HUGO CHÁVEZ Y EL CULTO A BOLÍVAR
A veces, las palabras se retuercen hasta perder todo atisbo de significado. Lo demostró Hugo Chávez al hacer bandera de una supuesta «revolución boliviariana», como si la pertinencia del adjetivo se impusiera por su misma evidencia. Según el artículo primero de la Constitución de 1999, la República fundamentaba «su patrimonio moral y sus valores de libertad, justicia y paz internacional en la doctrina de Simón Bolívar, el Libertador».
Ese libertador, modelo indiscutido del régimen, constituía un icono omnipresente. En las calles de Caracas se contemplaban murales con su retrato, el de Francisco de Miranda, otro prócer de la independencia, y el Che Guevara. En un más difícil retrato todavía, su imagen se salió del marco de los lienzos y se transformó en una reconstrucción facial en 3D, seguramente bastante fiel a su rostro enjuto y nervioso, a juzgar por las pinturas conservadas.
Al presentar la «fotografía» del Libertador, Chávez ejercía de sumo pontífice de un culto en el que Bolívar, el padre de la patria, viene a tomar el lugar de Dios, ofreciendo no sólo un relato consolador del pasado, también una promesa de futuro, con la qué espolear a los ciudadanos–creyentes. A los que se propone como fuente de inspiración a un guía infalible, del que sacar fuerza y esperanza. Así, los subordinados de Chávez, en los ejercicios militares, empezaban el día con una reflexión extraída de un libro de citas de Bolívar.
Por eso mismo, porque se habla de religión, la jugada es redonda si el gran hombre es mártir además de santo laico. Para verificar la hipótesis de un posible asesinato de Bolívar, Chávez patrocinó en 2010 a un equipo de cincuenta científicos para que exhumara los restos del gran hombre y aclarara si, como se había dicho hasta entonces, había muerto por tuberculosis o, por el contrario, víctima de un envenenamiento por arsénico. El mandatario venezolano expresó su reacción de una manera fuertemente emocional, cercana al misticismo del que se halla en presencia de lo inefable: «¡Qué momentos tan impresionantes hemos vivido esta noche! Hemos visto los restos del gran Bolívar. Confieso que hemos llorado, hemos jurado. Les digo: tiene que ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada». Dicho en otros términos: no importan las pruebas científicas sino el sentimiento personal, emanado de una convicción interior por la que el individuo reconoce la realidad de una presencia trascendente.
Si algo caracteriza en Venezuela a la figura del padre de la patria, sin duda es su ubicuidad. Se le puede encontrar en calles y plazas, aunque, en realidad, eso no es una novedad introducida por el chavismo. Como notó, con sorpresa, el periodista argentino Andrés Oppenheimer, el régimen no cambió el nombre de ninguna vía pública. Tampoco lo necesitaba, puesto que el proceso de construcción nacional venezolana ha ido acompañado del culto al Libertador. El chavismo sería, en este, sentido, una vuelta de tuerca más a una omnipresente mitologización que viene de antiguo. Porque la República, tras la independencia de España, no podía buscar sus referentes en un pasado, el colonial, del que se abominaba. Necesitaba hallarlos en un periodo glorioso, el de la emancipación, del qué obtener las bases ideológicas que ayudaran a sortear los escollos de un presente difícil.
Puesto que Bolívar se ha convertido en el centro de una «religión republicana», por utilizar la expresión de Elías Pino; en el «semidiós de Sudamérica, según el presidente Antonio Guzmán Blanco, resulta inevitable la aparición de inquisidores, los responsables de velar por la imagen del gran héroe. Y, por tanto, de lanzar sus anatemas contra el que se atreva a lanzar la menor sombra que cuestione su memoria. La Academia Nacional de la Historia se atribuyó un papel protagonista como guardiana del fuego sagrado, tal como señaló en 1939, con motivo de su cincuenta aniversario, uno de sus miembros: «Libertador: (…) nuestra Institución quedaba consagrada al culto de tu grandeza, al amor de tu gloria». Esta función será compartida con la Sociedad Bolivariana de Venezuela, más parecida a una Iglesia, por la idolatría que presta a su santo patrón, que a un organismo consagrado a los estudios históricos. Ahí está, como muestra, su llamamiento a que todos los escritores del país observaran «una pauta de reverencia» en sus escritos sobre el gran artífice de la libertad nacional.
Es en este ambiente de pleitesía al padre de la patria que se educa Hugo Chávez. En 1982, con otros compañeros del ejército, constituye un organismo denominado, significativamente, Movimiento Bolivariano Revolucionario. Sus miembros, en el momento solemne de expresar su compromiso, repiten el celebérrimo juramento del Libertador en el Monte Sacro. Ellos también están dispuestos a darlo todo por su país.
Una vez alcanzado el poder, con gran inteligencia, Chávez supo apropiarse de una leyenda con frecuencia conservadora, en la que Bolívar aparecía como garante del orden establecido, para adaptarla a los fines de su proyecto izquierdista. Así, al utilizar la etiqueta bolivariana para publicitar toda clase de proyectos, consiguió conectar con el sentir de un pueblo acostumbrado a idolatrar a su padre fundador. Bolívar, con la ubicuidad que distingue a los dioses, aparece en todas partes. Su nombre se halla lo mismo en teléfonos móviles y ordenadores que en la Orquesta Sinfónica dirigida por Gustavo Dudamel. Sirve también para bautizar un satélite de comunicaciones, el VENESAT-1 Simón Bolívar. Además, como regalo protocolario, el gobierno acostumbraba a entregar la réplica de una espada del Libertador.
Sin embargo, más allá de los exaltados ditirambos del discurso oficial, ¿hay un conocimiento real por parte del chavismo de la vida de su héroe?
Que su retrato aparezca junto a la de Miranda resulta, de por sí, bastante chocante. Sobre todo si tenemos en cuenta que en 1812 el Libertador no dudó en traicionar al Precursor, entregándolo a los españoles. Obviamente, tratándose de personajes de tal magnitud, semejante episodio, vergonzoso y traumático, ha de resultar incómodo por fuerza. Por eso, el discurso oficial pretende eliminar de la memoria histórica esa mancha en el currículum del constructor de la nación. Así, en la película Miranda regresa (2007) de Luis Alberto Lamata, patrocinada desde las instancias del poder, Bolívar… ¡Incluso intercede para evitar el fusilamiento de su antiguo jefe! En realidad, cuando se dirigía a prenderlo, no deseaba otra cosa que colocarlo ante un paredón.
Igualmente asombroso el paralelismo entre el Libertador y el Che Guevara. Como si hubiera alguna similitud entre un liberal cada vez más conservador, cuya idea de presidencia vitalicia no se diferencia mucho de una monarquía, y un revolucionario social. La mezcla de ambos refleja la poca seriedad ideológica del chavismo, basado en un collage de elementos dispares sin que preocupe la coherencia del conjunto. Se intenta armonizar a Bolívar con Marx, sin tener en cuenta que éste último fue el crítico más feroz del sudamericano. Es muy conocido el artículo biográfico que escribió para The New American Cyclopaedia, una diatriba que contrasta con el tono neutral exigido a una enciclopedia. El profeta del «socialismo científico» reconoció, en carta a Engels, que se le había ido la mano, pero puntualizó, como si intentara, pese a todo, defenderse, que «hubiera sido pasarse de la raya querer presentar como Napoleón I al canalla más cobarde, brutal y miserable».
La izquierda sudamericana quedó así en una situación apurada. ¿Cómo explicar que Marx, el profeta infalible, vomitara tal cantidad de dicterios contra el libertador del continente? El camino elegido fue el de reivindicar que Bolivar no constituía un patrimonio de la derecha, por lo que se fabricó la imagen de un héroe antiimperialista, un referente para el socialismo del siglo XXI. Se olvidaba convenientemente que toda su vida fue un hombre aristocrático, al que las masas populares inspiraban profundo horror.
El pasado se convierte en una herramienta de la que se puede usar a discreción, en función de las necesidades del presente, sin que importe el alcance de la tergiversación. A Chávez, la exactitud histórica debía importarle poco porque no poseía el ansia de conocimiento de un erudito, sino el pragmatismo de un político que busca una herramienta movilizadora. Si la leyenda del padre de la patria facilitaba que sus compatriotas aceptaran su liderazgo, el objetivo se veía cumplido. Lo confesó con sinceridad, al admitir que «si el mito de Bolívar sirve para motorizar ideas y pueblos, está bien». No se trata, pues, de que una idea se corresponda con la realidad, sino de su funcionalidad al servicio de un designio determinado: El de finiquitar la democracia liberal, despreciada por burguesa.
Chávez se movía dentro de una tradición política autoritaria. En El poder y el delirio, Enrique Krauze hizo notar que apenas utilizaba la palabra libertad. Todo lo contrario que Bolívar, su supuesto modelo y padre simbólico. Y es que el Libertador, pese a sus debilidades y tentaciones más o menos dictatoriales, no dejaba de ser un hijo de la Ilustración. Alguien que, por eso mismo, renunció a coronarse rey y ejercer el poder absoluto.
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* Francisco Martínez Hoyos es Doctor en Historia por la Universidad de Barcelona, Redactor y documentalista en la revista Historia y Vida, Colaborador en la revista El Ciervo, editor de la sección «Temas Clave» en la revista Historia y Vida (2002-2003), colaborador de la Gran Enciclopedia de España, miembro del Consejo de Redacción de la revista Historia, Antropología y Fuentes Orales (publicación semestral de carácter académico editada por la Universidad de Barcelona)., asesor histórico del documental L’Església rebel (La Iglesia rebelde), dirigido por Oriol Porta, 2012, director de Historia, Antropología y Fuentes Orales. Es autor de los libros «La JOC a Catalunya. Els senyals d’una Església del demà» (1947-1975). Mediterrània. Barcelona, 2000. «Francisco de Miranda». Edicomunicación. Barcelona, 2001. «La cruz y el martillo. Alfonso Carlos Comín y los cristianos comunistas». Rubeo. Barcelona, 2009. «Francisco de Miranda. El eterno revolucionario». Arpegio. Barcelona, 2012. «Historia del Gremio de Constructores de Barcelona». Barcelona, Mediterrània, 2012. «La Iglesia rebelde». Punto de Vista. Madrid, 2013. «Breve Historia de Hernán Cortés». Nowtilus. Madrid, 2014. «Breve Historia de la Revolución Mexicana». Nowtilus. Madrid, 2015. Además es autor de numerosos artículos académicos sobre temas de historia y literatura. Más información: https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=31891