Sociedad Cronopio

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Las democracias tambien bombardean

LAS DEMOCRACIAS TAMBIÉN BOMBARDEAN CIUDADES DE RETAGUARDIA

Por Juan Boris Ruiz Núñez *

[x_blockquote cite=»Luís Góngora en Aire: revista de aviación, nº2″ type=»left»]–Madre, ¿qué cantan las hélices al cortar la flor del aire?
–En España –tierra y cielo– tan solo canta la sangre.
–Las alas con que soñaba ¿son esas que vuelan, madre?
–Ya no hay alas en los sueños, hijo mío, ya no hay ángeles.
–Esta sombra sobre el suelo me marchita mis rosales.
–Calla, hijo mío, la sombra no vendrá a tus rosas, cállate.[/x_blockquote]

Los bombardeos aéreos en núcleos urbanos se analizan, ordenan, obedecen y se vuelven a analizar. Una cadena de mando que se repite una y otra vez para realizar una acción militar a la que se recurre desde hace un siglo en casi todos los conflictos bélicos. Una de esas armas que afecta a todo el mundo: a los soldados, a la población civil y a la pasividad de los observadores externos. Y se hacen porque el ejecutor se beneficia, obtiene un resultado positivo en cuanto a los gastos y el provecho que provoca la acción. No importan las consecuencias colaterales, solo el cumplimiento del objetivo y el avance para el aplastamiento del enemigo.

Un enemigo que surgió en España el 17 de julio de 1936, cuando se desencadenó una sublevación militar y civil en el protectorado del Marruecos español que pronto se extendería a toda la Península. Un golpe de Estado que puso en jaque al régimen republicano establecido en abril de 1931 y que provocó el desmoronamiento de parte del aparato administrativo. La revuelta triunfó en Castilla La-Vieja, León, Galicia, Navarra, el protectorado marroquí, las islas Canarias y parte de Extremadura, País Vasco, Andalucía y las islas Baleares. Tras la dimisión de dos presidentes del ejecutivo, el Gobierno otorgó armas al pueblo y disolvió aquellas unidades militares que se habían sublevado, lo que en la práctica significó una desmovilización del Ejército.

El peso de la defensa del régimen republicano pasó a las fuerzas de orden, a las milicias y a los militares desmovilizados, que intentaron aplastar el golpe allí donde no había triunfado, mientras trasladaban tropas para conquistar territorios donde había tenido éxito. Las acciones se llevaron a cabo por tierra, mar y aire con los medios disponibles, aunque también comenzó a llegar ayuda del exterior, tanto de hombres, por ejemplo los voluntarios de la Olimpiada Popular de Barcelona, como de material, procedente de Francia (antes de que este país se adhiriera al pacto de no intervención).

Desde el principio la Aviación, en la que se habían producido grandes avances desde la Primera Guerra Mundial, se utilizó como transporte, defensa aérea y bombardeo. En este último sentido, la República encomendó a sus aparatos misiones de castigo contra unidades militares, navíos y enclaves urbanos sublevados. Los bombardeos ayudaron en la derrota de focos insurgentes como los surgidos en Albacete o Gijón, pero en otros se fracasó en ese objetivo, como fue con los bombardeos de Córdoba o de Oviedo, que no consiguieron amedrentar ni a los rebledes ni a los civiles. Estos ataques se realizaban con muy pocos aviones, habitualmente un único aparato, y sin protección de caza, ya que el enemigo no tenía suficientes efectivos para defender estos enclaves. Dentro de los centros urbanos las bombas caían en puentes, cuarteles militares, estaciones de ferrocarril, posiciones antiaéreas, industrias, etc., pero también se dirigían contra objetivos políticos, como las viviendas de Queipo de Llano y Francisco Franco en Sevilla. Pero estos bombardeos también provocaban miedo a la población civil, que veía cómo la República podía atacar a ciudades de retaguardia que se distanciaban mucho del frente de combate. No se han podido conseguir datos explícitos de que las misiones de bombardeo republicanas del principio de la guerra tuvieran como objetivo principal o secundario a la población civil, pero evidentemente los daños a ella se producían en cada uno de los ataques aéreos. El porcentaje de acierto era muy bajo y más aún cuando se comenzaron a disponer piezas antiaéreas eficaces que obligaban a los aviones a volar más alto para evitarlas. Esto provocaba que las bombas cayeran en zonas no contempladas en el plan inicial o en los puntos reconocidos como atacables en los informes anteriores al bombardeo. No obstante, estos daños no se consideraban como una catástrofe sino como una aspecto que no perjudicaba a los intereses de la República. La población debía ser desmoralizada y una de las formas para conseguirlo era mediante los bombardeos, ya que de esta forma, se prestaría menos para la sublevación, trabajaría menos, realizaría trabajos de espionaje, etc. porque no consideraría que sus autoridades le estuvieran protegiendo del enemigo. De esta forma, observaría la capacidad que tenía la República de atacar cualquier punto de la Península, pasando por encima de aquellos que querían sabotearla.

Sin embargo, las formas de expresión que tenía la población civil frente a los bombardeos no se limitaban a la desmoralización que teóricamente podían provocar este tipo de acciones de guerra. En otras ocasiones, la población civil optaba por la indignación, produciéndose manifestaciones tras los bombardeos que las autoridades insurgentes aprovechaban para legitimar su forma de hacer la guerra. Estas manifestaciones acababan en ocasiones en asesinatos de prisioneros políticos que había en las cárceles sublevadas, que servían para desfogar el odio generado por los ataques aéreos. Por otro lado, se han detectado ciertas manifestaciones peculiares como que los civiles recogieran los restos de los aviones derribados y los llevaran en procesión por las calles de la ciudad. La población hacía visible la caída del enemigo que había intentado atacarle, reafirmando su categoría de comunidad a través de un hecho tan primitivo como es la exhibición de trofeos de guerra.

Ante esta acción de guerra que tanto había dado que hablar en el período de entreguerras, ambos contendientes tuvieron que articular un discurso que legitimara sus acciones y despreciase las contrarias. Por parte de los republicanos, se adaptó a las circunstancias, por lo que cambió a lo largo del desarrollo de la guerra. Durante el período de supremacía aérea, entre julio y octubre de 1936, se estructuró un discurso enfocado a mostrar su superioridad militar, que implicaba una libertad total para atacar cualquier punto controlado por los sublevados. Ante un aumento del poder aéreo insurgente gracias al apoyo alemán e italiano, la propaganda leal adoptó un mensaje victimista, sobre todo a partir de la ofensiva sobre Madrid en noviembre de 1936, que no abandonaría hasta el final de la guerra. Este discurso se caracterizaba por el establecimiento de los bombardeos sublevados en la retaguardia republicana como ataques deliberados contra la población civil, demonizando al enemigo al no ser capaz de evitar acciones de guerra tan poco morales contra individuos nada inmiscuidos en el conflicto bélico. Progresivamente se fue dirigiendo este discurso al exterior, donde se buscaba obtener el beneplácito de la opinión pública y de los gobiernos democráticos para intentar detener los bombardeos en la guerra, cuya ausencia beneficiaría en particular al Gobierno republicano.

La llegada de los bombarderos soviéticos Tupolev SB-2 en octubre de 1936, como parte del contingente material y humano con que la URSS apoyó a la República, otorgó a la Aviación republicana la capacidad de llevar a cabo misiones de bombardeo profundo con mayor facilidad, debido a la velocidad y capacidad de cargamento de este tipo de aparatos. Para evitar que fueran destruidos, estos bombarderos se situaron en aeródromos secretos de Cuenca y Albacete, desde donde dirigían sus ataques tanto al frente como a la retaguardia enemiga. Los bombardeos continuaron por todo el territorio, manteniéndose las misiones profundas con pocos efectivos para reducir al mínimo el riesgo de pérdida de aviones y tripulantes. Se debe destacar que la mayoría de bombardeos producidos por parte de los republicanos se dirigieron contra objetivos cercanos al frente, utilizando en muchas ocasiones aparatos diseñados para operaciones en retaguardia en esas misiones debido a la escasez de recursos. Y es que la mayoría de elementos aeronáuticos provenían de la URSS, por lo que la línea de suministro era lenta y llena de peligros, ya que submarinos alemanes e italianos interceptaban todos aquellos barcos que iban a zona republicana. Del mismo modo, las tripulaciones eran escasas y muchas de las nuevas unidades fueron ocupadas por aviadores soviéticos, con la intención de que aviadores españoles, que estaban siendo entrenados en escuelas nacionales y extranjeras, pudieran sustituirlos en un futuro cercano.

A partir de mediados de 1937 la falta de recursos aeronáuticos se fue agravando, lo que provocó que las acciones de la Aviación fueran cada vez menos frecuentes, por lo que hubo una falta de apoyo a las fuerzas de tierra en el frente y se redujeron las ofensivas aéreas en la retaguardia. La Aviación sublevada tenía una dinámica opuesta. Con una mayor cantidad de recursos y apoyo logístico por parte de las potencias fascistas pudo hacer frente a ofensivas tan importantes como la del frente norte, en la que desplegó una aviación devastadora a la que el Ejército republicano no pudo hacer frente. Aunque el número de misiones descendió, las investigaciones al enemigo no cesaban, y los informes de la retaguardia llegaban a la Aviación leal con información acerca de objetivos militares a batir en ciudades enemigas y sobre la moral de la población. Esto indicaba un interés por parte del Ejército republicano de conocer para luego llevar a cabo acciones que debilitaran al enemigo, sin estar exenta ninguna ciudad por estar más o menos lejana al frente. No obstante, en el discurso desarrollado por la propaganda, cada vez se insistía más en la gravedad de los bombardeos estratégicos en «ciudades abiertas» republicanas, que se establecían como auténticos crímenes de guerra.

Toda esta situación desembocó en enero de 1938, en una acción perfectamente estudiada y que los republicanos realizaron para llamar la atención del mundo en lo referente a los bombardeos sobre ciudades de retaguardia. Esta misión consistió en llevar a cabo cuatro ataques a tres ciudades (Salamanca, los días 21 y 28; Valladolid, el día 25; y Sevilla, el día 23) con una parte importante de todos los bombarderos estratégicos disponibles y con el objetivo de destruir lo máximo posible en todos los ámbitos, tanto en lo material como en lo humano. El Gobierno republicano presentó esta acción como la prueba de que aún se tenía la capacidad militar para desarrollar este tipo de ofensiva aérea, además de mostrar el hecho de que ninguno de los contendientes tenía a su disposición los suficientes recursos para detener esta clase de bombardeos. Del mismo modo, se presentaban al exterior como contrarios a esta clase de ataques, siendo estos los únicos que se habían hecho contra la población enemiga como objetivo, y realizados como represalia por los cometidos anteriormente en Valencia por los insurgentes. Asimismo, se mostraban dispuestos a abandonar este tipo de acciones y a comenzar conversaciones para erradicarlos del conflicto. Como respuesta a esta agresión, el Ejército franquista envió una misión para bombardear Barcelona y demostrar así que no tenía ninguna intención de acabar con esta forma de hacer la guerra.

Los bombardeos republicanos de tinte estratégico se redujeron al mínimo a partir de este momento, derivando la mayoría de la Aviación a los frentes y a la defensa de la retaguardia, donde el enemigo comenzaba una gran campaña de ataques aéreos. En consecuencia, los republicanos incrementaron su estrategia de intentar desprestigiar al enemigo mediante la propaganda, con el objetivo de dañar la imagen de los sublevados y detener las incursiones enemigas, que sobre todo afectaban a la costa mediterránea. Tras el bombardeo de Alicante (25 de mayo de 1938) y de Granollers (31 de mayo de 1938), algunos gobiernos democráticos salieron de forma contundente a pronunciarse en contra de esta forma de agresión e increpando a los sublevados para que dejaran de llevarlos a cabo. Por iniciativa británica se propuso la creación de una comisión de encuesta que analizase, a petición de ambos contendientes, aquellos ataques aéreos que podían haberse producido con el objetivo de atacar a la población civil. De este modo, se sabría si alguno de los contendientes realizaba este tipo de acciones que estaban mal vistas en la opinión pública de los países democráticos. El gobierno republicano aceptó rápidamente la propuesta, mientras que los sublevados no la aprobaron hasta agosto de 1938. La comisión investigó diversos bombardeos realizados en la retaguardia republicana llegando a diversas conclusiones y estableciendo la tipología de los mismos, aunque la comisión nunca tuvo el poder de llevar a cabo medidas coercitivas contra aquellos que realizaron los bombardeos.

Este no fue ni el primero ni último intento de eliminar esta nueva forma de hacer la guerra, no obteniendo ninguno de ellos su objetivo. Y por ello en cada nuevo conflicto se producen ataques aéreos en retaguardia que provocan víctimas dentro de la población civil. Una manera de atacar adoptada por todos los países y que generalmente no se considera crimen de guerra, porque si lo fuera, no habría Ejército sin parte de sus miembros juzgados. Y es que progresivamente se ha ido considerando esta moderna forma de matar como un medio de hacer la guerra, de igual modo que disparar con un subfusil en el frente de combate.

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Este artículo se ha realizado gracias a la financiación recibida por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte para la Formación de Profesorado Universitario 2014.

BIBLIOGRAFÍA

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Viñas, A., La soledad de la república: el abandono de las demcoracias y el viraje hacia la Unión Soviética, Barcelona, Crítica, 2010.

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* Juan Boris Ruiz Núñez es investigador predoctoral en la Universidad de Alicante gracias a una beca de Formación del Profesorado Universitario otorgada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Ha participado en distintos congresos y realizado diferentes publicaciones centradas en el periodo de la guerra civil española (1936-1939), entre las que destaca su artículo «El bombardeo aéreo como atributo de la guerra total: la población de la retaguardia sublevada como objetivo de guerra del Gobierno republicano», publicado en la revista RUHM. En estos momentos se encuentra desarrollando su tesis sobre «Los bombardeos aéreos republicanos en la retaguardia sublevada durante la guerra civil española».

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