Sociedad Cronopio

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Bolivia cero rico cero pobre

BOLIVIA: CERRO RICO, CERRO POBRE

Por Omar Javier Umaña*

Desde su llegada al nuevo continente, a los españoles lo que más los animó a andar y a explorar fue el oro. Los Pizarro y sus otros familiares por sanguinidad y afinidad fueron quienes más invirtieron tiempo, fuerza y sangre en la tarea, aun cuando muchos otros hicieron lo mismo. El Dorado era un anhelo y por él obligaron a los nativos a aprender el castellano, se asociaron con los Incas para luego doblegarlos, trazaron nuevas rutas y un nuevo panorama, y esclavizaron finalmente a cada indio que se toparon. Y El Dorado no llegó. No lo encontró Francisco Pizarro en el Amazonas, no lo encontró mucho menos Aguirre, no lo encontraron en el Perú, tampoco en el Alto Perú, y aunque hayaron mucho oro, muchos tesoros y todos los aprovecharon, es decir, se los robaron, las ansias por el metal siguieron intactas, gracias, —o mejor— a pesar de, aquel lugar mito y realidad, símbolo y metáfora, onirismo y pesadilla.

Bajo el cielo abierto un pastor acampó una noche con su rebaño, consiguió leña, hizo fuego, se preparó algo de comer, comió y se acostó a dormir. Al otro día cuando despertó notó que había hilos plateados sobre el suelo y las rocas. Vio plata en polvo, plata fundida y una cantidad deslumbrante en la montaña que se erigía unos mil metros hacia arriba. De esto se enteraron los españoles. Se enteró la Iglesia Católica. Se enteró el mundo entero a los pocos meses. El Dorado vino en forma de plata.

De la nada se fundó Potosí. Cerro Rico, la montaña que la vigila, por siglos estuvo apenas acompañada de escasos cerros, un valle andino, y un paisaje poco llamativo y despoblado que de repente vino a cambiar cuando se hicieron construir casas, calles, caminos, iglesias, conventos, cafés, salones de baile, plazas, mercados y minas, muchas minas. Llegó entonces la gente, llegaron los mineros, los explotados, los explotadores, llegaron los españoles, los nobles, los oportunistas, los religiosos, llegaron —obligados—, más indios, y se incubó finalmente la convulsión. Comenzó el período de tiempo más escandaloso durante la colonia española en Latinoamérica en el que a través del sistema de mitas, según el cual el minero debía trabajar hasta 16 horas diarias y ganar una irrisoria suma o muchas veces no ganar alguna, se inició la explotación de la mina que los Incas, al parecer, ya conocían pero no habían querido ocupar por respeto a la Pachamama.

Cuando España cayó en la cuenta del tesoro que tenía entre manos nombró a Potosí Ciudad Imperial, la homenajeó con discursos, la publicitó con hermosos bocetos, le concedió varios escudos de caballería, le dio bandera, le otorgó beneficios fiscales y la hizo única e irrepetible; le sacó todo. Trabajaron allí los indios obligados con látigos, cepos y sobre todo, obligados con el hambre. Y sed padecieron, sangre produjeron, y mucha, mucha riqueza, claro está. Se usaron los indios de la región y se fueron acabando, se trajeron otros del Perú y se fueron acabando, se hicieron llevar guaraníes y se acabaron, se usaron niños, mujeres, ancianos y también se fueron acabando, se hicieron traer negros de África y se acabaron todos. Se murieron aproximadamente ocho millones de personas en Potosí asesinados por los explotadores, asesinados por las explosiones de las minas, asesinados por las enfermedades, asesinados por el trabajo forzado, asesinados por factores directos e indirectos: asesinados directamente por la avaricia del ser humano. Los indios se mataban también, se tiraban de los abismos, ¡Ah indios perezosos! afirmaba la Iglesia, ¡Ah indios vagos decían los empresarios! Se les cortaban las extremidades para que no se suicidaran: ellos creían que renacían sin esas extremidades.

Pero crecía Potosí. Crecía en lujos y en población. A mediados del siglo XVII era una de las ciudades más importantes del mundo, a finales era ya, más poblada que París.

Londres la envidiaba, New York la seguía, se hablaba entonces del sueño potosino: personas de todo el mundo arribaban por un mejor futuro, había actividad artesanal, meramente comercial e industrial. Los reyes se vanagloriaban de Potosí, los ricos encontraban todo allí, los jugadores encontraban todo el dinero en sus calles, las prostitutas trabajo por doquier, los empresarios oportunidades únicas, los escritores relatos del primer mundo. Se decía para indicar que algo era costosísimo, ¡Vale un Potosí!, y para vanagloriarse lo decían la nobleza y el humilde ciudadano, lo escribió incluso Cervantes en su Quijote. Y entonces Potosí se hizo también una moneda, como el dólar, como la libra, como el franco, y valía más que todas aquéllas, tenía circulación universal, era apetecida, fuerte en las transacciones internacionales. Potosí era un sueño, el progreso del nuevo mundo, la gallina de los huevos de oro de los españoles, o sea, de los ingleses que fueron quienes se hicieron a toda la riqueza del nuevo mundo. Y también era la tragedia, el símbolo del infierno en la tierra.
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La Paz se fundó para servir de paso entre Potosí y Cusco, Cochabamba para servir de zona agrícola a los habitantes de Potosí. Sucre para gobernar los alrededores de Potosí. Las poblaciones cercanas vivían de servir a Potosí, las carreteras de transitar a los viajantes de y a Potosí. El puerto de Arica dejó de servir a Potosí porque era más rápido llegar al de Buenos Aires. El Alto Perú tuvo un nombre y una administración propia gracias a Potosí. Todo giraba en torno a Potosí.

Y la plata aumentaba, salía a borbotones, no alcanzaban los trabajadores para sacarla, no alcanzaban las manos de los dueños de las minas para amasarla, no alcanzaron a colmarse las ganas de dinero de los hombres y decenios después se comenzó a acabar. España dispuso entonces retirar las minas debido a su bajo rendimiento y a una epidemia de tifoidea que acabó con cerca de veinte mil personas; empezaron a partir todos, muchos expulsados, muchos asombrados, muchos satisfechos. Se fueron a Europa, a Norteamérica, a pujantes ciudades sudamericanas, se fueron y nunca volvieron. Dejaron construcciones monumentales, Iglesias de gran sentido artístico, casas emblemáticas, una arquitectura de renombre, y se llevaron el dinero, las ideas, el comercio y la pequeña industria. Quedaron las artesanías, Cerro Rico con la ripia de la plata y los mineros empobrecidos y entrenados para solamente dedicarse a una única actividad laboral. A mediados del siglo XVIII ya la población de la ciudad era equivalente a la de cualquier ciudad latinoamericana. A finales era una pequeña ciudad. Cuando se alzaron varias importantes poblaciones latinoamericanas pidiendo la independencia de la corona española, Potosí era un pueblito olvidado por todos, sólo lleno de historia, sólo lleno de tragedia.

En la actual Bolivia quedó Potosí, ya nadie se peleaba por ella cuando se establecieron las fronteras de los países sudamericanos, nadie se peleó tampoco por ella en las posteriores contiendas bélicas. Quedó Potosí a su suerte, a la orden de los habitantes que no salieron, al milagro de un Estado pobre y disminuido. Existe Potosí y asombra: es la memoria del saqueo de Latinoamérica, de la avaricia desmedida del hombre, de su maldad también, del genocidio. Pero es también la palpitación de una población que lucha por vivir. Es todo difícil en Potosí pero se inventan vías de desarrollo y formas para obtener comida, un techo y bienestar. Con el Estaño, Simón Patiño —también en Bolivia— hizo trizas la región que explotó. Con el caucho, Julio César Arana, hizo algo semejante en Iquitos (Perú). Antes Potosí tiene vida y ganas de vivir, antes tiene plata. Sus reservas son muy pocas de todos modos, y aunque hay también algo de estaño y también un poco de litio, hay más de asbesto y arsénico y siguen por ende los mineros muriendo a corta edad a causa de los tóxicos; pero como ha sucedido desde los tiempos del nacimiento de Latinoamérica, siguen también enfrentándose a los problemas con una determinación que no pocos tendrían. En la actualidad son los mineros organizados en cooperativas quienes explotan la mina y el Estado es socio pero son aquéllos quienes obtienen los beneficios. Son ellos quienes se las ingenian, quienes se encomiendan a Dios a las afueras de la mina, y quienes lo hacen al Tío o Diablo, en sus adentros. Están solos esos mineros en su labor, están solos en un mundo que les robó todo y ahora ni siquiera los recuerda.
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PERÚ: FRONTERA NOCTURNA

—¿Y de aquí llego fácil caminando a inmigración?

—No, no, eso está lejos siempre, eso es arriba… tome un taxi… son unos $2

Tomo el taxi. Sí, sí, de Colombia, de Villavicencio, nooo, queda lejos de Cartagena, ¿Ud conoce? Y vaya a Medellín, y pase por Santa Marta. ¿Y de acá sí salen taxis? Esto está muy solo. ¿Y en cuánto me llevan?

Inmigración está llena. Es tarde y ya de noche y las filas se revientan. Varios buses esperan. No, usted tiene que ir al otro lado, allá le sellan salida y la entrada, allá hace todo. Otro taxi y no pasa ningún taxi, sola está la calle, llena de bichitos. ¿Acá sí pasan taxis? Sí, no más espere un ratico, de la nada van llegando. Espero, sigo esperando.

¿Un bus me llevará? Ya es muy tarde. Viene una camioneta, estiro el brazo, ¿A dónde va? A la frontera, ¡Súbase! Tiro la mochila en el plató, el piso suena ante el golpe, me apoyo en la llanta y doy a parar junto a la mochila, me tumbo entonces, la abrazo, amarro el sombrero para que el viento no se lo lleve. Por la velocidad del carro el viento pega fuerte, estiro el cuello y dejo mi cabeza afuera del plató, me sigue pegando el viento en la cara, qué bueno; un remedio para tanto calor.

¡Allá está la frontera! ¿Hasta dónde va? A Tumbes, ¿Y tiene que llegar hoy? Sí. Lo mejor es que se quede esta noche, vea, eso es peligroso, acá en Ecuador usted puede caminar por la calle con la maleta, puede sentarse por ahí, allá la cosa es diferente, allá roban, le quitan todo, mejor váyase mañana temprano que de día es menos peligroso. Vea, allá tiene que pasar el puente y es peligroso, después tiene que irse en un taxi al complejo y a esta hora cobran mucho y es peligroso, ¿Tiene soles? No. En dólares le sacan un montón: lo atracan, y tiene que ir hasta Tumbes y eso está lejos y es solo, esos taxistas atracan, y los de las motos peor, no se vaya a ir en moto, le quitan todito, yo le recomiendo que se quede; acá hay hoteles baratos, buena comida, más seguridad. Gracias, gracias. Y la noche pega, se vuelve fría, busco hoteles, las calles están iluminadas, transitan los carros, pasan las personas, se distingue el puente al fondo, está oscuro, hay mucha gente, viene una pareja. ¿Spanish? ¿English? Mejor espagnol, ¿Es verdad que es peligrosa la frontera? ¿Ah?, ¿Pericolo? ¡Italiano! ¿Il passo e molto pelicoroso?, Eeeeeee, debe essere attento, tuto e molto solo. Bene, bene, grazie, chao. Chao.

Camino. Pasos rápidos, miro a ambos lados, hay gente todavía, ¿Dónde puedo comprar soles? En la plaza le dan razón. Gracias. Llego a la plaza, no hay nadie, el celador no sabe quién cambia, ya a esta hora todos se han ido, pregunte a los policías del otro lado. Miro a ambos lados, ya casi no hay personas, el puente está más oscuro que antes, hay muchas motos, muchos taxis, muchos mototaxis. De un taxi alguien habla: ¿Lo llevo? ¿Hasta dónde va? Venga lo llevo, deme 30 soles. No, gracias, ya alguien me está esperando. Ah, de Colombia, vamos colombiano lo llevo, yo tengo muchos amigos colombianos, venga lo llevo. No, no, así está bien. ¿Más bien usted sabe quién vende soles? No, a esta hora ya nadie, mire a ver si en el banco, allí, señala con el dedo, allí no más pasar 10 metros. Camino. Otra vez hay gente, todos observan mi caminar, hay muchos gordos, muchos toman, hay varios descamisados, otros comen en la acera, la calle es más iluminada ya, hay gente pero no pasa nada, hay mucha basura en las aceras, algunos perros merodeando.

Se acerca el taxi de nuevo, venga lo llevo colombiano: lo llevo al complejo, lo espero y luego lo dejo en los buses. ¿Y cuánto cobra?, 30 soles ya le dije. No tengo soles, cámbieme. No tengo para cambiar, le recibo dólares, deme 20 dólares. No, mucho. Deme 20, vea que lo llevo a todas partes, lo subo en el bus si quiere. No, no tengo 20, si tuviera se los daba. ¿Cuánto tiene? 15, lléveme en 15. ¡17! No, no tengo más. Venga súbase y hablamos, súbase, eche la maleta en el baúl. Lléveme en 15 y listo, y mientras se lo digo entro al automóvil y en la parte de atrás me siento junto con la mochila. Vea, cuando lo deje en el bus me paga, se va a dar cuenta que eso vale, allá me va a decir: ¡vea 30!, yo lo llevo bien, lo llevo sano. ¡Yo veré, se porta bien! Le apunto con el dedo, me lleva bien, nada de enredos. No le gusta, se voltea, ¡Claro que lo llevo bien, nada más deme los 25!. ¡15!, no tengo más, no le suba porque no tengo y si cuesta más pues no voy. Acelera, salimos del pueblo, ya no hay personas a los lados, la oscuridad reina, la carretera es amplia, la señalización perfecta, pero carros no hay, solo todo está, no se ve la luna, no hay reflejo de ella siquiera. ¿De qué parte de Colombia, parce? Yo conozco Cali, yo trabajé en Cali, bonito, viví uuuuuuu, hace mucho, como tres años, le trabajé a un señor allá, me tocó venirme, embaracé a mi mujer y nos tocó venirnos.
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Habla y mira por el espejo retrovisor; es obeso, viste una camiseta gris, tiene pelo negro y la piel quemada del sol, tiene los brazos gruesos, se ve sudoroso, suda todavía. Me caen bien los colombianos, continúa. Son verracos, como nosotros los peruanos, yo soy verraco. Le baja el volumen a la radio, la salsa se apaga, entra viento por la ventana e interfiere con su ruido, el conductor apoya el brazo izquierdo en la puerta, habla duro. Acá la gente es peligrosa, mala, usted es de buenas porque dio conmigo. Mira mi gesto por el retrovisor, yo miro el panorámico, él sonríe, ¿Cierto? Sigue mostrando los dientes, se voltea hacia mí, desacelera, ¿Cierto? Busca mis ojos, los encuentra, le noto una hendidura en la frente. Se voltea, nuevamente presta atención a la carretera. Timbra el celular. Ya ahora paso, estoy llegando al complejo, voy cargado, bueno, bueno. Es la dueña del carro, me dice como debiéndome una explicación. ¿Ya falta poco? Le pregunto. Ve que es lejos. Le dije, ¡Usted allá me va dar 50! ¡Tuviera!, soy de los colombianos de abajo, de los que tienen que viajar por tierra. Noooooo, si usted se ve que lleva cosas valiosas en ese morral, mínimo debe llevar computador y buenos dólares. Guardo silencio, observo la oscura noche, una señal pone FRONTERA y él la sigue, viene un carro detrás, pone las luces altas y bajamos la velocidad, el carro se acerca, se acerca mucho y repentinamente nos adelanta. Qué le picó a este, dice. Ya casi llegamos, ¿Ve que lo estoy llevando bien? Pasamos un subnivel, ya hemos pasado varios y también desvíos pues los hay cada nada. Por acá vienen hartos colombianos, nada más ayer pasé a uno. Con los colombianos nos la llevamos, nos entendemos, con los ecuatorianos no, son creídos. Los policías creen que ustedes siempre llevan coca, los requisan harto. Es que por acá pasa mucho criminal, usted ni sabrá a quién lleva. ¿Sí me entiende?, pero criminal peruano también hay harto, es que nosotros nos entendemos, somos verracos. Alza el tono de voz, mueve las manos. Menos mal usted viene conmigo, ahí nos entenderemos, y me mira con la risa que ya no es sonrisa. Meto miedo; yo soy de donde sale la cocaína, le digo.

Una ciudad muy peligrosa, las cosas que he visto, lo que aprende uno a cuidarse. Me mira volteando la cara y parte del cuerpo, calla, meto miedo. Más señales al complejo, las ha seguido todas, complejo de mierda que queda en la mierda, pienso. Voy a tener que echar gasolina porque o sino no llegamos. La gasolina acá es cara y yo la consigo de contrabando antes del complejo. Con unos amigos consigo todo de contrabando, yo consigo lo que quiera, de todos lados saco cosas. Mete miedo. Se desvía de la ruta principal hacia un despavimentado y corto camino y cuando éste es un perfecto tierrero, estaciona de manera abrupta y saca polvo, se baja del carro rápido y deja la puerta abierta. Agarro fuerte mi maleta, miro a todas partes, otro gordo también adulto se acerca con un timbo blanco y le hunde una manguera al tanque del carro, hablan entre ellos, en voz alta al menos. Llegan más carros, hay pocas luces, se ve apenas la carretera, el calor es fuerte, la sed se expande, el olor a gasolina se hace pesado, me abren la puerta. ¿Y cómo está colombiano?, ya casi acabo, no se afane. Va hacia un rincón el conductor, habla con alguien muy de cerca, agarro más fuerte la maleta, miro al otro lado de ellos, viene el conductor casi trotando, se sube rápido, prende el taxi, arranca, acelera.
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