TANINO PARA LA VEJEZ
Por Marta Lucía Fernández Espinosa*
Eliminar las batallas ideológicas, las contiendas políticas y las luchas armadas, un proyecto loable entre los románticos ilustrados dieciochescos. Ellos se encargaron de fundar un discurso aceptable para las contiendas sangrientas de la Revolución Francesa y borrar la violenta pugna de la burguesía con la monarquía francesa, que no la monarquía en términos generales; ya que ella goza de buena salud aún dos siglos después, en casi toda Europa. Porque como veremos, solo ha sido eliminada la alemana, previa a la exposición y burla mundial de Alemania a principios del siglo XX y con la cual se asesinó el proyecto nacionalista. También la italiana, en tiempos de Mussolini y en favor de la creación del estado monárquico del vaticano. Y la rusa, para no mencionar otros derechos de herencia de menor rango, en tiempos de la revolución contra los zares. Todas ellas sucumbieron luego de más de un siglo de la sangrienta revolución burguesa contra la monarquía francesa. Al parecer, no precisamente por razones que interesaran a las mayorías, ni en defensa de la pobrería mundial, sino con objetivos políticos bien oscuros.
No obstante los defensores de la democracia y los derechos humanos, tendrán siempre que aceptar que, muy a su pesar, defienden una forma de poder fundada en la sangre, el delito, el asesinato, la revuelta armada y nada pacifista ni dialogante de paz. El terror revolucionario, las masacres, los desangramientos populares, los asesinatos públicos son inseparables de la historia de la democracia y no expresan ninguna libertad, igualdad, fraternidad, ni mucho menos paz. La santificación moral de tal holocausto, no hace justicia con las cifras de cadáveres de las peores contiendas de la humanidad, esas sí expuestas al vejamen por los defensores teóricos de la democracia y reforzadas por los que otorgan premios «al pensamiento crítico». Por lo visto, teóricos moralistas que tienen una extraña manera de entender el bien y el mal. Lo bueno es lo que favorece a la burguesía, lo malo es aquello que la ponga en peligro.
De los teóricos (filósofos, economistas, sociólogos, historiadores, literatos, y demás) de la burguesía, es decir, de la democracia; aprendimos que la burguesía es una clase social, cuya razón de ser es un modelo económico; y que su antagónica es el proletariado en el mismo modo de producción. Aprendimos que la burguesía se sintió con derecho de desplazar a la monarquía francesa de manera sangrienta. No nos quedan claras las razones por las que no fue necesario asesinar a los demás monarcas europeos y sus descendencias. Que la burguesía depuso a la monarquía para eliminar un viejo modelo económico en el que no se sentían a gusto y que para ello usaron toda forma de violencia. Ha sido tan aprendida esta lección que entendemos que el proletariado tiene los mismos derechos que la burguesía, por aquello de la égalité. Un retórico de la democracia debería poder profesar adhesión por las luchas del proletariado, sin temor a ser juzgado de izquierdista, con el mismo permiso moral que le da el ser un defensor de la violencia de la burguesía en contra de la monarquía.
Eliminar las batallas ideológicas, las contiendas políticas y las luchas armadas es el objetivo de los Republicanos del siglo XX, quienes siguen desde entonces las orientaciones de Carlos E. Restrepo y su «Orientación Republicana», trabajo en el que fue acompañado por Eduardo Santos, quien le impelía a hacer precisiones más pedestres para el consumo y entendimiento popular. Al fin y al cabo, Santos era el dueño de El Tiempo y podía ayudarle a promover aquellas ideas. Los teóricos del republicanismo han decidido darlo por muerto a través de todo el siglo XX, para usar la figura del resucitado en el siglo XXI y en tiempos del sobrino nieto de Eduardo Santos: Emanuel Santos; cuando ante la perpleja atención de los colombianos, le quitó el balón a Álvaro Uribe y lo sacó del juego: El partido de la U es mío, le dijo; y lo dejó sin partido, como a cualquier machetero de la colonización que no es el fundador de pueblo alguno. Y tenía razón, era el partido de la Unión Republicana, con cien años de edad en el que su familia tenía casi toda la responsabilidad y derecho hereditario. Lo cierto es que los frutos del republicanismo de principios del siglo XX jamás dejaron de recogerse en la sangrienta historia de Colombia.
Eliminar las batallas ideológicas, las contiendas políticas y las luchas armadas, es el objetivo de los republicanos del siglo XXI, que hoy usan antifaz de izquierdistas, progresistas, santistas, camilistas y hasta bergoglistas. Como ya no hacen parte de una sociedad secreta, sino discreta, hasta admiten públicamente llamarse masones. Su objetivo, desde la revolución francesa (en minúscula para no usar un diminutivo) no ha cambiado, es el mismo. Defender moralmente a la burguesía y sus privilegios en contra del proletariado. Para hacerlo, involucran incluso los sentimientos religiosos de los más pobres para justificar las acciones contra las mayorías. Algunas veces usan las nostalgias de los abuelos septuagenarios: «desde que nací no he conocido más que la guerra, yo quiero morirme en una Colombia en paz». Yo personalmente a mi abuelo le diría «¡pero si estás a punto de disfrutar la paz por la eternidad!, es lo que me dirán todos tus dolientes en bellos estribillos religiosos: Que descanse en paz, Amén».
Con tristeza observamos a un ELN, otrora destacado por sus luchas populares, reaparecer en el escenario noticioso. Envejecido, nostálgico y cansado. Saca de un baúl polvoriento sus banderas, limpia el retrato de Camilo y buscando entre sus compañeros de guerra, no encuentra más que refugiados, muertos y curas. En buena hora se topa con un papa que parece querer darle ánimo vital y justificación a sus luchas de antaño. Y sin ningún reparo político ni intelectual, se une a las luchas de los republicanos, abandona la lucha de clases y se vuelve fervoroso creyente de los movimientos sociales. En su viejo semblante se tallaron inequívocos los rasgos de Juan Fernández de Sotomayor, que en el siglo XVIII profesara como masón y obispo de Cartagena. Se hace seguidor de su Catecismo de Instrucción Popular.
«En épocas históricas más recientes la presencia de distintos Movimientos Sociales parece haber sido un asunto de poca trascendencia y poco destacado. Algunas agrupaciones medievales como los caballeros templarios, hospitalarios o teutones, pasando por los masones, las sociedades de amigos del país en España, múltiples tipos de asociaciones particulares y hasta agrupaciones de intelectuales del siglo XX, por ejemplo, casi nunca fueron vistas bajo una óptica que las situara como un agente activo entre el Estado y el mercado.»
Arriba Bergoglio, grita por consigna de guerra, se le avecina el cielo prometido. Pero no puede maliciar un poco que su contribución en esas luchas ya ha dado sus frutos. Dentro del Vaticano hace carrera una pugna entre el conservadurismo del pensamiento único romano y el conservadurismo «progresista» que se quiere apropiar del feudo de América Latina. Por eso lleva ese nombre. Toda su lucha tenía como premio ver a un latinoamericano jesuita hecho Papa. Para eso ofrendó su vida y no lo supo. Se niega a admitir la decepción y se levanta airoso en defensa del proceso de paz y en apoyo a Santos; doblemente engañado, vuelto a usar como gancho ciego.
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* Marta Lucía Fernández Espinosa. Licenciada en Historia y Filosofía (universidad Autónoma Latinoamericana). Especialista en planeamiento educativo (universidad Católica de Manizales) con diplomados en Gestión administrativa, adaptaciones curriculares y desarrollo de habilidades organizacionales en diversas universidades antioqueñas). Autora del libro Pentimento. Sus investigaciones han sido trabajos de campo con comunidades a través de las cuales se generaron desde proyectos educativos intitucionales y manuales de convivencia, hasta la construcción de aulas por gestión comunitaria y la creación de la educación de adultos como estrategia para minimizar el impacto de la violencia en un sector deprimido de Itagüí (Antioquia). En 1989 el consejo de facultad de la Universidad Autónoma le otorgó una beca en reconocimiento a la importancia de su libro Pentimiento.