Sociedad Cronopio

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Una cultura de paz el verdadero problema del postconflicto en Colombia

UNA CULTURA DE PAZ: EL VERDADERO PROBLEMA DEL POSTCONFLICTO EN COLOMBIA

Por Juan David Cárdenas Ruiz*

Antonio tiene 60 años y hasta donde su memoria le permite recordar siempre ha vivido en medio de la violencia. Sus papás tuvieron que huir del pueblo cuando él era un niño y a su tía Carmen la asesinaron unos hombres armados. Hoy Antonio tiene dos hijos, uno de ellos tuvo que alistarse en el ejército debiendo combatir grupos armados al margen de la ley, y el otro se dedica al rebusque pues nunca pudo estudiar.

Andrea tiene 17 años, y sin saber muy bien por qué, porta el uniforme de un grupo guerrillero hace más de 3 años. Su vida está marcada por el permanente riesgo y la imposibilidad de disfrutar de muchas cosas que otras personas pueden hacer. Sus comandantes no le reconocen sus derechos y debe asumir roles, contra su voluntad, que violentan su dignidad.

Pedro tiene 40 años y ha pasado los últimos cinco en la cárcel Modelo de Bogotá. Un día, con unos tragos encima decidió que la mejor manera de solucionar un problema con un vecino era sacar un cuchillo de su casa y ajusticiarlo por mano propia. Sus hijos difícilmente pueden verlo y su esposa se resignó a visitarlo de vez en cuando en la cárcel.

Gloria tiene 50 años y ha visto cómo la violencia le ha arrebatado tres hijos. Alberto, el menor, un día iba para el colegio y por robarle el celular lo apuñalaron y murió desangrado. María, la del medio, mientras hacia su trabajo rural como futura medica fue víctima de una masacre paramilitar. Juan José, el mayor tuvo que exiliarse después de que un grupo criminal lo amenazo por no ceder a sus extorsiones.

Se podría seguir escarbando en todos los rincones de nuestro país y seguramente vamos a encontrar una historia similar a medida que nos adentremos en las entrañas de cada una de las regiones nacionales.

Colombia ha vivido durante todos los años de su existencia en medio de la violencia. Nuestra independencia fue fruto de una guerra. Las luchas por la supremacía política entre liberales y conservadores se dieron por mucho tiempo a través de las armas y no de la palabra. Quienes no creían en la institucionalidad también se alzaron en armas y combatieron violentamente al Estado.

Paralelamente, fenómenos como el machismo, la discriminación y la segregación social han sido gestos violentos de la sociedad misma. Los conflictos sociales siempre encontraron en la violencia su manera más rápida y simple de resolución.

Igualmente la violencia, para muchos, ha sido la fuente más rápida y rentable de adquirir riqueza y estatus social. El narcotráfico y la cultura de la informalidad generaron la legitimación de la violencia como el camino hacia el éxito arrasando con varias generaciones de colombianos.
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Sabine Kurtenbach, investigadora alemana especializada en el conflicto armado colombiano, afirma que una de las causas de la conflictividad social, no solo del conflicto político, es la existencia de una cultura de la violencia que legitima y normaliza el uso de esta como un elemento cotidiano de las relaciones sociales en nuestro país.

De cara al escenario que estamos viviendo, el proceso de paz, y que ojalá empecemos a experimentar próximamente, el postconflicto, la atención de todos los colombianos y los esfuerzos de todas las instituciones políticas, no políticas, sociales, no gubernamentales, en general toda la sociedad, debe ser la de trabajar en pro de dar una transición de una cultura de guerra/violencia a una cultura de paz.

Wilhem Kempf afirma que «la cultura de paz no es un estado de armonía eterna, sino más bien una clase de contrato social que permite a los miembros de la sociedad manejar los conflictos dentro de un ambiente de cooperación».

La paz en Colombia pasa por redefinir ese contrato social, por tolerar nuestras diferencias y por ser capaces de pasar del uso de la violencia a uso de la palabra y la concertación.

Antonio, Andrea, Pedro, Gloria, Alberto, Maria y Juan José, y nadie en Colombia debería padecer los efectos de la cultura de la guerra.

Los colombianos debemos empezar a pensar en una sociedad distinta en donde el paradigma de las relaciones sociales no sea el de la competencia y la confrontación. La vida cotidiana es una lucha clara por la supervivencia y el lograr una adecuada calidad de vida. ¿No será esto posible, e incluso más viable, a través de la concertación y la cooperación?

Obviamente, los seres humanos somos víctimas en el entorno en que nos desarrollamos. La cultura de la violencia debe analizarse de la mano de la existencia de condiciones materiales que permiten su aparición y crecimiento. No se trata acá de creer que tenemos el mal impregnado en nuestro ADN.

La transición de la cultura de la violencia hacia una cultura de paz tiene que darse en medio de transformaciones estructurales que ataquen las causas objetivas del conflicto en Colombia. Realidades como la desigualdad, la inequidad, el machismo, la segregación, la ausencia de servicios públicos básicos, ponen a muchos colombianos en un estado de naturaleza donde la violencia encuentra un terreno fértil para capitalizar a las personas.
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La pregunta de fondo es ¿Hasta qué punto los acuerdos de La Habana serán la solución al problema endémico de la violencia en Colombia? Los ciudadanos no podemos dar por sentado esto, ni mucho menos descargar en las instituciones la responsabilidad completa en dar esa transición de la cultura de la violencia a la cultura de la guerra.

Las distintas expresiones, que desde la sociedad civil, pueden ayudar a ambientar y consolidar dicha tradición residen, no solo en cambios comportamentales, sino en el uso de distintos recursos y saberes para rescatar la memoria del conflicto como antídoto contra su repetición, pero a la vez como receta para un nuevo tipo de sociedad.

El arte, la cultura, la música, el deporte, la educación, entre otros, son herramientas de construcción de dicha cultura de paz. Es menester abrir espacios para que quienes han sido sistemáticamente victimizados y quienes han sido los victimarios (que vuelven a la sociedad), puedan convivir pacíficamente en un entorno marcado por la reconciliación nacional.

Los acuerdos son simplemente papeles que se firman. El verdadero reto de la sociedad colombiana es institucionalizarlos, pero sobre todo construir una cultura de paz que a través de la cooperación social nos permita llegar a la paz. Este es el escenario ideal, quizás utópico, en donde los colombianos del futuro puedan vivir en un país distinto.

Recordemos, y dejemos de ser egoístas, que estamos construyendo el país para nuestros hijos, nietos y futuras generaciones. Tratemos de estar a la altura de esa responsabilidad.
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*Juan David Cárdenas Ruiz. Nacido en Bogotá, Colombia el 13 de marzo de 1983. Magister en estudios políticos de la Universidad Nacional de Colombia. Especialista en marketing político y opinión pública de la Universidad Javeriana. Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Autor de varios artículos sobre el rol de los medios de comunicación sobre la construcción de la opinión pública de distintos procesos políticos como el proceso de paz en Colombia y el paro nacional agrario de 2012. Investigador del Observatorio de Medios de la Universidad de la Sabana y docente de la Facultad de Comunicación de la misma universidad. Sus últimas publicaciones son: Los medios de comunicación como (des)legitimadores: Algunas reflexiones acerca del rol de los medios de comunicación sobre la construcción de la opinión pública en torno al proceso de paz de la Habana (Revista Análisis Político, Diciembre 2015) y ¿El tal paro agrario nacional no existe? Análisis del cubrimiento mediático y las rutinas de comunicación política en las movilizaciones campesinas en Colombia (Revista Temas de Comunicación, Octubre 2014). Ha participado como ponente en varios congresos internacionales de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política ALACIP y las Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación ALAIC.

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