Sociedad Cronopio

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Vallenato

EL «BOOM» DE LAS NUEVAS MÚSICAS COLOMBIANAS

Por Carolina Mejía Romero*

Una de las sorpresas que se llevó el líder de la agrupación «Velandia y la Tigra», al finalizar el álbum titulado «Once Rasqas» (2007), fue que a su mamá increíblemente le gustaran todas las canciones, ya que a ella —como a muchos de su generación— sólo le gustaba la música colombiana que sonaba en la radio los diciembres. Obviando el orgullo materno, quizás lo que la sedujo a escuchar «completicas» las Once Rasqas, es lo que ha cautivado a los seguidores de distintas agrupaciones que hoy aparecen en la escena musical colombiana, y es el hecho de hallar en esas propuestas diversas, ingeniosas y transgresoras, elementos de una identidad musical nacional que estaba desdibujada y que aparece ante nuestros oídos restaurada, resignificada, enriquecida.

En estas nuevas propuestas hay algo que nos interpela directamente, nos habla de nosotros, no de «los otros». Desde distintos horizontes sonoros se percibe un vuelco en la mirada de los creadores que ya no esta está centrada en el afuera sino que ha hecho una introspección minuciosa hacia lo que se encontraba dentro, una revisión desde lo local, latente en el inconsciente colectivo de estas nuevas generaciones de músicos que vieron la necesidad de aportarle al folclore nacional, pero no de cualquier manera, sino a partir de un apuesta musical seria, una posición ideológica, un ideal estético. Ya no sólo se trata de hacer fusión, de mezclar porro con funk, o rock con guabina, sino en palabras del compositor y saxofonista Antonio Arnedo, de «redefinir, o profundizar en los lenguajes de las músicas locales en Colombia».

Y es precisamente gracias a esa exploración que podemos darles la denominación de «nuevas», en la medida que han hecho que lo nacional no se limite sólo a referentes musicales regionales específicos y de élite —como ocurrió en la primera mitad del siglo XX con las músicas de extracción andina colombiana—. Nuevas porque ayudan a construir un imaginario que nos desliga de aquel que asocia lo latino y lo colombiano con lo exótico de nuestros ritmos o bailes; nuevas porque sus circuitos, sus formas de crear, de posicionarse y de consolidar audiencias son muy distintas a las de Shakira, Cabas y Fonseca, por mencionar algunos. La apuesta de estos músicos es por la intersección, el ensamble, el contraste, el encuentro y la innovación. Esto hace posible encontrar a agrupaciones como «Buscajá» en Buenaventura, «Bahía Trio» en Cali y «Mojarra eléctrica» en Bogotá, haciendo músicas del pacífico colombiano y que todas suenen distinto.

Desde el contexto académico, en los conservatorios, en medio de festivales nacionales como el del Mono Núñez, el Petronio Álvarez, el festival BAT y en los barrios populares del Chocó, Santander o Pasto, comenzaron a emerger los abanderados de estas músicas que toman los sonidos provenientes de diversas regiones del país y se arriesgan a experimentar con ellos. El resultado, mutaciones folclóricas que van desde la carranga–hardcore, que hace la agrupación boyacense «Velo de Oza», a la electrónica de Danny Boom y su «Sistema Solar», pasando por «Puerto Candelaria» que mezcla el jazz con géneros comerciales como el chucu–chucu, o Curupira agrupación que trabaja en una de sus composiciones un «groove» de funk tocado con los instrumentos de la tradición de la gaita proveniente de la costa atlántica colombiana.

Si bien el espíritu que caracteriza a esta música ya estaba presente en los años noventa, sólo hasta hace poco tiempo esas inquietudes empiezan a materializarse a nivel de «colectivo musical» marcando en su forma y contenido un nuevo rumbo musical para el país. Sin embargo, no se puede desconocer el aporte de músicos sinónimo de vanguardia y renovación, como es el caso del maestro Lucho Bermúdez quien prendió la vela de la innovación con su obra musical; él fue uno de los primeros músicos que experimentó en los años 40 con la adaptación y modernización de los ritmos locales del Caribe Colombiano, al adaptarlos al lenguaje musical contemporáneo de la época que en ese entonces estaba profundamente influenciado por las big band norteamericanas y europeas.

De otro lado, encontramos a Jorge Velosa, este médico veterinario y músico que se propuso a principios de los 70 rescatar y difundir la música del interior colombiano, creando el género que conocemos hoy como la «carranga»; en la década de los 80 está el dueto Iván y Lucía que dejó como legado a las nuevas generaciones una gran muestran de versatilidad en sus arreglos y composiciones, y por último cabe mencionar a Distrito Especial, la banda de rock colombiano de los 90 que implementó la experimentación y ya en sus orígenes mezclaba tamboras y gaitas.

Pero para entender realmente el momento de revitalización que vive la música colombiana en la actualidad, es importante detenernos también en las dinámicas y mercados culturales en las que estas músicas se movilizan, ya que de alguna u otra manera esas estructuras, contextos y espacios son los que han contribuido a fortalecerlas y darlas a conocer. Ya sea de forma doméstica o profesional los músicos de estas agrupaciones tienen a su haber, como mínimo, una producción sonora en la que la calidad sí importa, pero no tanto. Lo realmente importante es hacerse escuchar, así que se han valido de las nuevas tecnologías, las redes sociales y la posibilidad que ofrecen para llegar a públicos muchas veces para ellos insospechados. «Tostao», integrante de la agrupación Chocquibtown afirma que gracias a que utilizó los canales independientes para difundir su música, hace 70 presentaciones al año, 15 son en Colombia y el resto en el exterior.

De igual manera se encuentran en el país disqueras y productoras que le apuestan a esta música emergente. El sello Gaira de Carlos Vives es un buen ejemplo de ello, Iván Benavides de la agrupación Sidestepper ha realizado una contribución importante como productor musical; Humberto Moreno y Camilo de Mendoza de MTM, crearon la colección NMC (Nuevas Músicas Colombianas) que llega este año al volumen 6 con su álbum «NeoTropical II» y la «Distritofónica» se ha posicionado como referente de auto–gestión y de auto–producción de músicas locales en Colombia. Esto en lo concerniente a iniciativas particulares o de la industria privada, pero también desde el escenario político y público se vienen adelantando importantes acciones.

Destaco la importancia de un programa como los Laboratorios Sociales de Cultura y Emprendimiento (LASO), desarrollados por el Ministerio de Cultura en 17 municipios del país, que se han convertido en un verdadero semillero musical. Así mismo Medellín se ha convertido en un escenario de movilización y emprendimiento cultural digno de destacar. Por último, a nivel mediático, la Radio Nacional de Colombia ha desempeñado una labor importantísima como canal de circulación y difusión de estas músicas a partir del año 2007, cuando reestructuró todo su enfoque y visión de radio pública para darle cabida a estas expresiones y convertirlas en la propuesta líder de su programación.

Todas estas evidencias son el resultado de un proceso y de un proyecto musical que aún está en construcción. La música colombiana sin duda está pasando por un buen momento, ha dado lugar a un espacio de creación donde no se enfrentan lo culto y lo popular, el rescate de la tradición y la renovación, la formación académica y la expresión popular. Los sonidos que estamos produciendo son de vanguardia, siempre lo han sido. Tal vez lo más valioso de este proceso es que finalmente estamos entendiendo que todos somos negros, indios, mestizos y que gracias a esa mezcla podemos ser portadores de una fuente musical inagotable, poderosa. Estamos entendiendo que la música es una sola, que las raíces del folclor colombiano enriquecen cualquier género y que por eso es posible encontrar a Puerto Candelaria en un bar de Barcelona haciendo vibrar con su Porro Lateral a personas que no saben dónde queda Colombia, pero que por alguna razón no pueden dejar de sonreír y de mover sus caderas al ritmo de una música que hasta ese momento desconocían y que esa noche gratamente los tomó por sorpresa.

“La Guarapera” de “Velandia y la Tigra”. Video dirigido por Frank Benítez, con la colaboración de Felipe Delgado. Pulse para ver el vídeo:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=lItN6iaVqk4[/youtube]

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* Carolina Mejía Romero es Comunicadora Social de la Pontificia Universidad Javeriana con experiencia en el desarrollo de estrategias de comunicación con énfasis cultural y educativo. Cuenta con un Máster en Comunicación y Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona. Se ha desempeñado como periodista y gestora cultural, ha trabajado en la coordinación de proyectos radiales, en el diseño y ejecución de campañas de interés público. Ha participado en la investigación, producción y realización de series televisivas para el Ministerio de Cultura y Señal Colombia. Se ha desempeñado en algunos proyectos como locutora para radio y televisión. Actualmente trabaja en la Escuela de Medios para el Desarrollo de Uniminuto y en proyectos individuales de orden cultural. Es productora y locutora radial.

1 COMENTARIO

  1. Aunque soy alérgica a la plabra nuevas: identidaes, modos, tecnología, no podemos escapar al uso de ella, Nuevas músicas colombianas aprecia a la producción joven, que las otras generaciones siempre tildan de inexpertas, inicicados, osados.., Bien Caro.
    Supina Ignorancia

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