EL ARTE FRENTE A LA CATÁSTROFE
Por Abraham Nahón*
EL ARTE EN LA INSURRECCIÓN POPULAR EN OAXACA, MÉXICO
La participación de artistas e intelectuales en los movimientos sociales es un importante síntoma de la vitalidad ciudadana, la conciencia política, la libertad de expresión y del ejercicio real de la democracia en nuestras sociedades. La crítica intelectual al poder es indispensable para fortalecer nuestra incipiente democracia, pero también es necesaria la participación de propuestas artísticas colectivas que confronten los autoritarismos e injusticias sociales desde lenguajes estéticos diversos, vigorizando la esencia del arte: cuestionar, impactar, transformar, provocar. Lo acontecido en Oaxaca en 2006–2007 es un ejemplo vivo de estos escenarios.
La insurrección popular de 2006–2007 paralizó a Oaxaca. Esta entidad del sureste mexicano, publicitada más como «reserva espiritual de México» que por su riqueza natural o su composición pluricultural, hizo emerger durante el conflicto sus contradicciones sociales y sus entrañas laceradas por los gobiernos despóticos que la han saqueado durante largo tiempo. El movimiento social floreció rápidamente en una tierra fértil de lenguas y culturas, pero también abonada por movimientos indígenas y comunitarios de resistencia social, que han mostrado particulares formas de organización ante un régimen tiránico que resguarda encarnizadamente las rancias estructuras de poder, y cuya moneda de curso común es la impunidad.
La admirable ciudad colonial de Oaxaca situada al sur de México, considerada Patrimonio Histórico de la Humanidad, fue el escenario principal donde se concentraron las innumerables batallas de una sociedad civil que decidió confrontar los excesos del poder gubernamental mediante la organización social, los plantones, las marchas multitudinarias, la toma de medios de comunicación y erigiendo barricadas que cancelaron durante varios meses el libre tránsito por la ciudad. La indolencia y autoritarismo ejercidos por el gobierno, impidieron instaurar una negociación política constructiva, para terminar imponiendo medidas violentas de presión social: infundios mediáticos, violencia policiaca, intimidación a los activistas sociales, infiltración de grupos porriles como provocadores para inculpar a los manifestantes, disparos de armas de fuego contra ciudadanos a través de grupos paramilitares, destrucción de equipos de radiodifusión, violación a los derechos humanos, secuestro, tortura, crímenes.
Abandonada a su suerte, Oaxaca naufragó nuevamente ante el menosprecio de la clase política central. Haciéndose visible no sólo el aislamiento en el que vive condenada esta entidad sino la inoperancia y el fracaso del abultado andamiaje político–partidista para generar esta fantasmagoría que llaman democracia, que representa un dispendio económico grotesco para el país y para la entidad, pero que no soluciona los problemas reales de una ciudadanía que acrecienta su desconfianza en las instituciones, ante la flagrante corrupción y el desvío de recursos.
LA CREATIVIDAD ANÓNIMA DESBORDADA
Es evidente que la clase política ignora, o pretende ocultar, que la realidad y los movimientos sociales transitan en su propio tiempo, y van gestando los elementos para que todo suceda «de repente», una y otra vez, alentados por una histórica y subterránea contra corriente. Pero la realidad no acepta sobornos. La indignación de la gente ante un sistema político ignominioso está latente, como un constante latido, como una insubordinación que sólo espera el momento adecuado para hacer emerger su fuerza y su desbordada creatividad.
Así fue lo acontecido durante 2006–2007 en Oaxaca, cuando diversos actores sociales y artistas anónimos tomaron por asalto las calles y las plazas de la ciudad, confrontándose a un poder criminal y negligente. Este torrente creativo no fue azaroso, sino producto de un largo trabajo cultural de gran parte de la sociedad civil y de diversos artistas que han generado en Oaxaca un ambiente y una efervescencia creativa que se ha intensificado desde hace aproximadamente quince años, propiciando la creación y el funcionamiento de asociaciones civiles, centros culturales, talleres (gráficos, fotográficos, literarios, de difusión de publicaciones e ideas), así como el surgimiento de manifestaciones artísticas periféricas expresadas a través de fanzines, carteles, revistas culturales, grafitis y esténciles que han enriquecido el trabajo artístico y la cultura visual de una sociedad reconocida a nivel nacional por su tradición pictórica e iconográfica.
La participación de los artistas se dio en diversos niveles bajo heterogéneas perspectivas, destacándose la creación de grupos de jóvenes que, desde el inicio del conflicto, fueron transformando los muros de la ciudad a través de grafitis y esténciles. Colectivos de artistas anónimos (Arte Jaguar, ASARO, Zape, Zaachila, Stencil Zone, Revólver, Lapiztola, entre otros) transfiguraron las paredes de la ciudad en lienzos del imaginario social, generando un lenguaje artístico singular, entrecruzando el humor, la ironía, la creatividad, la denuncia social, y revelando signos de una iconografía combativa popular que transformó la visión artística en la ciudad de Oaxaca, confinada hasta hace unos años al espacio asignado por las galerías privadas.
A través de su lenguaje de denuncia social, mediante la lúcida y caudalosa expresión de los artistas clandestinos, el centro histórico finalmente fue arrebatado a los pequeños grupos que controlan el arte en Oaxaca por algunos jóvenes que hasta ese momento estaban invisibilizados, pero que a raíz del conflicto, se convirtieron en ocupas de las fachadas de la ciudad.
En México han existido casos ejemplares de arte político con fines de difusión masiva, como el afamado Taller de Gráfica Popular (TGP) surgido en 1937, cuyos talentosos miembros habían participado en la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) que le antecedió en la formación de arte con carácter popular y político. Finalmente el TGP sería un semillero de artistas (Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins, Luis Arenal, Raúl Anguiano, Ignacio Aguirre, Francisco Dosamantes, Raúl Gamboa, Antonio Pujol, José Chávez Morado, Gonzalo de la Paz, Alfredo Zalce, entre otros) que más adelante se reconocerían por su obra realizada de manera colectiva, pero también por su proceso creativo individual.
En Oaxaca, desde hace algunas décadas han existido manifestaciones de arte urbano, pero es el conflicto social de 2006–2007 el detonante de toda esta vitalidad creativa revalorada por algunos centros culturales de la ciudad de México y de otras ciudades del país, las cuales reconocieron la calidad artística de estas expresiones, alentando a la vez un proceso de individualidad que hizo perder la fuerza y el sentido político que tenían algunas expresiones artísticas nacidas en la lucha colectiva social. Desde luego, todavía quedan propuestas políticas y estéticas que se niegan a ser mediatizadas o edulcoradas por las galerías e instituciones del arte.
LA FOTOGRAFÍA REARMÓ NUESTRA MEMORIA
La calle misma se volvió un escenario de diversas manifestaciones artísticas, registrado por periodistas, fotógrafos y ciudadanos dispuestos a hacer memorable esta lucha social contra un poder que se pensaba omnipotente. Habría que recordar lo que el fotógrafo de guerra Robert Cappa sentenciaba: «Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, no estás lo suficientemente cerca». Lo que nos lleva a deducir, después de ver las miles de imágenes artísticas generadas durante el conflicto, que los fotógrafos sacrificaron su tranquilidad, atravesando en repetidas ocasiones las fronteras del peligro, con tal de registrar los hechos de cerca y lograr imágenes potentes que narraran lo inenarrable en Oaxaca.
Algunas imágenes fueron difundidas por publicaciones y sitios de Internet, siendo una de las primeras en publicarlas de manera impresa la revista Luna Zeta, que en el mismo año del estallido social, en el 2006, presentó un número íntegro dedicado al conflicto, con un dossier de imágenes de la revuelta social. Más tarde, en un ejercicio de compilación y selección mucho más amplio y minucioso, se elaboró el libro que integra ensayos y fotografías denominado Memorial de Agravios, Oaxaca, México 2006 (editado por el pintor Rubén Leyva), que pretende motivar una reflexión crítica sobre la violencia, restituyéndole al arte la función vital y sensible que ha tenido al plasmar, a lo largo de la historia de la humanidad, algunas de las tragedias más conmovedoras, expresando el desasosiego que se vive en tiempos de convulsión social. Consolidándose, a mi parecer, como un libro que registra el pasado como cimiento del futuro. Ya que esta prolongada y organizada revuelta popular, sitúa a Oaxaca, en un semillero creativo de cambio social en México, adelantándose a los grandes movimientos sociales que se aproximan y que transformarán el rostro y el alma de un país tan desgastado por una política cupular de derecha, por estados empoderados con gobiernos autoritarios, y por un clima de violencia alarmante, donde los secuestros, el narcotráfico y la corrupción flagelan la incipiente democracia y la convivencia comunitaria.
Las posibilidades de la fotografía digital nos dan cuenta de un ejército de ciudadanos con posibilidades de evidenciar los sucesos violentos que acontecen en su ciudad, de registrar las vejaciones, las violaciones a los derechos humanos de que son objeto por parte de un poder agresivo y demencial. En dicho libro, los artistas plasman una escritura de luz de la esperanza, de la búsqueda de justicia plasmada en imágenes tomadas en circunstancias inverosímiles, registrando las paradojas del horror, atestiguando la experiencia de desobediencia civil que ha dejado una impronta modificadora de la historia colectiva y personal de sus habitantes.
Asimismo, es central analizar el compromiso político asumido por los participantes del libro Memorial de Agravios (artistas, fotógrafos, ciudadanos) al reafirmar su posición ante un clima violento, ya que algunos otros artistas, aún en la actualidad, a pesar de las catástrofes que fustigan a nuestro país, eligen la cómoda indefinición. Las imágenes logradas también se deben a la valentía y al compromiso de diversos periodistas y artistas de la lente, que siguieron muy de cerca tan trepidante historia recibiendo agresiones, gases lacrimógenos o incluso exponiendo su vida, al atestiguar los sucesos de esta revuelta popular que cobró la vida de veintitrés ciudadanos.
Por ello la importancia de esta vertiente artística generada a partir de la revuelta popular, como es el caso de este «álbum de familia», o de esta memoria colectiva impresa lograda en el Memorial de Agravios, la cual ha recorrido algunas ciudades del mundo como Madrid, París, Marsella, La Habana, Tijuana, DF, Puebla, Cuernavaca, etc., encontrando una amplia resonancia y fraternidad en organizaciones, grupos sociales o artistas acorazados en sus propias batallas pero conscientes de que las luchas hoy en día son universales, sin pasaportes ni territorialidades delimitadas.
Y de nosotros depende que estas historias singulares adquieran su universalidad, integrándolas a la memoria colectiva para que no se diluyan entre los turbios discursos del poder o acosadas por la intemperie, a merced del tiempo, pero no de nuestro olvido.
Imágenes de las protestas en Oaxaca, México (2006). Cortesía de la Jornada T.V. Clic para ver el vídeo
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=BhmDLyFEk0c&feature=related[/youtube]
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* Abraham Nahón. Originario de Oaxaca, México. Poeta e investigador social. Labora en proyectos de antropología en el CIESAS Pacífico Sur, enfocándose en temas relacionados a los pueblos indígenas de México. Director editorial de la revista cultural Luna Zeta, editada en Oaxaca desde hace 12 años. Incluido en diversas antologías, como son: Anuario de Poesía Mexicana 2004 y 2005 (Fondo de Cultura Económica 2005 y 2006, respectivamente); Oaxaca, Siete poetas (Almadía, 2006); y El vértigo de los aires, poesía latinoamericana 1974 – 1985 (CONACULTA, 2007). Coautor del libro de ensayos y fotografía Memorial de Agravios. Oaxaca, México, 2006 (Marabú Ediciones, 2008). Correo-e: abrahamort@yahoo.com