PARA LEER ANTOLOGÍA DEL VICIO, DE JORGE GARCÍA ROBLES
Por Juan Pablo García Vallejo*
Una gran contribución a la cultura cannábica mexicana es la aparición de Antología del vicio. Aventuras y desventuras de la mariguana en México, de Jorge García Robles. Primero por poner al alcance de la mano textos desconocidos para el marihuano transexenal, el consumidor millenians del siglo XXI y los investigadores de las drogas. En segundo lugar, porque confirma algunas de las hipótesis que he desarrollado en mi investigación histórica del cannabis: Hay más pachecas [1] hoy que en toda la historia de México; la fabricación del marihuano como monstruo social en la prensa decimonónica; la liberación de la marihuana en la literatura de la onda y la necesidad de rescatar y difundir el capital cultural cannábico de cinco siglos.
La portada presenta a una joven que fuma por placer que quizás no sabe que su acción singular es una práctica cultural que aportaron, los esclavos negros que trajeron los españoles, hace 500 años, y que después se adoptó obligadamente a la farmacopea indígena, la continuaron discretamente los indígenas idolatras, léperos, soldados, pobres marginados y proscritos, jóvenes rebeldes, hippies, rebeldes con causa, chavos banda, las tribus urbanas finiseculares y consumidores psicoactivos del siglo XXI, la comunidad psicoactiva a la que ella inconscientemente forma parte.
La historia de la marihuana no es parte de la Historia Oficial y si un gran capítulo de la Historia de las persecuciones sociales y un capítulo especial de la Historia de la invisibilización de los grupos sociales. La anterior galería de personajes urbanos, subordinados, desviados han sido invisibilizados, perseguidos social y moralmente, pero siempre han sobrevivido a los códigos morales dominantes dejando de herencia un gran capital cultural cannábico, que pocos conocen.
El título es atractivo: «Antología del vicio. Aventuras y desventuras de la marihuana en México». Comenzaremos con la consideración de la antología como criterio literario, porque más que una reunión de textos desperdigados, de difícil acceso en un volumen, es una obra que refleja el grado de madurez del escritor, convertido en antologador. Quien hace una antología es porque sabe el estado del arte del tema que está tratando y presentado en la obra ya publicada.
La obra lleva dos décadas de preparación, desde Drogas, la prohibición inútil (1996), el taller Literatura y drogas en la Cafebría El Atrio, (2006), Valle-Inclán y los paraísos, en 2008, la conferencia de poesía modernista y drogas del Americannabis (2013). Y la historia al detalle de la generación beat en México y el Diccionario de modismos mexicanos (2011), por esto Jorge García Robles tiene una posición destacada en la cultura cannábica. La obra reúne textos, documentos científicos, notas de prensa, diarios de viaje, anécdotas de distintos autores y destinatarios que muestran la evolución en la percepción social de la marihuana en los últimos 200 años.
La palabra vicio del título nos remite a lo atractivo de lo prohibido, a su atracción marginal y provocadora de trasgredir las reglas sociales y, más complejo, cuando se conoce el carácter ambivalente de la marihuana: ser hembra y macho a la vez, en este sentido se subtitula aventuras (lo bueno) y las desventuras (lo malo), que nos indica que no siempre todas las opiniones son homogéneas, iguales. Las aventuras de la marihuana se verán a través de la escritura y las desventuras en los prejuicios morales restrictivos que se construyen y repiten lentamente en un proceso de ruptura y continuidad, lo que se percibe en el mismo capitulado del libro, que toma como criterios fechas de la historia política pero después encuentra su propio camino de exposición. ¡La más grande desventura es que los propios escritores marihuanos escriban contra la propia María!
Antes de la Independencia está la invisibilización de la marihuana mestiza durante 3 siglos, reducido el consumo medicinal a la República de indios. En el intercambio inter-étnico psicoactivo del proceso de mestizaje, los indígenas adoptaron el uso medicinal del cáñamo. La marihuana es un invento cultural de la dominación europea y, a la vez, una práctica de resistencia cultural activa, hecha por las mujeres en la cocina. No había otro lugar de encuentro entre la herbolaria, la hechicera y las europeas. Se llama marihuana por un juego de palabras entre mallinali (hierba para tejer) como la conocieron los indígenas, la mariamba (el cáñamo africano ritual) y María, el nombre de la principal virgen de la Iglesia católica, del que resulta la universal marihuana. Esto fue hecho por los franciscanos, una vez conocido los secretos del mundo indígena y ver cómo se relacionaban con otras castas vencidas. La marihuana es un secreto para la sociedad colonial jerárquica y cerrada, y el rostro folclórico para decir que la marihuana es algo propio del pueblo.
La obra comienza con José Antonio Alzate y su defensa de los pipiltzintzintlis en 1772, lo importante aquí no son los indios marihuanos de los que habla sino quien escribe estas memorias. Habla Alzate (también escribe Esteyneffer en la introducción), pero los dos son jesuitas, son los que tienen el monopolio de la escritura, los indígenas tienen la práctica idolátrica por tradición oral y la persecución e invisibilización como consecuencia social, su opinión no cuenta, su experiencia psicoactiva es despreciada, una mala costumbre.
Parece que nos saltamos la primera invasión de las drogas que se dio con el mestizaje en 1520, como mencione arriba, esto se debe a los silencios de la historia, como dijera Edmundo O ‘gorman, son momentos de grandes derrotas y frustraciones colectivas que no queremos recordar, por esto creemos conocer el pasado y lo olvidamos por completo creyendo que en verdad lo conocemos. Jorge García Robles dice en la introducción que no hay documentos que prueben la aportación negra al mestizaje de la marihuana, en la historia de la invisibilización de los grupos sociales, solo podemos avanzar conjeturas desde el conocimiento interdisciplinar de las drogas.
Y al iniciar con la Independencia nos introduce a la segunda invasión de drogas en la sociedad capitalista secular moderna con la aparición de distintos saberes, técnicas y burocracias respectivas que compiten entre sí por la mejor posición social. Aparece la farmacología, la medicina legal, el periodismo, los novelistas. Estos nuevos actores hablarán de forma distinta de las drogas, dejando los dogmas pálidos de tanto prejuicio artificial, se pasa del pecado a la sanción.
No todos estos discursos sociales tienen el mismo peso ni la misma difusión. Los textos científicos son para minorías, así como las memorias y diarios de viaje pues tardan mucho tiempo también en publicarse. García Robles presenta definiciones farmacológicas sucesivas (1846, 1853, 1874 y 1896) reflejo del auge de esta ciencia, pero que tienen escaso auditorio, es decir una minoría especializada que curiosamente ya en el siglo XX dejan de tener peso alguno.
«Durante la primera mitad del siglo XIX, la comunidad científica mexicana conformaba un estrecho grupo social, en el que los farmacéuticos constituían una minoría cuyos intereses y ambiciones raramente encontraban apoyo en los sectores más influyentes del país. Lo anterior se debía a varios motivos:
1) los farmacéuticos carecían de una organización sólida y se hallaban desarticulados,
2) el público en general no le atribuía al desempeño de sus actividades la importancia merecida, esto principalmente debido a que durante este periodo, junto con los farmacéuticos titulados, coexistieron en México otros que ejercían la profesión sin título ni estudios formales y
3) a que su formación dentro de la Escuela Nacional de Medicina era deficiente e incompleta.
Durante la mayor parte del siglo XIX, la carrera de farmacia estaba constituida únicamente por una o dos cátedras y los estudiantes no tenían permitido asistir a las demás clases impartidas en la Escuela Nacional de Medicina, ya que estaban destinadas exclusivamente para los médicos»,dice la doctora Liliana Schifter Aceves, en Las Farmacopeas Mexicanas en la construcción de la identidad nacional (2014).
García Robles apunta una definición farmacológica científica de la marihuana en 1846, pero ya en 1791 Vicente Cervantes, en Ensayo a la materia médica vegetal de México, (publicada hasta 1889) da por primera vez el registro científico del cáñamo (cannabis sativa), que Claudio Linneo había identificado en 1753. El estudio de la marihuana como objeto científico comenzó con Cervantes, cuando leyó esta disertación en el Jardín Botánico de México en 1791.
El avance científico no va a tener buen efecto social porque rápidamente se va a desvirtuar con el tratamiento que le dará la prensa —el periódico El republicano—, es donde aparece la imagen terrible del marihuano, una epidemia de soldados. Esto confirma una de mis hipótesis socioculturales de que el marihuano como personaje urbano proscrito nació gracias a la prensa decimonónica. Antes estaban sólo los indígenas idolatras invisibilizados de los que habla Alzate, sin mencionar a los léperos. Porque la prensa en la sociedad secular se vuelve el mecanismo de control social a través no sólo de las noticias sino la imposición de formas de vida, el buen tono de las gentes de bien frente a lo prehispánico indígena, lo moderno frente a la tradición.
Vi de inmediato que Jorge deja de lado a la masa de léperos, sin derecho alguno, decir que fumaban marihuana no afecta su situación: «el lépero se convirtió en una figura bien conocida en las calles de la capital virreinal […] mientras que los habitantes urbanos educados, blancos y ricos, buscaban cada vez más ser parte de una cultura occidental más amplia, grandes grupos de masas rurales sin educación, de tez oscura, pobres buscaban tenazmente preservar un modo tradicional de vida, saliéndose del ámbito del control de los primeros» nos dice Pilar Gonzalbo.
La marihuana deja de ser rural para convertirse en urbana, de ser un hábito ritual a un asunto recreativo de colectividades, comenzando con los léperos en pulquerías y peluquerías como principales centros sociales de reunión de todas las clases sociales, siempre se les consideró algo perniciosos para la sociedad. Se amplían los círculos sociales de consumo, perfectamente identificadas de léperos, soldados, presos y prostitutas. Donde se creará una contracultura carcelaria con su propio lenguaje, la germanía, como la llama Juan José Tablada, el lenguaje de los presos, mota, grifo, «darse las tres», vacilar, Doña Juanita, el toque.
La clase gobernante no olvida sus afanes de control social de la marihuana cuando en 1855 pretende prohibirla el gobernador de Colima, Francisco Ponce de León. La respuesta social es el corrido La marihuana, que todavía escuchamos. Esto es importante porque las creaciones culturales tienen más alcance social que los ordenamientos restrictivos, que tienen vida en el papel y que intentan negar las resistencias culturales de los bajos fondos de la sociedad.
El escritor-político Guillermo Prieto nos repite la visión folclórica del «casamiento con marihuana» entre los otomíes, en esa misma década. Luego tenemos la mirada extranjera con el diario de viaje de Fossey, describe el consumo popular en Colima, pero esta obra está destinada a pocos lectores. Se percibe que la marihuana ya está dejando el closet del anonimato, se están abriendo las puertas a los marihuanos ocasionales, pero famosos, como el poeta romántico Manuel M. Flores en sus memorias de 1864, describe el uso ocasional de la marihuana (publicadas en 1954).
En la parte titulada El porfiriato, contiene textos de periodistas como Heriberto Frías, que constata la subcultura carcelaria en la Cárcel de Belén en 1885, o el ambiente de los tribunales con Federico Gamboa (el pájaro que frecuentó los bajos fondos antes de entrar a la diplomacia, carrera dorada y aburrida). Los escritores decimonónicos hablan de las clases bajas (soldados, prostitutas, marihuanos), porque las clases bajas no le interesan al poder. La criminología interviene y la prensa igualmente. Aquí presenta una serie de notas que van de 1882 hasta 1910, son 30 años de nota roja marihuanera, que todavía no se ha analizado bien y no se ha estudiado la evolución de la publicidad de los medicamentos milagrosos. José Juan Tablada que será un pionero en los paraísos artificiales y junto con otros poetas modernistas como Bernardo Couto, Alberto Leduc, Antonio Lezcano y Balbino Dávalos. Este último traduce el libro del antropólogo noruego Claudio Lumholtz El México desconocido en 1904, que Jorge incluye en esta antología.
Tablada es el joven más baudeleriano de todos, y después denostará la marihuana y los marihuanos, habla del surgimiento de los «cónclaves de grifos» más allá de su consumo en los cenáculos literarios decimonónicos que él frecuentó. La nota de El Imparcial del 17 de julio de 1908 «Los habitantes de la capital eran enloquecidos de la marihuana», le da inspiración para su reportaje de Las misas negras, del 23 de julio de 1908. Y que continuará hasta el 12 de mayo de 1910, con la nota «Venden marihuana». En plena caída de Porfirio Díaz la ciudad de México estaba inundada por la marihuana.
En la Revolución trata dos novelas de Mariano Azuela, Los de abajo (1916), que presenta a un soldado marihuano con ataques de verborrea y a un campesino ilusionado por el espejismo urbano de la gran ciudad (La luciérnaga, 1932), que tiene experiencias desagradables con el consumo, la opinión del doctor es moralista.
En la década 1920 está el poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, (Jorge García Robles omite aquí el intento de los muralistas de «descriminalizar la marihuana»), pero incluye a la vanguardia literaria-plástica de los estridentistas, la anécdota de Alfonso Reyes de la segunda visita del poeta Ramón Valle Inclán a las fiestas del Centenario. Un texto bastante revelador de 1928 es la novela de B. Traven, Tierra prometida, porque habla del trabajo preventivo de los trabajadores socialistas para erradicar el cultivo de marihuana, algo insólito e inédito en la historia de la marihuana. El periodista Jacobo Dalevuelta vuelve a los «cónclaves de los grifos», descritos por la prensa 30 años antes. Incluye un poema de Salvador Novo, extractos de Tropa Vieja, la mejor novela de la revolución mexicana (según el mismo Novo) y nos encontramos otra vez con la sana mirada extranjera, de Eggon Erwin Kish con la locura de Carlota, que se supone fue inducida por el consumo involuntario de marihuana.
En los capítulos siguientes empiezan a perder aliento, tienen menos textos. Un paréntesis de sensatez con dos colaboraciones, el texto legendario El mito de la marihuana del doctor Leopoldo Salazar Viniegra y el de su alumno Jorge Segura Millán, Marihuana. Aquí debería estar incluida La flor de la vida de José Juan Tablada, porque es un texto de constricción y de moderación en el consumo de drogas en 1937, en plena epidemia de pánico prohibicionista.
Para la mitad del siglo XX, está la novela de José revueltas, donde se ven las medidas draconianas contra los consumidores: mandarlos a las Islas Marías, aislarlos de la sociedad, por ser contagiosos y peligrosos. Un poema de Octavio Paz, la colaboración desconocida por mí, la de Juan de Alba, poemas de Efraín Huerta y un texto bastante misterioso, Siqueiros. La piel y la entraña, de Julio Scherer que se presenta primero como entrevista en 1967 y aparece el mismo contenido en las memorias de Siqueiros: Me llamaban el coronelazo en 1977. Scherer dice que Angélica Arenal, utilizó pasajes en su autobiografía de Siqueiros, finaliza con la anécdota desafortunada de Jaime Sabines, que refleja el gap cultural entre marihuanos y bebedores de alcohol.
La sexta parte es un Interludio beat, con Jack Kerouac, En el camino (1951). La detención del poeta Lamantia en 1959 y un pasaje de Bill Burroughs sobre la Emperatriz de la droga Lola La chata. Pero falta su vivencia en México de 1949-1952, que Jorge ha investigado bastante en otros textos específicos de esta generación literaria norteamericana.
En la séptima parte, que yo defino como la etapa protagónica del consumo de marihuana, con autores principales de la Literatura de la onda, Parménides García Saldaña que junto con José Agustín hacen de la hierba personaje importante. Y José Luis Benítez, el Booker. Faltan muchos, pues hay 300 escritores onderos registrados por Margo Glanz.
La parte final, hasta nuestros días, contiene el atrevido texto de El vampiro de la colonia Roma, la novela La fábrica de conciencias descompuestas, que desconocía, de Gerardo María. El manifiesto de Generación de 1996.Una aportación del doctor Kumate, donde se critica de «argumentaciones simplistas» a las demandas del movimiento cannábico en 2009. Desde el año 2000 de su existencia pública nunca se les mencionaba por los doctores, mejor se les invisibiliza. Y el Texto La marihuana en Monterrey, que trata de la dosis personal autorizada por Calderón, y la venta-compra por Internet de weed, para que no se oiga tan mal, como siempre. ¡Es weed de la que fuma la joven de la portada!
Los apéndices son algo problemáticos, se presenta al final la etimología cuando se tendría que explicar al inicio. Los modismos son parte del Diccionario de modismos que publicó en 2012, encontramos tres textos que no están incluidos La resurrección de los ídolos, El manifiesto del colgado, El opio produce primero.
En el apéndice de imágenes creemos que requiere de un tratamiento específico, es desigual y faltan las fichas informativas hay dibujos de personajes como Alzate, avisos gubernamentales sobre el control de la venta comercial de marihuana de 1869, en Campeche 1892, una nota de Tablada Las misas negras, de 23 julio de 1908, pero que nos remiten a otra nota de El Imparcial del 17 de julio de 1908, otro aviso del DF de 1896, la fachada de la Cárcel de Belén, abierto en 1862 y cerrada en 1900. Fotografías de los escritores Porfirio Barba Jacob y Federico Gamboa, un cartel cinematográfico de la película El monstruo verde de 1936, nota de la feria científica de 1855, la nota del imparcial de los grifos en 1908, siete litografías de Don Chepito Marihuano sin ficha, una foto del doctor Viniegra en un laboratorio, un anuncio de cigarros durante la Belle Époque, de Internet, y la foto de Frida Kahlo, tomada por los hermanos Mayo.
Lo que faltó en Antología del vicio, aventuras y desventuras de la marihuana en México, bien puede dar material para otra antología.
Victoriano Saldo Álvarez explicó en su obra Rocalla de historia (1992) cómo Hernán Cortés cultivó cáñamo en Cuernavaca y Veracruz. «Fomentó la cría de los ganados vacuno, caballar y de lana e implantó las siembras de trigo, cáñamo y lino en sus posesiones». Y la ordenanza del segundo virrey de la Nueva España, en 1550, Luis de Velasco, recomendó reducir el cultivo del cáñamo porque «los nativos estaban empezando a usar las plantas para algo distinto a confeccionar cuerdas». Esto nos lo hace ver Ernest Nabel, porque los mexicanos nos resistimos a creer que la marihuana si se integró completamente al Alma Indígena Nacional. Esto porque Jorge García Robles dice que no hay registro de uso medicinal. No lo hay porque son cuestiones secretas, subalternas, que se dan principalmente con el lenguaje, el lenguaje corre por sus venas. También el cronista Francisco Cervantes de Salazar es útil porque nos dice dónde estaba ubicado en 1564 el gremio de tejedores de cáñamo en la ciudad de México.
El consumo medicinal, nacido con el mestizaje se practica discretamente en la República de indios, esto se constata con la experiencia de la familia Hernández de Atlixco, Puebla (1642), que tenían una concesión virreinal desde un siglo antes, solo para uso medicinal. También falta algo sobre Santa Rosa, que se da en la segunda evangelización en el siglo XVII.
El estudio científico del cáñamo por el botánico Vicente Cervantes en 1791, que se publicó en 1889. La opinión del naturalista alemán Alejandro de Humboldt en 1800. La novela Don Catrín de la fachenda donde, según las Viudas de Lizardi, este personaje viste camisas de estopilla, que es un derivado del cáñamo. Para El porfiriato, falta el curso de Historia de las drogas del doctor Juan Manuel Noriega y Los paraísos artificiales de Manuel Gutiérrez Nájera, que prefería el alcohol a los psicoactivos. Esto es importante porque es el primer escritor que analiza la invasión de las drogas en la sociedad secular moderna.
En los años 1920-1950 falta considerar: La marihuana de Eugenio Maillefert, publicado en la revista Etnos; el reportaje Marihuana. Hashish mexicano del periodista austriaco Victor Reko en la revista Mexican Magazine en 1926. El libro La bohemia de la muerte de Julio Sesto. El libro Ídolos tras los altares de Anita Brenner habla del «vacilón», lo mismo que la novela La revancha (1930) de Agustín Vera. En los 30 falta la novela Balada del terruño (1931) de Severo Amado, el ensayo La danza en México (1931) de Guillermo Jiménez; la primera parte de las memorias La flor de la vida de Juan José Tablada, publicada en 1937, El camarada Pantoja (1939) de Mariano Azuela. Y el poema Tres tristes tigres de Xavier Villaurrutia. Poemas de Ramón Martínez Ocaranza, la autobiografía de Salvador Novo escrita en 1945, la novela arrabalera Candelaria de los patos de Hugo Raúl Almanza.
En los años 1960, faltan los testimonios de Huberto Batis del consumo en las revistas culturales, el poema de Homero Aridjis sobre unos hippies norteamericanos que se orinaron en la torre de Televisa. Y varias novelas onderas como la de Julián Mesa, El libro del desamor. En la década de 1970 hay que considerar las novelas Las jiras de Federico Arana, Chin Chin el teporocho de Armando Ramírez, Monsiváis de Amor perdido, Timothy Knab, Uso ritual del cannabis (1979). El manifiesto pacheco, revista La guillotina; Los bajos fondos (1988) de Sergio Rodríguez.
El estudio sobre La mayordomía entre los otomíes (1992), explica el complejo cannabilátrico otomí de Estanislao Barrera Coraza. Juntando mis pasos (2000) de Elías Nandino, La epidemia baudeleriana de Francisco Martínez Cortés, la novela El cerco (2008) de José Antonio Rosado, porque es la única novela que trata el «debate de la marihuana» entre abogados; la Historia de la marihuana (2010) de Armando Vázquez, La disipada historia de la marihuana en México 1492-2010, (2010), la Carta de empresarios regiomontanos por la legalización de la marihuana, a Felipe Calderón del 17 de julio de 2011.
Hay textos mencionados no presentados: cita a Esteynefer en la introducción, que no es necesaria, los pasajes de La resurrección de los ídolos, el cuento El manifiesto del colgado del Booker y El opio produce primero de Porfirio Barba Jacob. En los apéndices faltan ilustraciones de Rius, el Santos, Rolando el conejo marihuano del periódico Milenio. Con todo considero que esta antología de Jorge García Robles es un buen aliciente para seguir difundiendo la cultura cannábica en la sociedad mexicana que por prejuicios infundados la desconoce.
NOTAS
[1] Mexicanismo coloquial despectivo para referirse a la persona que fuma cigarrillos de marihuana. N. del e.
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* Juan Pablo García Vallejo estudió sociología en la ENEP ACATLAN e historia de las religiones en el ITAM. En 1983 funda la revista contracultural La Guillotina, en1985 escribe el Primer Manifiesto Pacheco. Articulista del periódico Acontecer, coordinador del suplemento cultural La tinta suelta. Premio Nacional de Prevención en VIH/SIDA (1993), Mención Honorífica en el Premio Nacional de Periodismo Cultural Regional en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 1998. Premio Nacional de Periodismo Cultural del Club de Periodistas de México Filomeno Mata en 2009. Director de la Gaceta Cannábica y de gacetacannabica.blogspot.com Autor del libro La sociedad gandalla: de la utopía a la distopía, Ediciones Casa Vieja, 2001. Efemérides de Ecatepec, Municipio de Ecatepec, 2009. La disipada historia de la marihuana en México: 1492-2010 Eterno Femenino Ediciones, Disidencia psicoactiva Movimiento Cannábico Mexicano 2000-2012, Antología de Manifiestos Cannábicos, La Invención de la Marihuana, La marihuana en la narrativa mexicana del siglo XX, 2015.