Sociedad Cronopio

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Dexter

DEXTER Y LA MANIPULACIÓN TELEVISIVA

Por Andrés Páramo Izquierdo*

Veo por Internet una serie no tan nueva llamada Dexter. Con esa simpleza de un nombre que no dice nada, resulta ser —como a la usanza de las grandes producciones de ese país— una monstruosidad.

Aparte de lo obvio, de lo demasiado estadounidense, de la bandera de Estados Unidos en todas las escenas contoneándose en un Miami de la tierra de la libertad, la serie es impecable. Todo es bueno en Dexter. Por ejemplo su bellísimo inicio de relato en planos ‘closed up’ que retrata los aspectos más minúsculos de un día cualquiera: los poros abiertos de la mañana dejando salir pequeños pelos recién nacidos; un pedazo de carne friéndose con una extraña vigorosidad en el sartén; la lengua rosada y hermosamente imperfecta de Dexter tocando la comida y retirándole todo el sabor; el huevo aceitoso del desayuno, mezclado de manera cómplice con unas gotas de sangre provenientes de ninguna parte, como una incógnita tejiéndose.

Decir que Dexter es malo o bueno depende del lente con el que miramos la serie. Si lo hacemos con el de la vida humana, nos daremos cuenta de que es malo porque mata gente por montones y de forma despiadada: torturándolos, asfixiándolos con plásticos, practicándoles cirugías sin anestesia, y coleccionando sus gotas de sangre en una especie de armario que tiene escondido detrás de una pared.

Pero si vemos todo desde una estricta psicología del criminal, Dexter no puede ser culpable porque no es capaz de sentir empatía por otros seres humanos. Su trastorno no nos permite medirlo con la misma barra que a los demás. Esto lo hace peligroso pero no estrictamente «malo». Habrá aquellos otros que lo juzguen desde el punto de vista del antihéroe. Porque, se me olvidó decirlo, Dexter sólo mata asesinos brutales que se han escapado de la justicia.

Ésa fue la orientación profesional que su padre le impartió cuando se dio cuenta de la vocación predeterminada de su hijo; pequeñas clases de cómo escoger a las víctimas, borrar el rastro del delito, ser meticuloso a la hora de matar, resistirse a la tentación y eliminar exclusivamente a gente que lo «merezca». Así que aquellos que gustan de las historias de justicieros vengativos de mano propia, podrían encontrarlo como su antihéroe favorito.

Sin embargo, estos sesudos análisis importan poco al televidente, quien está absolutamente encantado con la personalidad del protagonista. Incluso yo, que escribo esto, tuve que tomarme un descanso y distanciarme de la serie por un tiempo para poder analizarla un poco mejor. Dexter nos demuestra qué tan influenciables somos al capricho de un libretista. Nos prueba cómo nuestros valores pueden ser volteados en cuestión de treinta minutos de imágenes sucesivas. En esa media hora en que Dexter resuelve un caso en la mañana —porque trabaja para la policía como forense patológic— y asesina a un ser humano en la noche, ya estamos de su lado.

En un abrir y cerrar de ojos nos reímos de sus chistes, celebramos que se escape de los controles legales, rivalizamos y sentimos rencor por sus víctimas, queremos que gane y, sobretodo, simpatizamos mucho con su capacidad de fingir verdaderos sentimientos humanos. «Si tuviera un corazón lo tendría destrozado», piensa Dexter, después de que su novia le confiesa que ella dio con el mejor hombre del mundo.

Tal vez sea eso y no lo otro. Que el psicópata demente nos guste por su aparente inocencia, por jugar al experimento de camuflarse como una persona común y corriente. Pero no, me equivoco, ésa es una parte muy chiquita del todo. El todo es la trama completa, el engaño, el chiste, la investigación, y la muerte sucesiva de decenas de personas.

¿Qué tan influenciables somos? Yo puedo ver claramente cómo los anhelos de seguridad y de extrema represión que hay en la sociedad se cristalizan en las series que castigan a los malos: Batman, Superman, C.S.I, o la misma Criminal Minds, que se trata de un equipo del F.B.I. encargado de atrapar asesinos como Dexter. Criminales que odiamos, que no toleramos, que hemos vuelto nuestros propios enemigos.

En Dexter nos cambian al narrador, nos meten un par de chistes, y ya estamos a sus pies. Ya no queremos que el equipo de Morgan y Reid —los de la otra serie que digo— lo atrapen. No, por favor no, que se escape y se salga con la suya. Si me gustan las series y películas norteamericanas que persiguen a los delincuentes, me impresionan muchísimo más las que tratan de ellos, o los muestran en el plano del protagonista. Pero sobretodo me gusta la reacción de la gente, la del cine, la que va a ver cómo los buenos siempre ganan.

El mejor ejemplo —o el más conocido— es el Joker de Christopher Nolan. El reputado director inglés estudió literatura, por eso no me sorprende que sus películas dominen con tal maestría temas literarios complejos como las superposiciones de realidades, los sueños, o los villanos que generan simpatía con la audiencia.

En esa magnífica escena en que Batman y el Joker se sientan a hablar en una mesa de interrogatorio, un pequeño yo interno quiere que Batman, al final, gane. Pero el resto de nuestro aparato consciente quiere que el Joker se salga con la suya, que humille a Batman, que lo confunda, y por qué no, que mate a su amada Rachel Dawes. Cómo se ríe la gente cuando el Joker se burla del policía y sus cinco amigos muertos, es impresionante.

Es ficción, me dirán al final. Aunque yo creo que esos entretejidos literarios y cinematográficos nos dicen mucho más de la realidad de lo que quisiéramos ver. El poder de ellos consiste en que revelan ciertas verdades. Si no me cree, el lector puede ingresar las palabras «Charles Manson» en Youtube, ver un vídeo de una de sus declaraciones en prisión, y leer los comentarios de la gente. La pequeña complicidad de los televidentes es tan reveladora como escalofriante.

No es que nos guste el mal por el mal. Estoy diciendo que ese bombardeo de imágenes nos entra por los ojos en forma de visiones del mundo que empezamos a compartir y a celebrar sin darnos cuenta. Nos enseñaron a comprar todo. Claro, la labor de vendernos, eso no es fácil ni la hace cualquiera. Se requiere una pluma delicada y ágil como la de Nolan o la mente de un ingenioso autopublicista como Manson.

Sin embargo, la pregunta que hago es de cara a la realidad: ¿cómo nos meten hoy los dedos en la boca? ¿Quiénes son esos héroes producto de los medios y quiénes esos villanos producto de los medios? ¿Cuáles son y cuáles no son? La respuesta a estos cuestionamientos es bastante importante porque, parafraseando a Cortázar, de nada vale el arriba o abajo cuando no se sabe muy bien dónde se está.

Temporada 6 de Dexter. Cortesía de Showtime. Pulse para ver el vídeo:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=RsvGslI_KcM[/youtube]
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* Andrés Páramo Izquierdo es abogado de la Universidad de los Andes con énfasis en derecho constitucional, políticas públicas y derecho probatorio. Ha participado en el consejo editorial del periódico independiente «Periódico Cantaleta» y participó activamente en el periódico «Al Derecho». Actualmente se desempeña como Coordinador y Editor de Opinión del periódico El Espectador.

3 COMENTARIOS

  1. Interesante articulo. He visto las seis temporadas de la serie y mas de una vez me he puesto a pensar en como – en solo cincuenta minutos – se logran desdibujar los limiites entre el bien y el mal, y le permite a uno reflexionarsobre valores, por ejemplo, impuestos e incuestionables. A m parecer Cualquier libro, pelicula o serie que invite a la reflexion debe ser aplaudida.

  2. Interesante posición. Sin embargo, discrepo bastante ya que pienso que esta serie en particular explora algo que el cine gore ha degradado al punto de hacerlo intolerable: la reflexión sobre el mal desde lo audiovisual con sólida dramaturgia. Y lo hace con recursos nada desdeñables. El mal tratado como un absoluto que de repente tiene escalas más complejas de lo que alcanzamos a comprender. Gustar de Dexter no es aceptar sus crímenes, ni su retorcido proceder. Es más bien dar espacio a la posibilidad de que en los monstruos que todos llevamos, surja en algún momento un destello. Dexter recibirá en su momento su merecido castigo. Lo invito a leer la reseña que hice sobre la serie. Gracias.

  3. De acuerdo con lo expuesto en este artículo. Sólo una vez vi ese programa de Dexter. Creo que hay dos razones para la elevación de la violencia en los programas mencionados: superar lo ya presentado para ganar televidentes y una enfermedad silenciosa que nos corroe. Uno evita que los niños vean escenas violentas, pero ¿quién evita que los guionistas trabajen copiando o imaginando violencia. Ya el detective clásico fue cambiado por forenses. Grupos no policiacos ni legales que quieren hacer justicia no son cosa de fantasía. Y la tal enfermedad procede de esta manera: uno no podía imaginar a un sicópata como A. Lecter y semejantes hace unos años. Hoy sin siquiatra puede uno detectarse teniendo ideas crueles, en lugar de soluciones sanas. Ese tipo de programas de televisión sí hacen daño. De hecho, yo no iría al cine a ver a Dexter.

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