EL HUMEDAL DEL CLUB FARALLONES
Por Juan Fernando Conde Libreros*
Desde hace unas semanas me habían estado invitando al Club Farallones mi primo Pedro González y su esposa, Kira Palacios, pero no se había dado la oportunidad de ir a recorrer su campus. Este sábado sucedió.
Estaba recorriendo el Sendero Ecológico del Club Campestre cuando recibí una llamada de Pedro diciéndome que me esperaba a la entrada del Club Farallones. Estaba a tres kilómetros del carro y salí hacia él a paso rápido. En veinticinco minutos estaba a la entrada del Club Farallones y allí mi primo esperándome. Tanto el Club Campestre como el Club Farallones los podemos considerar clubes urbanos porque están dentro de la ciudad, así en su origen hayan estado en la periferia de la ciudad.
En otras oportunidades había estado allí, pero varios años atrás, y ahora lo iba a mirar con los ojos de naturalista y de «pajarólogo» que he adquirido.
Iniciamos el recorrido por el camino que lo rodea con sombras de una hermosa arboleda de tulipanes, guayacanes, guácimos, chiminangos, guayabos, acacias robinias, acacias rojas, cedros colombianos y demás árboles nativos y de otras latitudes aclimatados como el ficus benjamín que no deberíamos sembrarlo más cerca de las construcciones. En algunas partes cercados con limón swinglia, especie que no es de mi predilección. Espacios con jardines con musaendas rosadas, aves del paraíso, muchas palmas arecas, palmas yuca, ocasionales cactus de agave… Grandes y frondosos samanes, algunas especies desconocidas para mí…
Había llevado mi cámara Olympus compacta, no profesional por supuesto, pero con un buen zoom de 30X de acercamiento especial para mi afición de capturar pájaros con la lente.
El camino está marcado con algunas pocas especies de pájaros —tres o cuatro, no más— y algunas inscripciones entre ellas una que me llamó la atención que decía poco más o menos «hable pasito que hay jugadores en la cancha de golf», realmente no le encontré ningún sentido. No sé si es que alguien haya ido a gritar allí y a perturbar a los golfistas.
Quizás por el sol canicular o por la hora, casi las diez de la mañana, pero eran muy pocos los caminantes que estaban haciendo el recorrido. No sé qué tan usado sea este sendero por los socios para caminar.
Fuimos observando las propiedades aledañas, un bosque secundario bien nutrido, unos galpones de alguna empresa productiva, otra finca con pastizales y una verdadera casa de hacienda vallecaucana con establo, casa del mayordomo, abrevadero para los semovientes, carreta de dos llantas tirada por mula, propiedad que ha encantado a mi primo y que dice querer tener con qué comprarla para irse a vivir a ella, y poco a poco nos fuimos acercando al sitio al que mi primo me quería llevar: el humedal.
EL HUMEDAL DEL CLUB FARALLONES
Y empezamos a ver pájaros. Por supuesto que ya habíamos avistado en el camino muchas de las especies comunes en Cali y el Valle del Cauca como tórtolas, nagüiblancas, bichafués gritones, titiribíes, muchos pellares, chamones, sueldas crestinegras, espatulillas comunes, sicalis coronados, gavilanes de las dos especies nativas… Escuchamos la carcajada del batará, los gritos de los gavilanes, el silbidito de la espatulilla, el grito del bichafué, los trinos de los sicalis, los graznidos de advertencia de los pellares.
Y empezamos a ver las aves acuáticas del humedal. A la distancia no podía reconocer a ninguna pero poco a poco me fui dando cuenta que muchas de ellas eran de la especie Iguaza Común, primero unas pocas nadando en grupo, luego más y más. Nunca en mi vida había visto tantas iguazas juntas. Pero no sólo eran iguazas comunes sino también de la especie Iguaza Careta, Gallitos de Ciénaga, Pollitas de Agua, Pollitas Azules, Coquitos o Ibis de cara roja, Garcitas rayadas, Garcetas Patiamarillas, Garzas Reales.
Había conocido el humedal años atrás pero no recordaba haber visto nunca tantas iguazas juntas, eran cientos, miles. Estoy casi seguro que había entre dos mil y tres mil iguazas comunes. Un espectáculo sencillamente abrumador para mí. Mi cámara no cesaba de disparar pero era tal el espectáculo que no sabía a dónde atinar.
Fuimos bordeando el humedal y al otro lado divisábamos más cantidades de distintas especies posadas sobre los prados al borde del humedal, nadando en el agua, posadas entre los buchones de agua y los lotos.
A medida que nos acercábamos a los grupos posados se levantaban en bandadas con gran sonido de batir de alas y el gran murmullo de los silbiditos peculiares de las iguazas comunes. Teñían las grandes bandadas el espacio aéreo predominantemente con su colorido café y blanco de sus alas, su pico y patas coloradas, y sus formas de patos para irse a posar al centro del humedal, poniéndose a salvo de nosotros. Si supieran que no les haríamos daño por nada del mundo, que nuestra intención era quererlas y protegerlas, nos hubieran dejado acercar más. Pero a la distancia mi lente pudo captar buenas fotografías con las que ilustro este escrito.
Terminamos el recorrido de darle la vuelta al humedal y yo no me quería ir de allí, como amarrado a ese bello paisaje natural con tanta vida, tan abrumadora cantidad de aves, tantas iguazas que hubiera deseado quedarme a vivir allí.
Al regreso a las instalaciones del club nos sentamos debajo de una sombrilla a la orilla de la piscina. Le mostré las fotografías a Pedro y también las vi yo —cuando uno está tomándolas no sabe cómo han quedado—. Evidentemente pude tomar buenas fotografías pero no quedé conforme, pude hacer mejores tomas. Refrescándonos con unas frías cervezas Club Colombia y con empanadas criollas terminamos la mañana.
Esa tarde del sábado, en casa, bajé las fotografías y le envié a mi primo diez de las mejores fotografías. Con esas pensé que podía ilustrar esta crónica–relato–ensayo. Este es el reto que me voy a imponer esta semana, hacer una crónica–relato–ensayo.
En la noche nos pusimos de acuerdo para hacer la caminata nuevamente al día siguiente, domingo. Llevaría mi mejor cámara, una Sony Alfa 360 y también llevaría la Olympus. El domingo nos acompañaría Kira, la esposa de mi primo.
A las nueve y media del día domingo volvimos al camino armados de las dos cámaras, gorras para el sol y la mejor disposición. Le podemos proponer al Club Farallones, a su junta directiva, que haga una marcación de la naturaleza de la misma forma como la hemos hecho en el Club Campestre, también le puedo hacer una guía plastificada. Conocí una guía plastificada que ellos hicieron pero muy mínima, con muy pocas especies.
El sendero es amplio y a lo largo de él se pude hace un trabajo para que disfruten y aprendan de él los socios, trabajadores, empleados y sus invitados, que puedan reconocer la naturaleza que los rodea.
De nuevo la hermosa vista del humedal con sus lotos y su increíble cantidad de aves. Una de las primeras sorpresas nos la dio una Viudita Común, especie casi extinta y muy común en mi niñez en mi pueblo, Ginebra, y común verlas en casi todos los pueblos vallecaucanos por las riberas de las acequias y quebradas. Pero ya no se han vuelto a ver con tanta frecuencia. Pude tomarle varias buenas fotografías, y Kira, que llevaba la cámara Olympus también pudo tomar algunas.
Luego un Andarríos o Correlimos, uno no, dos, tres, cuatro, cinco… Tres cerca de un Gallito de Ciénaga. También pude fotografiarlos. Ya tendría tiempo de saber a cuál especie realmente pertenecen. Buenas fotografías, por lo menos claras.
Una Polla de Agua, otra, ¡muchas! Una Polla Azul, más fotografías… Llegamos al extremo, al último rincón del club.
—Vamos a darle la vuelta al humedal —digo entusiasmado.
—Que no podemos, —dice Kira, dizque está prohibido porque es territorio de los golfistas y porque una bola puede golpearnos.
—Que no importa —digo yo— porque al otro lado es donde están las mejores fotografías.
—Que no, que está prohibido, —insiste Kira
—Que me importa un culo, —digo «mamándole gallo» a Kira que estaba muy circunspecta.
No insisto porque la lluvia con tempestad de la noche anterior había encharcado el paso y me hubiera tenido que meter al agua hasta la rodilla para poder pasar. Le daríamos la vuelta de regreso al humedal y luego, por el lado de regreso, podría ir hasta donde quería ir a tomar otras fotografías.
Un par de Ibis de cara roja o Coquitos como también se los conoce, había que fotografiarlos a pesar de que tengo muchas fotografías de éstos. Un par de buenas fotografías.
Mis acompañantes no se atrevieron a ocupar el espacio de los golfistas y me esperaron mientras yo iba a tomar otras fotografías. También hice un par de vídeos de muy mala calidad. Puedo hacer mejores. Volveré el próximo fin de semana. Cuando regresé Pedro estaba picado de los zancudos.
—¿Viste? Por eso es que yo siempre estoy con pantalón largo y medias deportivas. Para que no me piquen los bichos —le dije. No paraba de rascarse las piernas.
Terminamos después de esto y regresamos a las instalaciones. Otra vez en una de las mesas entre las piscinas, otras cervecitas para mí, jugos para mis compañeros y otras empanadas, sabrosas empanadas vallunas con crocante masa de maíz amarillo como deben ser.
Agradecí a Pedro y a Kira por la caminata y la posibilidad de haber disfrutado de la estupenda caminata con el premio del humedal que es verdaderamente una joya para preservar y mejorar, joyas que me llevaba en las fotografías.
Desde mañana empezaré a hacer los pequeños ensayos sobre las aves que pude ver en estos dos días y los ilustraré con las fotografías que pude tomar. Tengo intenciones de enviarles a los socios del Club Farallones, o al menos a su junta directiva, esto que estoy escribiendo… Quizás le encuentren algún valor.
IGUAZA COMÚN
De nombre científico Dendrocygna autumnalis, es un pato robusto de color café. Tiene el abdomen negro. Pico y patas rosadas. En vuelo muestra sus alas predominantemente blancas con bordes negros. Son muy gregarias y en grupo se escuchan muy sonoros sus silbiditos. Llegan a formar grandes bandadas. Los juveniles son un poco opacos y grises pero conservan fundamentalmente la coloración de los adultos pero con picos y patas negruzcas. Sus dormitorios son árboles y arbustos cerca de los lagos y lagunas donde permanecen. Se movilizan de acuerdo a las inundaciones y niveles de los lagos y lagunas. De las tres especies de Iguazas que hay en el Valle del Cauca —Iguaza Careta e Iguaza María, las otras dos— esta es la de mayor población.
Mis recuerdos de Ginebra, mi pueblo natal, es la de un grupo de cazadores con escopetas que se iban a las lagunas o madre viejas del río Cauca a cazarlas y llevaban muchas de las cazadas para hacer sancochos de iguazas y otras preparaciones. Todavía hay cazadores pero es una práctica que debería de prohibirse.
Recibe otros nombres, varios de ellos onomatopéyicos, como suirirí piquirrojo (Perú), güichichi, pichichi, pichihuila (en Sinaloa) o pijiji (en el sur de México), y otros como yaguasa, iguasa, pisingo, es una especie de ave anseriforme de la familia Anatidae ampliamente difundida en América.
Su distribución al norte incluye el extremo sur de los Estados Unidos (Texas, Arizona y Luisiana) y el norte de México (Sonora en el Pacífico). Continúa su distribución hacia el sur por las dos costas de México y América Central.
Los dendrocigninos (Dendrocygninae) son una subfamilia de aves anseriformes de la familia Anatidae, conocidos vulgarmente como yaguasas, suiriríes, güichichis, iguasas o patos silbadores. Incluye sólo un género, Dendrocygna, que agrupa ocho especies.
Son patos de río y tienen una distribución mundial a través de los trópicos y subtrópicos. Tienen, como su nombre indica, un canto que recuerda un silbido. Tienen las patas y el cuello largos, son muy gregarios, mientras vuelan y mientras descansan en perchas durante la noche. Ambos sexos tienen el mismo plumaje —sin dimorfismo sexual—.
Viven en zonas tropicales. La mayoría de la población permanece estable durante todo el año, es sedentaria. Aunque sí se desplazan de acuerdo a la abundancia de alimentos. Aquellas que viven en los extremos de su distribución migran pero se considera que no sean distancias muy largas. Las que anidan en América del Norte al sur de Estados Unidos y norte de México se trasladan para invernar al centro y sur de México.
Indica preferencia por los sembrados de maíz y arroz, y pastizales donde se cultivan otros granos. Se le ve en los lagos de agua dulce, con y sin vegetación acuática, donde hay orillas de poca profundidad. También frecuenta lugares donde hay árboles, posándose en las ramas.
Esta ave es de temperamento dócil y gregario. Forma bandadas que pueden contar con miles de ellas. En muchas circunstancias se les agrega a las aves de corral sin demostrar ningún problema. En los zoológicos y colecciones ornamentales la encontramos a menudo.
Se estima que la pareja permanezca junta de por vida. Crían una vez por año. En América del Norte a principios de verano, junio y julio, pero la temporada del año y duración varía dependiendo de la localidad.
Demuestran gran fidelidad al sitio donde anidan, muchos regresando a anidar en la misma localidad donde anidaron el año anterior.
Por lo general anidan en los huecos de los árboles pero no es raro que lo hagan en la tierra. Los árboles donde anidan pueden crecer dentro del agua o hasta un kilómetro de la fuente de agua más cercana. Muchas parejas que anidan en cavidades no le agregan material vegetal al nido, los huevos los depositan en el suelo de la cavidad. Los que anidan en la tierra usualmente construyen —algunos ponen los huevos en la tierra— un nido en forma de copa de hierbas secas escondido entre los matorrales. No usan plumones en la construcción del nido.
La nidada consiste de ocho a dieciocho huevos blancos. Una vez que comienza la puesta, los huevos son depositados uno por día. Algunas hembras ponen sus huevos en los nidos que no son los suyos, incluyendo los de otras especies. Una vez se encontró un nido con 101 huevos. Estas nidadas exageradas se estiman que sean «nidos de exceso» donde las hembras ponen porque tienen que poner y no son atendidos. Si la nidada se pierde, es posible que vuelvan anidar.
La incubación toma de veintiséis a treintaiún días y es efectuada por los dos padres. Los polluelos cuando nacen son de color amarillos con manchas negras. Normalmente al otro día de nacidos se lanzan del hueco en el árbol, desde una altura de unos tres metros y caen en la tierra o el agua. Permanecen bajo el cuidado y la compañía de los dos padres por los próximos seis meses. A los dos meses ya tienen el plumaje juvenil y pueden volar. Obtienen el plumaje de adulto a los ocho meses. Al año ya pueden criar.
La alimentación básica consiste de granos; maíz, arroz y otras plantas. Complementa su dieta con insectos y crustáceos.
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* Juan Fernando Conde Libreros es historiador de la Universidad del Valle. Profesor de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali (Colombia). Especializado en Investigación en Docencia Universitaria de la Universidad de San Buenaventura de Cali. Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Javeriana de Cali. Catedrático de las tres universidades en distintos períodos desde 1983.
Este escrito es la memoria de la experiencia vivida entre el sábado 23 y el domingo 24 de julio de 2011, caminando por el Club Farallones de Cali.