Vamos ahora por un estrecho que conozco, adelantemos camino. No, no, no, por la principal está mejor, no hay prisa, no importa, ¿No quiere acortar camino colombiano? Se rasca la cabeza, le sube a la radio. Bueno, allá usted, yo lo quería llevar mejor, pero allá usted. Por fin una ruta principal, por fin más carros, por fin compañía, por fin el complejo. El edificio blanco del complejo se asemeja a una sucursal del cielo. Es inmenso, limpio e iluminado. Con certeza es seguro. Si quiere deje la maleta aquí, acá en el taxi se queda a salvo. No, no, yo la llevo, acá tengo algo que necesito. Bueno, allá usted. Me bajo del carro hacia inmigración, él se cambia al puesto de copiloto y le sube el volumen a la radio. Entro al complejo, pregunto al único guardia, comienzo el trámite, se demora un poco porque las trabajadoras están comiéndose un sándwich de pollo. Sólo somos tres en la fila, ¿Y usted viene solo? Sí, me trajo ese taxi, ¿En taxi? ¿En taxi desde la frontera? ¿De veras? Tenga cuidado joven, tenga cuidado, dicen que esto es muy peligroso, en las noticias salió que a un gringo le quitaron los órganos. ¿Cuánto pagó? Bueno, está bien, al menos le cobró lo justo, pero tenga cuidado, hay personas muy malas, los peruanos de acá son malos, no viaje de noche por esta zona, ¿Va a Máncora? ¿Luego a Trujillo? ¿Pasa por Chiclayo? Pues suerte joven, de veras mucha suerte. Hago el papeleo, bienvenido a Perú, una sonrisa, sonrisa de vuelta, me volteo y salgo a buscar el taxi, ya no hay sonrisa, sigue el calor, ahora un poco de húmeda brisa, y el chofer ríe solo, lee una revista, se toca la barbilla. Se demoró colombiano, le brilla un diente, le brilla la cara del sudor, no se ha afeitado en varios días, tiene la camiseta muy desgastada, me mira los zapatos, ¡Nike! ¿Cuánto le costaron? No sé, fue un regalo, aaaaaaa, acá eso muy caro, yo en Colombia andaba con buena ropa, allá en la 14 compraba buena ropa, los precios eran buenos, pero laborar se puso duro, llegó mucha gente, el patrón empezó a tener mucha competencia y después de un tiempo no siguió. Acá en cambio tengo a mi hija y por ella hago cualquier cosa.
Recordé entonces la frase: el amor y la guerra se han hecho por los mismos motivos. ¿Y lleva mucha plata para el viaje? ¿Cuánto lleva? No, no llevo casi, tengo que trabajar. Muy bien porque yo sé de buenos trabajos, trabajos con colombianos, ¿Me entiende? Yo conozco gente, si quiere le ayudo y usted me ayuda también. No, gracias. Esa canción es buena, súbale un poco, le digo. ¡Claro!, Lavoe es el mejor, sí. Y la carretera sola nuevamente, y se acaban las señales, y al notar mi silencio de varios largos minutos me responde el conductor: ya casi, no se desespere, ¿Está apurado? No, no, normal. Y un carro que viene por detrás hace luces de parqueo, bajamos un poco de velocidad y entonces me percato que hay otro adelante, los tres disminuyen a la misma velocidad, pareciera que vamos a orillarnos, a parar, pero otra vez abruptamente aceleramos, seguimos, dejamos los otros autos atrás y seguimos.
Tomamos un rumbo fijo y determinante y entonces a los pocos kilómetros vemos a un grupo caminando con herramientas por el extremo derecho de la carretera. Esos son haitianos, vienen sin documentos y apenas con un morralito. No demoran en cogerlos, a ellos sí les va mal, les roban todo, y ellos al quedarse sin nada también después roban, es que acá todos roban al primer descuido. Este carro fue robado pero yo lo recuperé, es que conozco gente, ¡No le digo!, yo me consigo cualquier cosa. Mete miedo, mucho miedo, puro miedo. Ya a la vuelta es Tumbes y ahí vivo, es bonito, hay buena comida, pruebe el pescado, ¿Me va a pagar $50 entonces? No tengo, le doy lo que hablamos, en lo que quedamos. Voltea serio, me observa fija y amargamente por un rato, yo lo miro, sigo mirándolo, gano la batalla de las miradas y él regresa al panorámico.
Entramos a Tumbes. Allá queda la terminal me dice. Lo voy a subir al bus y todo. Nos acercamos a una calle principal sucia, medio oscura y mal oliente. Parquea, me abre la puerta, me bajo del carro y le doy el dinero, lo mira científicamente, se lo guarda y lo mira de nuevo; pero deme más, deme más que usted debe tener, no tengo, si tuviera le daba. Hay gente alrededor, vendedores ambulantes, señoras vendiendo comida, indigentes, pobreza alrededor, miseria, basura, mucho calor. Al regreso le doy más, al regreso lo busco. Pero entonces así quedamos, a la vuelta sí me da lo que es. Y llega el carro para Máncora. ¡Listo!, lléveme en eso, sí, sí, no importa, lléveme. El maletero sube la mochila a la parrilla, la amarran a los tubos, vigilo, se suben cuatro haitianos y dos peruanos, hay uno ebrio, me siento en la silla del medio que es la única disponible y sigue junto a mí el conductor, se despide, sonríe, me señala con el dedo, y entonces grita cuando ya estoy en el carro que me llevará a Máncora, ¿Ve que lo traje bien? Y sin esperar respuesta se gira sobre sí mismo y saca el dinero que le acabo de dar, lo detalla con los dedos nuevamente y lo observa y cuando me marcho sigue en lo mismo.
Horas después al inicio de la madrugada llego a Máncora, me quedo varias noches allí, voy después a otras ciudades. Se me olvida Tumbes, me preocupo por otras cosas. Semanas después y ya en el sur del Perú, leo que el paso de Huaquillas–Tumbes es el más peligroso de todo el país y posiblemente el más inquietante de toda Sudamérica: durante las noches hay robos, heridos y muchos asesinatos.
URUGUAY: EL PLACER DE LO DESCONOCIDO
De Uruguay es poco lo que escucha el viajero, lo que promocionan las guías turísticas (incluso las más versadas), lo que se sabe en la misma Argentina también es poco y es poca la información que hay en Internet acerca de las rutas y acerca de los sitios más bellos. La eclipsaron sus dos gigantes vecinos, la eclipsan también los otros países de la región con mayores atractivos naturales. Se promociona entonces la parte uruguaya del Iguazú, Colonia del Sacramento que queda a un paso en barco desde Buenos Aires, Montevideo, por el hecho de ser capital, y se promociona obviamente Punta del Este. Es esta la que se lleva todas las miradas, todos los reportajes, todas las reservas. Algo se habla de la costa, pero sólo un par de cosas: que es muy bonita, que es muy tranquila, pero nada más. Nadie se expande en anécdotas como en los casos del sur chileno y del norte argentino. Y resulta ser la costa oriental uruguaya un baluarte de estética y armonía en todo sentido. Es toda, todita en cada una de sus comunidades una playa que es pueblito, un puerto que es un balneario y un centro pesquero que es un descansadero.
Si del occidente se parte, se llega primero al convulsionado Maldonado y el agradable San Carlos. Una vez en Rocha, la provincia uruguaya playera por excelencia, la primera comunidad en aparecer es La Paloma, seguida de La Pedrera y luego de Valizas, Cabo Polonio y Punta del Diablo. Como en todo lugar del mundo en esa costa las fotografías de los amaneceres y atardeceres son bellos, sólo que esta vez cuentan con un toque cinematográfico sensorial que los hace más recurrentes a la contemplación de la nada y el todo. Las charlas con los habitantes en los descansos de aves y mate, y las tranquilas caminatas de las mañanas, tardes y noches permiten al cabo de pocos días, conocer su rutina, sus ideas de población y país, y esa curiosa y envidiable característica de no afanarse por los cambios del mundo.
La mayoría de la costa cuenta con un azul mar y quinceañeras playa más bien desconocidas, poco explotadas y apenas descritas. Los visitantes son en su mayoría mochileros de Europa y la América misma que prefieren caminar despacio y cuando no, tumbarse en quioscos, casas y botes mientras todo pasa con calma como no pasando o como en el cuento del pez que muerde y no muerde el anzuelo mientras que el pescador espera que lo muerda pero no se afana y el pez sabiéndolo lo muerde despacio, despacio porque aquel le da espera para que saboree la carnada que a su vez muere lentamente como no muriendo mientras como no muriendo permanece el pez y como no pescando descansa el hombre mismo.
Hay una cantidad arábica de dunas que varía de playa en playa pero se constituye como una generalidad, y permite la construcción de viviendas pero no de muchas y por ello en contraposición, en algunas comunidades se alza una casita no más, dos tal vez, tres con las de los guardias o cuatro con la de alquiler de tablas que la gente poco frecuenta porque más bien sonríe, se lanza por sobre las dunas, mira al horizonte, yace en la orilla, camina por las oscuras rocas de las orillas, disfruta del viento, del sol, de los muchos pájaros sobre las piedras que como durmiendo están junto a los caracoles, los insectos y la fotosíntesis de la también llamada ruta del sol en la que incluso Bolt se haría lento y en la que todo es más calmo que pasivo a veces y el pescador del cuento deja de pescar con anzuelo pues puede agarrar suavemente al pez en el agua con las manos mientras éste apenas como no queriendo, aletea.
Pero cuando de dunas se trata, desde una boscosa parada en la carretera principal, hacia la playa y a través de una cantidad ilusoria de dunas, está Cabo Polonio a la orilla del mar y casi enterrado en la arena y siempre impregnado de una brisa que se lleva esa arena minuto a minuto provocado un aura de virginidad temporal y espacial en donde no hay residuos, ni huellas, ni casi humanos, ni casetas, y por poco la palabra nada, convirtiéndose éste en uno de los escasos verdaderos rincones del mundo en el que en las noches no existe la materia y en el que de tanto sentirse vivo, podría morir cualquiera. No está Cabo Polonio casi en las rutas de viajeros, y a decir verdad es la hostia de las hostias y la leche de la vaca y la pulpa de los jugos. Podría allí Danny Boyle recrear con un mejor sentido, su película de playas y viajeros. Podría también Moby hacer un video de nostalgia y espiritualidad. Y podría haber sucedido que de conocerla, y para bien de la humanidad, Celia Cruz dejara de cantar.
Pero como no todo es calma en los oasis, las fracturas se presentan, sólo que esta vez de una manera creativa y utópica convergiendo de un modo poco inquietante la armonía y la necesidad en la renombrada Punta del Diablo. Situada en donde acaban las dunas del este y aparecen las rocas del norte, y enclavada en un alto arenoso rojizo y al margen de una costa con un pintoresco y frío mar, se forma Punta del Diablo, una población pesquera de obreros y desde hace unos años, también de turistas. Hay ya varios hostales y varias cabañas, e incluso dos hoteles de lujo y varios condominios en construcción. Es pequeño en todo caso el pueblo: hay aproximadamente ochocientos habitantes en invierno y están cerradas la mayoría de tiendas para la época, casi todos los restaurantes, también muchos de los hostales e incluso el famoso mercado de ferias. A decir verdad, hay poco trabajo. Se hace algo de carpintería y de mecánica automotriz, mucho de pesca y de mecánica náutica, se hace en verano mucho muchísimo turismo, y se hace también algo de agricultura y un poco de ganadería en los alrededores. Pero son casi todos en el poblado obreros andando a pie y en bicicleta. Hay unos cuantos carros de vieja data, una cantidad considerable de botes de trabajo y una docena de caballos.
En arena rojiza son las calles, no hay sino dos o tres pavimentadas y están hacia la periferia del pueblo. Muy verdes son los jardines de las casas y todas tienen por lo menos una planta así sea en maleza. Hay también un número esplendoroso de flores que van desde las silvestres a las caseras de todos los semblantes, y son las casas, pues no hay ni un edificio —a excepción de lo que podría ser uno que en realidad es una construcción vacacional de dos niveles—, de diferentes colores que no se repiten entre sí. Muchas son en madera, o parte en madera parte en concreto, las más nuevas siendo en cemento, ya con mucho hierro, ya con otra arquitectura, pero respetando el sentido de que la madera es más bella y visualmente tiene más fuerza narrativa. Las más cercanas a la playa tienen bases elevadas, unas muy altas, de largas escaleras y de altos balcones y las más lejanas tienen contacto directo con el suelo, cemento desde su base misma pero protegiendo la rojiza arena que en muchas cuadras se riega y se reorganiza.
Son las calles pluriformes, sin trazos determinados y un mediano porcentaje permanecen desoladas en invierno siendo sólo transitadas por perros que los hay territoriales, mansos, cachorros, juguetones y hasta enfermos y tristes. Y siempre apuntan esas calles al atlántico en el que se alza un escuálido faro que protege el incipiente puerto en el que los pescadores ya contrarían el cuento y no dejan pasar al pez pues lo necesitan pronto y en montones para pagar sus necesidades. Es pues Punta del Diablo la expresión campestre de Valparaíso, es tan obrera como folclórica, tan desigual como inexplicable, tan colorida como juvenil, es tan empinada como lo sería la finca de recreo de un citadino, y tan baja de contaminación como lo soñaría una ONG ecológica. Es Punta del Diablo laberíntica y atractiva, anticuada y bohemia en su esencia, invitan sus personas a quedarse, invita su mar a bañarse, su playa a caminar, sus rocas a descansar, su atardecer a escribir, tiene magia y espíritu, podría pensarse que es una persona: con ojos expresivos, con cierto olor, con un punto de vista, con negaciones incluso.
La vista al mar de la mayoría de casas junto a la playa quedan a aproximadamente setenta metros desde donde la mayoría de visitantes acaban realizando todo tipo de cosas ordinarias pues como en las reflexiones de El Principito, lo extraordinario lo penetra todo, y es entonces maravilloso caminar, pasearse las calles y encontrarse con hogareños restaurantes en donde venden Vat 69 para el frío invernal y mojitos para el calor de enero, o casas bajas como la que cuenta con un pino gigante en el centro, o esquinas menos afortunadas en donde permanecen los desempleados, o fachadas en las que se pintan grafitis, ideas y murales como aquel que más cercano a las dunas amarillas que al pueblo mismo, pone: «La idea de la eternidad es terrible, porque: ¿A dónde va a parar?»
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* Ómar Javier Umaña, nacido en 1987. Es abogado de la Universidad Externado de Colombia, graduado con la Tesis «Aproximación a los Estudios de Derecho y Cine: El Hecho Cinematográfico Socio Jurídico del Cine Colombiano». Candidato a Magíster en Comunicación Audiovisual de la Pontificia Universidad Católica, Argentina. Mención Especial en el XXIV Concurso de Cuento Corto Universidad Externado de Colombia, Cuento «La vida, más cine». Autor y administrador del Blog Inmundo, blog invitado por El Espectador en la Feria del Libro de Bogotá del 2012. Fundador y director del Cine Foro «El Cineirómano» de Buenos Aires, Argentina. Comentarista y crítico de cine del folleto de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Fundador y director del foto estudio Perro Shoot.