú —San Jorge, con tentáculos en las zonas del bajo Cauca y el Urabá antioqueño—.
Ese día la aeronave decoló de Apartadó al occidente del departamento con destino hacia la ciudad de Medellín en cumplimiento de una misión del Comando Aéreo de Apoyo Táctico, Unidad a la que estaba asignada tanto la tripulación, conformada además por el Subteniente Daniel Nossa Suárez y el técnico de vuelo Guillermo Guzmán Pinzón, como también la «moderna máquina de guerra», como así se hizo referencia a la aeronave por parte del grupo insurgente, y en la que viajaban también el Teniente del ejército Julio Escobar Rengifo, el Sargento de la policía Pablo Linares Sánchez, el soldado Rubén Darío García, el civil Lidón Arturo Castrillón y el policía José Nemesio León Ramírez quien había sido asesinado el día anterior en una de las poblaciones de la misma por parte de esa misma agrupación facciosa.
Ese día en las horas de la mañana el Teniente Ruiz salió de su residencia situada en el barrio Aranjuez, populoso sector la capital de la montaña, como así se conoce a Medellín, principal ciudad del departamento al cual también pertenece Concordia, un pequeño poblado situado al suroeste de la misma provincia en la que había nacido tan solo 26 años antes, vecino este de Urrao en donde pasó su primera niñez. Una mirada a la memoria de los artículos periodísticos de la época recuerda que a eso de las 5:30 p.m. del día señalado, el piloto de la aeronave se reportó al parecer sin ningún tipo de novedad en la localidad de Peque, municipio también del Urabá antioqueño, ubicado a un poco más de la mitad del recorrido que hay en distancia entre los lugares de origen y destino final del aparato, como así le llamamos los que debido a la inercia de las circunstancias llegamos a constituir una especie de concubinato con este tipo de naves. Por informaciones provenientes de fuentes oficiales, nunca más luego se escuchó comunicación alguna proveniente del helicóptero y/o de sus ocupantes, razón por la cual y esa misma noche fue declarado en emergencia y como seguramente así obligaban para la época los cánones militares o quizás algún nuevo estatuto por el cual ellos se regían.
Eran las 2:30 a.m. del miércoles 14, es decir, tan solo habían transcurrido ni siquiera diez horas después del último reporte de la nave cuando la para entonces conocida emisora cubana Radio Habana trasmitía los pormenores de lo que en principio calificaron como un secuestro perpetrado por el subversivo grupo Ejército Popular de Liberación, EPL, a quien le ofrendaron los respectivos méritos por su hazaña. Seguramente que estando al tanto luego de particularidades puntuales que ahora es sabido que sucedieron en torno a aquel insuceso, además porque para la época el grupo insurgente de la sindicación parecía tener una mayor inclinación hacia una línea pro china que no pro rusa, la emisora castrista optó por transmutar paulatinamente su eufórica versión inicial hasta informar por último que la nave había sido derribada por los subversivos, especie que sostuvo hasta antes de hacerse al margen por completo del asunto tan solo después de transcurridos unos cuantos días desde aquel fatídico 13 de enero en los cuales había alcanzado a pregonar que el IRACOIS había sido llevado a Cuba, incluso también se aseguró desde allí que la aeronave jamás sería encontrada.
Las Fuerzas Armadas, atendiendo a los estatutos y manuales militares, declararon la nave en emergencia, pero luego descartaron esta posibilidad una vez se vencieron los tiempos que allí mismo estaban estipulados para cuando se presentan este tipo de contingencias; ahora la hipótesis que tomaba mayor fuerza dentro de la institución era que la nave se había estrellado y que sus ocupantes habían encontrado la tumba en lo alto de la cordillera andina. La ignominia del IRACOIS se empezó a gestar desde que alguno de los altos mandos militares declaró a medios periodísticos que la tarea era desvirtuar, a como diera lugar, la participación de la agrupación subversiva en el insuceso, y para ello adoptaron la estrategia de desestimar cualquier especie en ese sentido, exhibiendo como su mejor argumento las informaciones de inteligencia de los organismos militares que indicaban que los sediciosos no tenían ni las armas para derribar la nave ni tampoco los equipos de comunicación para alertar a Cuba sobre su logro, atribuyendo a una campaña propagandística de los sediciosos, mediática que llaman ahora, toda versión que daba crédito a la intervención de los insurgentes en los hechos.
La nave fue buscada por donde se presumía que pudo sobrevolar aquel día y, además, en atención a toda versión surgida sobre su paradero. En el operativo participaron flotillas de aviones y helicópteros de la Fuerza Aérea Colombiana, FAC, pequeños aviones de la Patrulla Aérea Civil, PAC, aeronaves de empresas particulares que cubrían rutas en la zona y comisiones terrestres integradas por policía, ejército, autoridades civiles, campesinos, indígenas y baquianos. Las intrincadas y espesas selvas, los estrechos cañones, la abrupta topografía y los recónditos caños de esta parte de la geografía del occidente de Antioquia, incluso de departamentos limítrofes como Córdoba y Chocó, fueron el blanco del pulular de naves y comisiones por tierra que andaban en búsqueda de un fuselaje de color verde oliva que fácilmente podría mimetizarse en la manigua y pasar desapercibido para las flotillas aéreas así que las naves volaran bajo; además de las condiciones atmosféricas adversas también a veces las versiones falsas y desorientadoras direccionadas por los altos mandos pero del grupo sedicioso atentaban contra el éxito del operativo; ni rastros de la nave era el balance final de la jornada de manera invariable.
Después de doce días y nuevamente en subordinación a los manuales y a los estatutos militares, los altos mandos suspendieron la búsqueda aérea del IRACOIS y ordenaron continuar las labores mediante la conformación de comisiones terrestres, sin embargo y después de tres o tal vez cuatro días de suspensión los operativos se reanudaron para lo cual fueron destinados un par de aeronaves en lugar de las diez o doce que se llegaron a utilizar de manera previa, aunque se argumentaron nuevos indicios sobre el paradero del aparato, al parecer para esta decisión pesó más el clamor de la opinión nacional y la presión que ejercieron los medios periodísticos y los familiares de los ocupantes de la nave que venían amenazando estos últimos con desplazarse en masa a la zona de Urabá para emprender ellos mismos esa tarea.
Un mes largo después de la desaparición de la nave la agrupación insurgente se atribuyó directamente y no por intermediación la autoría del hecho mediante la difusión de un comunicado enviado a medios hablados y escritos en el cual aseguró que había derribado la aeronave y que como consecuencia de su acción todos tanto su tripulación como los pasajeros habían resultado muertos. En el mismo hicieron una relación de los datos particulares de la aeronave y de la identificación de sus ocupantes, así como del armamento, cartas de vuelo, implementos propios de las Fuerzas Armadas, documentos y, en general, algunas pertenencias de las víctimas que quedaron en su poder. Ante tan contundente evidencia de la intervención del grupo insurgente, las Fuerzas Armadas dejaron entrever la posibilidad de que la aeronave efectivamente se hubiera estrellado en el dominio de uno de los tantos campos guerrilleros diseminados en la zona del Urabá antioqueño y paradójicamente alguno de los altos mandos de la guarnición militar de la jurisdicción admitió la posibilidad de que algunos de los ocupantes de la aeronave se encontraran con vida, contrario a lo que dice el comunicado, y porque era precisamente desde la misma institución militar que a esas alturas no se alentaba esperanza alguna de que hubieran sobrevivientes.
La aeronave fue encontrada casi dos meses después de desaparecida en las junglas del Urabá antioqueño por un grupo de campesinos que según se dijo se dedicaban a sus labores agrícolas en un sitio muy distante de cualquier ruta lógica en la que se hubiera ocurrido buscarle, razón tenían los cubanos, «la nave jamás será encontrada», difícil se la pusieron los insurgentes a las Fuerzas Armadas. Para mayor grado de dificultad, el aparato fue encontrado escondido en un cambuche y cubierto con ramas verdes que al parecer cambiaban a medida que se iban secando según se pudo saber por las indiscretas y subrepticias declaraciones de algunos de los rescatistas. El escenario en el que se encontró la aeronave fue descrito por fuentes militares como una zona de topografía abrupta tapizada de frondosas y enmarañadas selvas de muy difícil acceso por tierra, generalmente cubierto por niebla y hasta donde se llega, después de abrirse paso, por entre la manigua recorriendo tortuosas e intransitables trochas.
Según el comunicado oficial del Comando Central de las Fuerzas Armadas, la nave estaba completamente destrozada y tanto sus fragmentos como los cadáveres de sus ocupantes se encontraron dispersos en el área del siniestro. Sin embargo, el capitán que comandaba la patrulla de infantería del ejército que previamente ingresó a la zona, expresó que el aerogiro no estaba tan destrozado y que los cadáveres de sus ocupantes fueron encontrados en su interior en completo estado de descomposición y en su mayoría irreconocibles. Mientras que fueron muchos los habitantes de las áreas por donde debió volar la nave que aseguraron haberle visto, haberle sentido o haber escuchado cuando se estrelló en la montaña, incluso que alguien dijo haber visto cuervos como rondando cadáveres días más tarde, paradójicamente en las áreas circunvecinas a donde fue encontrada nadie escuchó el ruido de sus aspas, ni tampoco estruendo alguno, nadie tampoco vio cuervos merodeando putrefacción, lo que no quiere decir que no los haya habido, ciertamente se había truncado el primer vuelo de un policía asesinado por el Ejército Popular de Liberación, EPL.
En las horas de la mañana del 14 de marzo dos aeronaves también tipo IRACOIS, con cerca de una veintena de hombres en su interior entre tripulación, rescatistas, integrantes de una comisión técnica y tal vez un médico que no se supo si era legista, se posaron a cientos de metros de donde se encontró siniestrado el HK 271 como era su matrícula. Los cadáveres de los ocupantes del aparato que, si nos atenemos a lo que se informó de manera oficial, se encontraban dispersos en el sitio, fueron identificados en tiempo récord sin importar lo irreconocible que estuvieran y posteriormente fueron envueltos en telas especiales, colocados en bolsas de polietileno y llevados por último a las naves; en tiempo récord también se hicieron las siete necropsias, al parecer y según se informó todos habían muerto por causa del fuerte impacto de la nave contra la montaña, el cual dejó un rastro de doscientos metros, según informaron voceros militares. Ninguno apareció con un tiro de gracia, al menos hablando de los que tenían cráneo, eso fue lo que se dijo; la comisión técnica determinó luego, y de acuerdo con las pruebas recolectadas, que el mal tiempo había sido el causante de la caída del helicóptero, no se encontraron rastros de que se hubiera presentado un incendio, lo que hace pensar que la nave había agotado el combustible. No en vano alguien, después de dos meses, aseguró haber sentido volar la nave entre las seis y las siete de la noche; como estaba planeado desde tiempo antes y es posible que así haya sido, la aeronave no presentaba ni un solo impacto de bala, de manera que de una vez y por todas quedó desvirtuada la participación de la agrupación insurgente ya varias veces mencionada, recuérdese que había que desvirtuar a como diera lugar la participación de los sediciosos en el insuceso.
«Ese mismo día como a la una menos cuarto los habitantes no solo de Aranjuez sino que de la ciudad entera o buena parte de ella y los de municipios circunvecinos, que bien enterados estaban por la prensa de lo relativo al insuceso, observaron con singular tristeza como un par de aeronaves tipo IRACOIS emergían imponentes de las montañas del occidente surcando los cielos del valle de Aburra, apelativo con el que se conoce esta parte de la geografía nacional, anunciando fastuosas con el característico ruido de sus aspas lo que para algunos sería el colofón de aquella tragedia que tuvo en vilo casi a medio país por escasos dos meses, tiempo que en cambio, para unos pocos, se convirtió en el presagio de toda una eternidad de tenue oscuro entremezclada a veces con un universo de tinieblas». (Tomado de Los Secretos del IRACOIS, sin editar).
En la guarnición militar terminó la angustiosa espera, un capitán de la aviación descendió de una de las naves y se dirigió al Comandante de la Brigada para entregar el parte de la misión según el cual dentro de las aeronaves venían los cadáveres de los ocho ocupantes del HK 271, solo quedaba restando una sobria celebración religiosa en la capilla de la institución y muy rápido, casi tanto como también no se hicieron las necropsias, como a eso de las dos de la tarde, fueron entregados a los familiares los despojos mortales, algunos de los cuales debían ser trasladados a otras ciudades del país; ah y lo otro, también se escuchó el estruendo de las salvas de cañón, fue casi tan fuerte como el estruendo que no escucharon los habitantes de la zona donde se encontró la aeronave pero que por el contrario si escucharon de manera clara en el entorno en donde no cayó, casi como a unos cincuenta kilómetros situado el uno del otro.
Los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Los Ruiz no habían terminado de elaborar el duelo cuando ya a William se le empezó a ver rondando en la ciudad de Medellín, incluso también en el barrio acompañado de tres o cuatro hombres más, asimismo eran constantes los rumores de que así era, los testimonios de quienes aseguraron haberle visto, incluso hasta una llamada, tal vez de un teléfono de pueblo, en la que él mismo alcanzó a balbucear «mamá» antes de colgar, y una vez que había identificado a su interlocutor y viceversa. El rumor crecía como una bola de nieve al igual que crecía la esperanza de los familiares del teniente de tenerlo de nuevo en casa, no fueron pocos los episodios que le ubicaban a este en el mundo de los mortales y no en la tumba de un cementerio local donde se creía que yacía; era confuso todo lo que estaba pasando, así como una bola de nieve también era creciente el miedo en el seno de esa familia, el temor a lo que estaba ocurriendo, a lo que podría pasar luego, todo se parecía cada vez más a un enigma sin respuestas, era como un laberinto en el que no se le vislumbraba salida alguna, además, tampoco la tabla ouija proveía muchas luces, tampoco los clarividentes.
Las circunstancias empezaron a ser generosas con la evidencia que se acrecentaba siempre y cuando el tiempo no se detuviera, cuando la exhumación del cadáver del teniente llegaron los primeros indicios perennes de que el asunto no era tan sencillo como se había dicho por parte de los altos mandos militares, había ya muchas inconsistencias y a medida que pasaban los días se iban acrecentando. No se sabe si por deficiencias en las bases matemáticas, si por la desconcentración propia del estrés que produce obrar en tan macabro escenario, o por la premura con la que no se hizo la necropsia, los rescatistas dejaron en la espesa selva el cráneo y casi que la osamenta completa del teniente Ruiz y del civil que viajaba en la aeronave, quién sabe si de alguno otro, a no ser que no todos los ocupantes de la nave hayan fallecido allí como de manera oficial se informó; las matemáticas son ciencias exactas, si fueron ocho los muertos deben haber igual cantidad de cráneos y unos doscientos seis huesos por persona, si es que hablamos de un adulto, para sorpresa ni lo uno ni lo otro en ninguno de los dos cadáveres, en los otros no se sabe aún, muy posiblemente que no en todos.
Con estos y otros antecedentes, además por acontecimientos posteriores, no quedaba duda alguna de que el episodio del IRACOIS HK 271 no había sido tal y como informaron las autoridades militares; ya no eran simples rumores, algunas personas cercanas o conocidas del teniente Ruiz que aseguraron haberle visto o atestiguaron eso mismo por haberlo sabido de fuentes secundarias que calificaron como confiables lograron demostrar plenamente que sus aseveraciones no eran temerarias sino que por lo contrario tenían todo el asidero. A medida que crecía la evidencia también era evidente que reinaba el miedo, afloraba ahora el temor a perder de nuevo a quien no concretaba su regreso, a precipitar a una segunda muerte a quien quizás ni la primera había tenido, a liberarlo de unas cadenas para que recalara en otras, a condenar a aquel que ni defensa tuvo, a llevar al cadalso a quien libre de culpa estaba, puede que incluso había miedo a confrontar la inconciencia o quizás a encontrarse frente a frente con el hermetismo recalcitrante; fue precisamente por el miedo que se permutaron cuarenta y cinco años por mentiras, pudo ser por temor a la verdad incluso, a la incertidumbre de lo que pudo haber ocurrido entonces, a lo que ocurrió luego, fue por miedo a un trueque entre la libertad versus la infamia, a una ignominia nueva, por el temor a permutar el tenue oscuro por un infinito de tinieblas por el que más luego no te ofrecen nada a cambio.
Un telegrama dirigido a las Fuerzas Militares que, para infortunio de los sindicados, de actuar o de haber omitido hacerlo fue a parar a las manos de la familia del teniente Ruiz y en el que se asegura que la aeronave aterrizó de manera normal, fue la clave para llegar a determinar que en realidad fue secuestrada, tal y como inicialmente se informó por parte de la emisora cubana Radio Habana, versión que pudo ser confirmada luego y una vez que se llevaron a cabo algunas indagaciones de lo cual hay quien pueda dar testimonio aún sin importar que haya pasado tanto tiempo. En el telegrama, enviado por el Inspector de policía de un pequeño caserío del Urabá, se asegura que el helicóptero aterrizó de manera normal en una finca de la jurisdicción como también así fue divulgado por medios periodísticos que, en consecuencia, habían dado por descontado que la nave había sido encontrada, como así mismo habían alcanzado a informar fuentes castrenses quienes, sin embargo, luego desvirtuaron la especie argumentando no haber encontrado la aeronave cuando se realizó la inspección de rigor al sitio.
Como previamente lo había expresado algún vocero militar, eran varios los campos guerrilleros diseminados por la geografía del Urabá antioqueño, lastimosamente y para infortunio de los ocupantes de la aeronave, allí mismo donde aterrizó el helicóptero para refugiarse, al parecer del mal tiempo, y no por habérsele agotado el combustible como se dice en el telegrama, había uno de ellos, sirviéndose entonces el escenario para que se gestara desde ese mismo momento no solo el primer secuestro de militares y policías en el país, sino que el más abominable castigo directo para ocho familias inocentes que nada tenían que ver con las atrocidades de un conflicto que hasta hace poco algunas voces se empeñaban en asegurar que no existía, mientras en tanto carcomía sin reparo alguno las conciencias de muchos que luego optaron por hacer un trueque de los escrúpulos en favor de la indolencia, la misma que aún persiste en tantos que ahora sin el temor de las rejas, ocultan con celo en sus entrañas la auténtica verdad. No obstante que sin importar que sus almas se hundan en el ostracismo mismo de lo más recóndito de las tinieblas, mientras en tanto que procuran reencauchar su vigencia política mediante esfuerzos que en su momento no hicieron, ni ahora.
El 8 de agosto de 1973, en un encuentro con tropas de infantería del Ejército Nacional, fue dado de baja un sedicioso del Ejército Popular de Liberación EPL en la región del alto Sinú. A sus compinches, que salieron en huida, les fueron encontrados documentos y elementos varios de propiedad de los ocupantes del IRACOIS HK 271, desaparecido tres años y medio antes y derribado por ese mismo grupo subversivo, en un episodio que no deja duda ninguna de la participación de los sediciosos en los hechos, la misma que los cubanos de Radio Habana habían pregonado de manera rimbombante, casi que de inmediato y que anunciaron como primicia, la que los guerrilleros se atribuyeron un mes largo después, sacando pecho, y que sin embargo ahora niegan a ultranza pues así se los permite la fragilidad del sistema, cuando se quiere y sin asomo de problemas judiciales por esa causa, por una culpa de la que ni siquiera los militares tuvieron la entereza de sindicarlos quizás por temor a admitir una derrota militar, que no fue más que un golpe de suerte de sus insurgentes enemigos.
Si bien no podría asegurarse, tampoco se descarta que los organismos militares sabían desde un principio que era lo que estaba sucediendo. Lo que sí es seguro es que luego supieron a ciencia cierta que lo que ocurrió no fue lo que informaron de manera oficial; es por eso, que ahora próximo a que se inicien las exhumaciones para las pruebas de ADN que corresponden y se ventilen los expedientes relacionados con el caso, en ellos se devele el compromiso institucional de las Fuerzas Armadas en los hechos relacionados con el episodio del IRACOIS. Seguramente que serán varias las sorpresas que allí se podrán encontrar, es probable que sean estos expedientes los que provean los elementos probatorios que logren determinar si quienes estuvieron en cabeza de los operativos obraron de mala fe como se dijo, si su actuación fue omisiva como todo parece indicar, todo parece apuntar a que fueron indolentes sin duda y que no propendieron por velar por la integridad y en protección de la vida de los ocupantes de la aeronave, algunos de ellos incluso militares, también que indujeron o trataron de inducir al engaño.
Al Estado le queda una tarea muy difícil, ahora deberá justificar por qué dos de los cadáveres entregados, si es que no más, no tenían cráneo; más difícil todavía, demostrar que los escasos huesos, que en contra de la voluntad de los familiares, fueron depositados en ataúdes sellados y envueltos en bolsas plásticas, corresponden a los de aquellos infortunados que se dijo que eran y cuyos nombres se hicieron rotular en las lápidas. De lo contrario, deberán explicar cuál fue la razón de la mentira, a que se debió tan escabroso montaje, hasta dónde estuvieron al tanto de tan lúgubre teatro de casi medio siglo que, al parecer, terminaron por secundar; amén de las implicaciones institucionales que los hagan sujetos a responder de manera solidaria en los organismos de justicia no solamente nacionales. No menor responsabilidad tienen quienes fueron los perpetradores directos, los cuales deberán entender ahora que la verdad auténtica podría ser la puerta de entrada que les permita reencaucharse, como parece ser que es lo que pretenden algunos de sus antiguos miembros que dicen apoyar el actual Proceso de Paz que se lleva a cabo entre el gobierno colombiano y el grupo guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, para de esa forma ser aceptados por la sociedad que tiene la percepción de que el paquete está incompleto sin esa condición. Solo así se alcanza el perdón; el olvido, quizás en el sueño eterno.
El insuceso en su conjunto no ofrece un panorama muy diferente al que en general describen los falsos positivos, camuflado éste en un contubernio sin registro de pacto que de manera paradójica parece amalgamar a aquellos dos antagonistas de entonces, en el que ni los agentes del Estado ni los de la verdad furtiva pensaron en aquellos que son la razón constitucional que avala la existencia de los primeros y el motivo de la insurrección de los segundos, a quienes se les vulneran sus derechos fundamentales una y otra vez, por tantos y distintos actores, razón por la cual y con toda certeza el escrutinio público no les favorece, así es como se percibe. Aunque se inició hace 45 años, ahora y una vez que el miedo quedó a la zaga, empieza de nuevo la puja en pos de la verdad, escondida ésta quizás en los expedientes de los organismos militares y en las conciencias de los ex militantes de la agrupación subversiva, si es que algo les queda de ellas, quienes ahora pretenden colarse en el colectivo de la paz sin pagar el derecho de piso, representado éste en la verdad, la justicia y la reparación. Ah, y la garantía de no repetición, aunque entre los Ruiz no queda ahora piloto por desaparecer, y además de la revictimización ya se hizo cargo el Estado mismo.
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El presente artículo está basado en el libro «Los secretos de Iracois» de su propia autoria, aún pendiente por ser publicado.
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* Raúl Alonso Ruiz Restrepo es Ingeniero Forestal de la Universidad Nacional de Colombia. Es autor de varias poesías y del libro, aún sin editar, Los Secretos de Iracois. Ha trabajado en el sector público como director de oficinas ambientales, director de la Unidad Municipal de Asistencia Técnica y Agropecuaria UMATA, técnico de la Corporación Cornare y profesional dentro de los proyectos hidroeléctricos Porce II, Porce III e Hidroituango.
Lamentandolo mucho, lo positivo es la actitud resiliente del autor y la lucha por la verdad. De verdad sintiendolo mucho.
Este suceso que no conocía, terrible para la familia por no una sola, sino muchas razones, muestra lo difícil de reconocer la verdad para todos los bandos en una guerra.
Es importante que el libro sea escrito y publicado, pues sería una ayuda para tramitar esta perdida para todos.