Sociedad Cronopio

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Antropologos maestros e investigadores 50 anos del departamento de antropologia de la universidad de antioquia

ANTROPÓLOGOS, MAESTROS E INVESTIGADORES. 50 AÑOS DEL DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

Por Juan Carlos Orrego* y Francisco Javier Aceituno**

Hace 50 años se dio comienzo a la formación de antropólogos en Antioquia. En los últimos días laborales de 1965, más exactamente el 3 de diciembre, el Acuerdo 32 del Consejo Directivo de la Universidad de Antioquia aprobó el primer plan de estudios de la Licenciatura en Antropología. La actividad docente comenzó en el primer trimestre del año siguiente y, como cabía esperar, la puesta en marcha de la carrera trajo consigo el nacimiento del Departamento de Antropología, cuyo primer Jefe —el profesor Graciliano Arcila Vélez— fue nombrado el 14 de marzo de 1966. Con ello culminó, para la antropología del Alma Máter, una «prehistoria» de dos décadas en que la organización de un Servicio Etnológico, un Museo de Antropología, un Instituto de Antropología y una revista especializada habían servido, con creces, los elementos que harían posible la existencia saludable de un programa de pregrado. En Colombia, por entonces, solo podía estudiarse la ciencia del hombre en Bogotá, proyecto en que había sido pionera la Universidad de los Andes en 1964 y cuya estela siguió la Universidad Nacional en el mismo 1966.

Este libro pretende recuperar los hitos históricos de la carrera antropológica en Antioquia por medio de las palabras y miradas de algunos de sus testigos. Sobra decir que cada uno de ellos ha emprendido, con celo académico, la búsqueda de las fuentes que dan cuenta de los hechos y datos de un pasado tan amplio como complejo. Lo que no está de más es advertir que estos cronistas, de cara a la efeméride, han gozado de la libertad de encontrar sus propias voces, sus propias perspectivas y sus propios modos de indagación y escritura, resultado de lo cual es que en las páginas que siguen aparezca tanto el tono formal como el anecdótico o, incluso, el poético; que se recurra a la narración fluida o a los datos escuetos; que se remonte el tiempo hasta las brumas del siglo xix o que se noticie lo que acaba de acontecer en el campus de la Universidad de Antioquia; o que se privilegien tanto los archivos documentales como la memoria viva de quienes han tomado parte en esta historia. Por lo demás, este libro no podría haber sido compuesto de otra manera: lo protagonizan y relatan humanos, diversos humanos.

El lector encontrará, además del prefacio y esta introducción, una serie de seis capítulos y un anexo. El primer capítulo establece una secuencia de hechos locales y nacionales que precedieron a la fundación —en cabeza de Graciliano Arcila Vélez— del programa de Antropología. El segundo recibe el testimonio en ese punto de la historia y establece las fases de la evolución curricular del pregrado, con especial atención en los planes de estudio y las circunstancias de época que los influyeron. A partir de allí, el libro se encuentra con tres sendas paralelas cuya acomodación en las páginas es, en buena parte, intercambiable: son los caminos que han seguido los esfuerzos investigativos en cada una de las tres áreas académicas que hoy estructuran el Departamento de Antropología: antropología social, arqueología y antropología biológica. El punto de llegada de esas narraciones especializadas es, a su vez, una versión peculiar de la historia que nos interesa reconstruir: una colección de imágenes que se propone como algo más que un anexo. El anexo propiamente dicho —con datos cualitativos y cuantitativos de las cinco décadas— es el que cierra la obra, amén de una breve noticia sobre los autores.

En el primer capítulo, Carlo Emilio Piazzini emprende un ambicioso recuento de los hechos que precedieron al nacimiento de la antropología universitaria no solo en Antioquia sino en Colombia, con la mira puesta en comprender de qué manera se forjaron las diversas tradiciones regionales de pensamiento y ejercicio de la ciencia del hombre. De ese modo, el autor se pone en situación de sopesar, con criterio, el papel desempeñado por una constelación de intelectuales y académicos antioqueños a quienes cupo desarrollar, tempranamente, los temas basales y obsesiones de la antropología local. Como remate de ese proceso —uno que habría de llevar a la institucionalización universitaria de la antropología— surge en las páginas del profesor Piazzini la figura de Graciliano Arcila Vélez, cuya producción científica, en su momento, gozó no solo de resonancia local sino también de eco dentro y fuera de Colombia, por más que la amnesia del presente sugiera otra cosa.
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El segundo capítulo, por cuenta de Édgar Bolívar, presenta una retrospectiva de la historia del Departamento de Antropología y su programa de pregrado a partir de los seis planes de estudio que han sido implementados en 50 años. A lo largo del texto se analizan los factores que en cada momento favorecieron o presionaron las reformas curriculares, ofreciéndose datos históricos de diversas épocas universitarias, definidas por peculiaridades culturales, sociales, políticas y pedagógicas. Lejos de pretender un relato rosáceo de fluidez curricular, el profesor Bolívar aborda con objetividad las contradicciones incorporadas en los procesos de formación y en los debates de época. Asimismo, su reflexión trasciende el ámbito del Departamento de Antropología e incursiona en contextos como el del Instituto de Estudios Generales, la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas y la Universidad de Antioquia en general.

El capítulo tercero se ocupa del desarrollo de la investigación en antropología social por parte de los profesores del programa. En el artículo, Juan Carlos Orrego y Esteban Augusto Sánchez proponen una sucesión de cinco épocas que inicia con el trabajo quijotesco de Graciliano Arcila y continúa con la renovación de la planta profesoral y del currículo en los años setenta, la cualificación en posgrado de los profesores, el diseño de políticas de investigación en la Universidad de Antioquia y el surgimiento y consolidación de los grupos de investigación en el siglo xxi. Este recuento pide ser entendido como la construcción (antes que la reconstrucción) de una historia cuya coherencia narrativa podría apuntalarse aun a costa de la exhaustividad documental, y por ello se ofrece, sin ambages, como nada más que una versión a propósito de la compleja sucesión de los gestos investigativos.

En el cuarto capítulo, Francisco Javier Aceituno narra cómo se originó el área de arqueología en el Departamento de Antropología: un área visceral en la trayectoria del departamento si se tiene en cuenta la clara vocación arqueológica de su fundador. Tras establecer ese mojón, el profesor Aceituno se interesa por iluminar la época en que algunos profesores, provenientes de Bogotá, desempeñaron un papel importante en la ejecución de proyectos investigativos y en la formación de estudiantes en arqueología. También se muestra que entre los años setenta y noventa se llevaron a cabo proyectos de arqueología básica que ordenaron las imágenes del pasado de diferentes regiones de Antioquia y la costa Caribe, así como se comentan los frenéticos años de la arqueología de contrato, con sus logros y deudas pendientes. El ensayo también tiene en cuenta temas como la consolidación de programas de investigación, la mejoría de la infraestructura investigativa, los impactos de las investigaciones tanto a nivel nacional como internacional y los aportes específicos de los profesores del área.

Los avatares de la investigación en antropología biológica son materia del capítulo quinto, cuyos autores son Javier Rosique y Mateo Muñetones. Con especial sensibilidad antropológica, esta sección del libro estructura su discurso sobre la aparición cronológica de las personas que, en diversas épocas, materializaron la docencia y la investigación en antropología biológica. De esas personas son audibles sus voces —recogidas ad hoc— en vigorosas transcripciones que dan al capítulo un carácter de documento inédito sobre la vida del Departamento de Antropología. Pero el profesor Rosique y el antropólogo Muñetones basan su crónica en algo más que esas fuentes orales: en su empeño por establecer los principales hitos del desarrollo del área, aportan un útil inventario de los materiales científicos producidos en el largo quehacer docente e investigativo. A modo de coda, los autores ensayan —como Emilio Piazzini en su artículo— un análisis de la trayectoria regional de la antropología biológica antioqueña, claramente sesgada hacia el evolucionismo.

El sexto capítulo complementa el acervo de todos los párrafos precedentes con una propuesta de historia visual o, mejor, de antropología visual. Esta narrativa particular corre por cuenta de Ramiro Delgado, quien, valido del amplio archivo fotográfico compilado con motivo de la conmemoración cincuentenaria, procedió a una selección personal que no solo representa la mirada que un antropólogo puede echar sobre la historia local de su disciplina sino que, al mismo tiempo, permite la expresión especializada de un profesor que, como Delgado, se ha forjado en el terreno de las representaciones y los sistemas simbólicos. Como se entenderá, la selección privilegia el valor histórico y la fuerza testimonial de las fotografías antes que sus aspectos técnicos.
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El único anexo del libro se compone de varios conjuntos de nombres, datos y cifras colectados, narrados y analizados por los editores. Esta información, referida a las diversas comunidades que integran el Departamento de Antropología —profesores, personal administrativo, estudiantes y egresados— y a los acontecimientos más importantes en su historia, es fundamental para lograr una caracterización ágil y fiable de la dependencia, y debe tomarse por un complemento necesario de las crónicas que se despliegan en los capítulos precedentes. Desde ya es necesario advertir que este anexo ha sido posible solo después de emprender una verdadera arqueología de la memoria en archivos universitarios, documentos inéditos e, incluso, el recuerdo de testigos de diferentes épocas; pesquisa en que el apoyo de muchos funcionarios de la Universidad de Antioquia fue vital.

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El presente texto hace parte del libro «Antropólogos, maestros e investigadores. 50 años del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia», publicado por el Fondo Editorial FCSH de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas Universidad de Antioquia.

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*Juan Carlos Orrego Arismendi. Antropólogo, Magíster en Literatura Colombiana y Doctor en Literatura de la Universidad de Antioquia. Es profesor vinculado de tiempo completo del Departamento de Antropología. Jefe de Departamento entre 2013 y 2016. Es miembro del Grupo de Investigación y Gestión sobre Patrimonio (GIGP) de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia.

**Francisco Javier Aceituno Bocanegra. Licenciado en Geografía e Historia y Doctor en Arqueología Prehistórica de la Universidad Complutense de Madrid. Profesor vinculado de tiempo completo del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia desde 2004, y allí mismo fue profesor ocasional entre 1999 y 2004. Fue Jefe de Departamento entre 2009 y 2013. Es integrante del Grupo de Investigación Medio Ambiente y Sociedad (MASO) de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia.

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