UNA VISIÓN SOBRE LOS VEINTE AÑOS DE LA CONSTITUCIÓN
Por Guillermo Eduardo Carmona Molano*
Nuestro diverso y plural país, con su historia y con su presente y con sus vicisitudes no tuvo suficiente representación en la Constituyente de 1991. Allí no estuvieron todos los que son, ni son todos los que estuvieron, pero es hija de quienes la redactaron. La clase política no estuvo cerca del proceso, quizá dolida porque se revocó el Congreso. La representación regional fue exigua. Los educadores, brillaron por su ausencia. Muchos otros protagonistas de Colombia, de lo positivo y de lo negativo, no estuvieron allí. Faltó Planeación y Método. El 30% de la población eligió a los 70 constituyentes. Ahí empezamos mal.
Hernando Gómez Buendía, expresaba en una de sus columnas:
«Dígase lo que se diga, cada Constitución es hija de quienes la redactan, y la de 1991 fue redactada por personas muy raras. Los miembros de la Asamblea Constituyente fueron elegidos en un descuido de la clase política, y por eso sus perfiles y valores fueron tan distintos de aquellos que tenían —y han seguido teniendo— nuestros congresistas. Como no había puestos, contratos ni «auxilios» para repartir, como se trataba de simples ideas, los caciques no se hicieron elegir y las maquinarias poco se movieron.
Las pruebas del descuido son patentes. En esas votaciones, que Usted y yo creeríamos las más importantes de la historia, la abstención fue de un 70% -en efecto la más alta de la historia. Casi todos los votos fueron «de opinión» o sea, en esencia, del país de adelante. Y los 70 delegatarios elegidos se repartieron exactamente así:
• 30 de los partidos Liberal y Conservador, casi todos ellos sueltos y alejados de la clase política.
• 30 de «movimientos» que tenían una marcada carga ideológica, que no venían del centro (como centrista era y seguiría siendo la política en Colombia) y que tal vez por eso no perdurarían: el Movimiento de Salvación Nacional, MSN, con 11 delegados, desde la derecha, y la Alianza Democrática–M19, con 19 delegados de izquierda.
• 10 de minorías diversas (indígenas, evangélicos, Unión Patriótica y sin partido).
Una composición radicalmente distinta de la que entonces tenía y de la que seguiría teniendo el Congreso. Una Constitución escrita entonces por el pedazo moderno o postmoderno de Colombia, el que se mueve por ideas, o por ideologías, o por identidades —pero no por clientelismo—.
Una Constitución «para ángeles» como tal vez habría dicho Víctor Hugo, o una, digo yo, del súper ego, que no refleja y no ha logrado amoldar ni amoldarse a la Colombia profunda y pre–moderna».
Los inspiradores y detonantes coyunturales, pasionales y emotivos de la nueva Carta Política fueron el magnicidio de Luis Carlos Galán, las estridencias de la violencia, el terrorismo y el narcotráfico, los acuerdos parciales de «paz» con fracciones de la guerrilla (M–19, EPL, Quintín Lame), la corrupción, la politiquería, la impunidad, la caída del muro de Berlín, la presión y respaldo nacional hacía los estudiantes que promovieron la consulta en la séptima papeleta y la decisión política asumida por la Corte Suprema de Justicia al aprobar la convocatoria de la Constituyente, fueron.
No hubo un Proyecto Colectivo de país, sereno, sin presiones ni emotividades, bien craneado, financiado, con la necesaria participación de los actores y factores que han esculpido la historia y el presente de nuestro país, lo bueno y lo malo.
Temas nucleares como los de la familia, el sistema de valores, la educación, la pobreza, la corrupción, el desempleo, la transparencia, los desarrollos territoriales y aún el de la construcción colectiva de la paz, no tuvieron suficiente estudio ni debate, ni quedaron bien plasmados en nuestra Constitución. La inserción de la Cultura de los Derechos fue radical, idílica y desfinanciada y sin el debido y correlativo desarrollo de los Deberes.
Lo importante no es tener más instituciones e instrumentos democráticos que aparentemente nos muestren como una sociedad más moderna. No, lo fundamental es que dichas instituciones aparejen transformaciones sociales que ayuden a mejorar de manera sustancial la calidad de vida de la gente.
Es bastante diciente y preocupante que la Constitución se haya reformado en más de 30 oportunidades, como que con el motor de un vehículo o con el cerebro humano, se pudiera hacer lo mismo.
Con la Constitución de 1991, se avanzó en cosas importantes, pero en otras no, hubo cal y arena.
Basta con decir que la Carta Política de 1886 representaba el poder sobre el individuo, mientras que la de 1991connota los el poder del individuo. La soberanía ya reside en el pueblo. Hay otros logros importantes, como la Tutela, la ruptura del bipartidismo, la irrupción de la democracia participativa, la elección de un nuevo Congreso, la aceptación de la diversidad y de la multiculturalidad, la mejor inclusión social de grupos minoritarios y vulnerables, el pluralismo político y religioso, la autonomía de la Junta Directiva del Banco de la República, la creación de la Corte Constitucional, la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo.
La Constitución de 1991 es garantista del Estado Social de Derecho y es más cercana a la gente, a los niños, a las mujeres, a las poblaciones más vulnerables y tiene en la Tutela a uno de los más poderosos instrumentos para proteger los derechos fundamentales que antes les eran negados sistemáticamente por jueces y tribunales, aunque ha venido siendo menguada por los altos tribunales que desconociendo los mandatos constitucionales y legales, desde 1992 sostienen una dura controversia con la Corte Constitucional y se niegan a aceptar que sus sentencias también son tutelables, en la medida que violen derechos fundamentales.
En contraste, las frustraciones, 20 años después, no han sido pocas, quizá, entre otras razones, porque ni a las Constituciones ni a las leyes de los países, puede atribuírseles poderes superiores a los formales para resolver los problemas de las sociedades. Lo ideal es que los pueblos, de manera participativa e incluyente, se diagnostiquen, planifiquen y gobiernen bien, procurando, esencialmente, el bienestar y progreso de los ciudadanos y que logrados los Acuerdos, éstos se plasmen en las Constituciones, que por sí solas, no son buenas o malas, pues no se pueden confundir los medios con los fines. Lo que debe escrutarse con cuidado son los problemas y necesidades de los países, con sus causas y posibles soluciones. Las comunidades, debidamente regionalizadas y organizadas, debían tener claro el país que quieren tener en los próximos 20 años, en lo Educativo, en lo Cultural, en materia de Familia, Niñez, Juventud y Demografía, en Equidad, en Seguridad, en Infraestructura y Movilidad, en Economía, en Medio Ambiente.
La inequidad y la pobreza, el desempleo, la violencia, la corrupción, el narcotráfico, la impunidad, la politiquería y los desarrollos territoriales pendientes siguen siendo parte de nuestra cruda realidad nacional y se constituyen a la vez en combustibles de la perpetuación de conflictos y callejones sin salida.
Tampoco se logró la Paz, ni va a ser fácil llegar a ella, si no nos ponemos de acuerdo sobre los presupuestos para encontrar los caminos de reconciliación viable, sólida, sustentable y sostenible, que no depende exclusivamente de los acuerdos que se hagan con los grupos al margen de la ley. Un Acuerdo sobre los asuntos Fundamentales, entre ellos, sobre los que pueden hacer parte de la génesis de nuestro legendario conflicto armado, son elementos esenciales para que la paz no convierta en una utopía, sino en un sueño posible de alcanzar por todos los colombianos. La paz depende de la justicia social, de más educación, empleo y oportunidades para todos, de crecimientos económicos acompasados de reducción de la pobreza, de la separación efectiva y real de los poderes públicos, de la transparencia, del efectivo sometimiento de los grupos al margen de la ley, del fortalecimiento de la justicia, de la vigorización de la ciudadanía, de la responsabilidad social de todos.
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* Guillermo Eduardo Carmona Molano es abogado titulado de la Universidad de Medellín, especialista en Derecho Comercial de la Universidad Pontificia Bolivariana, con formación interdisciplinaria, experto en Planeación Estratégica, Pensamiento Complejo, Visión Sistémica, Asuntos Empresariales, Sociedades de Familia y Problemas Colombianos y sus soluciones, con competencias en varias áreas del conocimiento y con valiosas experiencias en los sectores público y privado. Investigador, conferencista y ensayista sobre asuntos de orden legal, empresarial y social. Correo-e: pazideas@une.net.co