Sociedad Cronopio

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«Y a pesar de todo, ¿por qué queremos pasar? Seguro que para vosotros es difícil comprender por qué una persona normal, que tiene su casa y un pequeño trabajo y una familia, lo deja todo y se echa a la aventura. Por qué camina miles de kilómetros, paga sobornos a los policías de medio África y se pone en manos de desalmados para llegar a Europa… la respuesta es que no tenemos otro horizonte. Y preferimos jugarnos todo para encontrarlo… y queremos disfrutar de esa democracia que desde aquí nos parece maravillosa. Todo África es una gran dictadura. Y la gente joven quiere libertad. Y si nos morimos en el Estrecho, es que Alá lo ha querido así» (El país dominical, p.62).

Se da limosna para los pobres del tercer mundo y, a veces posteriormente se critica que nos encarguemos más de lo de fuera que de lo de dentro; se reconoce la pobreza y la desigualdad pero se reduce a lo individual y no se buscan o analizan sus causas globales; se ve el sufrimiento ajeno, hasta su muerte, pero esa especie de habituación amortiguadora vía caja dormidera (o televisión) nos evita tener que preocuparnos demasiado «la gran Occidente, ya no tiene vergüenza, arrasa nuestra tierra nos roba la riqueza, que bien se come de restaurante, cuanta miseria pa´ el emigrante… nuestros hijos se mueren, estomago vació, tú lo ves por la tele después de haber comido…» (Celtas Cortos).

La mayoría de los inmigrantes no son más que honrados ciudadanos (por otra parte de los «mejores» en sus sociedades de origen si puede hablarse en estos términos) trabajadores que buscan en Europa un futuro que les es negado en sus países de origen; países globalizados o neo–colonizados por los propios europeos y americanos que pueden mantener su estatus de vida gracias a la explotación sistemática y desigual de los recursos del Sur del planeta.

En los años 50 se les llamó a los inmigrantes porque se les necesitaba para reconstruir una Europa destruida, pero se pensaba que venían sólo de paso, que terminarían su trabajo y se marcharían. Sin embrago, no ha sido así, una parte de ellos ha optado por quedarse y establecerse definitivamente en el país de destino. Hoy se presentan de improviso, sin haber sido invitados, y no aceptan volver a sus países. Ayer se les veía con una visión más positiva porque venían a contribuir y contribuyeron, hoy se recela de ellos bajo, entre otras, la falsa idea de que vienen a quitar trabajo y vivienda.

CONSTRUIR UN DISCURSO POSITIVO SOBRE LA INMIGRACIÓN

Pocas veces se habla de los inmigrantes desde una óptica positiva que señale a los inmigrantes no como problema social sino como fuente de transferencia de conocimientos, de riqueza cultural, de aporte económico y de rejuvenecimiento de nuestras sociedades occidentales.

Los emigrantes aportan color, aportan conocimientos y tradiciones nuevas que nos enriquecen, que nos hacen ser mejores como personas y como sociedad si superamos los miedos a conocer lo que pueden aportarnos los diferentes. Está demostrado que en la historia son las sociedades que se mezclan las que progresan, son los híbridos los que llevan a avanzar.

Además, siempre resultó una gran mentira hablar de pureza de razas o de nacionalidades cerradas.

En el siglo de la globalización, cuando los muros caen y las diferencias se acortan generando un espacio de comunicación globalizado y una sociedad global mundial que se moviliza al unísono contra la guerra o a favor de un mundo diferente y posible, no cabe seguir manteniendo diferencias espurias basadas en el color de la piel o la cultura diferente.

Las diferencias no son un problema, son una ventaja; no son un conflicto, son una oportunidad. Los conflictos y los problemas surgen de interpretaciones malintencionadas de las diferencias o de gestionar mal estas diferencias.

Las migraciones poblacionales —legales o ilegales— no son buenas ni malas, sino sencillamente universales e inevitables. Y si las migraciones son universales e inevitables parece claro que no tendría sentido alguno la adopción de políticas inmigratorias de restricción total, entre otras razones porque serían absolutamente ineficaces. Pero eso no significa en modo alguno que no se haga nada o que no se adopte ninguna política inmigratoria.

En primer término, es necesario interpretar y corregir nuestras tasas de paro a la luz de una evidencia que cada vez se manifiesta con una mayor intensidad: los ciudadanos del Primer mundo somos en gran parte buscadores selectivos de empleo, no estamos dispuestos a aceptar cualquier trabajo y tendemos a rechazar los que implican desplazamientos largos desde el domicilio habitual, cambios de residencia o son especialmente penosos, como muchas de las labores agrarias o en la construcción. Estos trabajos se están cubriendo en todos lados gracias a los inmigrantes, incluso ilegales.

En segundo lugar, hemos de tener en cuenta la baja continuada, la auténtica caída, de nuestras tasas de natalidad y la subsiguiente disminución de la población activa en beneficio de los jubilados. En conexión con este proceso, la incorporación de la mano de obra inmigrante permite sustituir ese descenso demográfico y, entre otras cosas, compensar el déficit en las aportaciones al sistema público de seguridad social y asegurar las correspondientes prestaciones. A pesar del Pacto de Toledo y de las declaraciones al respecto, ningún Gobierno puede garantizar no ya el largo plazo, sino ni siquiera el medio, y es muy probable que las pensiones del futuro dependan del trabajo y las cotizaciones de los inmigrantes que hoy nos alarman.

Los aportes positivos de esta nueva ciudadanía son enormes. Económicamente ofrecen una amplia y variada potencialidad laboral, que permite equilibrar la falta de mano de obra en ciertos sectores o zonas del país. Demográficamente compensan la baja natalidad y, por tanto, las posibilidades de futuro. Socialmente permiten, con sus aportaciones al sistema fiscal y social, una continuidad de prestaciones de la Seguridad Social y del sistema de protección pública, las de hoy y las del futuro inmediato.

Pero, lo que es más importante, humanamente, enriquecen nuestra propia cultura, nuestra apertura a otras visiones e interpretaciones del mundo, ofrecen sus vidas, experiencias, conocimientos, actitudes ante las dificultades, alimentan la tolerancia de nuestras hijas e hijos en la escuela, amplían nuestros conceptos e imágenes, son exponentes de la diversidad en la sociedad, una confirmación de lo cosmopolita, de una globalización humana, elemento tan valorado de nuestra cultura.

Es necesario construir y elaborar entre todos una perspectiva positiva de la inmigración que contribuya a elaborar el peso excesivo en situaciones negativas o conflictivas ligadas a la inmigración pero que sólo suponen una parte minoritaria de la misma, como la delincuencia o los problemas de convivencia. Los inmigrantes aportan multitud de elementos a nuestras sociedades, desde un plano cultural, de riqueza artística, de expresiones musicales, lingüísticas, culinarias, etc. Desde un plano humano en lo que significa abrirse y aprender de lo diferente, como dice Jarabe de palo «La riqueza está en la mezcla».

No se trata de hablar de fronteras abiertas o cerradas, se trata de plantearse que ojalá un día, en un mundo diferente y posible, nadie tenga que emigrar para sobrevivir, nadie tenga que desarraigarse para tener una vida más justa, ningún ser humano tenga que soportar condiciones tan abominables como las que marca nuestro mundo desigual e insolidario, en el que un 90% por ciento de la riqueza se concentra en un 10% de la población occidental sometiendo a la pobreza y la precariedad al 90% restante de la población. La respuesta es pues apostar y trabajar porque estas condiciones de injusticia cambien.

Frente a otras zonas del mundo, también preocupadas por la inmigración, en España parece no existir una ideología positiva con respecto a la misma que pudiese hacer de contrapeso a lo mismo, y se desarrolla una moral y sociedad cerradas que percibe lo externo como amenaza, salvo cuando los inmigrantes fueron o son necesarios como mano de obra barata, por lo general, en ámbitos en los que los europeos no quieren trabajar.

El mestizaje, la multiculturalidad enriquecen y son necesarios, aportan y hacen avanzar las cosas, por encima de viejos complejos de prepotencia y superioridad de los europeos y la cultura occidental, acostumbrada a mirar por encima del hombro a otras culturas. Una Europa arrogante y orgullosa que considera que su cultura, su ciencia es la única, la civilizada, la positiva, con una postura totalmente etnocéntrica, sin preguntarse qué ha recibido de otras culturas y sociedades, y qué se puede aprender ¿dónde está el reconocimiento de la cultura árabe, sus aportaciones y su riqueza actual, por ejemplo? ¿Cuánto conocimiento de otras culturas conocemos y manejamos?

Las culturas que han desaparecido son las que no se mezclaron, la diversidad enriquece, siendo necesario el desarrollo de una pedagogía social extensa para transmitir estas cuestiones desde lo cotidiano, desde el conocimiento y la relación directa (el que se conoce se aprecia) para hacer caer mitos e impopularidades con frecuencia extensamente enraizados en la sociedad.

Necesitamos la tolerancia cotidiana, el conocimiento, la cercanía, la cotidaneidad, la construcción de actitudes y conductas cercanas, de la generación de un deseo de conocer e intercambiar experiencias, sentimientos y acciones con otro aún siendo diferente, por encima de concesiones.

La educación es fundamental para dar a la sociedad un verdadero carácter multicultural, la integración del inmigrante en el sistema educativo en igualdad de condiciones es, pues, fundamental. Adaptando el sistema educativo, en pos de un sistema de enseñanza multicultural, y no una subordinación cultural que obligue a una socialización en un solo sistema de valores.

Es necesario no discriminar en espacios cotidianos, es necesario conocer y asumir las diferencias como positivas y deseables y no solo tolerables, es necesario desarrollar un esfuerzo por formarnos, formar desde la información y el conocimiento profundo y global y no los sesgos concretos.

Es necesario construir una ideología positiva de lo que significa y aporta el diferente desde las vivencias y conocimientos cotidianos, generar un clima social de solidaridad, fomentar la integración real frente a la segregación, estimular conductas y culturas diferentes y su difusión y conocimiento, pelear contra el mito de que las culturas son infranqueables o irrompibles, fomentar la comunicación y convivencia intercultural, desde el enriquecimiento mutuo sin tener que rechazar lo propio, desde la asunción de que no somos ni superiores, ni mejores y que no se trata de asimilar o de segregar. Las formas de hacer esto posible son múltiples, una manera muy bonita es hacer participar a todos los miembros de la comunidad en las fiestas populares (danzas, ritos, etc.), es una forma de ver diferentes expresiones culturales, conocer otras culturas, participar en otras maneras de entender el mundo, en una palabra, abrirse, abrirse a otra realidad tan rica y válida como la nuestra.

Sentirse parte del problema y por tanto parte de la solución, ejerciendo una solidaridad cotidiana y constante, como proceso y evitando la solidaridad puntual, cercana al paternalismo o la reducción de ansiedad y justificación de lo negativo.

La interculturalidad interiorizada en la vida cotidiana supone asumir una concepción igualitaria en el valor del ser humano, como ser humano, planteándose que no querer conocer al otro, pierde la oportunidad de enriquecerse.

Por encima de ser inmigrante o extranjero, es persona con iguales derechos y deberes que el resto, ciudadanos con todo lo que ello significa.

El que se para ante el racismo, explícito o encubierto, se convierte en cómplice, tiene una paternidad y una organización.

Es necesario crear espacios de interculturalidad insertos en el día a día, frecuentes, construidos con tiempo, con paciencia, con confianza, espacios de comunicación, hay mucho que hablar, mucho que conocer, mucha desconfianza que vencer. Modificar actitudes y prejuicios por la interacción, por el conocimiento y el estrechamiento de lazos, por la adquisición de sentimientos empáticos y cercanos, por la capacidad de ponerse en el lugar del otro.

Ningún inmigrante es ilegal, ninguna persona es ilegal, todos los inmigrantes están sujetos al cumplimiento de la ley y tienen derechos y deberes que cumplir en todos los terrenos, el laboral, el cívico, el de la convivencia.

El problema continuará y debemos plantearnos respuestas diferentes para una situación diferente, por ejemplo sería necesario articular políticas de integración con los inmigrantes que aprovechen sus potencialidades y recursos; por ejemplo la cultura latinoamericana tiene una gran potencialidad a explotar en las políticas de integración como son las tradiciones comunitarias y la solidaridad que pueden servir para elaborar respuestas colectivas más que individuales ante los problemas de integración, pueden servir para pasar de las prestaciones individuales a las respuestas colectivas y comunitarias.

La participación de los inmigrantes en nuestra vida pública, la profundización en el concepto de ciudadanos con derechos y deberes, con todos los derechos y todos los deberes puede servirnos de eje para la conceptualización de la inmigración como un fenómeno que supone, sobre todo, una oportunidad para crecer inevitablemente juntos.

AFRONTAR LA PREVENCIÓN DESDE ARGUMENTOS EMOCIONALES, MOVILIZANDO LA EMPATÍA Y COMBATIENDO LOS PREJUICIOS

Dice José Saramago «que tire la primera piedra quien nunca haya tenidos manchas de emigración–inmigración en su árbol genealógico» y España no puede afirmar que este libre de «esta piedra» pues es históricamente un pueblo de emigrantes y de inmigrantes, ha sido, y aun hoy en día es, un país de inmigrantes, al tiempo que lugar de paso, de mezcla y de encuentro, de multiculturalidad y de intercambio.

Sin embargo, con frecuencia se habla de invasión o de riesgos y problemas o se asocia la inmigración actual con todos los males que acontecen y especialmente con la delincuencia. El discurso que asocia inmigración con lo negativo a veces de manera directa y otras de manera más sutil (recordemos el famoso efecto llamada) está posibilitando el surgimiento de un germen de rechazo al diferente, de rechazo al inmigrante tratando de alentar sentimientos primitivos directos en los ciudadanos.

Como bien sabemos desde la psicología, los estereotipos, las actitudes y los prejuicios surgen como estrategias de análisis de la información, para reducir la misma y quedarse con una parte de la misma y poder actuar en una realidad compleja, tienen un componente cognitivo, otro emocional y otro conductual y, por tanto, tratar de modificarla una determinada actitud o prejuicio debe tener en cuenta estas tres dimensiones, es decir: informar adecuadamente, movilizar para la acción y elementos afectivos.

Otra cosa que sabemos hoy es que los mensajes persuasivos o que pretenden influir a la sociedad y a las personas son mucho más eficaces si tienen tras de si componentes indirectos que se incorporen a nuestro cuerpo de significado desde vías autónomas de procesamiento de la información, nuevamente desde la parte afectiva; algo que es especialmente cierto en un mundo mediatizado y mediático como el que vivimos en el que suele decirse que «una imagen (y valdría decir también una emoción) vale más que mil palabras (o informaciones)».

El discurso xenófobo estereotipador de la inmigración es hábil en el manejo de estas variables, así utiliza, no solo una reducción de la información, también se dirige especialmente a factores claramente emocionales como son la identidad, la amenaza de lo diferente y desconocido o la posibilidad de perder lo que uno tiene (trabajo, educación, privilegios).

Es en este contexto donde surgen apreciaciones de diferente calado como la invasión o el efecto llamada, donde surgen mensajes de amenaza y conflicto y donde muchas veces desde los políticos, educadores o profesionales preocupados por la prevención de la xenofobia tenemos especiales dificultades en responder por la fuerza expositiva de los argumentos en el sentido gráfico y emocional de los términos utilizados.
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