Sociedad Cronopio

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Dignidad

LA DIGNIDAD Y LA POESÍA

Por Pedro Serrano y Carlos López Beltrán*

La madrugada del lunes 28 de marzo fueron encontrados siete jóvenes cuerpos en un coche abandonado en el acotamiento de la autopista Cuernavaca–Acapulco, en el municipio de Temixco, con señales de tortura y de haber sido asesinados. Nada fuera de lo común en el México criminal de hoy. Siete muertes anónimas más. Siete más a la fosa común de la invisibilización estadística. La noticia apenas alcanzó un rincón en los diarios.

En la mañana de ese lunes comenzó a circular en Twitter un trozo de información que dio un vuelco a la percepción de lo ocurrido; uno de los jóvenes muertos era Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del poeta Javier Sicilia. La pólvora que encendió esa mecha fue fulminante. Una ola de incredulidad, furia e indignación se esparció viralmente por las redes sociales, tocó muy rápido los noticieros radiofónicos y, debido al vergonzoso acuerdo entre el duopolio televisivo y el gobierno de silenciar los detalles de las muertes que ocasiona la violencia desatada en el país, no tuvo eco en los noticieros televisados nocturnos.

La enérgica reacción de enojo, hartazgo e insubordinación civil comenzó casi espontáneamente en Cuernavaca, y en pocas horas había centenares de personas en el Zócalo acomodando flores y veladoras y voceando consignas contra la incompetencia y complicidad de las autoridades locales.

En poco tiempo los mismos sentimientos recorrían el país entero. El que a Javier Sicilia le cayera ese brutal golpe cristalizó una rabia largamente contenida en la sociedad mexicana. Porque como en los casos de José Martí y Federico García Lorca, sus pares morales, en Javier Sicilia ser poeta es parte de una dignidad humana que nos es común. La entrañable figura pública y literaria de Javier

Sicilia ayuda a entender la fuerza de esta reacción. Como poeta su obra es notable y polémica por buenas razones que por no distraernos no tocaremos. En 2009 mereció el mayor premio poético que se da en México; el Aguascalientes. Su filiación cristiana y comunitaria, su genuino temperamento místico e igualitario, acompañados de una vocación seria de estudio y reflexión, lo señalan como un artista e intelectual único. Su pulsión por la justicia lo ha llevado desde hace años a dedicar esfuerzos mayores al periodismo y a la crítica social, que de haber vivido en un país menos deforme e inequitativo seguramente se habría concentrado en la poesía y la reflexión filosófica.

Sicilia es una de las voces que más honestamente ha pautado nuestra cruel realidad semana a semana. La acumulación de sus anotaciones lleva huella de todo lo que no se ha limpiado. Sus colaboraciones semanales para Proceso, una publicación tachada de amarillista por los que no quieren ver la realidad amarilla, terminan siempre con una lista de agravios que los que pueden no han querido limpiar, y que son el primer detonante del crimen. Sicilia se encarga, tercamente, de que no olvidemos que nada de eso se ha cumplido. Y la lista, que empezó con el enterramiento de los Acuerdos de San Andrés, esa infame burla del Estado mexicano a los pueblos originarios, no ha hecho sino crecer.

Hace poco Sicilia terminaba su colaboración con la siguiente lista: «Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco–CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz». Cada una de estas demandas tiene su historia particular, y con ellas se cubren varios sexenios de continua e indigna venalidad.

Cuando asesinaron a Juan Francisco junto a otras seis personas, Javier Sicilia estaba en Filipinas en un encuentro literario. Tardó dos días en volver a Cuernavaca. La autoridad local había ya echado a andar su recurrente estrategia de criminalizar a las víctimas dejando caer la sospecha de que algunos de los asesinados andaban en malos pasos y de levantar cortinas de humo en torno de la investigación. Eso se frenó por la gran fuerza de la reacción pública y la contundencia y precisión de las posturas adoptadas por Sicilia en sus declaraciones, que negaban la incriminación y exigían acción de las autoridades. No ha pedido sólo que se esclarezca el asesinato de su hijo, sino que se detenga esta masacre. Ante la reacción social, el gobierno actuó.

Otra señal, por si faltaba, de que el clima de violencia e impunidad achacado al combate en torno al narcotráfico es en realidad un caldo propicio para que todos los violentos, políticos, policías, militares y negociantes ilegales, aprieten deliberadamente el gatillo sin temor a ley ninguna. Y señal también de que siempre que les conviene acorralar y entregar a un matón específico, las autoridades saben perfectamente dónde ubicarlo. Pasó con el agente estadounidense asesinado hace pocas semanas, y parece que vuelve a suceder ahora. Pero eso no sucede en los miles de casos anónimos.

Porque, como escribió en una carta abierta en Proceso, en medio de su dolor, Javier Sicilia, todo está podrido «porque la corrupción de las instituciones judiciales genera la complicidad con el crimen y la impunidad para cometerlo; porque, en medio de esa corrupción que muestra el fracaso del Estado, cada ciudadano de este país ha sido reducido a lo que el filósofo Giorgio Agamben llamó, con palabra griega, zoe: la vida no protegida, la vida de un animal, de un ser que puede ser violentado, secuestrado, vejado y asesinado impunemente».

Javier Sicilia anunció que ha decidido dejar de escribir poesía. Leyó en público sus últimos versos dedicados a Juan Francisco:

El mundo ya no es digno de la palabra

Nos la ahogaron adentro

Como te (asfixiaron),

Como te /desgarraron a ti los pulmones

Y el dolor no se me aparta

sólo queda un mundo

Por el silencio de los justos

Sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo.

También ha dicho que lo único que nos queda es la poesía. No porque nos vaya a salvar de nada, sino porque es lo único que nos permite no pudrirnos, y empezar a actuar ante este espanto. Hablar ahora de poesía no es una frivolidad. Sí lo son las estadísticas del gobierno mexicano sobre cuántos muertos más o menos van en este mes. Las estadísticas, en este caso, borran el dolor, la tragedia y las muertes individuales. La poesía nos restituye nuestra humanidad. Que él deje de escribir es un acto mayor de afirmación poética, es decir humana.

Las primeras reacciones de protesta han sido hechas por poetas y es en su voz donde ha cristalizado el reclamo colectivo. Junto a ellos, decenas y luego cientos de personas han comenzado a romper una inercia. Y los poetas han sabido dar, con palabras, un cuerpo colectivo necesario y necesitado a la sociedad mexicana.

Ha impactado sin duda que Francisco Segovia haya escrito y difundido un texto durísimo acusando a nuestro presidente que «manda más metralla, manda más muertos, mientras se ovilla en su rincón y trata de olvidar […] Si tuviera algún carácter (si el país fuera de verdad independiente) legalizaría las drogas […] Eso sería tomar partido por los ciudadanos; y los ciudadanos lo apoyaríamos, como apoyamos a Cárdenas cuando expropió el petróleo —contra viento y marea, contra Estados Unidos, contra Inglaterra— […] Los ciudadanos no necesitamos armas. No necesitamos estar de parte del gobierno. Los ciudadanos necesitamos que el gobierno esté de nuestra parte. O darnos otro gobierno»

Y más adelante:

«Ni triunfando en su guerra podría el Estado consolarnos de la muerte de todos estos muertos. Pero debió evitar la muerte de todos estos muertos. Debió desoír la arenga que los gringos hacen frente a tirios y troyanos al entregarles sus armas:

‘Para que puedas hundir tu pie en la sangre,

y en los enemigos tenga su parte la lengua de tus perros’. (Salmo 68)

[…] Calderón tiene el pie hundido en sangre; la lengua de sus perros lame en el suelo el dolor de todos».

Como él muchos otros, antes y después. El asesinato de Juan Francisco Sicilia Ortega es el de cada una de las personas que han muerto en esta guerra insensata. La humanidad inmensa de este caso y esta historia hace intransigente e impostergable nuestra demanda y nuestra exigencia de que esto pare ya, por el bien de todos, por la dignidad de cada uno de nosotros. Javier Sicilia ha pedido que pacten, gobierno y narcotraficantes. El pacto tiene que ser colectivo. La primer acción debe ser legalizar las drogas. Es la manera de quitarles el hierro, el dinero, la bala. Y la única forma de que esto se detenga.

Javier Sicilia le exige al presidente mexicano Felipe Calderón. Exige la reparación de daños a las víctimas del conflicto desatado por el narcotráfico en México. Cortesía de Pájaro Político. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=WoJ3GVbJ-LU&feature=related[/youtube]

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* Pedro Serrano es poeta, crítico y traductor. Obtuvo la beca Guggenheim en 2007. Impartió el curso Filosofía y Poesía en la Universitat de Barcelona en 2003 y 2004. Actualmente da clases en la UNAM y en la George Washington University. Es Editor del Periódico de Poesía de la UNAM. Desplazamientos, con prólogo de Juan Antonio Masoliver, se publicó en 2006 por Editorial Candaya.

*Carlos López Beltrán nació en Minatitlán, Veracruz en 1957. Estudió biología y es historiador y filosófo de la ciencia. Su último libro de poemas es Las cosas no naturales. Tradujo y editó con Pedro Serrano La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas.

1 COMENTARIO

  1. El viernes 14 de octubre Sicilia y otras personas se reunieron por segunda vez con el Presidente de México. El reportero de El Universal escribió (sábado 15, pág. A6): «Javier Sicilia, que se caracteriza por su generosidad en repartir besos y abrazos, cuando se acercó Felipe Calderón a saludar, miró para otra parte. El Presidente tocó su codo derecho y siguió adelante».
    Pedro Serrano y Carlos López Beltrán recordaron, líneas arriba, los Acuerdos de San Andrés. Dejaron implícito al llamado subcomandante Marcos, pero ¿alguien lo recuerda diez años después? El Presidente de México anterior a Calderón quizás oyó a Marcos en el Congreso. Sí, el actual Presidente es bueno para oír. ¿Alguien recordará a Sicilia dentro de diez años?
    Si el reportero escribió a propósito con agudeza de estilo, deberíamos repetir en todas partes una frase contundente: el Presidente siguió adelante. Y, claro: generoso el poeta reparte besos y abrazos.
    En 1968 los estudiantes pedían dialogar con las autoridades y un 2 de octubre mandaron por delante al Ejército. En 2011 el Presidente acepta el diálogo y mantiene al ejército en las calles de México: ambos personajes históricos son iguales. No parece ser útil el diálogo, visto así. No hay nada más que hablar. Espero que Sicilia lo reconozca y sepa que escribir sirve más, que hablar con las familias de miles de muertos y desaparecidos (incluyo a buenos y malos) sirve más y puede desembocar en una solución.

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