UN «RINCONCITO» AL SUR DEL ABURRÁ
Por Marta Lucía Fernández Espinosa*
—Segunda parte—
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«La educación fue uno de los más firmes proyectos del liberalismo por la influencia que podía tener en las costumbres y en el progreso del país, era propuesta en atención a las necesidades económicas y a mantener las diferencias socio–étnicas. En 1873, un grupo de hombres prestigiosos de Medellín, entre ellos Manuel Uribe Ángel y Julián Vásquez, manifestaban en un periódico su complacencia por la llegada a Medellín de las Hermanas de Nuestra Señora y la fundación de un colegio para impartir educación a las niñas de «la clase pobre de acuerdo con sus necesidades y posición», y a las de clases más acomodadas, conforme a «sus medios y con las exigencias sociales del puesto que deben ocupar en el mundo […]» [1]
El proyecto educativo privado distaba mucho de parecerse al oficial. El ideal ilustrado no había sido acogido en Colombia donde se tardaban en aparecer las oportunidades educativas para todos. La nación no se formaba en torno al pensamiento ni al saber, no había generado condiciones igualitarias entre todos los habitantes del país, en su oferta discriminada el Estado empezaba a hacer de la educación un instrumento de segregación social en lugar de implantar a partir de él su condición de Estado moderno. «Durante la Colonia solamente los criollos, una vez probada su limpieza de sangre, tenían derecho a ingresar al colegio y la universidad, mientras que los indios, los negros y la mayoría de los mestizos eran prácticamente excluidos de las escuelas. Hasta fines de los años veinte de este siglo, la mayor parte de los niños no iban a la escuela. A excepción de una minoría pudiente, los niños se matriculaban en la escuela pública: los campesinos y los pobres en la escuela rural y los otros en la escuela urbana. La diferenciación social se hacía también con el número de años de estudios cursados: menos del 1% de los alumnos alcanzaba el sexto grado de la educación primaria.» [2]
El asenso al poder de los liberales en 1930, que preparaba ya las condiciones que estallarían en el período conocido como La Violencia, trajo consigo la laicización de la educación y con ella un momento de separación clasista, el arribo de las clases populares a la educación oficial hizo que las clases superiores y medias retiraran a sus hijos de aquellas instituciones y los llevaran a los colegios privados, con lo que desde entonces la educación oficial se convirtió en sinónimo de educación para pobres. Esa razón explica el surgimiento de la educación privada en Itagüí entre 1942 para varones y 1953 para mujeres. Pero también explica el surgimiento de las escuelas oficiales en los años que se sucederán. La distancia insalvable entre los más acaudalados y los pobres se agudizaba, y de paso invitaba a la clase media a separarse de los pobres, persuadida por su arribismo. La educación oficial para los pobres, la educación privada para los ricos y clase media; pero muy pronto, los más acaudalados llevarían a sus hijos fuera de las fronteras del municipio a donde el arribismo de la clase media tampoco los alcanzara. No obstante la educación oficial en Itagüí, conoció un momento importante de alto desarrollo con mejores «indicadores de calidad» (para hablar en el lenguaje productivista moderno que se ha trasladado a la educación) que la educación privada, a juzgar por su logro de conducir más estudiantes egresados a la universidad pública, la que por su altísima calidad ha sido siempre ambicionada por las élites antioqueñas. Ese período de alto rendimiento académico acontecía ya entrada la década de los setenta en donde se destacaban, de entre los liceos de Itagüí que graduaban bachilleres, aquellos como El Liceo Enrique Vélez Escobar y El Liceo Concejo Municipal.
Esta dinámica de alto desempeño académico de la educación oficial no tuvo una larga duración en el tiempo. En la década de los noventa, cuando se reglamenta la Ley General de Educación de 1994 y todas las instituciones educativas empiezan el proceso de fusión y crecimiento para ofrecer todos los niveles de preescolar hasta el grado once, se hace evidente su bajo nivel de resultados al compararla con la educación privada del municipio. Esto acontece paralelamente con las políticas salariales que generaron un abatimiento del magisterio. «En el campo prestacional, el hecho mismo que a algunos educadores la ley les garantice el derecho a la pensión de gracia y a la pensión de jubilación y además de esto que todos los educadores puedan seguir laborando hasta los 65 años de edad, es una muestra fehaciente de la precariedad de nuestros salarios y prestaciones que no alcanzan después de tantos años de servicio para lograr un nivel de vida digno. Por lo demás, vale la pena aclarar que el derecho a la doble pensión está abolido para los educadores que ingresaron a partir del primero de enero de 1981, es decir, hace más de 18 años y que los salarios se le congelan al magisterio al llegar al grado máximo del escalafón nacional que es el 14, con un promedio de edad de 43 años; lo que significa, que en el régimen actual tienen que esperar una pensión dentro de 12 años con el sueldo congelado y en la reforma que se propone, la espera se prolonga en estas mismas circunstancias por un lapso de 22 años» [3]. De ese modo es como se alcanzó la gran estrategia de disminuir el asenso de la educación pública y de esa manera no sólo establecer la distancia entre lo oficial para pobres y lo privado para ricos, sino que se impidió a la educación oficial la generación de procesos de conocimiento, que en todo caso se iban haciendo peligrosos para la estabilidad política del país; es más fácil gobernar un pueblo ignorante y para ello había que desmotivar a los maestros y a todo futuro aspirante a maestro. Del maestro que a finales del siglo XIX fuera el motor cultural del pueblo y la naciente ciudad, se pasó a finales del siglo XX al maestro empobrecido y sin credibilidad, a un maestro desmotivado por el saber, la investigación y por su acción social.
El aparecimiento de los barrios obreros pretendería definir un habitante y unas costumbres que en lo sucesivo dibujaran para Itagüí, unas nuevas maneras de convivencia atravesadas por costumbres morales y conservadoras… Entre 1943 y 1953 se va a originar el barrio Simón Bolívar en las tierras que «eran propiedad de un ciudadano alemán llamado Maximiliano Seifert, quien llegó a estas tierras en los años de la Segunda Guerra Mundial. Con una gran capacidad negociadora pasó a considerarse como un próspero terrateniente [4]. Entre los primeros pobladores encontramos a Francisco Vasco, Carmenza Arbeláez (fallecida), Alfonso Restrepo, Margarita Moreno; más adelante llegaron otros pobladores: Juan Mejía, Los Soberones, los Zapata, Ruth de Gil y su esposo Gildardo Gil, Magola y Ana Agudelo; la mayoría de los fundadores de este barrio eran de origen campesino que trataban de buscar mejores condiciones de vida. Estas personas no eran de Itagüí ni de Medellín, eran de Montebello, Santa Bárbara, Jericó y Suroeste de Antioquia; muchos de ellos comenzaron laborando en Coltejer y otras fábricas de este municipio»… La escuela oficial no tardará en aparecer y será inmediata a la construcción del barrio «a principios de 1959 se empezó a construir la planta física para la tercera agrupación de la Escuela Diego Echavarría y en 1960 se convirtió en la Escuela de varones Simón Bolívar, mediante decreto 212 de mayo de 1960; más tarde, por ordenanza 036 de 1961 fue creada la escuela de niñas Eliza Escobar Isaza» [5]. Según la historia narrada en el Proyecto Educativo Institucional de esta institución, que hemos conocido en el 2005, la misma comunidad organizada en el Primer Centro Cívico creado en 1959 y, bajo el liderazgo de sus primeros habitantes, será el motor de la construcción de esta Escuela, así como de las obras de ornato que harán de este barrio uno muy diferente a los tradicionales barrios de Itagüí hasta entonces. Uno que llevaría consigo la idea de mejora pública, habitación ordenada y cívica. Tal vez en esto habría influido el que los habitantes llegaran procedentes de los pueblos del suroeste, algunos recién creados con la colonización antioqueña y no fueran oriundos de la región; este barrio tuvo desde sus inicios una tendencia a la organización comunitaria a través de la Acción Comunal y unas condiciones materiales de vida aseguradas por incorporación de sus habitantes en calidad de obreros a la industria. El estilo de vida que allí va a desplegarse daría poca cuenta de lo que identificará a Itagüí en los años venideros. No pocos esfuerzos se hicieron para hacer aparecer a Itagüí como ciudad industrial poblada de obreros, pero ese tipo de población no es en todo caso la más abundante del municipio, y lo que acontecerá en los años venideros no es el acogimiento por parte de la industria asentada en Itagüí de sus vecinos habitantes en calidad de obreros. Este rasgo que quiso darse a Itagüí estaba más en la ambición de que así hubiese llegado a ser, que en lo que realmente ocurrió. Son pocos los barrios que como el Simón Bolívar nacen en torno a una propuesta industrial y logran consolidar un asentamiento homogéneo con personas laborando para la industria, es decir con una relación laboral que les aseguraba su estatus de asalariados; pero este barrio no nació por concesiones de terrenos, ni por ayudas de la industria, acá van a asentarse propietarios que deciden organizarse de manera comunitaria.
La formación de la clase obrera consustancial al proceso de industrialización debía ser disuadida de sus luchas arengadas para entonces por el socialismo que a comienzos del siglo XX estaba generando ya su afirmación en los terrenos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Las ideas de la ilustración que habían conducido a la Revolución Francesa hacían pensar en la fenomenología occidental como un peligro apremiante que ahora podría volverse en contra de los burgueses. Las ideas de la modernidad se habían concretado ya, pero de ahí en adelante había que impedir toda revolución que trastocara el nuevo orden. Los liberales de la modernidad habían reanudado su amistad con la Iglesia durante el siglo XIX y habían dejado los principios racionales de sus querellas con la autoridad divina en manos de los socialistas. Por su parte la Iglesia que reclamaba para si el iusnaturalismo [6] o derecho natural como el lugar en el cual podría desenvolverse, había reconocido como parte de todo derecho natural el de la propiedad privada. Así lo expresaba en su encíclica de 1891 León XIII: «Con lo que de nuevo viene a demostrarse que las posesiones privadas son conforme a la naturaleza. Pues la tierra produce con largueza las cosas que se precisan para la conservación de la vida y aun para su perfeccionamiento, pero no podría producirlas por sí sola sin el cultivo y el cuidado del hombre. Ahora bien: cuando el hombre aplica su habilidad intelectual y sus fuerzas corporales a procurarse los bienes de la naturaleza, por este mismo hecho se adjudica a sí aquella parte de la naturaleza corpórea que él mismo cultivó, en la que su persona dejó impresa una a modo de huella, de modo que sea absolutamente justo que use de esa parte como suya y que de ningún modo sea lícito que venga nadie a violar ese derecho de él mismo» [7].
La Acción Social Católica que actualmente se denomina Corporación Acción Social Católica, había nacido en Colombia entre 1935 y 1937, organizada por el jesuita Jesús María Fernández González, inspirada en el llamado del papa León XIII con la Rerum novarum del 15 de mayo de 1891, trayendo a las preocupaciones de la Iglesia la situación concreta de los obreros y para hacerle frente a las ideas socialistas y afianzar las ideas de la propiedad privada aún entre los obreros. La cultura de los obreros antioqueños había sido hija de un proyecto consolidado por las ideologías de los propietarios y el apoyo de la Iglesia. En Antioquia, la Acción Social Católica se había empezado a preocupar por el uso del tiempo libre de los obreros y desde 1934 se orientó a la tarea de impedir que los obreros cayeran en los vicios que conllevarían a desorganizar su vida y de ese modo contribuir a la rápida industrialización antioqueña. Itagüí tuvo su incursión en este proceso, tal como lo demuestra Alberto Mayor Mora.
«En el marco de una política coherente, la primera preocupación la constituían los días festivos, los fines de semana o las vacaciones anuales de los obreros. Un examen detallado de El Obrero Católico entre 1934 y 1944 permite apreciar cómo durante esos períodos libres la Acción Católica programó numerosos paseos y excursiones a los diferentes municipios de Antioquia, organizados por la Congregación Obrera de San José a los obreros de las fábricas y de los Centros. Por lo común, se reunían dos o tres centenares de trabajadores de Medellín, acompañados por delegaciones de los Centros de Itagüí, Guarne, La América, Belén o Bello» [8].
La Acción Social Católica se había acogido en Itagüí desde 1952, la Iglesia ayudaba en el afianzamiento de la temperancia para hacerle frente a las disipadas costumbres sociales que atraían a los habitantes hacia el juego y la bebida. Los obreros iban a ser objeto de una disciplina diferente a la del resto de la población, era una población cautiva que debía cuidar su pertenencia a la fábrica y a la que se podía acceder con facilidad. Se pretendía que la proximidad con la Iglesia y la fábrica contribuirían al ejercicio de control sobre la población, sin embargo no dio esos resultados a juzgar por la pronta desaparición del barrio Sedeco que construido en 1950, con adjudicaciones a los obreros por contrato entre el Municipio y Coltejer, pasará en 1966 a manos de otros propietarios venidos de Medellín y Bello según nos los narran los historiadores Gabriel Mauricio Hoyos y Ángela María Molina. Las costumbres disipadas de los obreros no lograron ser amoldadas por el ejercicio de control de la Iglesia y la empresa. Al parecer se hacía necesaria la propiedad preexistente en el aspirante a obrero y en esta condición iba a encontrarse el barrio Simón Bolívar de Itagüí. Un barrio calmado de costumbres regidas por la moralidad y la mesura que ejercía un control sobre la vida privada de los habitantes por la disposición de sus lugares públicos. Las viviendas se sitúan en torno al parque del barrio desde el cual se ejerce la pública tarea de la vigilancia sobre la vida privada.
Sobre Itagüí vendrían nuevas oleadas de emigrantes, desplazados por la denominada «violencia» vivida en Colombia a partir del asesinato de Gaitán un 9 de abril de 1948; estos arribos masivos de pobladores que no llegan a satisfacer las demandas del desarrollo industrial, sino a cobijarse en la ciudad, con mano de obra no calificada y con urgentes necesidades de resolver sus necesidades vitales inmediatas, se acomodarán por su cuenta y riesgo en este municipio sin contar con posibilidades laborales. Durante este periodo de tiempo que irá hasta los años del Frente Nacional, el mundo occidental viviría una sacudida que habría puesto en contradicción profunda a las tendencias más conservadoras de frente con las luchas populares en las que latían con fuerza las ideas socialistas. El Papa Pio XII (1939 – 1958) quien fuera reconocido por su actitud anti-hitleriana y mereciera tantos agradecimientos de los judíos; era sin embargo un defensor de los intereses norteamericanos, y aún del Franco de la guerra Civil Española; que afianzó la postura política católica anti socialista, esgrimiendo en contra de cualquier intento en Italia de profesar adhesión con el socialismo, la amenaza de excomunión. Estados Unidos viviría sus dos grandes derrotas del siglo XX y las vive casualmente frente al socialismo; una en el propio territorio americano en donde vive la gran conmoción generada por el triunfo de la revolución socialista cubana; y la guerra de Vietnam, que llevó tropas norteamericanas a Asia, ocasionándole un desprestigio mundial y la desidia del mundo occidental frente a la intervención norteamericana. Ambos acontecimientos mostrarán la debilidad de los Estados Unidos y auparán las luchas sociales de los pueblos latinoamericanos.
Los movimientos de pobladores desplazados por la violencia política desatada a mediados del siglo XX en Colombia, acarrearían consigo más violencia; la afamada democracia en el reparto de las tierras de la colonización, no pasó de ser un pretexto paisa, el resto del país inserto en el mismo proceso empieza a ceder su paso al gran latifundio y a desposeer al pequeño campesino de su tierra. Antioqueños también fueron los grandes latifundistas que hicieron aparecer el departamento de Córdoba hacia 1952 como un territorio de pastoreo al ganado de los ricos medellinenses. Los desplazados de la violencia acarrearán consigo su noción de mundo, la historia de las expropiaciones y los vejámenes, la pobreza y el desaliento, el terror ante la guerra, viene con ellos; la claridad de su vivencia enciende su conciencia social. Nuevos barrios en Itagüí que no serán hijos del proceso de industrialización todavía estarán naciendo a finales de la década de los años cincuenta al sesenta del siglo XX, es el caso del Barrio San Javier, cuyo origen se da por la compra de terrenos del señor José Molina Montoya. «Antes de empezar a construirse el barrio San Javier ya existía el barrio Pilsen y la vereda La María, constituida por seis casas, en materiales de madera y latas y otras de bahareque. El barrio fue fundado en 1968. Su construcción empezó con tres casas y un puente colgante. El Señor José Molina Montoya da inicio a la construcción del barrio, ya que era el dueño de las tierras, éste empezó a vender los lotes de tierra en promedio de 12 a 15 pesos. Los primeros habitantes fueron: El señor Horacio Flores, José Hoyos, Carlos Parra, Fermín Tobón, Joel Gil, Oscar Flores y Víctor Gallego. El barrio no contaba con luz, ni agua, ni servicio de alcantarillado; tampoco tenía calles pavimentadas, ni rutas de acceso, ya que el puente colgante no era apto para que transitaran vehículos, este puente le causó muchos conflictos a la comunidad ya que se caía constantemente, debido a que la quebrada subía de nivel cuando llovía y destruía el puente.
Lo primero que se hace es la construcción de un tanque de agua en la calle 65, repartiéndose por mangueras; el alcantarillado se fue sacando por cada casa botando sus desperdicios a la quebrada. La comunidad empezó a pavimentar las calles y a organizar el barrio de una forma armónica. El señor José Molina al ver que los habitantes del barrio estaban incentivando su progreso y crecimiento, donó un lote de tierra para que se construyera allí una escuela que fue llamada «Escuela San Javier», cuyos primeros adobes fueron puestos por la acción comunal, con la colaboración de la fuerza de trabajo de los habitantes del barrio y con un poco ayuda que les dio el municipio. Los señores Gonzalo Betancur, José Hoyos y Carlos Parra, fueron los que iniciaron el trabajo de organización comunitaria, para luchar desde entonces por conseguir el agua, las calles, el puente y la escuela, obras que hoy no permanecen y que tampoco pertenecen a la acción comunal [9]. Es por trabajo comunitario y gestión de sus líderes que se construye la Escuela San Javier en 1974.
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Hace unos pocos meses, leí la primera parte de “UN «RINCONCITO» AL SUR DEL ABURRÁ” escrito por Marta Fernández y publicado por la revista Cronoscopio.
Ahora, atenta, leo la segunda parte de esta monografía que más que fascinación genera en mí una reflexión profunda sobre la tierra que me vio nacer.
En este segundo artículo, Marta Fernández relata con gran pasión la historia de Itagüí; habla de la educación, la creación de los barrios, el sindicalismo, la política y la mafia; pero también hace énfasis en los movimientos sociales, las luchas obreras, el sentir colectivo y cómo sorprendentemente a través de los tiempos, existen procesos que absorben los métodos de idealistas y progresistas que repensaron este municipio de una manera diferente a lo que vivimos hoy en día.
Marta Fernández en su segunda monografía habla de la creación de las juntas de acción comunal y de los comité cívicos y como estos se vieron atacados desde el interior por algunos de sus miembros; la autora dice textualmente “…los mendigos del poder se han hecho líderes comunitarios para vender el alma del pueblo, para negociar con sus necesidades, para obtener beneficios individuales con su oficio de embaucadores, que timaron la promesa verbal y que se aproximaron como mendigos ante los representantes del Estado y ofrecerse voluntarios en el proyecto de corrupción” (p.2). Estas palabras punzan aún mi cabeza, me avergüenzo de permitir que esta historia siga repitiéndose y de ver como aún los líderes siguen vendiéndose por míseros favores políticos.
Pienso una y otra vez donde quedaron las voces de los obreros, los bohemios estudiantes universitarios, los artistas e intelectuales que adornaban a Itagüí; donde quedaron sus luchas; ¿No pasaron de la heladería?
Aquí los movimientos siguen vivos pero acallados. No sé si sea por cansancio, por miedo o por no perder una miserable “untadita” de la opulenta malversación de los fondos públicos de Itagüí, tal vez se volvió más importante el “Good Will”, o tomar un tinto contando sus hazañas de izquierdistas mientras dicen: “Yo ya luche, sigue usted” y ciegos de egoísmo, alardean de sus últimas informaciones confidenciales, mientras critican y juzgan, condenan y callan.
Aquí todavía hay rezagos de esos obreros inquietos, de esos filántropos progresistas, de esos artistas que luchan por la justicia social. Aquí en este municipio corren la sangre de quienes lucharon por ver agua en las casas, barrios organizados, colegios y educación para todos, bibliotecas y escuelas de arte; Yo reconozco en los ojos la pujanza de mis ancestros en varios de mis amigos.
Ya no es hora de esconder los papeles, limpiar nuestras manos y seguir con la misma historia de autodestrucción que durante décadas hemos vivido; llego la hora de unir fuerzas. Leamos y releamos nuestra historia y marquemos un precedente en este municipio. Participemos, tomémonos el poder que nos corresponde, seamos participes de los procesos y sobre todo, volvamos a mirar hacia Itagüí con amor.
Por ahora, solo les pido que lean la monografía de Itagüí escrita por Marta Fernández “UN «RINCONCITO» AL SUR DEL ABURRÁ” y que la revista Cronoscopio ha publicado ya dos de las tres partes que componen esta importante historia de mi tierra.
¡Bienvenidos a repensar Itagüí!