Sociedad Cronopio

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El pasado es joven a 42 años del golpe

EL PASADO ES JOVEN (A 42 AÑOS DEL GOLPE)

Por Pablo Aravena Núñez*

Que no hay futuro posible sin hacerse cargo del pasado, suele ser un tópico que surge por estas fechas con la misma reflexividad que puede preceder a un instinto. Repetido hasta el cansancio por personeros de uno y otro oficialismo, es dable preguntarse en qué consiste esa comodidad que ofrece el cliché o, de un modo más formal, qué sentido adquiere tal enunciado en la formación discursiva en que tiene lugar la «actualidad nacional».

Sostengo que el sentido aparente de tal frase, oculta una operación dirigida precisamente a promover una moralidad sustentada en su significado inverso. Esta operación ha de revelársenos cuando analizamos qué tipo de relación con el pasado es la que nos ofrecen esos «arrepentidos» personeros.

El juego consiste, primero, en delimitar públicamente un receptor al que sería urgente hablarle: esas tres cuartas partes del país que aún no nacían —o no estaban en edad de ejercer su ciudadanía— a la hora del proceso que culminó con el Golpe de Estado de 1973. En efecto, son los «padres-políticos» quienes quieren hablarle a las tiernas generaciones, de ahí el tono que ha de acompañar un recitativo que se va tejiendo con más de lo mismo: que la juventud es el futuro de Chile, que necesitamos gestos de unidad, y que estos consisten principalmente en reconocer nuestros errores y excesos cometidos en el pasado y, por último, que esto no es pura majadería, sino que se impone como una necesidad para archivar todo con un «nunca más». Sólo que con este sello se despacha más de lo que uno quisiera.

Si hemos de creer aún (modernamente) que la sociedad es fundamentalmente un «mundo de sujetos» —que los hombres y mujeres, en gran medida, construyen su historia— podríamos hallar verdad en aquel dicho acerca de que «la juventud es el futuro». Sin embargo, no es tan evidente que ese futuro sea forjado por la real voluntad de esta juventud. Los jóvenes «deben escuchar la voz de la experiencia», de los adultos. Esta debe ser la guía maestra, esta sí es una forma seria y responsable de conducir sus acciones. Sin negar el necesario conocimiento del pasado —que es otra cosa—, el asunto, luego de obedecer recomendaciones, es cómo saber si esas acciones son jóvenes, si es lo que realmente se deseaba, o si más bien no hemos de alienarnos en ellas mismas. A cada juventud le ha correspondido su parte, y no hay motivo válido para negar la que hoy le corresponde. Resulta que en ese «nunca más» también va de contrabando un nunca más soñar, un nunca más luchar (en verdad un nunca más la política). Y de este modo se potencian los efectos de una abulia que responde a determinantes estructurales.
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A inicios del siglo veinte (1913), Walter Benjamin —quien por ventura nunca llegó a ser adulto—, vislumbró la mencionada operación con la brillantez que acostumbraba imprimir a sus escritos:

«Nuestro combate en favor de la responsabilidad está siendo librado contra un ser enmascarado. La máscara de los adultos es la experiencia (Erfahrung). Es una máscara inexpresiva, impenetrable, siempre igual a sí misma. Todo lo han vivido ya estos adultos: juventud, ideales, esperanzas, mujeres. Todo resultó ser una ilusión. A menudo se encuentran acobardados o amargados. […] Sí, así viven los adultos, siempre es lo mismo, nunca es lo otro: vida sin sentido. Pura brutalidad. ¿Nos animáis a la grandeza, para la novedad, para el futuro? ¡No, ni hablar! Eso es inexperimentable». («Experiencia», en La metafísica de la juventud).

Los personeros quieren recordar ese pasado conflictivo únicamente para corregirlo a borrones: «Nada detesta más el filisteo que los sueños de su juventud». Pero el olvido que opera en este ejercicio cierra de paso las posibilidades de la juventud actual (nos quieren evitar el sufrimiento). Falsean así aquello en que ellos mismos creen que consiste la vida, pues su «seriedad» ha brotado de la frustración y la decepción, del recuerdo de un sueño como este se articula después de la catástrofe.

La censura de ese pasado (esa locura juvenil) se expresa por doquier. A cambio opera su total trivialización. Un recuerdo censura a otro. Digamos que la parte de ese conflictivo periodo que circula sin problemas por los medios, corresponde principalmente a la dócil y enternecida «nueva ola». Las melenas y ponchos de la «nueva canción chilena» merecen un tratamiento especial —habitualmente se las documentaliza, para así entenderlas en su «justo contexto»—. El compromiso con una vida justa debe ser «explicado», pero no la complicidad y la banalidad. La derecha sin más la condena, y los políticos «progres» —cuando no la experimenta como placer vergonzante— se arrepienten de ella (pues ayudó a caldear los ánimos, y ya se sabe lo que vino después).
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Siempre existe la posibilidad de no aceptar las disculpas, el problema es que desde adentro de la pantalla nadie escucha.

La construcción de las condiciones para volver a pensar la acción de una cultura juvenil podría comenzar, paradójicamente, por recordar desde este otro lado (por aquellos otros). Pero también por asumir finalmente una «metafísica de la juventud». Tal como lo soñó Benjamin: la juventud sería un estado en sí, no un mero tránsito entre la cándida niñez y la complaciente adultez.

Nada hay de paradójico en plantear que necesitamos el pasado para mantener nuestra juventud. Nada raro que hoy lo habitual en Chile sea el llegar a adulto a corta edad.
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* Pablo Aravena Núñez (Valparaíso, 1977). Licenciado en Historia y Magíster en Filosofía con Mención en Pensamiento Contemporáneo por la Universidad de Valparaíso. Diplomado en enseñanza de las Ciencias Sociales por FLACSO-Argentina. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Chile como Becario de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, CONICYT 2010-1014. Actualmente trabaja en su tesis doctoral sobre el problema de la conciencia histórica en el pensamiento político de Simón Bolívar. Profesor Adjunto (vía concurso público) del Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaíso. Docente del Programa de Educación Continua para el Magisterio (PEC) de la Universidad de Chile. Se ha dedicado a la investigación y docencia en las áreas de Teoría Historiográfica e Historia Oral. En el año 2008 obtuvo la beca de creación literaria del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Es autor de los libros: Memorialismo, Historiografía y Política. El Consumo del Pasado en una Época sin Historia (Escaparate, 2009) y Los recursos del Relato. Conversaciones sobre Filosofía de la Historia y Teoría Historiográfica (Universidad de Chile. Facultad de Artes, 2011). Director de la Colección Pensamiento Historicista de Perseo Ediciones.

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