EL RETO DE CONSTUIR UNA RESPUESTA CULTURAL A LOS AGITADORES DEL MIEDO AL DIFERENTE
Por José Guillermo Fouce*
Sobre la inmigración se debate con mucha frecuencia, es un tema que preocupa y sobre el que se hacen diferentes disgresiones y planteamientos, muchas veces encendidos, una temática que no deja indiferente y que en muchos casos moviliza emociones y sentimientos. Desde luego no cabe mantenerse al margen del debate o mirar para otro lado porque es evidente que este es uno de los principales retos a afrontar en la actualidad y en el futuro y sino planteamos alternativas o respuestas nos encontraremos con racismo, xenofobia o conflicto. Se trata de dilucidar si según gestionemos la cuestión convertiremos la inmigración en un problema o en una oportunidad.
La inmigración es estructural y tenderá a aumentar, igual que tienden a aumentar las desigualdades, especialmente si nos mantenemos en el modelo económico neoliberal generador de tremendas desigualdades, no se pueden parar los flujos migratorios ni evitar que los que llegan traten de quedarse y se queden. No hay valla, medida o barrera posible frente al hambre o la falta de futuro.
En este mundo tremendamente desigual que estamos construyendo parece difícil pensar que la principal causa de la inmigración la desigualdad vaya a evitar que ésta siga produciéndose. Estamos generando un ejercito de desheredados, de excluidos, de «nadies» como diría Eduardo Galeano.
«Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba. Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos: Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata».
Hablar de inmigración es hablar también de otro mundo posible, de la desigualdad, de nuestro sistema económico algo que solemos olvidar con demasiada frecuencia entre otras cuestiones frivolizando en exceso sobre la inmigración, sus causas, consecuencias y motivos. Es necesario, una vez más, contextualizar el fenómeno en el entorno en que se produce, en el mundo que habitamos.
La inmigración existe porque se dan tremendas situaciones de pobreza en los países de origen ¿pero qué estamos dispuestos a hacer o a ceder?¿cuántas veces hemos discutido de medidas concretas como una disminución de nuestro nivel de vida para ayudar a estos países o sobre la apertura real de los mercados? Incluso cabe señalar o formular preguntas más directas ¿cuántos españoles mueren de hambre?¿cuántos estómagos vacíos inflados de aire podemos ver por la calle?¿cuánto de nuestra riqueza la debemos al Sur del que nos llegan los emigrantes?¿cuántas materias primas, conseguidas a bajos precios con el sudor de muchos «moros» o «negros», consumimos transformadas y etiquetadas a lo largo del día?¿cuánto tiempo debe pasar, cuánto nos van a aguantar?
El fenómeno migratorio, la inmigración, tiene, sin duda diferentes aristas sobre las que debemos establecer respuestas. Hablar de inmigración, gestionar la inmigración supone hacer pedagogía, explicar a los ciudadanos, digamos «autóctonos» las políticas de migración, sus porqués, sus motivos, sus efectos y sus ventajas.
Hay que tener buenas actuaciones, buenos principios, pero, además, hay que saber comunicarlos, transmitirlos, saber conectar con los ciudadanos. Hay que explicarle al ciudadano de a pie los porqués de la inmigración, sus aportes, hay que hacer sensibilización, hay que eliminar fronteras.
LA AGITACIÓN IMPRUDENTE DE LO QUE NOS DIFERENCIA
Hay que combatir la política que señala a los inmigrantes como el chivo expiatorio de todos los males, como los causantes del deterioro de los servicios públicos (deteriorados, cuando lo están, no por ellos sino por la falta de recursos). Hay que contribuir a que a ambos lados de la ciudadanía se produzca el encuentro, la comunicación, el ponerse unos y otros en lugar del diferente que se tiene enfrente, exigiendo respeto mutuo, comunicación mutua, alianza de civilizaciones.
Se combate el racismo, la xenofobia, se abandonan las teorías de la asimilación (Francia) o de colonización (Inglaterra) y se preconiza la integración, pero surgen nuevas formas de exclusión en torno a la segregación, a la separación del diferente, del pobre, doblemente a separar si además es inmigrante, nuevas formas de rechazo más sutil y encubierto, más cotidiano y menos visible, más horizontal, más adaptado al mundo que vivimos, más «políticamente correcto», más frías, modernas, racionalizadas, rechazo que evita el contacto con el emigrante, que niega que exista el problema de la discriminación, no asociamos sentimientos negativos a los emigrados pero les damos menos características positivas, se les rechaza en cuestiones cotidianas, de manera indirecta, evitando el contacto, la mezcla, la cercanía.
Casi nadie habla o defiende ya, un sistema de categorías raciales para clasificar a las personas, estableciendo correlatos con lo psicológico y planteando una jerarquización de las razas y conductas diferenciales según el grupo racial (antiguo racismo y su teoría unida) pero, a veces, parece sustituirse esa ordenación por categorías raciales en una ordenación por categorías nacionales dividiendo a la humanidad en compartimentos estancos diferentes pero similares, tal vez no jerárquicos pero si con consecuencias conductuales claras, definiendo qué rasgos debe tener alguien que pertenezca a una determinada nación, recibiendo un trato de favor los nacionales frente a los extranjeros.
Nos quejamos de que vengan a nuestro país, les miramos con recelo por la calle, nos parece mejor que no se sienten a nuestro lado en el autobús. Se les asocia a delincuencia, a veces con cierta sutileza ¿cuántas veces los medios de comunicación ante sucesos delictivos se enfatiza la nacionalidad del autor si es extranjero?, ¿por qué esto no pasa si el autor es extremeño, catalán o madrileño?, ¿qué hay en ese matiz que lo hace más atractivo?
Se plantea abiertamente la relación que se formula casi como directa entre inmigración e inseguridad estereotipando al inmigrante hasta límites insospechados.
Si hay una máxima que se cumple repetidamente a lo largo del tiempo es que el excluido tiene más opciones de tener que explorar vías ilegales para sobrevivir, siendo la causa de su caída en estas vías ilegales la ausencia de opciones y no, como a veces se nos pretende hacer creer, la raza o la cultura. El problema de la inseguridad ciudadana no es de raza sino de clase, no tiene que ver con el color de la piel sino con la pobreza y desigualdad. El problema es cuando el clasismo y la desigualdad tratan de justificarse y difuminarse en elementos tan superficiales y que tan poco aportan como el color de la piel. El delincuente común (aquel que más nos molesta) no conoce distinciones de raza o color y sí suele tener rasgos comunes de pobreza y exclusión las cuales no conocen diferencias raciales.
A veces da la impresión que sociedades en crisis de cohesión social, con Estados sociales en cuestionamiento buscan en los inmigrantes la válvula de escape, la excusa para subjetivamente justificar problemas, como tantas otras veces en nuestro pasado histórico ¿no será que no hemos aprendido de nuestros errores que los podemos cometer otra vez? Si lo que estamos esperando para tomar medidas es la aparición de grupos, partidos y otro tipo de organizaciones extremistas que ya están aquí, si esperamos que regiones enteras del planeta se desestabilicen ya lo empezamos a ver enfrente de nuestras costas ¿a qué esperamos?
El rechazo al inmigrante es muchas veces clasismo y tiene que ver con la escasez de recursos y también con la falta de cercanía y conocimientos. Con el miedo a lo desconocido.
El miedo es la emoción principal que agitan los neocom, su principal arma y estrategia en combinación con la concepción individualista de los otros, de los diferentes, la máxima es «ten miedo, desconfía, el peligro, los peligros están ahí fuera, mantén la alerta, no puedes fiarte de nada y de nadie, solo de ti mismo». Una emoción primaria que se agita a veces frente al terrorismo y sus múltiples y recurrentes amenazas (muchas veces inventadas o magnificadas), otras frente a los inmigrantes, otras en diferentes fronteras identitarias con los otros como las nacionalidades y los nacionalismos.
Se trata de establecer una especie de guerra psicológica constante, de mantener la alerta y la desconfianza, de ver siempre las diferencias, de destacarlas, de ponerlas en primer plano, de construir un mundo de hombres y mujeres desconfiados, lobos compitiendo muchas veces por las migajas que el sistema les arroja. El otro esta ahí para dañarme, para quitarme lo poco que tengo, para atacarme, el otro es diferente y negativo, en cualquier momento puede atacarme, dañarme, por eso le temo.
Pasa con la inmigración, pero pasa también con muchos otros elementos, se trata de políticas, movimientos identitarios, individualistas que además de irresponsables presentan una gran dificultad porque son tremendamente difíciles de combatir y responder porque apuntan directamente a nuestro cerebro más primario, a nuestras emociones más primarias, directamente a las vísceras. Son mensajes sencillos, simplificadores, con gran carga emocional, con tremenda potencia de disparo y de llegada, unas veces introducidos sutilmente, otras más directamente, basados en los símbolos, en lo simbólico y, por tanto, tremendamente difíciles de contestar.
Pero si no conseguimos contrarrestar los incendios identitarios, el miedo será el instrumento de manipulación y movilización, el individualismo como elemento cultural clave, las vísceras y los peores instintos, la identificación del diferente, del inmigrante como el chivo expiatorio y el culpable de todos los males que nos acechan, los negros nubarrones del racismo y la xenofobia muchas veces hoy encubiertos se harán cada vez más explícitos y presentes.
Hay, sin duda, intentos estructurados y pensados con inteligencia e intención para mantener los niveles de alerta activos, para mantener el miedo al diferente, al otro, para establecer fronteras y barreras, para aislar a cada ser humano en su espacio propio y único rodeado de peligros y amenazas.
Hay sin duda, una política circular que pretende, por ejemplo, el desmontaje de lo público, de los servicios públicos mediante su descrédito por parte de los ciudadanos colapsándolos, estrangulándolos presupuestariamente para luego culparles de ser ineficaces e inútiles, no por la escasez de recursos sino por la presencia (visible sin duda) de los inmigrantes que, por otra parte, están contribuyendo, y de hecho, sosteniendo con sus impuestos como el que más, el sistema público.
Se trata de abordar el desmontaje de las políticas públicas del estado de bienestar con el menor de los costos posibles: si no te dan buen servicio, si los colegios públicos o la sanidad atienden sobre todo a inmigrantes, que importa mantenerlos, si están colapsados, si dan mal servicio, lo importante es hacer notar que lo diferente no es que no tengan recursos o se financie con fondos públicos una red concertada de atención sanitaria o educativa desviando fondos de lo público y estrangulando así el sistema, lo realmente diferente, en lo que hay que poner la atención y los miedos, es en la llegada de inmigrantes al sistema. Una vez más la utilización del viejo modelo del chivo expiatorio cargado además de grandes dosis de miedo al diferente en un contexto global donde la identidad, el individuo, los riesgos, las amenazas están especialmente presentes día y noche.
Se trata de evitar que la gente demande que los servicios públicos, que sus derechos públicos, que el Estado del bienestar funcione adecuadamente desviando la atención sobre las raíces de los problemas y como ataque complementario a la ineficiencia económica de fondo que se predica también desde el modelo neoliberal sobre la propia esencia del Estado en general y los servicios públicos básicos en particular. Ineficiencia, por tanto, en varios planos: económico, moral (claramente expresado sin pudor por José María Aznar: «¿para qué quieren conducir por mi?, déjenme con mi conciencia y mis decisiones»), y práctica —es imposible que lo público funcione bien— aderezada de una explicación diferente: son los otros que nos invaden, que nos quitan lo nuestro, que nos atacan y amenazan.
Se trata de una pelea pre política, cultural, de valores, de emociones, de ideas, de discurso, de cómo nombremos las cosas, de que es lo relevante o en que debemos fijarnos ¿en lo que nos diferencia que existe sin duda o en lo que nos hace iguales que también existe? por encima de las medidas a tomar, de las acciones a desarrollar.
Uno puede conocer y desarrollar las mejores actuaciones, sobre las mejores bases, puede hacer lo que corresponde y, sin embargo, puede no tener éxito en sus intenciones, puede no ser comprendido, puede no ser capaz de llevar a cabo sus propuestas.
¿CÓMO RESPONDEMOS?
Hay que tender puentes, también emocionales con el otro diferente, hay que establecer espacios de encuentro y comunicación, espacios para la comunicación y para la gestión de los posibles conflictos y retos que —¿a qué negarlo?— existen y sobre los que debemos responder.
Se habla de multiculturalidad, de comprensión, de cooperación internacional, de igualdad y libertad. Multiculturalidad e interculturalidad se nos presentan como palabras bonitas y bien intencionadas, de moda, de esas que entran en el diccionario de lo políticamente correcto y fomentable, de los principios por encima del bien y del mal que de tanto usarse pierden su significado inicial (véase también libertad, igualdad o solidaridad) pero no se profundiza en su auténtico y revolucionador significado de construcción de algo nuevo a partir de lo diferente y de las diferencias, desde la convicción de la igualdad absoluta de derechos y oportunidades de todas las personas con independencia de su raza, religión, clase social o género (habría, tal vez que incluir también el concepto de desigualdad económica), del respeto a la diferencia y del aprender del otro y construir con él.
¿Qué motivos llevan a alguien a arriesgar su vida y su hacienda y con frecuencia a perder ambas, montado en una patera que cruce 14 millas de mar entre África y España, descalzos, casi desnudos, con el único equipaje de un hatillo de ropa seca envuelta en bolsas de basura, apiñados? ¿Por qué se mantienen durante largos periodos de tiempo en míseros campamentos esperando el momento de atravesar el estrecho? ¿Que lleva a arriesgar la vida en los ejes de un camión, o en los contenedores de mercancías? Miles de personas se juegan la vida a diario para alcanzar un etéreo paraíso parido en las ondas de la televisión: Europa. Para muchos será un viaje sin retorno, otros deberán regresar tras pasar por fichas policiales, centros de retención o campos de ilegales. La alternativa que se desarrolla es llegar o morir.
(Continua página 2 – link más abajo)