Sociedad Cronopio

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Uno de los vínculos generados con esta visita fue la designación de Gregorio Hernández de Alba como primer becario colombiano enviado a la Sorbona para adelantar estudios de Antropología en 1939. Sin embargo, su estadía no duró más de un año debido a la presión militar de la Segunda Guerra Mundial. Fue así como regresó a Colombia en compañía de Paul Rivet, con la finalidad de engrosar el grupo de académicos que para la fecha hacían parte de la Escuela Normal, entre ellos, José de Recasens, Justus Wolfrans Schottelius [16] y nueve estudiantes del cuarto año de Ciencias Sociales. Su inquietud científica lo llevó a la fundación de uno de los primeros centros formadores de científicos sociales, el Instituto Etnológico Nacional.

Como lo aseveró Graciliano Arcila:

Durante los años del 40 y 41 fueron los principales profesores Paul Rivet, con la asistencia de los doctores José de Recasens, Gregorio Hernández de Alba y Justus Wolfranz Schottelius. El año de 1942 lo empleamos casi todo en prácticas de campo y fijando posiciones de acuerdo con las aficiones de cada uno de los alumnos en las diferentes ramas antropológicas. El año de 1943, fue un año de definiciones ocupacionales de cada uno de nosotros: por circunstancias especiales el Museo Nacional entró en la composición del concepto ‘Instituto Etnológico Nacional’, bajo la dirección del doctor Luis Duque Gómez; y la docencia siguió funcionando con una nueva promoción de jóvenes antropólogos que igualmente han hecho una fecunda labor en el país [17].

De forma sintética, Graciliano Arcila Vélez da cuenta del proceso de institucionalización de los estudios antropológicos en Colombia, proceso que fue apoyado por el entonces presidente Eduardo Santos, y refrendado en las nuevas teorías y metodologías propuestas por Rivet. Respecto al interés de este etnólogo por el desarrollo de los estudios antropológicos y etnográficos en Colombia, Virginia Gutiérrez comenta al respecto:

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Él consideraba a Colombia como país clave en el mundo americano, que daría respuesta precisa a los orígenes del hombre indio, así como permitiría señalar los movimientos de sus pueblos, las superposiciones culturales tanto como daría claridad para indicar las respectivas influencias y llegar a reconstruir con los cronistas, los archivos y los hallazgos arqueológicos, el pasado reformado del habitante aborigen. Y en la visión presente, partía del principio de que era necesario el estudio de sus comunidades deterioradas por la aculturación forzosa para hallar los remanentes institucionales, el contenido de las estructuras, el legado de su religión y de su magia; las conquistas materiales en su adaptación al suelo; las formas gramaticales y fonéticas; el primitivo mundo de sus técnicas, etc., para intentar hacer un inventario que nos diera el todo de su corpus material y espiritual. Él creía que nosotros sus discípulos, teníamos la obligación de salvar estos moribundos pedazos de la historia nuestra, claves de enigmas vitales para nuestra interpretación de pueblo mestizo y cuyas proyecciones aun sentía vivir [18].

La perspectiva en la cual se formó esta generación de antropólogos fue la Antropología física, donde la etnografía, la lingüística y la arqueología fueron sus líneas inseparables. En los primeros estudios de campo realizados por este grupo, la descripción de las características raciales del aporte americano proyectado hacia la tipología de las leyes de inmunización o de vulnerabilidad étnica a las enfermedades se convirtió en la línea rectora de sus publicaciones. Los primeros trabajos etnográficos se realizaron con base en las comunidades indígenas: los motilones, los guahibos, los paeces, los chocó, los kogui, los cuna y los tukano. Las investigaciones arqueológicas y la estructura lingüística —vocabularios y formas gramaticales— comenzaron a sondearse en el Calima, del Valle del Cauca, los tairona, los zenú, los pijao, San Agustín y Tierradentro, los chibchas y el río Magdalena Medio [19].

De la consagración a estos estudios, del conocimiento del indígena en comunidades y de su comprensión nació otro movimiento: el indigenismo, considerado como una preocupación política por la situación del nativo americano. Para entonces, el núcleo antropológico formado por Rivet se desintegró, pues «no pudo evadirse de las condiciones políticas que el país vivió en la mitad de la centuria. El núcleo de antropólogos se dispersó y la institución ha venido marginándose de la problemática nacional hasta quedar reducida a la situación de un museo inanimado, en su función científica» [29]. Situación que indica que la relación de los intelectuales con el Estado no fue homogénea, las dinámicas propias de los proyectos políticos generaron, desde principio del siglo xx, tanto filiación como resistencia a sus sistemas ideológicos. Las labores de los intelectuales dentro del Estado se enfocan en satisfacer necesidades específicas que, según Miguel Ángel Urrego, pueden ser sintetizadas en las siguientes acciones: «el establecimiento y constitución de instituciones, la elaboración de estudios que tienen por objeto institucionalizar la cultura nacional, la creación de símbolos de la nación, la redacción de discursos y análisis (históricos, sociológicos y económicos)» [21], que finalmente contribuyen en la difusión de determinadas ideologías y reproducen el orden social y político.

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El presente texto hace parte del libro «Las Ciencias Sociales y Humanas en la Universidad de Antioquia. Avatares históricos y epistemológicos», publicado por el Fondo Editorial FCSH de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas Universidad de Antioquia.

NOTAS

[1] Guillermo Palacios, Intelectuales, poder revolucionario y ciencias sociales en México (1920-1940) (Buenos Aires: Katz Editores, 2010), 583-605.

[2] Palacios, Intelectuales, poder revolucionario y ciencias sociales en México (1920-1940), 588.

[3] Palacios, Intelectuales, poder revolucionario y ciencias sociales en México (1920-1940), 589.

[4] En 1925, Manuel Gamio partió al exilio voluntario que culminó en la Universidad de Chicago.

[5] Palacios, Intelectuales, poder revolucionario y ciencias sociales en México (1920-1940), 593.

[6] Palacios, Intelectuales, poder revolucionario y ciencias sociales en México (1920-1940), 597.

[7] Lucio Mendieta y Núñez, «El Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México», Revista Mexicana de Sociología, Vol. 1, no. 1 (1939): 7.

[8] Palacios, Intelectuales, poder revolucionario y ciencias sociales en México (1920-1940), 602.

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[9] Uno de los Institutos de Ciencias Sociales de creación temprana fue el de Venezuela, Caracas, en 1877.

[10] Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina ii, 607-29.

[11] Un texto que muestra la discrepancia entre docentes nacionales y extranjeros en la dirección de una determinada disciplina académica, es el del profesor Renán Silva, Política y saber en los años cuarenta. El caso del químico español A. García Banús en la Universidad Nacional (Bogotá: Colección Séneca, Universidad de los Andes, 2011).

[12] Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina ii, 611.

[13] Ibidem, 620.

[14] Virginia Gutiérrez de Pineda, «Panorama actual de las ciencias sociales en Colombia», Revista Universidad de Antioquia, no. 159 (1964): 769.

[15] Jaime Mercado, «El Instituto de Antropología y su misión docente. Habla Graciliano Arcila Vélez», Revista Universidad de Antioquia, no. 166 (1967): 200.

[16] Arqueólogo alemán, ex director del Museo Arqueológico de Berlín. Cuando llegó Rivet a la Escuela Normal, Wolfranz Schottelius se encontraba dictando la cátedra de Etnología.

[17] Mercado, «El Instituto de Antropología y su misión docente. Habla Graciliano Arcila Vélez», 201.

[18] Gutiérrez de Pineda, «Panorama actual de las ciencias sociales en Colombia», 770.

[19] A partir de 1953, el Boletín de Antropología se funda como órgano de extensión del Departamento de Antropología. Allí se pueden consultar las primeras publicaciones antropológicas hasta la fecha.

[20] Gutiérrez de Pineda, «Panorama actual de las ciencias sociales en Colombia», 771.

[21] Miguel Ángel Urrego, Intelectuales, Estado y Nación en Colombia (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2002), 15.
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* Zoraida Arcila Aristizábal. Historiadora, Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Historia, Universidad de Antioquia. Estudiante de doctorado en Investigación en Ciencias Sociales, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

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