POLÍTICAS PÚBLICAS, JUGANDO EN SERIO
Por Adolfo Eslava Gomez*
Las políticas públicas son un juego, uno serio en el que todos participamos, tanto desde la pasividad como desde la actividad. La pasividad se manifiesta en el silencio, la apatía, la indiferencia. En unos casos, los más frecuentes, debido a las presiones propias de la supervivencia que convierte a la población vulnerable en fichas al margen del juego; pero en otros casos, no pocos, debido al cinismo ciudadano de vivir la vida sin espabilar ante la exclusión de jugadores. La actividad por su parte, aparece relegada a momentos de mero trámite del juego; parece cargar con la responsabilidad de protagonizar jugadas aisladas que no terminan influyendo en el desenlace del mismo.
La metáfora del fútbol nos sirve para ilustrar el juego de las políticas públicas como un campeonato en el que participan unos equipos —algunos en mejores condiciones que otros—, existen reglas, árbitros y por supuesto, espectadores. Los equipos representan intereses organizados, las reglas son el marco institucional, los árbitros son los organismos encargados de impartir justicia y los espectadores representan la ciudadanía sin organización alguna. Los equipos que ocupan los primeros puestos del campeonato reciben como premio unas políticas públicas favorables a sus intereses.
El reto consiste en conformar un equipo que, para el ejemplo, podemos denominar Comunidad Fútbol Club —CFC—. Este equipo chico ha de enfrentarse contra los tradicionales conjuntos del campeonato tales como Atlético Gremio, Real Burocracia, Mafia Independiente, Deportivo Mediático, Politicians United, Expertos Juniors, Oportunistas Olímpicos. A diferencia de los encopetados rivales, CFC no cuenta con los recursos que le permitan contratar a los jugadores más valiosos de la liga y así disputar los sitiales de honor; sin embargo, la buena noticia es que puede hacer uso de la cantera, esto es, echar mano de otros recursos menos valorados pero aún más valiosos y son precisamente los atributos de comunidad: confianza, cooperación, reciprocidad, solidaridad. De la mano de estos atributos, de su descubrimiento, valoración y puesta al servicio del equipo, es posible pensar en una acción colectiva que permita obtener la estrella para acceder a las políticas públicas favorables a la comunidad.
Por otra parte, pero siguiendo el símil del fútbol, el análisis de las políticas públicas comprende la labor del cuerpo técnico de los equipos así como de los comentaristas deportivos. Ambos actores observan el desarrollo del juego, ponderan el desempeño de los jugadores, descifran y sugieren estrategias. Los primeros buscan que su equipo alcance el objetivo de conquistar el premio de las políticas favorables a su organización, los segundos —asumiendo imparcialidad— ofrecen criterios e información para que los espectadores cuenten con una aproximación a la realidad del juego.
La profesionalización del análisis de políticas públicas otorga un carácter selectivo a las personas que ocupan posiciones de técnicos o comentaristas. En Colombia, similar a lo que ocurre en el fútbol, la condición de analista viene dada por la experiencia ya sea de jugar para alguno de los equipos o bien de hacerle constante seguimiento al juego. Esto es, el analista de políticas públicas construye su prestigio sobre la experiencia de aciertos y errores al servicio de alguno de los equipos en contienda. De igual forma, el estudio serio de temáticas en juego permite acceder al rótulo de experto; esto es, la etiqueta de jugador o experto lo habilita para convertirse en analista respetado.
Por fortuna, el país ha comenzado a caminar por la ruta que combina experiencia en el terreno con conocimiento —tan riguroso como cercano a realidades comunitarias—. Por supuesto, el análisis de un campeonato desigual como el nuestro, necesita tener en cuenta los vericuetos que explican algunas dinámicas del juego —aspectos que se determinan por fuera del campo de juego, esto es, en la informalidad o en la ilegalidad de las estrategias de los jugadores—; pero también, es indispensable conocer las técnicas de otros campeonatos, tanto de las grandes ligas como de las menores, con el fin de enriquecer la calidad del espectáculo, pero sobre todo, para garantizar políticas públicas justas y socialmente deseables.
Mientras el analista-técnico cumple con un propósito organizacional, el analista-comentarista tiene la función social de mantener informado al espectador. Uno y otro están obligados a contribuir a la tarea de brindar una base de información amplia, pertinente y relevante, de tal manera que el espectador tenga una auténtica aproximación al desenlace del juego. Esta tarea comprende la producción, transformación, síntesis y comunicación de reglas, intereses, estrategias e ideas en juego.
Vale la pena insistir en la necesidad de apostar por un equipo propio, un CFC con su respectivo director técnico, que permita transformar la condición de espectador en jugador activo. Solo un esfuerzo propio permite pasar de ver hacer los goles a ser goleador.
Ahora, pasando de la digresión futbolera a la reflexión política y académica, es claro que las nuevas realidades exigen nuevas políticas públicas. El discurso participativo ha logrado traducirse en acciones concretas, los movimientos ciudadanos logran cautivar miles de personas en corto tiempo y sus manifestaciones están cambiando piedras y agresiones por palabras y propuestas; las comunidades, de la mano de Elinor Ostrom, están recibiendo la atención que merecen y ahora «descubrimos» que se las han arreglado bien a pesar de decisiones externas e invasivas. El viejo dilema Estado–mercado y su parálisis hereditaria se viene desplazando hacia las nuevas variantes que reconocen un tercer eslabón menos impersonal, más próximo. El lenguaje de crisis ha hecho despertar nuevas voces que no se contentan con el diagnóstico y ahora la argumentación económica es insuficiente. Hay razones para pensar —con optimismo— que el poderío torpe que nos condujo por medio de artilugios financieros hacia consecuencias funestas en política social, tiene ahora límites de carne hueso representados en los miles de personas que deciden sumarse a una marcha local o que escriben una entrada en su blog o protestan desde su Facebook y su Twitter, conectando su idea personal con las ideas globales de inconformidad.
En medio de ese ambiente de nuevas manifestaciones ciudadanas se puede edificar la asimismo nueva comprensión de las políticas públicas. Lejos de ataduras como el ciclo de las políticas o la dependencia exclusiva del saber técnico o el poder político, cobra importancia la vivencia ciudadana con todas sus cualidades: el saber acumulado, el pragmatismo efectivo, la solidaridad espontánea, la expresión auténtica.
Es hora de superar el uso y abuso de la política pública. Resulta preciso erradicar esa práctica de llamar política pública a cualquier cosa, error en el que incurrimos académicos, políticos, funcionarios y periodistas por igual. Esa ligereza en el uso del término nos ha llevado a la abundancia de titulares de prensa, anuncios retóricos de gobernantes y declaraciones grandilocuentes de intelectuales que pretenden engañar a sus audiencias mediante el reduccionismo de asociar la política pública a su inscripción formal en algún papel con membrete.
Ahora bien, teniendo como punto de partida la riqueza que la dinámica comunitaria le puede aportar a una nueva comprensión de las políticas públicas, el paso inmediato recae en los hombros de la academia: en la investigación que permita acceder al conocimiento de regularidades empíricas susceptibles de réplica así como en la formación que permita la transmisión de saberes pero también la construcción de habilidades para manejar los asuntos específicos de cada contexto. Se requiere por tanto de una academia comprometida con la innovación conceptual y práctica que permita superar el letargo al que se ha sometido buena parte de la teoría y el análisis de políticas públicas.
En esa dirección, se hace indispensable un programa de investigación ambicioso que dé buena cuenta de las nuevas realidades que caracterizan el accionar colectivo, sus formas de organización y sus impactos en términos de decisiones sociales; se trata de emprender una investigación con mayor énfasis en la construcción de escenarios de convergencia entre elucubraciones ingeniosas y los hechos puros y duros de la vida cotidiana. Asimismo, la oferta formativa requiere una revisión profunda que le haga frente a las tendencias, odiosas pero comunes, de repetir contenidos periodo tras periodo exagerando en visiones clásicas sin dar espacio a la creación y sobre todo al diálogo con la desafiante realidad que todo ciudadano enfrenta en su diario quehacer. En este sentido, es necesario promover apuestas curriculares que anticipen trayectorias del desarrollo disciplinar en lugar de seguir caminando exclusivamente senderos ya conocidos; en breve, el reto consiste en ofrecer una apuesta formativa que permita construir el análisis contemporáneo de las nuevas políticas públicas.
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* Adolfo Eslava Gómez es Doctor en Estudios Políticos de la Universidad Externado de Colombia, Magíster en Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, Especialista en Evaluación Social de Proyectos de la Universidad de los Andes y Economista de la Universidad de Antioquia. Es autor del libro «El juego de las políticas públicas» (EAFIT, 2011), coautor de «Valores, representaciones y capital social en Antioquia» (EAFIT – SURA – Gobernación de Antioquia, 2013), editor de «Oro como fortuna» (EAFIT – Colciencias, 2014) y coeditor de «Territorio, crimen, comunidad» (EAFIT – Open Society Foundations, 2015). Ha publicado también varios artículos y capítulos de libro sobre asuntos relacionados con análisis institucionalista, economía experimental y políticas públicas. Es Investigador del Centro de Análisis Político de la Universidad EAFIT y Profesor Asociado del Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas de la misma universidad.