OSCUROS RACIMOS DE LA MODERNIDAD: URBANIDAD, POESÍA Y ROCK
Por Betina Campuzano*
[x_blockquote cite=»Pablo Neruda» type=»left»]«Canta conmigo hasta que las copas se derramen dejando púrpura desprendida sobre la mesa. »Esa miel viene a tu boca desde la tierra, desde sus oscuros racimos. »Cuántos me faltan, sombras del canto, Compañeros que amé dando la frente, sacando de mi vida la incomparable ciencia varonil que profeso, la amistad, arboleda de rugosa ternura».[/x_blockquote]
Que el vino es motivo, pretexto y espectador de reuniones con los amigos lo sabemos de antemano. Así lo sugiere el epígrafe inicial que corresponde al poema «El vino» de Pablo Neruda, pero también —y principalmente— lo conocemos porque forma parte de nuestra práctica cotidiana. El encuentro con los pares se acompaña con una o varias copas, a lo que se le suma —como lo señala el propio Neruda— el canto. Paridad, vino y música resultan una tríada insustituible que asalta reincidentemente la noche.
Una anécdota pertinente, bastante difundida en el noroeste argentino, es la protagonizada por el Cuchi Leguizamón y Manuel J. Castilla. Según Juan José Botelli, el reconocido compositor y el emblemático poeta, ambos salteños, se encontraban sin mucha fortuna en busca de un boliche abierto. En un momento, ven en un rancho a una mujer rodeada de damajuanas y botellas de vino que se niega a vendérselos porque, argumentaba, no eran para el consumo personal. Avanza Botelli en su relato:
Entonces el Cuchi le dice: ‘Pero mamita te vas a trancar con tanto vino y en vez de decir ‘a’ vas a decir ‘acordeón’. La colla se empezó a reír y les terminó regalando dos botellas. Los dos iban con miedo de que se les cayera. Y Leguizamón le comenta a Castilla: ‘Barbudo, mirá cómo llevamos los vinos, como si los estuviéramos acunando. ¿Qué te parece si le hacemos una canción de cuna al vino? Ya que el vino nos durmió tantas veces a nosotros, es bueno que una noche lo durmamos nosotros a él’. (La Nación, 1997)
Copas derramadas y sombras de canto en Pablo Neruda. Vinos acunados con el Cuchi y Castilla. Son éstas escenas que retratan un modo de vivir bastante despreocupado, rodeado de amigos, asociado con la tarea creativa e intelectual, con tiempos y valores diferentes a las rutinas convencionales; escenas que reaparecen una y otra vez desde la irrupción de la modernidad en el continente hispanoamericano.
En el siglo XIX, este tipo de reuniones respondía a la práctica de un grupo de artistas que, a diferencia de otras épocas, y como resultado de la vida cosmopolita y la profesionalización de la tarea escrituraria, provenían en Hispanoamérica de diversos orígenes sociales. Ángel Rama, intelectual uruguayo y referente ineludible de los estudios latinoamericanos, ahondó en las redes o los vínculos que se establecieron en este periodo. De esta forma, nos explica el panorama de la literatura en la modernidad:
la mayoría [de los escritores] procedió de la clase media baja, que en las nuevas circunstancias económicas del continente pudo expandirse, y aún procedió de niveles más inferiores, como Machado de Assís o Joao da Cruz e Sousa, que fue hijo de esclavos. (1985: 84)
Susana Zanetti, otra crítica literaria argentina que dedicó gran parte de su producción al estudio de la modernidad, entendió estas vinculaciones que se establecieron en aquella época de «notable plenitud» como redes de religación (1994). Los términos redes de religación o cosmopolitismo permitieron definir la experiencia de la modernidad, es decir, lo que en aquella época se entendía como experiencia de la globalización (Montaldo, 2013). Nos referimos a la versatilidad para moverse y comunicarse en el mundo moderno, azotado por cambios y desajustes estructurales. Mundo moderno apremiado por la novedad y la urgencia, por los viajes y la temporalidad fugaz, por la vida urbana y las charlas de café, por los procesos de alfabetización y los nuevos modos de leer, por el crecimiento de las ciudades y el trabajo de los corresponsales, por la mirada de turista y por la percepción local.
Fascinados por retratar los tiempos de ocio, los espectáculos, los cruces entre las culturas populares y las de elite, por la experiencia como extranjero en Europa y como nativo en Hispanoamérica, los escritores modernistas se sentían profundamente cosmopolitas y urbanos. Redefinían en ese cosmopolitismo, en sus prácticas escriturarias que, zigzagueantes, se desplazaban entre la urgencia del periodismo y el esteticismo literario, la noción misma de literatura.
Y, por supuesto, Rubén Darío, un «cosmopolita extremo», como lo define Graciela Montaldo, también ha dedicado versos al vino, el rol del poeta, la camaradería y el ocio moderno:
Cuando la vio pasar el pobre mozo
y oyó que le dijeron: —¡Es tu amada!…
lanzó una carcajada,
pidió una copa y se bajó el embozo.
¡Que improvise el poeta!
Y habló luego
del amor, del placer, de su destino…
Y al aplaudirle la embriagada tropa,
se le rodó una lágrima de fuego,
que fue a caer al vaso cristalino.
Después, tomó su copa
¡y se bebió la lágrima y el vino! (1986, 132)
PÚRPURA DESPRENDIDA SOBRE LA MESA Y EL ASFALTO
Según Raúl Bueno Chávez, nuestros tiempos están signados por una modernidad polarizada, esto es, un tiempo largo que nos recuerda a los latinoamericanos que «hemos entrado en la modernidad por la puerta falsa, la que conduce a su lado más deslucido e indeseable» (2010: 12). Así, y parafraseando a Henríquez Ureña, «con cada generación ‘se renuevan […] el descontento y la promesa’» (2012: 10). En estos tiempos, la literatura y otros lenguajes artísticos, como sucede con la música, o quizá la intersección de todos éstos, reproducen los avatares de la inserción de América Latina en la apagada modernidad. De esta manera, nuevamente la noción de literatura es puesta en jaque en nuestro tiempo, al tiempo que se vuelve relevante como síntoma de las transformaciones de la modernidad en nuestra sociedad.
La imagen marginal asociada a la vida nocturna, el encuentro con los amigos, los vínculos con la música y la creatividad, y la pertenencia a un sector social de poco poder adquisitivo reaparecen, quizá como residuales [1] (Williams, 1997), en las letras del rock argentino de las últimas décadas. Recordemos que el rock nacional dio sus primeros pasos durante la década de los 60 y creció, sin duda, durante más de medio siglo en el país. Fue, quizá, durante los años 90 cuando adquirió su mayoría de edad. Dice Sergio Marchi tanto acerca de las temáticas que aborda el rock de los años 90 y 2000, como de la procedencia de algunas de las bandas más paradigmáticas:
En las letras de los tres grupos hay drogas ocultas, paisajes sórdidos y personajes de conductas deleznables, pero todo parece estar al servicio de la ambientación de alguna historia.
Bersuit, La Renga y Los Piojos constituyen el tridente rockero más barrial y popular en lo que va de los años 2000. Y son también la prueba más contundente de que el rock puede contar las cosas que suceden en las calles peor arriadas sin tener que propulsarse con la brutalidad […] Ninguno de ellos nació de un repollo de abundancia, pero trabajaron duro y parejo (Marchi, 2014: 86)
A estas apreciaciones, habría que añadir que el público rockero también pertenece a los sectores populares urbanos, de las clases media y media-baja. Una vez más, la procedencia social y una posición de marginalidad, los amigos y la vida urbana, se asocian en el canto y en el vino. La púrpura escritura se derrama en la mesa y también, en el asfalto. Así puede leerse en el siguiente fragmento de «Cualquier bar», canción de la banda salteña Perro Ciego:
Estoy en cualquier bar con cualquier amigo,
tomando cualquier vino en cualquier momento,
cualquier excusa da igual para olvidar,
cualquier excusa da igual para borrar,
esa precisa pena… (Perro Ciego, 1997)
Resulta significativo el uso reiterado del adjetivo indefinido («cualquier bar», «cualquier amigo», «cualquier momento», «cualquier vino», «cualquier excusa»), que da cuenta de la indeterminación, de que poco importa con quién, cuándo, dónde, por qué o qué vino se tome. Lo relevante es en sí misma la práctica de tomar alcohol, en este caso, «para olvidar, / para borrar/ esa precisa pena». «Olvido» y «vino» son una dupla que recorre diversos géneros literarios y musicales, por lo que es impensable considerarla exclusiva del rock. Al respecto, dice Sergio Marchi en un tono coloquial, alejado de todo academicismo, pero cercano a la experticia de los recitales y la cultura rockera:
…todos los géneros han cantado loas al alcohol sin que a nadie se le mueva un rulo, por lo que no debería provocar escándalo en torno a esto, ya que habría mucho que decir del folklore y el tango, incluso hablando de la cocaína. (2014: 212)
Sin embargo, lo que sí puede resultar un rasgo distintivo es la práctica de la ingesta del alcohol, que está asociada con el «descontrol». De esa forma, el «yo» y los «otros» (es decir, los «amigos») constituyen un «nosotros», definiendo así quiénes pertenecen «al palo». A continuación, pueden observarse otros dos ejemplos que dan cuenta de tal pertenencia:
Nada más cerca del suelo que mi cara dibujada.
Solo por la calle mientras queman a un borracho
me tropiezo con un bar, vino blanco, vino tinto
todos vienen, son amigos,
Voy cayendo… (Kapanga, 2005)
Yo quiero que un amigo ponga vino en mi jeringa
que de ésta no me salve ni mandinga
no soy un varón muy aguantador
así que hasta acá llegué yo. (El cuarteto de nos, 2004)
El primero, «Miami, guarda a la salida», de Kapanga (banda que mixtura el rock, el cuarteto y el ska) califica como «amigo» a todo aquel que comparte la práctica de tomar vino en un sentido similar al planteado en la canción de Perro Ciego. El segundo, «Vino en mi jeringa», de El cuarteto de Nos (banda uruguaya que conjuga el rock con el rap y otros ritmos) condensa las dos consabidas formas de descontrol del espacio urbano: la droga y el alcohol. Luego, se desplaza hacia el tono paródico, como es costumbre de este grupo, al referirse a la facilidad para emborracharse: «no soy un varón muy aguantador así que hasta acá llegué yo».
José Garriga Zucal, en su artículo «Ni ‘chetos’ ni ‘cumbieros’: roqueros» [2], analiza los límites —siempre endebles y dinámicos— con los que los roqueros argentinos se definen a sí mismos. Dos rasgos morales se atribuyen: son, a la vez, contestatarios y descontrolados. A diferencia de los «chetos» y los «cumbieros» que sólo ven en la música un modo de diversión, los roqueros se presentan «comprometidos» con la realidad. De hecho, el carácter de denuncia o, incluso, la simple alusión de que existen espacios subalternos son los aspectos que distinguen a las letras de rock. De este modo, puede leerse en las siguientes estrofas de «Resaca», de Perro Ciego:
Y mis últimas monedas
las que nunca gasté,
las cambié por más resaca
una y otra vez,
y en el fondo de ese vaso
hoy me detuve a ver
algún recuerdo astillado
que volvió sin querer.
Y si mis pasos cruzan la avenida
como hace un año atrás,
espero que mis zapatos,
vayan al mismo lugar. («Resaca» de Perro Ciego)
Queda en claro la pertenencia al espacio urbano («Y si mis pasos cruzan la avenida»), su carácter deambulatorio («espero que mis zapatos vayan al mismo lugar») y su recorrido por los circuitos de exclusión que se evidencia en el poder adquisitivo («Mis últimas monedas/ las que nunca gasté, / las cambié por más resaca»). Y una vez más, el debate punzante entre la memoria y el olvido a través de una imagen visual: «hoy me detuve a ver/ algún recuerdo astillado/ que volvió sin querer».
La resaca, el malestar que continúa a la borrachera, que repercute inevitablemente en el futuro, es otro de los temas que recorre con insistencia las letras de rock. En Perro Ciego, la resaca constituye un modo de nombrar la cotidianeidad o la recurrencia de la práctica: «He salido de resaca, / igual que ayer, / sorprendida la mañana/ me ve caer». El mareo, producto quizá de la resistencia o el «aguante» para la bebida, también se asocia, por un lado, al coqueteo con la muerte tal como sucede con «Miami (guarda a la salida)». Por otro, en «Rodando por ahí», de Intoxicados (la banda del «Pity» Alvárez), el mareo se relaciona con el vagabundeo, el carácter errático del borracho, los proyectos frustrados y su relación con el demonio. Otro tanto podemos ver en los siguientes fragmentos:
Puedo seguirla toda la noche,
aunque me sienta un poco mal.
A la salida me pisa un coche
Todos gritaban «oh oh oh oh oh»
Guarda a la salida.
Sueño sucio, negro.
Hoy me levanté con los ojos rotos
nada más cerca del suelo,
que mi cara dibujada,
Solo en la ambulancia, los recuerdos de mi infancia
y la muerte que me dice ¿Cómo estás?
Yo le digo bien, y vos que hacés, tal vez después. (Kapanga, 2005)
Pienso cuánto tiempo de vida voy llevando
Cuando me acuerdo de cosas y lugares que pasé
Las estaciones que hice mientras iba jugando
La primera vez que en verdad me embriagué
Mucha gente he conocido en barrios lejanos
¿Cuántas veces aburrido al diablo llamé?
¿De cuántas chicas buenas me habré enamorado?
¿Cuánto vino tinto caliente tomé?
[…]
Cuando los meses pasan y mi ropa no ha cambiado
Cuando me acuerdo de fotos que nunca saqué. (Intoxicados, 2003)
La resaca, además, puede entenderse como metáfora del malestar mismo de la sociedad, resultado de la violencia metropolitana y del desencanto de una modernidad ajena. En cierto modo, son los mismos roqueros, los jóvenes que conforman este grupo, quienes traspasan con sus actos de descontrol —el uso de drogas o la ingesta de alcohol, por ejemplo— las normas pautadas por la sociedad, al tiempo que desmitifica las representaciones sociales occidentales de la modernidad que lo identifican con la nobleza y la inocencia [3]. El joven que pertenece a un grupo urbano —en este caso, el roquero— es calificado como «rebelde», «revoltoso», «subversivo», «delincuente» o «violento», volviéndose así visible como un problema social [4]. Sin embargo, autores como Rossana Reguillo, conciben estos actos de insurrección contra el status social como las marcas de una denuncia al orden de la modernidad y a la ausencia de un futuro:
Las impugnaciones que los jóvenes le plantean a la sociedad están ahí, con sus fortalezas y debilidades, con sus contradicciones y sus desarticulaciones. Las culturas juveniles actúan como expresión que codifica, a través de símbolos y lenguajes diversos, la esperanza y el miedo. (2000: 16)
Entre lo «contestatario» y lo «descontrolado», los jóvenes roqueros construyen un «nosotros» comprometido e impetuoso que se opone claramente a un «otros» dócil y ajustado a las buenas costumbres. En este sentido, un último ejemplo en este trabajo lo constituye «Buseca y vino» de La Renga que, en tono de denuncia y haciendo uso de la ironía, arremete contra los programas televisivos pueriles, cuya figura emblemática la constituye Mirta Legrand: «Sirvió un menú muy complicado/ entre narcisos y playboys/ que vomitaba la pantalla argentina […] Y yo me quemo hasta los dientes, / mi manjar está caliente, /se cocinó la realidad.»
Con un registro que se aleja de cualquier tono artificioso y que procura acercarse a un habla coloquial y al lunfardo, el grupo de rock argentino denuncia la inequidad social (Pidió postre con cereza, / delicada la burguesa, / y anunciaba un lindo comercial, / que donaría las sobras / y los huesos a la prosperidad), al tiempo que invita a una mesa más popular («Vamos todos a la mesa, / que esta noche vamos a cenar / buseca y vino tinto. / Esta noche, Mirta / te invito a morfar»). Marchi también observa el carácter popular y testimonial, si se prefiere, que recorre la producción de la banda del barrio porteño de Mataderos, cuando dice:
Es probable que en La Renga haya una idealización del barrio y de la esquina como lugar virtuoso habitado tanto por Dios como por el diablo, pero no existe en sus textos una celebración de la degradación ni un amparo al embotamiento de los sentidos. Todo lo contrario: son líricas urgentes, a menudo apocalípticas, como paisajes extraídos de algún cuento de ciencia ficción, en los que Gustavo Nápoli (Chizzo, su principal letrista) da la impresión de buscar sentido para la vida. (2014: 204)
Resta añadir que, a partir de 2004, cuando el rock argentino tuvo que enfrentar el horror de la tragedia en República de Cromañón, en el barrio de Once, que se cobraron ciento noventa y cuatro vidas, se enfrentó a un declive en su producción y recepción cultural. A ello, debe sumársele la emergencia hacia fines de los 90 de la conocida cumbia villera que adquirió una marcada y muy debatida función testimonial, pues se la asocia con la expresión de los sectores marginados. Alejada totalmente de búsquedas poéticas, adquiere el registro de una estética de la fealdad y refuerza estereotipos propios de la cultura machista. Y comparte con el rock no sólo algunas temáticas y algunos escenarios urbanos, sino sobre todo el público al que se dirige: «la cumbia villera penetró definitivamente con sus códigos en un público adolescente, masculino y de clase media y media/baja: el público natural del rock». (2014: 201)
Estas coincidencias y desplazamientos pueden estar dando cuenta de lo que Raymond Williams ha llamado lo hegemónico, esto es, una tendencia no totalizadora en la que varias fuerzas están en tensión procurando ocupar el espacio de lo dominante.
ESA MIEL VIENE A TU BOCA DESDE LA TIERRA, DESDE SUS OSCUROS RACIMOS
Entre lo aceptable y lo inaceptable, entre lo descontrolado y lo contestatario, entre los cantos y los amigos, el vino irrumpe en la poesía y en otras manifestaciones culturales —como es el caso de las letras de rock o luego de la cumbia— para hablar de las transgresiones, los desencantos, las violencias, las denuncias y los márgenes. Imágenes y proyectos gestados en la modernidad se reiteran y se desmitifican en este recorrido de textos. Es el vino, en definitiva, motivo, excusa o testigo de su tiempo.
BIBLIOGRAFÍA
Bueno Chávez, Raúl, Promesa y descontento de la modernidad. Estudios literarios y culturales en América Latina. Lima: Universidad Ricardo Palma, 2010.
Garriga Zucal, José, (2008), «Ni ‘chetos’ ni ‘negros’: roqueros». En: Trans. Revista Transcultural de Música. Julio, Nº 12, Sociedad de Etnomusicología, Barcelona. En línea: https://redalyc.uaemex.mx/pdf/822/82201204.pdf, [Consulta: 03 de octubre de 2010].
Botelli, Juan José, (1997), «Ochenta veces Cuchi». En: La Nación. En línea, https://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=77097, [Consulta: 08 de octubre de 2010].
Darío, Rubén, (1986), Poesía I y II. Prólogo de Ángel Rama y edición de Ernesto Mejía Sánchez. Buenos Aires: Ayacucho.
Darío, Rubén, (2013), Viajes de un cosmopolita extremo. Selección y prólogo de Graciela Montaldo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Marchi, Sergio, (2014), El rock perdido. De los hippies a la cultura chabona. Buenos Aires: Booket.
Rama, Ángel, (1985), «La modernización literaria latinoamericana (1870-1910)». En: La crítica de la cultura en América Latina. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
Reguillo, Rossana, (2000), Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto. Grupo Editorial Norma, Buenos Aires.
Zanetti, Susana, (1994), «Modernidad y religación: una perspectiva continental (1880-1916)». En: Ana Pizarro, (comp.), América Latina: Palabra, Literatura e Cultura.Volume 2: Emancipaçao do Discurso. Sao Paulo: Memorial da América Latina, Unicamp: 489-534.
Williams, Raymond, Marxismo y Literatura. Trad. Pablo Di Masso. Barcelona: Península, 1997.
DISCOGRAFÍA
El Cuarteto de Nos, (2004), «Vino en mi jeringa». En: El cuarteto de nos. Bizarro Records, Sondor, Montevideo.
Intoxicados, (2003), «Rodando por ahí». En: No es sólo rock. PolyGram Discos.
Kapanga, (2005), «Miami (guarda a la salida)». En: Kapangstock, Sony BMG
La Renga, (1995), «Buseca y vino tinto». En: Bailando en una pata. PolyGram Discos.
Perro ciego, (1997), «Cualquier bar» y «El corcho». En: Rocabola, El Tridente Records.
Perro ciego, (2002), «Resaca». En: Letras rojas, El Tridente Records.
NOTAS
[1] Entendemos por residual una operación que, desde el presente, se realiza en el pasado actualizando así sus sentidos.
[2] La investigación se llevó a cabo en el Centro de Investigaciones Etnográficas de la Universidad Nacional de San Martín, atendiendo al análisis de los gustos musicales de los sectores populares de la provincia de Buenos Aires.
[3] Dice Marchi en un tono en el que no busca disimular cierto carácter prescriptivo, esto es, un «deber ser» o mandato que indudablemente actúa como bajada de línea para sus lectores: «El problema es cuando las drogas, incluyendo al alcohol, se transforman en la temática principal del rock, sin siquiera el sentido de descubrimiento, interrogación y experimentación que las acompañó en los años 60. […] El otro inconveniente es cuando de alguna manera se festeja el reviente y se glamoriza el arruine. Habría que decirlo: no hay glamour, ni suben las acciones de nadie cuando está tirado en una camilla de la guardia de un hospital. El adicto o el alcohólico no vive una vida de peligro y maravillas, sino una existencia que padece y hace sufrir a los que lo quieren» (2014, 212-213).
[4] Cfr. Rosana Reguillo, 2000: 20.
_________
* Betina Campuzano es Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Salta (UNSa.) y actualmente se encuentra cursando el Doctorado en Humanidades en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT). Se desempeña como Profesora Adjunta en la Cátedra de Literatura Hispanoamericana y en Problemáticas de las Literaturas Argentina e Hispanoamericana de la UNSa. Ha compilado, junto con Elena Altuna, Vertientes de la contemporaneidad. Géneros y subjetividades en la literatura latinoamericana, compilado junto con Elena Altuna, y ha coordiando Retratos y atmósferas urbanas. Recordando a Pedro Lemebel, ambos libros editados por EUNSa. Asimismo, ha publicado artículos en revistas especializadas en los estudios literarios y culturales latinoamericanos. Ha participado de diversos proyectos de investigación y ha obtenido becas de investigación del CIUNSa, cuyos temas refieren al testimonio hispanoamericano.