SOBRE NOSOTROS LOS JÓVENES
Por David Hurtado Cadena*
Cada mañana, después de apagar tres alarmas que suenan sistemáticamente tres minutos una después de la otra, logro ponerme en sintonía con la realidad, dejando atrás mis cinco horas de sueño corto pero profundo y me preparo para afrontar con ánimo y fuerza mis 19 horas diarias de actividades. Después de un largo baño y un necesario desayuno prendo mi computador y leo, como todos los días, las principales noticias en los más reconocidos diarios colombianos, y uno que otro diario deportivo internacional, para estar enterado de todo lo interesante que pasa en los torneos que no son colombianos, porque por aquí no pasa nada. Suelo abrir tales diarios virtuales unas 4 veces al día, en las llamadas «pausas activas», con esto logro estar al tanto de lo que sucede cada par de horas alrededor del mundo, y cuando no hay nada muy raro busco columnas y otros artículos que me entretienen unos cuantos minutos de mi descanso.
Hace unos días me encontré frente a una sensación extraña después de haber repasado varios artículos, que hablaban sobre los jóvenes y que nos dejaban tan mal parados que me fue inevitable no pensar en el tema durante unos días, no aguanté más y decidí escribir para armonizar lo que he pensado que me agobiaba.
En mi primera visita de cuatro que serían ese día, un artículo sostenía que los altos niveles de deserción escolar y el bajo porcentaje de bachilleres que continuaban estudiando carreras técnicas o universitarias eran dignos solo de una juventud apática y facilista como la colombiana. Leí con desasosiego el artículo, pues las cifras que recuerdo son preocupantes y continúe en mi lectura diaria con otro artículo que hablaba del desempleo. Un mal de dos cifras que aqueja a todas las ciudades de nuestro país y que hacía énfasis en la dificultad que tenían los jóvenes para conseguir sus primeros empleos, ya que las vacantes siempre exigían varios años de experiencia y unos cuantos títulos de especialización, maestría y hasta doctorado. Peor pintaban la situación cuando empezaron a hablar de lo que ofrecían de salario aquellas vacantes, no entiendo cómo pueden exigir tanta vaina y pagar tan poco. Simplemente no entiendo.
Después de unas cuantas horas trabajando decidí visitar otros de estos portales virtuales, donde me encontré una joya que se refería al bajo nivel de ahorro de nosotros, los jóvenes. Hablaba de lo poco que logramos dejar para el futuro, del bajo porcentaje de jóvenes que se preocupa por cotizar para pensión y cesantías, y de lo mucho que crecerían las ganancias de los bancos si los jóvenes dejaran de llenar marranos esporádicamente y visitaran más frecuentemente las oficinas bancarias. Seguí por mi paseo virtual y llegué a un artículo que hablaba sobre las ridículas tarifas que cobraban los bancos por el uso de las tarjetas débito, cajeros automáticos, cuotas de manejo, costos por certificados, consultas de saldos y demás. Me sorprendió ver cómo a cada preocupación que me llegaba a la mente sobre mi generación, le veía una estrecha relación con los males de esta sociedad, que aquejan a todos, pero que golpea más fuerte a aquellos que hasta ahora empiezan a vivir la vida.
Después de un merecido almuerzo eché de nuevo un vistazo, esta vez me encontré con un periodista decepcionado con la forma como los jóvenes veían la realidad de nuestro país. Alarmado pedía que en colegios y universidades se despertara a los jóvenes, pues según él, era una generación que estaba dejando que este país se desfondara, que poco hacían ante las duras realidades de nuestra sociedad, que no había sino marchas y comentarios en redes sociales, pero que eran puras palabras, de esas que se lleva el viento mientras que pocas acciones se veían. Esta vez mi indignación fue peor y creo que llegó a su pico más alto.
Trabajo para la Red Colombiana de Jóvenes (RECOJO), y precisamente, mi trabajo consiste en asesorar las ideas de aquellos jóvenes que desean sacar un proyecto adelante; la única condición para entrar en nuestro plan de asesoría, es que aquellas ideas sean de índole social, es decir, que impacten en forma positiva y ayuden a mejorar algún problema que aqueje a su comunidad. He visto cómo cientos de jóvenes sacrifican mesadas, fines de semana, vacaciones y uno que otro lujo por apostarle a su causa, y lo logran. Viví en carne propia la dedicación y el sacrificio que es hacer empresa social, que es más duro aún cuando el tiempo que se tiene es un par de horas en la tarde de los sábados.
Dejé mi cuarta y última visita en la red mundial a un tema que me dejara de mejora el ánimo, que me borrara un poquito el sin sabor de las anteriores. No pido que se escondan las cosas que pasan, que todo sea un mar de flores, si hay cosas pasando hay que decirlas, sin maquillaje ni tonos medios. Pero me pareció extraño ver lo fácil que criticaban actitudes que en gran parte son el resultado de lo que la sociedad le ofrece a los jóvenes. Los incentivos que nos brinda la sociedad parecen no ser suficientes, de pronto no son los adecuados; pero por encima de todo, el ejemplo que recibimos no es lo que necesitamos.
Muchas veces este país me recuerda aquellos padres que con un cigarrillo en la mano les piden a sus hijos que no fumen.
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* David Hurtado Cadena es economista y administrador de empresas de la Pontificia Universidad Javeriana. Es dueño de una reconocida marca dedicada al diseño y fabricación de joyas. Desde hace cuatro años trabaja para la Red Colombiana de Jóvenes (RECOJO), ocupó por varios años la Dirección de Proyectos, actualmente se dedica a la Formación de Ideas y hace parte del Equipo Nacional de la Organización. Es miembro de la Junta Directiva de RECOJO desde hace tres años.
interesante reflexión!!