Sociedad Cronopio

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Inflacion palabraria

INFLACIÓN PALABRARIA

Por Fabio Romero (El Graffo)*

[x_blockquote cite=»Eduardo Galeano» type=»left»]El problema de la inflación monetaria en América Latina es muy grave, pero la inflación palabraria es tan grave como la monetaria o peor; hay un exceso de circulante atroz.[/x_blockquote]

Vivimos en una época donde todo el mundo escribe, publica, opina, critica y señala. Así lo han facilitado Internet y sus hijas las redes sociales. Sobra alegrarse por la existencia de ese megáfono virtual que lleva la opinión de un ciudadano indignado de un lado a otro, pero tratándose de literatura, la cantidad de libros que se publican hoy en día está comprometiendo lo más sagrado: la calidad.

DE LA CULTURA DE ÉLITE A LA DEMOCRACIA CULTURAL

Hace tan solo algunas décadas el aspirante a escritor tenía que sufrir una cantidad interminable de rechazos antes de que una editorial llegase a publicarlo, para finalmente rendirse ante un miserable contrato que le permitía acceder a un porcentaje de las ventas.

Sin embargo, esta función de la editorial permitía filtrar el contenido que veía la luz, o en otras palabras, en aquellos días no había inflación palabraria: se publicaban menos libros, pero eran sumamente valiosos. Los clásicos y las joyas de la literatura que han cruzado siglos enteros se los debemos, irónicamente, a esa élite que impedía la publicación de cualquier obra. El talento era clave y además costoso, porque las editoriales asumían un riesgo enorme en cada lanzamiento.

Internet lo cambió todo. Por un lado, le permitió a las masas acceder a las producciones artísticas (democratización cultural), pero también les dio el derecho y los medios para publicar sus propias obras (democracia cultural). También le dio un respiro a las editoriales, porque los escritores o youtubers más populares son un sinónimo de rentabilidad sin riesgo alguno. ¿Y la calidad? «Vamos, que si no lo publica mi editorial, el dinero se lo gana otra. No hay tiempo que perder».

El escritor novel tampoco pierde: «¿No hay una editorial que se fije en mi novela? Sin penas, porque me creo una cuenta en Amazon y me autopublico». Así de simple. Esto es fascinante porque le abre las puertas a los escritores chicos, pero también aumenta la inflación palabraria: hay tantos libros circulantes, que en su mayoría no tienen ningún valor.

¿Y qué hace que una obra se más o menos valiosa? Una sola palabra: trascendencia. No se trata de ganar un Premio Nobel de Literatura y para la muestra seis botones hechos de puro diamante: Franz Kafka, León Tolstói, James Joyce, Marcel Proust, Mark Twain, Jorge Luis Borges, además de los que quieran incluir en el debate a Nabokov, Cortázar o Arthur Miller.

En ese sentido hay un halo de esperanza y es creer que los libros más vendidos de esta década no llegarán a ser recomendados en las escuelas, o mejor aún, quizá ni lleguen a ser recordados en algunos años. Por eso no debe preocupar si un youtuber nada en dinero con un libro, ni los adolescentes que compran sus atolondradas palabrerías, el tiempo y la polilla habrán de purgarlos.

UN REQUIEM

Ahora bien, el debate no es qué se debe leer y qué no. A mi vecino de al lado le gusta leer a Dostoiveski y el otro va por el quinto consecutivo de Walter Riso, qué puedo hacer. La cantaleta sobre la cultura light sobra, porque cada cual usa su libertad para leer lo que se le antoje, o incluso elegir no hacerlo para dedicarse a ver un programa de chismes.

Podemos desgastarnos toda la vida señalando y criticando el consumo de autoayuda, debatiendo el ránking de los más vendidos o ver a los críticos rasgándose las vestiduras porque un youtuber está en la Feria del Libro. Insisto: es cuestión de trascendencia.

Lo que sí es doloroso es tener que hacer un réquiem por los grandes escritores de nuestros días que jamás vamos a leer, porque hoy no tienen suficientes likes.

* * *

LA SOCIEDAD KITSCH

«Tenemos, así, una situación singular: una cultura de masas en cuyo ámbito un proletariado consume modelos culturales burgueses creyéndolos una expresión autónoma propia».
(Umberto Eco, Apocalípticos e Integrados)

Usualmente el término kitsch se utiliza en los ensayos y críticas de arte para referirse a las producciones pretenciosas, copiadas o de mal gusto. Y aunque de aquí se desprenden infinitas de alusiones al cine, la literatura, la fotografía y citar otras tantas a Umberto Eco, Kundera y Adorno, esta vez la mira está sobre la sociedad como una producción kitsch en sí misma.

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DE LA FARÁNDULA AL PERFIL EN FACEBOOK

Una de las grandes ventajas de las redes sociales es que han permitido conectar a muchas celebridades y artistas con sus seguidores, e incluso con sus detractores. Más allá de los fanatismos, el espectador se comienza a convertir en un objeto, una producción, un reflejo kitsch de la estrella que venera a la distancia.

Las celebridades se toman fotografías posando de una u otra manera, adquieren un vestido o lanzan su opinión abiertamente sobre un tema que es tendencia. El público no solo responde con likes y comentarios, sino que además comienza a imitar esos comportamientos. Las fotos de perfil de los usuarios duplican las mismas poses y gestos, compran prendas similares y hasta la misma forma de ver el mundo entre los fanáticos.

EL ESNOBISMO

Este es quizá el emblema de lo kitsch en la sociedad más joven. Estamos rodeados de jóvenes que imitan comportamientos y actitudes de los artistas que admiran, pero que también replican aquello que consideran más elevado, en particular valores y costumbres norteamericanas.

Es aquí donde aparecen anglicismos absolutamente innecesarios. Es cierto que en ciertos terrenos predominan ciertas palabras sin un equivalente exacto en español, pero el esnobista va más lejos y comienza a insertar anglicismos porque «suenan más play».

Ahora bien, podría decirse que esto aplica para el gomelo (o aspirante a serlo), pero si miramos otras esferas nos daremos cuenta de que su contrapartida social también hace lo mismo. ¿Vestirse ancho como los raperos americanos? Bueno, pues obtiene usted un «ñero», acompañado de la automática tendencia a esconder y vigilar los bienes de valor.

POLÍTICA IMPORTADA

«Esto no es Dinamarca, es Cundinamarca». El popular chiste sirve como una metáfora ideal para entender la dinámica de la implementación de ideologías, políticas, programas y movimientos políticos de otros países.

Pongamos por ejemplo la Revolución Cubana enmarcada en el comunismo, la independencia, el discurso antiimperialista, la justicia social y la igualdad de clases. Un discurso acompañado de las armas y la toma del poder por la fuerza que terminó siendo un referente para decenas de movimientos revolucionarios en Latinoamérica, que en su versión kitsch fracasaron no solo a nivel político, sino que además recibieron la condena social.

Lo mismo sucede cuando se intentan replicar políticas extranjeras, sin importar que sean americanas, europeas o asiáticas. Nuestra cultura, la corrupción de todos los niveles de la sociedad (el ciudadano de a pie también peca) y la natural resistencia al cambio, impiden que esos programas lleguen a buen término. ¿Educación superior que sea gratuita? ¡Por supuesto! Pero apenas llegamos a «Ser Pilo Paga», un programa kitsch que tiene muy buenas intenciones de fondo, pero que falla en la forma.

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Acá vale la pena hacer una acotación muy importante. Una persona con un perfil de Facebook kitsch, o incluso la sumatoria de todas ellas, no tienen un impacto relevante en la sociedad. Sin embargo, el kitsch de tipo político puede llegar a ser verdaderamente trascendental, desde las muertes por las masacres gestadas por las guerrilleras revolucionarias, hasta las crisis económicas por fallos en la implementación de políticas de Estado.

EL PSEUDOINTELECTUAL

Si usted busca una reseña sobre un libro o una película postulada al Oscar, tal vez encuentre en los primeros resultados páginas con una gran reputación, pero al mismo tiempo puede dar con un personaje que ha creado un blog y que colgó su opinión personal, con tan buena suerte que su texto ha coincidido con las palabras clave del algoritmo de Google y está entre los primeros lugares.

Esto le ha abierto la puerta al pseudointelectual, ese personaje que imita al cinéfilo y literato, pero que falla en la construcción de su discurso. Un cinéfilo kitsch ve muchas películas y guarda un buen registro de los nombres de directores, actores y otros datos, pero rara vez llega a deconstruir escenas, personajes, dirección de arte, o al menos identificar patrones en la producción. No es requisito tener una maestría en cine y televisión, o pasar por mil talleres de escritura creativa, es cuestión de apreciar el arte, disfrutarlo y analizarlo con el tiempo que se merece antes de lanzar juicios pretenciosos.

Junto al esnobista, el fanático y el militante político, el pseudointelctual no deja de ser otra parte de la sociedad que copia y pega comportamientos, contenidos, discursos y opiniones, muchas veces con la simple intención de ganarse la aprobación del otro. Casi podría decirse que este fenómeno narcisista viene siendo el kitsch de la famosa tragedia griega.

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* Fabio Romero (El Graffo) es Administrador de Empresas de la Universidad Nacional de Colombia. Escribe cuentos, poemas y columnas de opinión sobre sociedad, cultura de masas y política. Actualmente está desarrollando el proyecto de su primera novela. Puede leerse su trabajo en www.elgraffo.co Twitter: @El_Graffo

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