Sociedad Cronopio

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De la apatia a la indignacion

DE LA APATÍA A LA INDIGNACIÓN

Por Juan Antonio Fernández Manzano*

Llama la atención el hecho de que la democracia sea considerada el régimen político con mayor legitimidad y que al mismo tiempo en muchos de los países de tradición democrática, los ciudadanos perciban y manifiesten que la gestión de lo público se hace cada vez mas lejana a ellos.

La democracia se basa en el concepto de representación y en cierto modo se apoya en la confianza y lazos que se establecen entre gobernantes y gobernados. Sin embargo, parece que las distancias entre las clases gobernantes y el pueblo gobernado lejos de estrecharse, merced a las instituciones y prácticas democráticas, se agrandan paulatinamente. Es cierto que la confianza en el modelo democrático no se cuestiona, pero la falta de sintonía con la clase política es un hecho.

Una de las razones que cabe apuntar es el hecho de que la política no sea el último poder decisorio, como sí lo era en la primera modernidad, donde los Estados acumulaban todo el poder y controlaban los restantes focos del mismo. Hoy en día, la política maneja los resortes institucionales del Estado, pero aun hay muchas otras instancias de poder que operan al margen del control parlamentario. A nadie se le escapa que las finanzas se han independizado de la política y operan en espacios libres del control ciudadano. De este modo, la capacidad de actuación de la política se estrecha.

Por otra parte, lo político se globaliza y muchas de las competencias tradicionalmente ligadas a las instituciones del Estado se alejan de su origen y se elevan a Parlamentos regionales u organismos supraestatales. Esto hace que las decisiones se alejen de los ciudadanos que sí son afectados por aquellas. En las altas instancias, las prácticas no son todo lo democráticas que cupiera esperar y la presencia de poderes con alta capacidad de influencia en los asuntos políticos y sociales hace que algunas de las medidas se adopten al margen de las opiniones de los ciudadanos.

Si estrechos son ya los márgenes de actuación de la política, el problema se agrava con la institucionalización de los partidos políticos, convertidos en gigantescas estructuras rígidas de poder, poco permeables a la participación ciudadana y en muchos casos alejadas de los problemas ciudadanos. El constante agravante de la corrupción política, los privilegios de los políticos, el nepotismo, la falta de pruebas objetivas para acceder a un cargo público, los elevados gastos de representación, la cobertura mediática sesgada de los medios de información hegemónicos al tratar los asuntos públicos… hacen que la apatía cívica se convierta en indignación ciudadana. Creo que interesa distinguir entre estas dos reacciones.

La apatía surge ante los problemas ya mencionados y se retroalimenta con el individualismo, lo cual hace que, descontentos con la calidad democrática, los ciudadanos se recluyan en sus vidas privadas. La apatía ciudadana genera como resultado sociedades fragmentadas y por tanto, mas vulnerables. El abandono de los asuntos públicos y el predominio de los estilos de vida apolíticos hace que las comunidades políticas sean más frágiles y tengan menos defensas ente la presencia de elites corruptas. La apatía ciudadana permite que lo político sea concebido como la actividad de los políticos profesionales y se refuerza la creencia de que es posible vivir al margen de la política, cediendo el espacio para que sean otros quienes la ejerzan. De modo que se produce un efecto de retroalimentación constante entre la falta de calidad democrática y la apatía.

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No obstante, no se trata de un ciclo de retroalimentación estable. La permanencia en esta situación tiende a la ruptura. No es posible el mantenimiento indefinido de una posición de deriva democrática hacia regímenes autocráticos sin que acabe surgiendo una reacción popular ante esta degeneración. Puede que no se presenten alternativas concretas ante la falta de calidad democrática, pero la percepción de que muchos de los logros políticos, sociales y constitucionales conquistados por los movimientos obreros se desmantelen progresivamente hace que llegue un momento en el que la situación se vuelva insostenible para quienes la padecen.

Es entonces cuando la desmovilización y el cansancio con la política desemboca en el surgimiento de la pasión más propiamente democrática: la indignación.

La indignación ciudadana es una reacción colectiva en defensa de lo público que persigue la sutura de los vínculos rotos entre gobernantes y gobernados. Esta es la razón por la que los regímenes autoritarios se cuidan de mantener un precario equilibrio entre el ejercicio arbitrario del poder y el mantenimiento de los ciudadanos en un estado de desmovilización política.

Por tanto, los estallidos de indignación ciudadana, como los sucedidos en España a partir de 2001 (movimiento 15M), o los movimientos sociales Occupy Wall Street en Estados Unidos, YoSoy132 en México, o Nuit debout en Francia, son movimientos sociales heterogéneos que reaccionan y persiguen ideales comunes como la profundización democrática, la lucha contra el poder descontrolado de las grandes empresas y las evasiones fiscales, la democratización de los medios de comunicación, o la reacción frente a la precarización laboral. La indignación tiene un potencial positivo: mueve a la participación popular por la exigencia de mayor control, claridad y transparencia en los asuntos públicos.

Estos movimientos ponen en acción una reacción puramente democrática contra los modelos de la frágil democracia representativa liberal, pensada para actuar al margen de la participación ciudadana.

En cierto modo, las carencias democráticas acaban generando en su propio seno reacciones que evitan que la enfermedad se extienda y provoque que la metástasis democrática se haga irreversible.

Ello nos lleva a afirmar que las democracias que tan solo cumplen con el requisito de las elecciones son esencialmente débiles. Son precisamente las que garantizan y promueven la participación de todos los ciudadanos las que tienen sus cimientos mas firmemente asentados. Una democracia estable requiere de mecanismos de control ciudadano sobre las instituciones y los políticos, y mayores foros de participación ciudadana, de modo que sus voces se escuchen antes de proceder a la toma de decisiones.

Mientras que la apatía adormece, la indignación muestra el deseo ciudadano de más y mejor democracia. La presencia de focos de indignación evidencia una disfunción democrática, es cierto, pero al mismo tiempo proporciona el fármaco y permite tener la esperanza de que la solución está en camino.

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* Juan Antonio Fernández Manzano (1965) es Doctor en Filosofía y Licenciado en Filosofía y Filología Inglesa por la UCM. Es profesor de Filosofía Política en la Facultad de Filosofía de la UCM y Director de la Revista Internacional de Filosofía Política Las Torres de Lucca. Su investigación se enmarca dentro de la filosofía política contemporánea. Es el autor de Política para la globalización. La recuperación de lo político en la era global, Ediciones Antígona, Madrid, 2014 y Un Estado global para un mundo plural, Biblioteca Nueva, Madrid, 2014.

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