Sociedad Cronopio

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Un municipio que en la década de los años setenta del siglo XIX ya contaba con cementerio, feria de ganados y servicio de telégrafo, no parece perturbarse aún por las gentes que habitan el Rincón. Algunos cambios de pobladores iban a darse con la emigración de itagüiseños hacia el suroeste, seducidos por la colonización antioqueña, la llegada de indígenas provenientes de la Estrella y la instalación de la Cervecería Antioqueña Consolidada en 1905. Sin embargo no parece darse en el Rincón el poblamiento generado por la industrialización, no es la fábrica la que va a albergar a los pobladores que se allegan al Itagüí de principios del siglo XX y que se van a instalar en este escondrijo.

Si nos atenemos a la memoria de don Clímaco, los recién llegados que provenían unos de Envigado, como es el caso de los Galeano que se apropiaron de la zona que hoy ocupa el Barrio los Gómez, y otros venidos de «todas partes» que ocuparían la zona que hoy se llama barrio el Rosario; los que allí se instalaron venían a ofrecer oficios al margen de la industria y que sin la comprensión previa de lo que llevaban los antioqueños a los pueblos recién fundados no sería fácil explicarnos este amasijo de labores que iban dándose cita en aquel paraje «En los orígenes el barrio el Rosario fue poblado por gentes muy laboriosas teníamos en el sector quienes eran expertos en pandequeso, buñuelos, morcilla, buche y obispos, ollas de barro, cayanas y ladrillos artesanales, habían también en el sector muchos buenos policías. Tenía el sector también tapieros, areneros, albañiles, carpinteros, peluqueros y sastres; por tener el puente era un sector con acceso fácil al centro de la ciudad. Sin embargo hoy día es uno de los sectores más pobres porque las personas emigran cuando mejoran su condición social y porque muchas se vincularon a fábricas como Curtimbres y Coltejer por lo que abandonaron sus propias artesanías»[13].

Si revisamos los oficios que llevaban consigo los pobladores que se aglutinaban en torno a los primeros colonos en cada pueblo fundado descritos por Eduardo Santa encontraremos una gran afinidad entre estos y aquellos «el crecimiento de la aldea, que era el mismo de la comunidad, traía consigo la división del trabajo y así fueron apareciendo los diversos oficios y artesanías tradicionales, desde los zapateros, sastres, talabarteros, peluqueros, carpinteros y ebanistas, hasta los músicos y pintores de brocha gorda. Los primeros artesanos fueron llegando paulatinamente, a medida que el pequeño núcleo urbano iba creciendo, desde las poblaciones vecinas, atraídos por la leyenda de las tierras ubérrimas y por la sed de aventura. Al comienzo eran llamados generalmente por parientes y amigos ya establecidos, por los pioneros o los hijos de estos, pero luego la misma aldea los fue produciendo en sucesivas generaciones» [14].

Itagüí no había sido un lugar para ejercer la colonización como empresa, a pesar de tener bastas extensiones de tierras en condición de selvas no fue motivo de movimientos poblacionales colonizadores, la propiedad sobre sus tierras venía de cédulas reales que posteriormente fueron heredadas o adquiridas por venta como tierras de señores y señoras de Medellín [15]. Estas eran utilizadas como zona de recogimiento y no como asentamiento de la vivienda principal.

Muchos blancos familiares de los ricos de Medellín se habían instalado como propietarios en los valles del centro de Itagüí, del mismo modo que lo hacían mestizos acaudalados. Muchas gentes pobres se habían instalado en torno a aquellos propietarios y a su servicio habían resuelto consolidar la colonización no gloriosa; eran los primeros asilados menesterosos que llegaban al municipio y lo hacían para conformar la gran capa de población humilde y posteriormente obrera, que caracterizaría a Itagüí; iban a desempeñarse en los oficios agrarios, pero en todo caso no iban a ser considerados iguales a los ricos, que en este caso era sinónimo de primer poseedor de la tierra. Que estas diferencias ya existían puede esclarecerse en la narración que sobre la celebración de las primeras comuniones hacen Gabriel M. Hoyos y Ángela Molina en su Historia de Itagüí hacia 1875 «el blanco de los niños ricos contrastaba con el harapo de los niños pobres, de esclavos libres o de mestizos, que escasamente se vinculaban a la celebración».

Sin embargo algunos habitantes de Itagüí parientes de los ricos de Medellín, pudieron ser vistos como ricos de pueblo, tal como la describe Fernando González, en la Medellín después de la Colonia y hasta 1931 las tradiciones no cambiaron mucho «Cuando llegaba un blanco de pueblo, se oían frases como éstas: «Es de muy buena familia». «Es de pueblo, pero noble…». Donde don Macario Restrepo vendían ruanas; en casa de familia «pobre, pero noble y honrada», «familia venida a menos», unas señoritas solteronas ponían los ribetes a las ruanas, a centavo cada una. Donde «las Valles», «pobres pero honradas», vendían la leche… «Se casa con uno muy blanco y religioso». «Se casa con un negro». «Es tan mala que hizo morir a su padre, don Joaquín, de pena, por verla que iba a casarse con un negro». [16]
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Pero esos pobladores de las tierras que van a denominarse el Rincón eran de otra ralea, los que se allegan al despuntar el siglo XX a esas selváticas tierras, son gentes provenientes de «muchos lugares» (recordemos que así lo afirmaba don Clímaco) que tal vez buscando la proximidad con la capital de Antioquia vieron en ello una oportunidad para ofrecer sus servicios, o para integrarse a las nacientes industrias que empezaban a nacer en Itagüí; pero en todo caso no eran blancos, tal vez pudieron haber sido emprendedores con ánimos libertos que no encontraron ya cabida en el proceso de colonización y que por su voluntad llegan a un poblado ya establecido a probar suerte. No estaban auspiciados por el ánimo emprendedor de un blanco y rico colonizador, llegaron allí por su propio atrevimiento; y no llamados por una demanda de sus oficios, no eran una cuadrilla de pobladores útiles a los pioneros campesinos, mineros, o aserradores que hubiesen llegado a contribuir con el proceso de colonización, porque en ese proceso no ingresa la historia de Itagüí; sino un grupo de personas que llegaban tarde al proceso de colonización y que no encontraron acomodo en las nuevas tierras, por lo que iniciaron otro proceso subsiguiente de aquel que no ha parado desde entonces, el de instalarse como emigrantes en los rincones invisibles de las geografías y pueblos ya en desarrollo, a la espera de una oportunidad… su manera de poblar aquel rincón de Itagüí, careció a partir de entonces de toda planificación y acompañamiento de la administración municipal, lo que les delata más como invasores que como pobladores plenos de derechos y garantías.

Esa transformación de zona rural en zona urbana en loma que iba a acontecer en el Rincón a partir de entonces, empezaría a transformar la cultura de Itagüí. Lo que sí podremos saber «sin saberlo» como lo sugiere Fernando González es que los descendientes de los primeros habitantes del Rincón sí estuvieron emparentados con las «gentes de bien» del municipio e incluso con las de Medellín, al haberse establecido en aquella zona un espacio de esparcimiento; los señores visitantes del municipio, luego de escanciar las bebidas provenientes de los alambiques o recrearse con una pelea de gallos, buscaban acomodo a las atracciones que ejercían las humildes y atractivas mulatas de aquel sector. Esto se lo escuchamos contar a don Clímaco Agudelo en una visita que hizo a la Institución Educativa El Rosario. El testimonio venido de su experiencia de vida como habitante del Itagüí de principios de siglo XX, parece abrazarse con las palabras de Fernando González quien también asistió a la Medellín de principio de siglo:

«Observemos. Estudiemos a Medellín, socialmente. Durante y después de la Colonia, hasta 1931, había el Parque de Berrío rodeado de casas viejas, estilo español, con los almacenes de los Restrepos, Lalindes, Vásquez, Arangos y Uribes. Tales almacenes permanecieron durante decenios en los mismos lugares y en las mismas familias. Allí vendían telas y paños enrollados bellamente, sombreros aplanchados, vinos antiguos, todo venido de lejanas tierras. Las señoritas Restrepos se casaban con los señoritos Vásquez o Lalindes, y viceversa. Eran banqueros, mineros, consejeros, padrinos; eran los amos, papás de los mulatos, pero «nadie lo sabía».» [17]

Del clasismo en la región podría dar cuenta el surgimiento disímil de la educación para unos y otros habitantes. Es lamentable que con el surgimiento de las fusiones de instituciones que dieron lugar a la creación de las actuales Instituciones Educativas, con la que desaparece la división entre las escuelas de primaria y los liceos de bachillerato para establecer un solo plantel; se borrara la historia de esos establecimientos primeros. Ahora vemos en los Proyectos Educativos Institucionales una fecha de creación que borra sus orígenes y se remite a fechas recientes. Error funesto que implementó la ley general de educación de 1994 al poner en manos de las comunidades educativas en cabeza de sus rectores la tarea de escribir la historia de aquellas instituciones. El desconocimiento y tal vez desprecio por la historia de los actuales actores de la educación, tendrá consecuencias nefastas para futuros investigadores de la historia de la educación en el municipio. En relación a los aconteceres educativos del municipio en sus orígenes contamos con la memoria que don Agapito Betancur ha dejado para sus coterráneos, y que publicó don Luis Mejía Álvarez con ocasión del primer centenario del municipio, y las referencias de don Marco Tulio Espinosa. Algunos trabajos mejor realizados nos permiten observar que en la década del cuarenta del siglo XX se van dando origen a los primeros centros educativos oficiales que estarán al servicio de los más pobres y que estos se originan antes que nada en el centro del municipio y cercanos al sector de población eminentemente obrero; la construcción de estas escuelas se hace inmediata al surgimiento del barrio obrero y en sus inicios están concebidas sólo para los varones. No obstante para los habitantes de mejor condición económica ubicados en el centro de Itagüí, ya existían ofertas educativas más inclusivas con ambos géneros, a pesar de ser propuestas que separaban a hombres de mujeres. Desde 1942 se ofrecía a los varones una educación privada y religiosa en el colegio el Rosario y en el año de 1953 educación primaria, privada y religiosa para las niñas que estudiaron en el colegio La Presentación ubicado en los terrenos que fueran del estadero Viña del Mar, en lo que hoy es el colegio La Inmaculada. Sin embargo, mucho antes de que aparecieran estas instituciones educativas que aún perduran en el municipio ya se había dado comienzo a la educación privada en el municipio por la voluntad de mujeres maestras de Itagüí: «Antes de la creación de la escuela primaria oficial de niñas fundó doña Marceliana Rodríguez de Saldarriaga una escuela privada alternada, que funcionó en su casa aledaña a la iglesia parroquial, al lado norte, donde aprendieron las primeras letras todos los niños y niñas del caserío, pagando por el aprendizaje la módica suma de veinte centavos al mes. En 1871 fue establecida la Escuela Primaria Oficial de Niñas, a cargo de la inteligente Maestra itagüiseña doña María Josefa Escobar Uribe, quien formó unas brillante pléyade de futuras religiosas, maestras y matronas respetables…» [18]
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Muchos son los maestros que pasan por la memoria de don Agapito, quien narra en 1931 que ya incluso muchos de ellos para ese momento se encuentran jubilados. Llama la atención la alta producción de maestros que tuvo Itagüí a principios del siglo XX, llegando dos de sus mujeres a ocupar cargos importantes en Medellín, como directoras de la Normal de Señoritas de Medellín: doña Elena Saldarriaga, quien se graduara en esta normal y pasara a ser la subdirectora, y la maestra María Jesús Mejía quien se graduara en 1893, regentando la Escuela de Niñas de Itagüí por veinte años. Pedro Pablo Betancur Villegas llegó a ser el director de Instrucción Pública del Departamento de Antioquia entre 1912 y 1914 y fue a el quien le correspondió nombrar a María Jesús como directora de la Normal de Institutoras de Medellín, cargo que ocupó desde 1914 hasta 1936 cuando la institución se fusionó con el colegio Central para formar El Instituto central Femenino CEFA de iniciativa liberal. De ese proyecto no hizo parte María Jesús Mejía quien desde entonces regentaría la Normal Antioqueña de Señoritas, hoy Normal Superior Antioqueña que fundara la Iglesia Católica como reacción a la incursión liberal en la educación. Muchos serían los maestros itagüiseños; ese sólo asunto debería merecer la atención de estudios posteriores sobre la educación en el municipio, por lo pronto concluiremos que sus orígenes se caracterizan por ser manifestación de una cultura bastante conservadora y católica, que en sus inicios fue concebida sólo para los que pueden pagarla y por lo tanto no solo segrega a un amplio sector de la población, sino la esencia misma de lo que instituía y constituiría a Itagüí.

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Lea la segunda parte en la próxima edición de www.revistacronopio.com

NOTAS

[1] Supremi apostolatus officio, sobre la devoción al Santo Rosario (1 de septiembre de 1883).
[2] Vargas, Vila. PRETÉRITAS. Pág. 167. Editorial Don Quijote 1969.
[3] «En este mismo lugar, (Itagüí), se encuentran los únicos petroglifos hallados en el valle, en la margen izquierda de la quebrada Doña María, al final de una pequeña colina de aproximadamente 12 metros sobre el nivel de la quebrada, mediando entre esta y aquella una pequeña planicie donde se encuentra el barrio el Rosario, denunciados en 1954 por Don Alonso Escobar Montoya, ante el Instituto de antropología de la Universidad de Antioquia. Se trata de cuatro rocas andesita que fueron erosionadas en el cuaternario y quedaron suspendidas sobre unos barrancos de arcilla roja. Las superficies contienen unos glifos sigmáticos con expresión geométricamente armónica en espiral, en algunos motivos se observa la rana, el lagarto y el simio, produciendo un conjunto estético que antes de erosionarse pudo haber tenido un sentido mítico, de rito en la comunidad.» Rave Aristizabal, María Julia. Tesis Doctoral: Raíces Culturales de la Arquitectura en Colombia. Arquitectura Prehispánica en la ciudad de Medellín. Universidad Politécnica de Madrid. 1999. Pág. 43.
[4] Pei Institución Educativa El Rosario.
[5] Corriente filosófica que atraviesa su historia desde los presocráticos, que postula la pre-existencia de los derechos universales, naturales, anteriores y superiores al Estado que son la fuente del poder mismo del Estado.
[6] Mexicano que hacia 1822 se asumiera emperador del trono de México durante 10 meses.
[7] Vargas Vila, José María. Los divinos y los humanos. Editorial Bedout. Pág 151.
[8] González Ochoa, Fernando. Estatuto de Valorización, segunda parte.
[9] Monografía de Itagüí actualizada. 1986. Asociación Ex Alumnos Colegio el Rosario.
[10] Espinosa Acosta, Marco Tulio. Alterando la Historia. Revista Ytacüí. Año 1 Nº 6, agosto- septiembre de 2006.
[12] La existencia de un importante porcentaje de menores de edad en el Rincón Santo hace suponer que estas son familias más numerosas que las familias del centro y ferrería, el 45% del total de la población menor de edad y dependiente viven en el Rincón, mientras que la zona central solo aporta el 21%.
[13] Agudelo Clímaco. Pei Institución Educativa El Rosario.
[14] Santa, Eduardo. La Colonización Antioqueña una empresa de caminos. TM editores. Página 230.
[15] «Muchos ricachones de Medellín, buscaban a Itagüí para veranear, por hallar en él un clima agradable, su hermosa topografía y estar cerca de la capital del Departamento lugar de sus operaciones; el viaje lo hacían a caballo, en coche y después en automóvil a partir de la década del 20 ya los caminos estaban acondicionados.» Agudelo Angel, Clímaco. Semblanzas de Mi Pueblo. Itagüí años 1910 al 2000. Pág. 65.
[16] González, Fernando. El Triunfo Liberal, ensayo sobre sociología colombiana. Revista Antioquia. Número 1 1936.
[17] González, Fernando. Opus cit.
[18] Betancur, Agapito. Monografía de Itagüí. 24 de diciembre de 1931. Página 87.

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* Marta Lucía Fernández Espinosa. Licenciada en Historia y Filosofía (universidad Autónoma Latinoamericana). Especialista en planeamiento educativo (universidad Católica de Manizales) con diplomados en Gestión administrativa, adaptaciones curriculares y desarrollo de habilidades organizacionales en diversas universidades antioqueñas). Autora del libro Pentimento. Sus investigaciones han sido trabajos de campo con comunidades a través de las cuales se generaron desde proyectos educativos intitucionales y manuales de convivencia, hasta la construcción de aulas por gestión comunitaria y la creación de la educación de adultos como estrategia para minimizar el impacto de la violencia en un sector deprimido de Itagüí (Antioquia). En 1989 el consejo de facultad de la Universidad Autónoma le otorgó una beca en reconocimiento a la importancia de su libro Pentimento.

2 COMENTARIOS

  1. Estoy más que fascinada con este relato. No niego que me tomo tiempo leerlo, pero más tiempo me ha tomado releerlo.

    En tus palabras viajo, y observo desde tus ojos la historia de Colombia vista desde Itagüí; camino entre el pasado, el presente y el futuro de mi pueblo. Si la historia refería el siglo XIX, yo me paseaba incomoda entre mi infancia, sintiendo sin remedio el dolor que produce ver como esta historia viaja cíclicamente entre el poder y la angustia del reprimido.

    Magnifico la forma como ésta monografía de la historia de Itagüí hace un verdadero recorrido entre la economía que transita de lo manual a lo industrial; la indiferencia política que divaga entre lo “moral” y lo “justo”; la sociedad que se avergüenza de sus raíces, la cultura destrozada por la apatía; la educación y la erradicación de sus verdaderas bases y sobre todo, la parte de la tierra y sus campos vendidos y revendidos; aquí puedo descubrir la realidad de un municipio que se debate entre el amor y el odio de sus coterráneos.

    Hay quienes pretenden “borrar del mapa” la historia que nos pertenece, otros en cambio se avergüenzan de pertenecer a ella, pero no se dan cuenta que la historia está en las letras y las letras fugándose incansable entre los llamados “Locos” del pensamiento.

    Me siento privilegiada de haber leído este ensayo y descubrir la historia de indiferencia que nos mantiene oprimidos, pero siento la fuerza de tus palabras que aunque dolorosa y fatídica representa para mí una esperanza. Al conocer nuestra historia podemos reconocernos en un proyecto colectivo de mirar con ojos críticos y actuar bajo el amparo de no caer en los mismos errores.

    Gracias infinitas por compartirnos ésta, nuestra historia. Gracias infinitas a tu capacidad de análisis, investigación y sobre todo a tu fascinante forma de dominar las palabras.

  2. Tuve el privilegio de conocer una rectora de algunos colegios públicos de Itagüí. Su sonrisa lúcida, sus cabellos vivos y dispersos, su mirada y su voz apasionante, nada que ver con las señoronas rectoras de la decadencia del desgastado sistema educativo del país. Los políticos reaccionarios la persiguieron, la molestaron, la “castigaban” mandándola a los peores “rincones” de colegios. La declararon loca, y ella con su sabiduría les siguió en el juego de la locura, y le ganó una partida al Estado ciego de poder, a las vanidades de poderes locales burlescos, que no saben, ni uno ni otros, para que tienen colegios y rectores, mientras la juventud era cooptada para la ambición burgués en su nueva expresión que era la mafia.

    Luego, Marta Lucía Fernández, la ex rectora, pudo ser lo que le dio la gana: loca, mamá, cocinera, filósofa, historiadora, solitaria, escritora, amiga, amante. Y en una casa hermosa de Itagüí, sin que nadie se diera cuenta, escribió los pensamientos más altos y por ello los más profundos sobre la condición humana. Escribió su colosal “Pentimento”, obra que poco a poco se ganará su lugar en el espacio de lo bien escrito y de lo bien nombrado, indicando que en estas tierras sí puede nacer la sabiduría, -y para despecho de los hombres y de algunas mujeres-, la sabiduría hecha mujer.

    Marta, luego colega y cómplice de nuestra Escuela Zaratustra, nos regalaría ensayos, cuentos surgidos de una manantial inagotable de conocimientos, sensibilidad y la picardía de aquellos que saben leer el futuro en lo pasado, mientras que los demás andan embobados en un eterno presente sin símbolos ni sueños.

    Ahora ella pública un ensayo, que es una monumental historia de Itagüí, una historia que supera los relatos anecdóticos de las historias de los territoritos mal contados, y escribe la historia de una parte diría ella, de tres partes; pero digo yo, del todo lo que ha sido Itagüí, pueblo como expresión de reaccionarios y excluidos, que se encontraran en el crisol de la violencia.

    Celebro hoy esta historia de Itagüí que nos regala Marta Lucía Fernández, para conmover y desacoplar nuestras concepciones de vidas sin pasado. Espero con ansiedad las dos partes posteriores de este trabajo, e invito a los despiertos y a las despiertas para que lean esta obra.

    Hagamos el elogio hoy, leyendo esta creación y no esperemos cien años más, para que venga un político reaccionario de esos que pululan tanto en Itagüí, y sin haber leído nunca a nuestra escritora, pretenda luego hacerle un homenaje con una placa en un muro para olvidar; diciendo que habrá que “rememorar” a aquella pensadora olvidada,… pero que todos sabemos, nunca la leyeron, y que ellos, para esa oligarquía local, solo fue una loca ex rectora.

    El homenaje se lo debemos hacer es hoy, en estos instantes, que sabemos que nuestra amada filósofa es también la historiadora que estábamos necesitando en Itagüí.

    Frank David Bedoya Muñoz
    24 de agosto de 2015

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