EL MEDIO ES LOS MASAJES
Por Fausto Alzati Fernández*
«Edecán T.V. *Cuerpazo increíble* Fantasías», se lee bajo el retrato de una rubia en la sección de Clasificados Adultos, en un periódico de circulación nacional. Ahí, rondando esta icónica imagen de una güera con el rostro borrado, están dispuestos los elementos de uno de los tantos nudos de esta cultura: la T.V., la información y el sexo. Dichos elementos se vieron recientemente enlazados en el debate en torno al estatus moral de la publicación de tal oferta de servicios. Pero, el que ambas partes estuviesen de acuerdo en los términos de dicho dilema, manifiesta que no existe debate como tal. No sólo eso, sino que esclarecen, en su insistente negación, un nudo sintomático de esta cultura: la necesidad, ante todo, de defender a capa y espada (pluma y pantalla) la doble moral.
Claro, qué pánico causaría verse obligado a inventar otro modo de gozar, otra forma de entender y buscar el placer. Otra forma que no se encuentre sujeto al vaivén de tensiones y alivios que dicho paradigma, asumido ya como sentido común, supone. Y peor aún, qué angustia, de pronto, vislumbrar que los modos de gozar no son intrínsecos, sino que son siempre construidos, apócrifos, inventados y reinventados. Miénteme, pero no me dejes.
Cuando se prolifera una supuesta polémica para eludir un síntoma, es, creo yo, una invitación a descartar la fascinación por el escándalo, para prestar la atención a lo que se busca encubrir con dicho sensacionalismo moral. Los clasificados de sexoservicios puede que, en efecto, resulten ser un sitio privilegiado para leer la lógica de una economía que subyace toda configuración económica, política y sociocultural: una economía libidinal.
Para describir aquel infame inconsciente del que da cuenta el psicoanálisis, Jacques Lacan dice que «el inconsciente está estructurado como un lenguaje»; a lo cual su compatriota, el filósofo J. F. Lyotard agrega «hagámoslo hablar entonces, no pide otra cosa». Y para ello, qué mejor punto para leer el inconsciente de una cultura que un sitio oculto al lente analítico, tanto por su obviedad como por su insinuación: los clasificados de masajes.
Relegado a las páginas obtusas —entre chistes ansiosos y las lecturas íntimas— se ubica el desenlace de tanto del remanente energético de una sociedad. Entre retratos de edecanes sugerentes, precios, localidades y alusiones entrecomilladas, nos encontramos mirando al sitio donde se recicla lo que sobra tras las labores diarias; donde se reciben y desgastan los residuos afectivos y fluidos corporales de una ciudad. Ahí también, entre la sintaxis de sus promesas, hallamos un vistazo al llamado inconsciente: a eso que sabemos, pero que no sabemos —o negamos— que sabemos. Es decir: todo es un albur…incluso el albur.
Las pequeñas imágenes en rectángulos, que asemejan pantallas, se reparten por la página, invocando la proyección de fantasías. Como el blanco rostro de una geisha, una pantalla en blanco donde se ve lo que se quiere ver. Los cuerpos en recámaras, en cuartos de hotel, esquinas nocturnas, en lencería o minifaldas entalladas, empinados sobre sábanas o contra una pared lisa. Los rostros difuminados como en el testimonio de un drogadicto en la tele. Quizás son insinuaciones a lo acéfalo, al desfogue anticerebral, a la decapitación de la razón. O puede que sean indicadores de un anonimato avisado, tanto como una reafirmación cartesiana, donde la mente y el cuerpo son quita–pon. Pero, me pregunto si ¿no será más bien la necesidad de simular pudor para reafirmar la prohibición y así vender un servicio más como transgresión?
De las imágenes en la plana, tantas las he visto antes en sitios porno en la red, o contrastan tanto con el precio de $150 por un «mañanero» que se duda del respaldo físico. Por ello, tantos de los puti–retratos ahora dicen, con letras coloridas: FOTO REAL. Y es peculiar encontrar la palabra «real» tan prominente en el ámbito de la fantasía. ¿Cómo va a ser real una foto en tanto representación? Lo que concierne es, más bien, el realismo, como efecto especial de cinema verité, que desplaza las fantasías de lo posible a lo probable. La realidad es teatral (y no viceversa). «Espectacular». Así, surgen otro par de consideraciones en torno al reiterado uso de la palabra «real» en esta sección del periódico:
(a) la relación que tiene con la expansión de lo virtual, donde pasamos ya tanto del tiempo inmersos —esa virtualidad que al copiar la realidad nos empuja a dudar sobre que tan real era la realidad inicialmente—, y
(b) el tránsito de la realidad a la fantasía y de vuelta («Fantasías hechas realidad»), presenta un ejercicio de desplazamiento particular, donde se ubica la siguiente cuestión: ¿la realidad, en este caso, es aquel imperio del tedio diario al que se regresa tras un par de horas con Scarlette o Alexxa?, o ¿es el desahogo de fantasías y fluidos, donde por fin se es fiel a todo aquello que se disimula en el día a día, para así soportar tanta contención? A fin de cuentas no importa. No realmente.
Los factores se suman y combinan, dividiéndose entre la procedencia (acapulqueña, regiomontana, cubana…), la edad (madurita, colegiala, dieciocho añitos…), la exageración de los atributos (nalgonsísima, dotadísima, guapísima…) y la disposición (pervertida, buena onda, ardiente, bonito carácter…), entre otros, para participar en el sorteo de actos (oral natural, tríos lesbian, 69, polaco…). Esta lotería donde hasta a los más «exigentes» prometen «cumplirles» como «se merecen» no es un mero preámbulo, sino que tal insinuación es ya parte constitutiva de la satisfacción. La prórroga, la espera, el código entrecomillas son una forma de placer en sí. El deseo no nace en estas impresiones, meramente se inscribe, escribe y suscribe en ellas. Tales codificaciones del deseo significan metáforas cognitivas, exponiendo algo más que el modo de anunciar el comercio sexual. En sus rasgos, seducciones y secuencias, en su sintaxis y elección de palabras y encuadres anuncian, también, definiciones implícitas de lo sexual, develando con ello toda una cosmovisión.
«Si Dios no existe todo está permitido», dice Dostoievski por medio de sus personajes en Los Hermanos Karamazov; pero ya a menudo lo he escuchado al revés y funciona: si Dios existe todo está permitido. Como quiera, este permiso total lo otorga la deidad como prescripción de lo sagrado. Así, la puta/sacerdotisa exorciza y promueve la restitución de la comunión. «Permitiéndote todo» (¿«ponme como quieras»?), claman, y por fin hay conversión (co–inversión): lo ilimitado, el «exxxtasis al máximo» «llevándote al cielo», tiene tasa fija: $400 por dos horas. Pero lo «sin límites» habla de la pulsión de muerte (sólo la muerte es ilimitada, ya que es en sí El Límite), de aquel vértigo del olvido en un orgasmo, tanto como de la búsqueda de la impunidad personal como modo de trascender el vínculo social. Y tras leer sobre asesinatos, crímenes, fútbol nacional y una repetitiva secuencia de denuncias a la deplorable condición del mundo, encontrarse, en las páginas subsecuentes, con este poder dominar y morir al mundo, resulta bastante lógico.
«Sin mentiras», «sin engaños» se lee aquí y allá, manifestando el problema de La Verdad como artefacto de la fantasía. No sólo ofrecen «la oportunidad de gozar» de «damas atrevidas» con «relaciones ilimitadas», sino que además aseguran, una y otra vez, «satisfacción garantizada». Lo «exxxtremo», lo «ilimitado», la «desnudez total», puede relativizarse y verificarse, al antojo del cliente. Y se remata con un buen «no te arrepentirás», ¿pero qué no el arrepentimiento es parte del goce?, ¿sino para qué invocarlo así?
Para deleitar al dilema no podría faltar la jerga psicológica, con «cachondas terapeutas» o «adictas al sexo» con megaofertas de «chocoterapia» y «estimulación prostática», para lo que viene siendo, más que nada, la ansiedad. También se puede «como novios» (¿qué no el chiste era ir con una puta?), o servir a la patria y a la humanidad, brindado generosa caridad a una dama «en apuro$». Pero, sobre todo, que quede claro (o clarisisísimo), Ruby, América, Dennis, Gyna… puede que sean tus «amigas discretas» e «independientes» o una «edecan temperamental», «ninfómana insaciable» con «boca traviesa», «travesti interactiva», «golosas», «exuberantes», «sexy guapas»… lo que gustes y mandes, pero eso sí, a pesar de fungir como sexoservidoras, complacientes y serviciales, no son «sirvientas».
Aunque finjan sin fingir servir sin servir al patrón, lo que resalta al leer esta sección del periódico, en tanto noticiero impreso sobre la actualidad, es justamente el patrón que estos textos trazan sobre lo que se atribuye a la inmanente y elusiva naturaleza del deseo. Aquel mismo (des)orden de deseos que hace girar a este mundo «inolvidable».
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* Fausto Alzati Fernández (México DF, 1979). Filósofo, ensayista y traductor, dedicado al análisis de la cultura desde las perspectivas y paralajes de la filosofía, el psicoanálisis y el budismo. ataraxiamultiple.blogspot.com. Este artículo fue publicado impreso en El Milenio Semanal, reconocida publicación mexicana.