Sociedad Cronopio

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Estudiantes universitarios, jóvenes inquietos por los saberes liberales, poetas, intelectuales se daban cita en las afueras de algunas heladerías. ¡Ellos lo vieron todo!, vieron acontecer la ciudad, sus antojos visuales ya perseguían unas nalgas bien definidas contoneándose en taconeos firmes, ya descubrían autos último modelo que traían sus vecinos a la plaza, o calladamente se dispersaban cuando el sonar de tiroteos empezaba a anunciarles que ese espacio público ahora tenía dueños. Vieron a los policías pasar indiferentes ante el asesino y dilatar los tiempos para dar anuncio al inspector e iniciar el levantamiento del cadáver. Un poco hippies los unos, más izquierdosos los otros y hasta neoliberales algunos, estos jóvenes no tenían el talante de asesinos; hijos de obreros, de las clases medias y aún de las más acaudaladas, pudieron pecar unos de indiferencia, otros de acobardamiento y los otros de extrema filantropía, aquellos no fueron tampoco los antecesores de mafiosos, sicarios y paramilitares.

También hijos de comerciantes y obreros había nacido otro grupo de jóvenes. Aquellos igualmente se daban cita en alguna taberna de Itagüí. Viajaban a Estados Unidos, llegaban con carros y motos nuevas, conquistaban a las mujeres de los taconeos sugestivos, empezaban a contratar servicios militares personales, habían vivido siempre en las zonas centrales del municipio. Itagüí asistía al nacimiento de la mafia que va a acontecer en la década de los setenta… Unos nuevos empresarios paisas, descendientes más bien del espíritu aventurero y pícaro del antioqueño de pura sepa, del que tanto se había preciado el antioqueño, que de una maldad recién instalada y sin explicaciones. Había nacido un hijo de la cultura antioqueña, particularmente avezado en toda suerte de empresaria aventura, en el arte de hacer dinero rápido, fácil y en abundancia. Un ser muy aveniente con la pedagogía de lo abuelos, aquella que enseñaba «consiga plata honradamente mijo y si no puede, consiga plata mijo».

Itagüí ya iniciaba su proceso de globalización exportando una imagen que iría a unirla al secuestro, la extorsión y el narcotráfico. Cuando la preciada obra que Don Diego Echavarría Misas construyera como un regalo para los itagüiseños, la biblioteca de Itagüí, cumplía veintiséis años desde su fundación, los nombres de Pablo Escobar y Don Diego Echavarría se entrelazarían de manera inexorable en la noticia del secuestro y asesinato del industrial. Claro que no olvidamos que éste era nieto de un tal Rudecindo Echavarría Muñoz, que a su almacén en Medellín le había puesto el nombre de la «huerta de Jaime», nombre con el que hacía elogio del lugar en el que habían sido asesinados por el pacificador Morillo algunos revolucionarios independentistas. Tampoco puede pasarnos inadvertido el hecho de que el industrial era hermano de Guillermo Echavarría Misas el dueño de la hacienda Mundo Nuevo, vecina de la hacienda Marta Magdalena, lugares de los ganaderos de Antioquia, una historia sombría que da cuenta también de lo que es capaz el afamado espíritu antioqueño.

Una división social de la actividad del narcotráfico y una vinculación al mercado nacional e internacional, hará nacer una red incomprensible de relaciones entre municipios y departamentos que trasciende las fronteras de la administración política; nuevas formas de poder delatarán una nueva geopolítica. Sólo por querer desconocer estas nuevas condiciones que se establecen con el narcotráfico, es que a los incautos ojos del transeúnte enajenado se le aparecen «fronteras invisibles». Podría pensarse incluso que esa idílica idea occidental de querer contener el mundo en la formalidad de las representaciones no sólo se viene al suelo con las críticas posmodernas —que entre otras cosas no harían más que afianzar el problema de adentrarnos en la ficción—, sino que la realidad las desborda. Las condiciones materiales de vida se han transformado y es sobre ellas que se establecen las formas culturales y políticas. Una repugnancia moralista puede obligarnos a creer que no existen relaciones de producción ni fuerzas productivas en esas formas que entremezclan el capitalismo y el feudalismo, utilizadas por el narcotráfico.

Para los años noventa del siglo XX el sector conformado por la Vereda la María, El Barrio San Javier y Villa Lía, se encuentra marginado del centro de Itagüí; los grupos de jóvenes que se vinculan a la delincuencia van encerrando el sector e impiden a los transportadores de alimentos ingresar a las tiendas del lugar sin ser atracados, las problemáticas sociales allí han cobrado tal protagonismo que sumadas al sentimiento de orfandad entre sus habitantes respecto al amparo estatal, parecen ser las causas del renacimiento de su ánimo comunitario. Esta vez los habitantes van a unirse contra la delincuencia amparados en las nacientes ideas de autodefensa, que en Antioquia ya se habían afianzado; el sector no cuenta con bandas de autodefensa, lo que no impide a los vecinos agruparse de manera secreta para contratar los servicios de las bandas vecinas. Por entonces la «banda de la Unión» ya era conocida como la más enérgica del Municipio. La población en el sector es flotante, las personas vienen y van del municipio, de acuerdo con sus condiciones económicas; la institución educativa Luis Carlos Galán Sarmiento, no puede cerrar el libro de matrículas porque todo el año acontecen cancelaciones e ingresos de niños y jóvenes, cuyas familias vienen de «todas partes»: de las ruinas del terremoto de Armenia y sin calificaciones ni registros, de los Llanos orientales, de otros barrios de Medellín, de otros departamentos, de pueblos vecinos. La Vereda la María alberga durante todo el año a personas que han perdido sus oportunidades laborales y se refugian en estas tierras mientras logran emplearse nuevamente.
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El callejón que conforma el sector en su geografía da la sensación de encierro a sus gentes, carece de zonas públicas que integren a la comunidad y su vínculo con el centro del municipio sólo se da a través del transporte urbano, las condiciones económicas son apremiantes; la drogadicción y la delincuencia reinan en sus esquinas; las bandas del Hueco (barrio de invasión denominado 19 de abril) acceden a estos barrios a través de la quebrada doña María y azotan a los vecinos. Muchos son los jóvenes hijos del sector que en aquellas épocas fueron asesinados en sus calles por mandato de la comunidad y la contratación de los servicios de la banda de la Unión que también les ayudó a establecer control sobre los delincuentes foráneos. Una comunidad barrial que en los años setenta se organizaba como colectividad para fundar su barrio de cara a la sociedad que les viera nacer, a finales de los noventa se agrupará vergonzante para defenderlo. Los paramilitares en Itagüí, también fueron en sus inicios el brazo armado de las comunidades. Desde entonces irían a colaborar con el Estado en la tarea de generar seguridad; de esta manera se crearon las condiciones que irían a hacer posible el éxito de la Política de Seguridad Democrática, como una legitimación de la experiencia ya implantada en la convivencia de las colectividades.

Frente al terror, las comunidades se pulverizan y en este contexto reina el individualismo, lo colectivo para el antioqueño siempre estuvo atravesado por el pragmatismo sobre el que fundó la idea de progreso desde el más profundo egoísmo, el otro cuenta en tanto posibilidad de ganancia; incluso no ha podido construir una noción de civilidad que no tenga un fundamento como este… un individuo lejano del que esbozara Stirner… el antioqueño, más acostumbrado a la inmediatez práctica, lejano como siempre a la idea de nación y de las reflexiones políticas, propuso para el país una visión conservadora, una que no logró concretarse con la guerra de los mil días y siguió derramándose por la historia nacional, desembocó en la violencia política, se instituyó en el frente nacional con la aquiescencia de los liberales y ha perdurado bajo la idea de unidad nacional hasta nuestros días, una que se resistió a la década de los treinta del vigésimo siglo, un conservadurismo a fuerza de sangre y doble moralismo. Su conservadurismo le hace un ser mítico, proclive a las leyendas y relatos, al envanecimiento con su pasado desde donde sigue viéndose como el magnánimo ser de la «La Tierra de Córdoba», con su pretendida raza antioqueña que hace a unos orgullosos y a otros acomplejados, todos ellos antioqueños, tejen la manta variopinta de extrañas relaciones impensables que se hacen visibles en el cruce de caminos: miedosos de este lado se acurrucan en techumbres latosas aherrumbradas, se aglutinan en terrenos invisibles y sobreviven mendigos de aquellos que al frente se agolpan en mansiones amuralladas, afuera comerciantes de mercancías inútiles y esta vez peligrosas van de la mano de bandas temibles y recias, hay temor bajo las techumbres unos de sus hijos sucumben a las balas, otros de sus hijos disparan. Pero del otro lado de la calle unos arribistas metidos a la villa amurallada viven los mismos temores, sus hijos menos vigorosos compran la fuerza en la calle para invertir en el nuevo negocio de la tierra, arriba de ellos y lejanos aún, están los propietarios del gran latifundio. Arriba de aquellos de las destartaladas casuchas están otros arribistas, los de sus barrios vecinos, que pretenden no verles. Que asombrados, así como los habitantes del Simón Bolívar, un día amanecen creyendo que las drogas jamás habían estado entre sus hijos, que alguien debió traerlas en la noche mientras dormían, que el asunto deberá solucionarse eliminando a un solo ser y todo volverá a estar tranquilo. Los antioqueños, ayer más liberales de acción, democratizaban la tierra, hoy más conservadores proponen la muerte, encierran las ciudades, concentran la propiedad sobre la tierra y pretenden que han surgido de no se sabe dónde nuevas «barreras invisibles».

La cultura es el producto espiritual ideológico que nace de las condiciones materiales de vida de las comunidades, una realidad atravesada por el paramilitarismo, en la que unos vecinos han prestado servicios personales y contribuido a generar nociones de seguridad entre los habitantes, fue creando relaciones paramilitares y de ese modo se fue instalando en la cultura, los habitantes de Itagüí se acostumbraron al horror de las muertes y a pagar por su seguridad, aún al vigilante que cuida muy comedidamente cada cuadra, y de esa manera se vincularon afectivamente con sus verdugos. En las laderas de lo que antaño fuera el Rincón Santo grupos de hombres se habían tornado en los más peligrosos del municipio. Bandas delincuenciales empezarían a hacer historia ligadas al municipio por territorialidad pero políticamente atadas a otros niveles de poder que trascienden la jurisdicción, aprendieron que la muerte o la extradición de sus caudillos genera sillas vacías que movilizan las luchas por el poder y el control del mercado de la muerte y de las drogas. En la ideología Alemana Marx había explicado que la conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real: «No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia».

Que en territorios del viejo Rincón Santo existan problemas que afecten ese umbral de certidumbre personal y familiar que necesita un ciudadano para querer participar en los asuntos de la gran colectividad, no significa que en muchos otros sectores de Itagüí no se den estas condiciones. Que en los viejos sectores del Centro y Ferrería, o de Manguala y Doña María, se hubiesen ubicado los más blancos, los mestizos ascendidos por vía económica a mejor condición, «las gentes de bien», tampoco significa que allí permanecieron y que estos sectores hoy se encuentren al margen de toda situación conflictiva en Itagüí. Habría que construir la historia de cada barrio, menos con la nostalgia de recuerdos desagregados y casi poéticos, de anécdotas y visiones particulares o de construcciones de cuadernillos de historias locales que se parecen tanto a mi cuaderno de historia de primaria: con estampitas engominadas, titulitos en rojo y pequeños desarrollos temáticos fáciles de guardar en la memoria, sin análisis alguno ni relación entre los hechos. Habría quizá que hacerlo menos como quisiera invitarnos esa tendencia que invade algunas de nuestras actuales intensiones, y más con el rigor de una mirada sobre los hechos que van cobrando valor en el contexto de la historia que las localidades comparten entre si con la historia regional, nacional y global.
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Así como El Rosario hoy ve por encima del hombro a su «barrio Hundido», o como las gentes de la planicie ayer miraban a todo el Rincón, han existido miradas atravesadas por la cultura que impiden la ojeada sobre hechos reales que aclaran el lente y permitan ver cada vez más cercana a la realidad; hay que impedir en todo caso que se siga haciendo un relato y una ficción de la historia, porque en ello se juegan intereses que ejercen una tarea de disuasión macabra en detrimento de toda posible solución. Para el desapercibido itagüiseño habitante del centro, fue una real sorpresa con la llegada del Metro a la Estación Itagüí por vez primera, el descubrimiento de un barrio en las riveras del rio Medellín, el Barrio La Cruz salía de su condición de «rincón» con el nuevo viaducto, allí donde se puso en evidencia para propios y visitantes. Si preguntásemos a un habitante de Itagüí de los años setenta por aquella rivera del Medellín, tal vez afirmaría que allí no había nadie, que lo único que por aquellos lados tenía Itagüí a lo sumo sería un botadero de basura de aquellos que se resistieron a la noción de mejora pública, y que se solapaban en la ineficiencia del Estado tan perseverante en Itagüí. Habían llegado allí hacia 1972 a vivir en torno a las basuras, habían invadido aquella pequeña rivera, pero nadie los había visto, el Barrio San Javier se construía por la acción de sus recién llegados, el liceo Simón Bolívar también albergaría con el tiempo a estos recién llegados, están en las cifras censales y catastrales, pero no en la memoria de los demás; y sin embargo estos habitantes se han integrado al municipio de tantas maneras que llegaron a hacer noticia en el año 2010. Reconocido por ser un barrio de invasión sin derecho a inversión social, es un barrio desde donde los habitantes hacen aportes catastrales. Menos de un año va en el que el presidente de su acción comunal Álvaro de Jesús Garcés Pérez, fuera asesinado por haberse manifestado en contra del poder de las bandas sobre su territorio. Allí donde lo público no llega, donde el gentilicio se hace esquivo, allí llega el desmedro con intrepidez selvática. La falta de cobijo a la civilidad hace un territorio propicio para el deterioro social. Pero antes de emitir cualquier otro concepto sobre el barrio La Cruz, sobre el que no ha tratado este ensayo, habría que atrevernos a empezar por saber en realidad quiénes han sido y en esa búsqueda entender también quiénes hemos sido los itagüiseños que les acompañamos indiferentes en la construcción de su realidad. ¿Conocemos la historia de los emigrantes de Itagüí? ¿Sabemos por qué se han ido los hijos de sus primeros pobladores? ¿A dónde fueron los que huían de este «rincón» que significa Itagüí hoy para las «gentes de bien» de otros lados? ¿Sabemos por qué permanecen aún algunos de los descendientes de los primeros pobladores?

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Lea la tercera y última parte en la próxima edición de www.revistacronopio.com

NOTAS

[1] David Bravo, Alba Inés. Las Trabajadoras de Medellín: entre la necesidad y la exclusión.
[2] Helg, Aline. La educación en Colombia 1946 – 1957 Tomo IV Enciclopedia Nueva Historia de Colombia. Pág. 52.
[3] https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-881691
[4] Al respecto faltaría hacer un seguimiento a los inmigrantes alemanes en Itagüí, de los cuales tenemos referencia en Don Marco Tulio Espinosa, con la finca San Remo y aún doña Dita la esposa de Don Diego Echavarría.
[5] Proyecto Educativo Institucional. Institución Educativa Simón Bolívar. 2004.
[6] Otrora bandera del liberalismo.
[7] León XII. Rerum Novarum. 15 de mayo de 1891.
[8] Mayor Mora, Alberto. El control del tiempo libre de la clase obrera de Antioquia en la década de 1930.
[9] Datos tomados de entrevista con los señores CARLOS PARRA Y JOEL GIL. Proyecto Educativo Institucional Luis Carlos Galán Sarmiento 1998.
[10] Proyecto Educativo Institucional Luis Carlos Galán Sarmiento de Itagüí.
[11] Pei, Institución Educativa El Rosario de Itagüí.
[12] Echeverría Ramírez, María Clara. POR UNA MIRADA ABIERTA DE LA CIUDAD: Universidad Nacional de Colombia sede Medellín. 2004. https://www.bdigital.unal.edu.co/3139/1/MCE07-Porunamirada.PDF
[13] Blog Marco Arango HALLAR UN CAMINO. Jueves 8 de abril 2010 Estanislao Zuleta https://marcoarango.blogspot.com/2010/04/estanislao-zuleta-vi.html
[14] Los Secretos de Don Berna. Revista Semana. Sábado 14 de julio de 2007.
[15] Juan Camilo Maldonado Tovar. La Acción Comunal en el municipio de San Gil: entre la institución y el movimiento social. Trabajo de grado para optar por el título de politólogo. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá 2008 https://www.javeriana.edu.co/biblos/tesis/politica/tesis175.pdf
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* Marta Lucía Fernández Espinosa. Licenciada en Historia y Filosofía (universidad Autónoma Latinoamericana). Especialista en planeamiento educativo (universidad Católica de Manizales) con diplomados en Gestión administrativa, adaptaciones curriculares y desarrollo de habilidades organizacionales en diversas universidades antioqueñas). Autora del libro Pentimento. Sus investigaciones han sido trabajos de campo con comunidades a través de las cuales se generaron desde proyectos educativos intitucionales y manuales de convivencia, hasta la construcción de aulas por gestión comunitaria y la creación de la educación de adultos como estrategia para minimizar el impacto de la violencia en un sector deprimido de Itagüí (Antioquia). En 1989 el consejo de facultad de la Universidad Autónoma le otorgó una beca en reconocimiento a la importancia de su libro Pentimento.

1 COMENTARIO

  1. Hace unos pocos meses, leí la primera parte de “UN «RINCONCITO» AL SUR DEL ABURRÁ” escrito por Marta Fernández y publicado por la revista Cronoscopio.
    Ahora, atenta, leo la segunda parte de esta monografía que más que fascinación genera en mí una reflexión profunda sobre la tierra que me vio nacer.

    En este segundo artículo, Marta Fernández relata con gran pasión la historia de Itagüí; habla de la educación, la creación de los barrios, el sindicalismo, la política y la mafia; pero también hace énfasis en los movimientos sociales, las luchas obreras, el sentir colectivo y cómo sorprendentemente a través de los tiempos, existen procesos que absorben los métodos de idealistas y progresistas que repensaron este municipio de una manera diferente a lo que vivimos hoy en día.

    Marta Fernández en su segunda monografía habla de la creación de las juntas de acción comunal y de los comité cívicos y como estos se vieron atacados desde el interior por algunos de sus miembros; la autora dice textualmente “…los mendigos del poder se han hecho líderes comunitarios para vender el alma del pueblo, para negociar con sus necesidades, para obtener beneficios individuales con su oficio de embaucadores, que timaron la promesa verbal y que se aproximaron como mendigos ante los representantes del Estado y ofrecerse voluntarios en el proyecto de corrupción” (p.2). Estas palabras punzan aún mi cabeza, me avergüenzo de permitir que esta historia siga repitiéndose y de ver como aún los líderes siguen vendiéndose por míseros favores políticos.

    Pienso una y otra vez donde quedaron las voces de los obreros, los bohemios estudiantes universitarios, los artistas e intelectuales que adornaban a Itagüí; donde quedaron sus luchas; ¿No pasaron de la heladería?

    Aquí los movimientos siguen vivos pero acallados. No sé si sea por cansancio, por miedo o por no perder una miserable “untadita” de la opulenta malversación de los fondos públicos de Itagüí, tal vez se volvió más importante el “Good Will”, o tomar un tinto contando sus hazañas de izquierdistas mientras dicen: “Yo ya luche, sigue usted” y ciegos de egoísmo, alardean de sus últimas informaciones confidenciales, mientras critican y juzgan, condenan y callan.

    Aquí todavía hay rezagos de esos obreros inquietos, de esos filántropos progresistas, de esos artistas que luchan por la justicia social. Aquí en este municipio corren la sangre de quienes lucharon por ver agua en las casas, barrios organizados, colegios y educación para todos, bibliotecas y escuelas de arte; Yo reconozco en los ojos la pujanza de mis ancestros en varios de mis amigos.

    Ya no es hora de esconder los papeles, limpiar nuestras manos y seguir con la misma historia de autodestrucción que durante décadas hemos vivido; llego la hora de unir fuerzas. Leamos y releamos nuestra historia y marquemos un precedente en este municipio. Participemos, tomémonos el poder que nos corresponde, seamos participes de los procesos y sobre todo, volvamos a mirar hacia Itagüí con amor.

    Por ahora, solo les pido que lean la monografía de Itagüí escrita por Marta Fernández “UN «RINCONCITO» AL SUR DEL ABURRÁ” y que la revista Cronoscopio ha publicado ya dos de las tres partes que componen esta importante historia de mi tierra.

    ¡Bienvenidos a repensar Itagüí!

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