Sociedad Cronopio

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Templarios

LA RUTA DE LOS TEMPLARIOS EN EL NOROESTE DE LA ARGENTINA

Por Antonio Las Heras*

A unos diez kilómetros al este de La Quiaca (pueblo de unos 14.000 habitantes en la provincia de Jujuy, a 3.500 metros sobre el nivel del mar, y a poco de la frontera con Bolivia) y casi 1.900 km. de la ciudad de Buenos Aires, se encuentra una inhóspita y totalmente despoblada región llamada Laguna Colorada, situada al pié de la cadena de cerros conocida como Los Ocho Hermanos. El nombre surge de la coloración que toman las aguas —tanto las de deshielo como las de lluvias— cuando entran en contacto con el suelo del lugar, conformado principalmente por tierras rojas y fina arena amarilla. Hace decenas de millones de años esto era el fondo de un océano que desapareció al momento de emerger la Cordillera de los Andes. De aquellos tiempos han quedado —y suelen hallarse, aunque con cierta dificultad— fósiles de peces en las laderas de las montañas que, debido a los persistentes vientos y la aridez, exhiben gran desgaste.

Laguna Colorada es un sitio frecuentado por diferentes aves, especialmente las zancudas, lo que lo ha convertido en lugar visitado por zoólogos y ecologistas. Pero no en esta época. Es septiembre y ahora todo está seco; completamente seco pues hace demasiado que no llueve y de la laguna principal, como de las adyacentes, sólo queda la huella de sus fondos que se destacan por un verde claro característico.

Durante toda nuestra labor en el sitio no tuvimos oportunidad de ver un solo pájaro. La falta de agua y de alimentos los ha llevado lejos. Sólo se mantiene la vegetación achaparrada típica de las regiones montañosas de altura. Se ven llamas, guanacos, insectos y muchos cactus salvajes. Habrá que esperar al verano para que nueva agua llene estos espacios y, con ello, el regreso de las aves. Sobre todo los extraordinarios flamencos rosados junto a los patos de puna, a los cuales hemos tenido el placer de ver en visitas anteriores, realizadas durante los meses de enero y febrero.

En cuanto a las temperaturas, las grandes amplitudes térmicas hacen que durante el día se eleven a más de 25º C para disminuir a cero grados y varios grados bajo cero en otoño e invierno.

Para llegar a este punto es necesario dejar La Quiaca y tomar la ruta hacia Yavi. En un momento determinado se dobla a la derecha y se empieza a andar por un camino de arena, tierra roja y piedras que serpentean por varios kilómetros, hasta un punto donde es necesario dejar el vehículo. De allí en más todo se hace a pié. Por supuesto no cualquier persona puede incursionar en esta travesía. La altura hace que todo desentrenado sufra de inmediato «apunamiento», provocado por la disminución de oxígeno y sequedad del aire.

Quien no está preparado sentirá un fuerte dolor de nuca combinado con vómitos, dificultades para respirar y malestar estomacal. La manera de prevenirlo es quedarse unos días previos en la Quebrada de Humahuaca (entre 2.000 y 2.500 metros de altura) consumir té de coca e ingerir pastillas de ajo que se venden, precisamente, para estos efectos. Los más avezados compran bolsitas de hojas de coca y las acumulan en la boca haciendo un «acullico» como se denomina en coya.

Es en este amplio ámbito, de varias hectáreas, donde —al decir de los arqueólogos académicos— la cultura Yavi (se supone que fueron un pueblo de cazadores) hacia el Siglo I comenzó a erigir un centro ritual, donde se realizaban (y aún se siguen haciendo) ceremonias en fechas especiales como los solsticios y equinoccios así como homenajes a Inti (la Divinidad Solar) y la Pacha Mama (Madre Tierra). Hay que señalar que Laguna Colorada nunca fue un sitio de vivienda ni de tránsito para los pueblos originarios, sino un lugar al que se visitaba exclusivamente para actividades espirituales esotéricas. También es el registro de la memoria de lo ocurrido con este pueblo pues los petroglifos (grabados hechos en la piedra) reseñan su historia.

Prácticamente todas las paredes rocosas fueron objeto de este despliegue artístico. Mas por tratarse de una piedra de escasa dureza las inclemencias climáticas han hecho desaparecer muchas, estando la gran mayoría en proceso de tal deterioro que —a nuestro juicio— habrán de desaparecer en pocos años más. Las variadas escenas están talladas con la técnica de picado y raspado. El descubrimiento de este verdadero yacimiento a cielo abierto es reciente, puesto que no fue sino hasta 1961 que se tuvo conocimiento de su existencia.

Predominan grabados de camélidos, aves y figuras humanas en distintas actitudes. Las figuras más importantes hacen referencia a la posible observación de un cometa, también figuran los amautas (chamanes) con sus cabezas que emiten rayos y el bastón de mando en una mano, variadas figuras de cóndores, así como de guerreros. Hay acuerdo entre los especialistas en que los petroglifos más antiguos datan del Siglo VI como mínimo. Distintas lozas —algunas situadas a varios kilómetros unas de otras, habiéndolas sobre los límites mismos de la laguna hasta alejadas en las partes más altas de las paredes montañosas— exhiben, cada una, figuras con características especiales. Así, hay serpientes aisladas con poca erosión por estar protegidas por aleros naturales, hasta las que sólo muestran camélidos.

Unas pocas tienen características muy particulares. Para los historiadores se trata de petroglifos grabados a partir de la Conquista. Pero, la verdad, es muy difícil admitir tal cosa. Así tenemos una gran roca casi pegada al perímetro de la laguna mayor, donde aparecen números, letras y símbolos exclusivamente. Está en un lugar tan protegido que el acceso sólo se hace posible cuando la laguna está seca.

A unos mil metros de allí, y en un sector sin protección, encontramos algo sorprendente. Según los historiadores oficiales se trata de figuras de españoles a caballo. Los estudiosos de los pueblos originarios no están de acuerdo con esa afirmación, ya que de acuerdo a sus metodologías sitúan el origen de las escenas hacia el año 1.200, precisamente el tiempo que —a nuestro juicio— la Orden del Temple enviaba a sus miembros a esta parte del mundo para extraer ese metal que era por entonces más valioso que el oro: la plata.

Téngase en cuenta que —además de las famosas minas de plata de Potosí— no muy lejos de este lugar todavía hoy hay minas de plata en actividad. Las fotos de los petroglifos a los que nos estamos refiriendo hablan por sí solas. Ante todo se trata de figuras de una calidad artística que difiere por entero de las demás. Los caballos exhiben una plasticidad inédita y las figuras humanas que los cabalgan —llevando yelmos y lanzas con estandartes— asemejan en demasía a los caballeros del Temple. El estandarte del Temple, que portaba un abanderado en las batallas, consistía en dos franjas horizontales: negra y más estrecha la de arriba, blanca la inferior. Se denominaba Beaussant o «la bella enseña».

En estos petroglifos aparece con claridad. El armamento habitual portado por los Templarios en Tierra Santa, a lo largo de los siglos XII y XIII, consistía en: Yelmo o casco cilíndrico de hierro, con visor rectangular estrecho. Es, por ende, razonable que las figuras en cabalgadura talladas por estos pueblos originarios exhiban algo destacado sobre el cráneo. Cota de malla en forma de caperuza. Se fabricaba sobre cuero, donde se insertaban anillas o placas metálicas. Recubría el cuello, los hombros, el torso y la espalda con faldeta para proteger los muslos. Las calzas se prolongaban en las perneras de hierro. Una túnica de tela blanca recubría todo el conjunto para aliviar el calor. Sobre ella flotaba la capa blanca con la cruz roja al pecho. Escudo, de forma elíptica con apunte triangular. Se construía con planchas de madera recubiertas de hierro y se acoplaba al brazo izquierdo. Lanza larga, de hasta 4 metros, en madera con astil de hierro bien afilado. Espada de doble filo y longitud variable. Maza turca de plomo y bronce con aristas cortantes. Machete ancho de un solo filo. También se les entregaban tres tipos diferentes de cuchillos, una gualdrapa o manta para cubrir su caballo, un caldero, un cuenco para medir la cebada y seis alforjas. El conjunto superaba ampliamente los 40 kilos y requería un vigor extraordinario para soportarlo y manejarlo con soltura. El caballo también iba acorazado y protegido.

Pero hay más, pues alejado del perímetro lacustre, hacia lo alto, hay un conjunto de estas rocas de arenisca donde se observan cruces cristianas y otras que, con toda certeza, son las que lucían los hombres del Temple. Allí mismo aparecen también algunos símbolos alquímicos. Estos petroglifos que constituyen un conjunto específico, en algunos casos están sobrepuestos a otras figuras típicas, expresiones de los pueblos originarios. En el caso de las dos cruces templarias que hemos hallado en este sector, llaman la atención no sólo por su gran tamaño sino por estar excavadas con más profundidad en la roca.

Aunque se trate de las únicas que nosotros encontramos, conocemos que hay más. En un viaje anterior tuvimos un guía quien nos entregó una foto de una cruz un tanto más angosta, aunque de iguales características, que no es ninguna de las dos halladas por nosotros. En aquella oportunidad nos expresó que no podía llevarnos al lugar donde se encontraba esculpida porque estaba demasiado lejos. Fue obvio para nosotros que no quería revelar el lugar.

La existencia de estas figuras tan peculiares no es desconocida por los investigadores, tanto es así que el expediente Nº 3585 del año 2005 del Congreso de la Nación Argentina es un proyecto de ley firmado por los legisladores Gerardo R. Morales y Amanda Isidori, que busca proteger sitios arqueológicos situados en la provincia de Jujuy y al referirse específicamente al de Laguna Colorada expresa: «Son seis los grupos más importantes de dibujos sobre cuadrados, círculos concéntricos, con diagonales internas, espirales, hombres, llamas, ganado, letras, cruces cristianas y de malta, escudos, guardas y cóndores». Obviamente el proyecto de ley habla de «cruces cristianas y de malta» cuando nosotros llamamos templarias a éstas últimas.

La Historia Oficial no niega la existencia de tales figuras, pero les otorga un carácter mucho más reciente. Serían contemporáneas con la llegada de los clérigos a aquellas regiones; y tales petroglifos, producto de la evangelización. Como señalamos párrafos antes, los estudiosos que pertenecen a los pueblos originarios no acuerdan con esto datándolos de hace ocho siglos atrás.

En sus inicios, su denominación oficial fue Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (Pauperes Conmilitones Christi); pero más tarde fueron conocidos comúnmente como Caballeros templarios o Caballeros del Templo de Salomón (Milites Templi Salomonis), denominación surgida tras instalarse en el antiguo templo de Salomón. La designación de Orden del Temple es la traducción al francés de la denominación en latín, siendo muy extendida, dados los amplios lazos Templarios con Francia.

Esparcidos entre los conjuntos de petroglifos, aparecen otros signos de neta factura templaria; entre ellos símbolos alquímicos, el signo astrológico y alquímico de la tierra: círculo sobre montado por una cruz latina»; letras y figuras geométricas similares a algunos de los graffiti que aún hoy pueden verse en castillos europeos construidos por la Orden del Temple como, por ejemplo, el de Kenliworth; marcas y señales características.

La idea de que la Orden del Temple visitaba América unos tres siglos antes que llegara Cristóbal Colón no es nueva. Téngase en cuenta que los templarios pagaron siempre con plata amonedada genuina, siendo un enigma de dónde la obtenían pues Europa carece casi por completo de este metal, salvo algunas escasas minas alemanas. Si a eso sumamos el puerto fortificado que la Orden mantenía en La Rochelle (Francia) sobre el Océano Atlántico, de ningún otro se valía para la defensa de Medio Oriente, debe pensarse que lo utilizaban como salida directa hacia las costas del actual Brasil, pasando por lo que hoy es Paraguay hasta llegar al norte de la Argentina y sur de Bolivia, lugares donde, en primer término esclavizaban a los originarios (uno de los conjuntos en Laguna Colorada muestra a los hombres de las cabalgaduras matándolos) para utilizarlos como mineros; y luego de extraer el mineral, lo transportaban hacia Europa. El antropólogo Jacques de Mahieu expuso esta posibilidad en los años setenta del siglo pasado, documentándolo con elementos arqueológicos que obtuvo en territorio paraguayo. Empero hasta el presente se carecían de pruebas como las que estamos presentando.
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* Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social y magíster en Psicoanálisis graduado en la Universidad Argentina John F. Kennedy. Esta casa de altos estudios lo distinguió (1989) con el máximo galardón académico que la misma entrega «La Gran Cruz Kennedy» por «sus investigaciones originales en Parapsicología y Psicología Junguiana.» Docente en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Presidente de la Asociación Junguiana Argentina (AJA) y del Instituto Humanístico de Buenos Aires, integra las comisiones directivas de la Asociación Argentina de Parapsicología, la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y la Fundación El Libro. Autor de unos 30 libros de ensayo, recibió por sus escritos el Premio Accesit Al Mejor Trabajo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (1985), la Faja Nacional de Honor en el Género Ensayo (1992) de la Asociación de Escritores Argentinos (ADEA) y de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) en 2007. Sus libros más recientes son PERMISO PARA UNA VIDA MEJOR (Guía para el desarrollo del poder mental y creación de pensamiento positivo) publicado por Editorial Atlántida (Buenos Aires) que ya lleva más de 11.000 ejemplares vendidos; JESUS DE NAZARETH (LA BIOGRAFIA PROHIBIDA) de Editorial Nowtilus (Madrid); SOCIEDADES SECRETAS: TEMPLARIOS, ROSACRUCES Y OTRAS ORDENES ESOTERICAS de Editorial Albatros (Buenos Aires) y MANUAL DE PSICOLOGIA JUNGUIANA de Editorial Trama (Buenos Aires) Página oficial: www.antoniolasheras.com.ar e mail: alasheras@antoniolasheras.com.ar Artículo reproducido con permiso del autor.

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