DE MEDELLÍN A JERUSALÉN O AL REVÉS
Por Adriana Cooper*
Era la primera lluvia de invierno en la Ciudad Santa y llegué hasta un café en la Colonia Alemana o Emek Refaim como se conoce en hebreo para conversar con el ex editor del periódico The Jerusalem Post sobre un nuevo proyecto editorial. Después de la presentación y conversación inicial, comenzamos a hablar sobre periodismo y esa pasión por contar que tantas veces es más importante que el dinero o las comodidades que ofrecen otros oficios.
Este hombre curioso y que ama las historias, se mostró interesado en Medellín y al igual que muchos, por esa época negra del miedo, las bombas y el gusto por el dinero fácil que los noticieros internacionales se encargaron tan bien de dar a conocer mundialmente. «¿De Medellín a Jerusalén? Ese es probablemente el libro que vas a escribir futuro. ¿Cómo se llega de una ciudad que fue tan peligrosa hasta ésta?», dijo. Más que responderle con detalles, me preocupé por aclararle que Medellín hoy es otra, que en muchos medios o canales de noticias se tiende a veces mostrar sólo lo malo.
Le dije que ocurre lo mismo que a los turistas o visitantes que vienen a Israel, de los estereotipos que producen unas cuantas chispas de realidad. Y es que muchos de los que llegan al país judío creen que se encontrarán principalmente desierto, cactus y hombres suicidas en las esquinas.
Aunque no se si ese sea el tema de un libro que pueda escribir en el futuro, hay algo que sí queda claro: mi alma se mueve entre Jerusalén y Medellín, o al revés. Actualmente vivo en la primera pero nunca he dejado de pensar o de visitar la segunda aunque a veces sea fugazmente.
DOS MUNDOS
En las afueras de la municipalidad de Jerusalén hay un mapa de siglos pasados. Es un mosaico construido con piedras pequeñitas. En él se ve la Ciudad Santa en el centro del mundo, tal como lo pensaban algunos hombres del pasado. Pensamientos como éste y la idea de que la presencia divina nunca se aparta de ella, provocaron guerras y batallas por los lugares santos. Por ella pasaron los romanos, mamelucos, cruzados y turcos. Con ella soñaron emperadores romanos, sultanes y hombres dispuestos a dar su vida por la religión. Después de haberlo visto casi todo y de acumular miles de historias en sus piedras, Jerusalén es hoy una ciudad que combina su legado histórico milenario con la modernidad.
Aunque todos sus edificios sean de piedra blanca jerosomilitana, tal como lo exige la municipalidad, también albergan negocios o espacios que hablan de progreso y futuro. También se ven centros comerciales como Mamila, que combinan a la perfección la comodidad de los tiempos nuevos con el legado de siglos.
Pero más que los edificios, me llaman la atención los personajes y las historias que ellos cargan en el cuerpo. La lista de los seres que me han sorprendido en estos años es larga. No he tenido una semana en que no conozca a alguien llamativo. Las sorpresas incluso llegan hasta la puerta de mi casa como aquel camión que apareció una noche vendiendo plátanos y arepas, o un vehículo con música jasídica judía (música mística judía) conducido por un cantante que a través del altavoz reflexionaba sobre la vida y rezaba en plena calle para que los vecinos ocultos tras las cortinas tuvieran prosperidad, salud y buena vida.
La religión siempre está presente de alguna forma en el ambiente y la gente siente la necesidad de preguntarle al recién llegado si es judío, musulmán o cristiano. En esta ciudad son pocos los no creyentes y las palabras tienen poder, por eso es común desearse cosas buenas, para que se cumplan.
De Israel me gustan varias cosas. Una de ellas es el valor a la vida, aquí se sabe la historia de cada muerto, se recuerda su memoria y los médicos lo hacen todo por los niños y pacientes. También me gusta el hecho de que sean menos acentuadas las diferencias sociales. Aunque los millonarios y ricos del país tienen sus barrios y sectores como en otros lugares del mundo, aquí no existen los estratos sociales.
La educación es pública y los colegios privados son pocos. Todos los jóvenes van al ejército salvo algunas excepciones.
También hay cobertura de salud para todo el mundo, independiente de su nivel económico. Por eso no es extraño encontrarse en el consultorio del médico a estudiantes, ejecutivos o al vigilante de seguridad. Aunque la medicina privada existe, toda persona cuenta con una tarjeta que le permite ser atendido en cualquier circunstancia, tenga o no suficiente dinero en su cuenta. Tener un bebé no le cuesta nada a las mujeres. Entran y salen del hospital sin pagar grandes sumas.
También me gusta la seguridad de las calles. Es extraño que un ladrón o malhechor ataque a un caminante en una noche solitaria, ni se escuchan historias de personas que murieron porque les robaron el celular.
De Medellín me gusta la amabilidad de la gente. En los países en que he estado no he encontrado personas tan amables y generosas. Tal vez los que se les parecen un poco son los italianos, pero no es lo mismo. Un abuelo argentino que visitó Antioquia varias veces, me dijo que las personas que nacen en esa tierra suelen nacer con la capacidad para relacionarse bien con los otros: son simpáticos, hospitalarios y colaboradores.
Y aquí recuerdo una vez que me perdí en una calle del barrio Laureles y encontré una señora que caminó conmigo hasta que llegué a mi destino. Me sorprenden constantemente los médicos. Su calidez, preocupación, profesionalismo y disponibilidad. En Israel es raro que uno de ellos le de el número de su teléfono móvil al paciente. En Medellín, lo dan sin pesares, responden correos electrónicos y en la consulta hablan de temas humanos que van más allá del cuerpo.
También admiro el amor que hay hacia los animales. Cada vez hay más fundaciones que buscan hogares a los gatos o perros abandonados. Aquí debo mencionar su clima de paraíso, las frutas inagotables y los sabores de la infancia, lo recursivas que son las personas y las ganas de progresar a pesar de los tiempos difíciles. La lista podría continuar.
Aunque no suelo escribir sobre mis preferencias políticas, debo decir que me ilusiona el comienzo de una nueva administración de la que harán parte Sergio Fajardo y Aníbal Gaviria. Al primero lo vi por primera vez en una conferencia sobre matemáticas en la Universidad Pontificia Bolivariana. Tenía un lápiz de madera en la mano y un discurso tan claro y fascinante que aún recuerdo.
Me emocionó escucharle su plan de gobierno en el que habla de su deseo de fomentar la educación y crear igualdad de condiciones para la gente, para los campesinos, esos seres con sabiduría popular que viven cerca a las verdes montañas, trabajan la tierra con afecto y tienen una humanidad inherente que nadie les puede arrebatar aunque ciertos gobernantes hayan demostrado que piensan lo contrario con su negligencia u olvido.
A Aníbal Gaviria lo conocí cuando trabajé en el periódico El Mundo. Recuerdo su pasión por Antioquia, su vocación de trabajo y por los proyectos editorales. También su amor por el movimiento de la No violencia que promovió su hermano Guillermo y quien murió justo al final de aquella marcha que seguimos tan cerca con fotos y testimonios. Ambos comienzan su gestión en enero y desde aquí les deseo toda la suerte. Que les vaya bien para que Antioquia y Medellín sean lugares donde las personas puedan cumplir sus sueños sin violencia, irrespeto a la vida o desigualdad. Que sean lugares donde las personas puedan ayudarse y trabajar juntas, porque como me dijo un guitarrero andaluz por estos días, uno sólo se lleva lo que da.
“Bienvenido a Jerusalén”. Cortesía de The world of travel. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=J3n9jBJY6aA[/youtube]
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* Adriana Cooper es comunicadora Social de la UPB y Magister en Estudios de Israel de la Universidad Hebrea de Jerusalén.. Textos publicados: Medellin judía, historia de la comunidad judía de Medellín, tesis de grado dirigida por Jose Guillermo Anjel. También ha sido corresponsal y colaboradora de medios en Colombia, Israel e Iberoamérica.