LIBERALISMO SIN ADJETIVOS
Por Giorgio Federico Siboni*
En un editorial que apareció en «Dagens Nyheter» el 10 de agosto de 2010 (10 de octubre, N. del t.), publicado luego en «Internazionale» n. 869, con el título de Asedio al liberalismo, el escritor y ensayista Ian Buruma —originario de los Países Bajos, pero naturalizado inglés— dedica unas palabras a favor de la práctica del pensamiento liberal dentro de la sociedad contemporánea. Un artículo, el de Buruma, sin duda interesante y digno —a mi parecer— al menos de una breve reflexión que, si bien se mira, de algún modo ha sido infortunado. Los liberales y libertarios están hoy, como es sabido, en el ojo del huracán en razón de las consecuencias de la crisis financiera y económica que afectó desastrosamente el sistema crediticio y de empleo en todo el mundo, viendo en el liberalismo económico el gran chivo expiatorio para esas fallas contingentes.
Rehuyendo las meras cuestiones de fondo de dicha controversia, Buruma aborda por su parte los puntos cruciales de la crítica anti-liberal emergente en su rápido examen de la cuestión, desde la enérgicamente conservadora reprobación de Joseph de Maistre hasta la censura radical de Karl Marx. Tanto hoy como entonces, escribe el autor, «el anti-liberalismo, tanto de izquierda como de derecha, sostiene […] dos argumentos que son, de hecho, contradictorios. El primero afirma que los liberales toleran todo, pero no creen en nada. […] La otra línea de ataque contra el liberalismo consiste en decir que este es una estafa. Los liberales pretenden ser tolerantes y moderados, pero su verdadero objetivo es la defensa de sus propios intereses elitistas.»
En realidad —como también explica el mismo Ian Buruma—, uno de los leitmotiv del anti-liberalismo de todos los radicales de derecha y de izquierda es precisamente la elección del realismo y la moderación de los liberales. «Libertad en la moderación» —rezaba el ‘slogan’ político del gran whig Charles James Fox, predecesor de los liberales británicos. Los detractores de dicho enfoque parecen pensar que la libertad, para ser verdaderamente tal, debe ser un absoluto filosófico: una suerte de pulsión heroica, esto es, aquella en la cual —evidentemente— la acción individual no da lugar a dudas, ni la reflexión ni mucho menos la tendencia a la moderación. El apoyo de un principio liberal, sin embargo, no requiere necesariamente la fusión del espíritu individual dentro de la masa guerrera o la victoria del instinto sobre la mesura.
Cuidar en forma responsable, pero reflexiva y crítica, de los problemas de la sociedad en que vivimos y trabajamos, en una contemporaneidad en la que crecen la democracia y los dilemas que nos toca sortear cada día, cuando más urge afrontar concientemente la realidad circundante, es una tarea que debe ser tratada —a juicio de quien escribe— exclusivamente por medio del ejercicio de eso que Luigi Einaudi definía como el «Liberalismo sin adjetivos». Un conjunto de valores garantizador de la posibilidad de establecer y mantener una actitud crítica y, con esto, un ejercicio libre de la misma. No serán, por tanto, los sueños de un perenne discurso armónico entre iguales para llegar a las contradicciones del presente, de acuerdo a las esperanzas expresadas en su momento por Jean-Jacques Rousseau y más recientemente por Jürgen Habermas.
Necesariamente en su lugar debe emprenderse el camino hacia la asocial sociabilidad, de kantiana memoria, de los hombres. Hacia la proporción de aquellas «contradicciones» que son la verdadera fuente del progreso humano y social. Es inútil ocultar que tal camino es en sí largo, fatigoso y de ninguna manera sencillo. Sin embargo parece obligado, sobre todo ahora, proseguir con una reflexión liberal que pueda servir como elemento unificador para la validez de las normas compartidas. A fin de compartir, en esencia, el desarrollo de las posibilidades de vida, que se expresan mejor y solamente en el ejercicio de las mismas libertades, y que no puede ciertamente confundirse con el ‘konfortismus’ burgués reprochado a los liberales ‘tout-court’. De ello se deriva entonces, y en última instancia, como también declara el mismo Ian Buruma, que «los defensores más mordaces de la democracia liberal son los mismos liberales», a pesar de la incomprensión de la cual pueden ser signo de facto.
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* Giorgio Federico Siboni es historiador, archivista y paleógrafo italiano, nacido en Milán en 1979. Su especialidad es la Historia de las Instituciones Jurídicas y Políticas. Es vocal de la Sociedad Histórica Lombarda. Es colaborador de la Universidad de Milán y redactor de los periódicos «Sociedad e Historia» y «Coordinación Adriática». Su investigación se centra principalmente en el siglo XVIII y la era revolucionaria napoleónica. Ha publicado varios libros y presentado ponencias en su país. El presente artículo es una traducción del original italiano por Juan Andrés Alzate Peláez (Jefe de Redacción de Revista Cronopio) y cedido por el autor.