LA CABEZA DE UN PROFESOR
Por Josué Sánchez*
Todo plantel educativo superior se encuentra dividido en dos niveles enfáticamente visibles: los ordinarios de abajo que miramos hacia la divina gracia de los de arriba buscando ser iluminados; y los de arriba que nos miran hacia abajo misericordiosos desde el grandioso trono de su gran cabeza.
De hecho, la cabeza del profesor es el centro de todo conocimiento habido y por haber. Libros críticos, enciclopedias, computadoras, bombas, etc., todo finalmente encuentra acomodo en la gran cabeza del profesor. A su vez, el vasto conocimiento que obtiene determina el aspecto de su cabeza, modo de andar, ojos bailones, sonrisas de gloria, muecas de arruga a lo ordinario, miradas perdidas, su distinguido olor a conocimiento, su corbata, su cabello, su calvicie, etc.
Entre estos, el cabello es el mejor indicio para reconocer a un profesor en la universidad. A medida que su conocimiento va aumentando, su cabello empieza a tomar sendas diversas indicando un exceso de saber. En algunos matemáticos, como en Einstein por ejemplo, el pelo se empieza a levantar y a tender el vuelo al infinito buscando nuevas fórmulas numéricas en el espacio. Uno pensaría que no se han peinado, lo cual es mentira. En los profesores de filosofía, y de las humanidades en general, el vasto conocimiento de tantos libros y conceptos hace que el seso les baje del cráneo a la barba. De ahí que su conocimiento es relativo con la longitud de su noble barba. Por ello, la filosofía popular ha indicado que «un calvo barbón es un gran sabión».
Aunque los estudios presentes no señalan la importancia del bigote y bellos del cuerpo en general, como indicio de sabiduría obtenida, algunos reclaman que ese es el caso. «Si los cabellos parados, y la barba son signo y símbolo de conocimiento», señala un erudito, «¿por qué no el cabello en el resto de su cuerpo? Entre más cabello se tenga en cualquier parte del cuerpo, siendo profesor, más inteligencia. Nuestra disciplina demanda que seamos consistentes». Esto, a su vez, ha dado lugar a que algunos irreverentes digan que «si el profesor continúa evolucionando en su conocimiento y cabello, pronto llegará a ser tan inteligente como el mono».
Pero, fuera de filosofías populares, el tajante problema universitario, es que estimulada por la siempre creciente ciencia y el acelerado avance de conocimiento, la cabeza de los profesores ha crecido a tal grado, que ya no hay espacio disponible para los ordinarios peatones en el campo universitario. Al caminar un profesor por la banqueta, por ejemplo, su inmediato impacto no se hace esperar. Su gran cabeza, que sostiene con sus dos manos sobre sus hombros, o que sostienen sus estudiantes favoritos, y su disciplinado paso metodológicamente científico, llena de inmediato la banqueta por donde camina y hace que nosotros los ordinarios respetuosos nos tiremos al suelo mientras pasa su ilustre cabeza sobre nosotros cosechando honor y gloria de nosotros desde el suelo. Si algún inocente o atrevido no cede el paso, el impacto con la gran cabeza científica de inmediato lo envía de bruces al suelo a barrer el piso con la boca por irreverente. Amén de sus futuras buenas notas.
El problema para nosotros los de abajo, es que al salir varios profesores afuera a brillar entre nosotros los opacos, se llena de inmediato el campo universitario con las grandes cabezas disputándose más espacio entre ellas mismas de acuerdo con su gran conocimiento, mientras nosotros abajo, entre sus pies, buscamos subsistir sin que nos pisen. ¡Ay del que pisa uno de estos ilustres! La pisada de una gran cabeza puede ser mortal para uno de nosotros que buscamos su gracia. De este modo, con dos o tres ilustres que salgan de sus oficinas, y ya no hay espacio para caminar de clase a clase.
Por otro lado, el problema de las grandes eminencias es entrar en una puerta. ¿Cómo reducir la hermosa grandeza de su gran cabeza para forzarla en el hueco de una mísera puerta reductiva por donde pasamos nosotros los ordinarios? Más de una vez se ha visto a profesores voltear su cabeza en diferentes ángulos y finalmente empujarse con muecas de dolor por el reductivo marco de una puerta vulgar. Considerando este problema, en las universidades de Yale y Harvard se hacen estudios para resolver el dolorífico fenómeno de las solemnes cabezas profesorales. Se cree que el estudio recomendará ampliar las puertas de todas las universidades a 10 metros de ancho por 3 de alto.
Pero ¿qué hacer con los pasillos y aulas donde se juntan los ilustres profesores y se lleva a cabo una verdadera guerra para lograr espacio para acomodar su gran cabeza? ¿Son las oficinas lo suficientemente grandes para ellos? Una alternativa simplista sugerida, es que si se juntan cinco profesores, pueden hacerlo en el centro deportivo, el coliseo, una plaza de toros o algo por el estilo para que quepan todos sin contención y estén cómodos. Pero ¿qué si once de ellos desean juntarse? Además, ¿por qué incomodar a nuestros nobles Sócrates cuando se puede aumentar los impuestos y se les puede hacer un estadio en cada facultad de la universidad para sus reuniones departamentales y el placentero acomodo de sus ilustres cabezas? Claro que esto empujaría a la mayoría de los ciudadanos a las orillas de la ciudad o a las montañas por falta de espacio para sus viviendas, pero todo se haría en el nombre de la ciencia y el progreso.
Sea cual fuere el caso, la cabeza del profesor ha transformado el mundo, y pronto transformará los campos universitarios que continúan creciendo en espacio, en proporción al conocimiento de su profesores y la grandeza de sus ilustres cabezas.
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* Josué Sánchez es PhD. Humanities Department, Paine College, GA. Obtuvo un Asociado de Ricks College en Idaho; un BA de la Universidad de Brigham Young en Utah, Una Maestría de la Universidad de Texas en Austin, y un PhD en literatura de la Universidad de Nuevo México. Ha enseñado en varias universidades en los EstadosUnidos, publicado varios artículos revisionistas en diferentes revistas con la visión indoamericana sobre el choque de culturas indo/europeas y la época colonial latinoamericana. Ha presentado estudios en Europa, Centro América, Sudamérica, México y los Estados Unidos. Ha publicado tres libros: El Libro de Mormón ante la Crítica (1992) y Hacia una dialéctica del Mormonismo: Análisis erudito contemporáneo del mormonismo (2013). El último fue: En busca de Mamá: Trágica relaciónentre una madre y su hijo (2014). El próximo libro sobre el choque de culturas entre los europeos e Indoamericanos en la invasión de América saldrá el próximo año (2016): Las primeras imágenes europeas en los textos Indoamericanos. https://sites.google.com/site/elpoetasite/home/mis-clases
Siento que no le haya gustado. Es una sátira al estilo de las crónicas del siglo 19 y 20. Siempre he admirado las crónicas de Gutiérrez Nájera con su humorismo incomparable. Más allá aun en España, en están las crónicas de Mesonero, y Larra. En el Perú las de Ricardo Palma. La crónica busca entretener, con realidades de la época con un análisis humorístico que, aunque nos haga reír, nos hace pensar la crítica social comentada. Se puede atacar con ofensas o con humor. Los periodistas literarios españoles y americanos usaron el humor para satirizar su sociedad. Encontré arrogancia en algunos profesores en las universidades donde estuve y escribí la sátira para un profesor que no quería darme el examen oral para el doctorado. No sé qué pensó de mí, pero finalmente después que salió esta crónica en el periódico de la comunidad me dio el examen y todo salió bien. Otra vez, lamento no le haya gustado, pero agradezco su tiempo en leerla. jsanchez
¡Ay, don Josué!, con tantos títulos como usted tiene, ¿por qué escribe un artículo tan simplón?