Sociedad Cronopio

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Colegio

¿ENSEÑA LA ESCUELA ALGO ÚTIL PARA LA VIDA?

Por Juan Sierra Hernández*

«Sólo voy a decir que creo —no empíricamente, ¡ay!, sino sólo
teóricamente—, que para alguien que ha leído mucho a Dickens,
dispararle a otro ser en nombre de una idea, es más fácil que para
quien no lo ha leído. Y estoy hablando precisamente de leer a
Dickens, Sterne, Stendhal, Dostoievsky, Flaubert, Balzac, Melville,
Proust, Musil y otros. Es decir, acerca de literatura, no de alfabetismo
o educación. Una persona letrada, educada, sin duda, es totalmente
capaz después de tal o cual disertación, o planteamiento político,
de matar a su igual, e incluso de experimentar, al hacerlo, un rapto
de convicción. Lenin era letrado, Stalin era letrado, también lo eran
Hitler y Mao Tsé–Tung, que incluso escribió versos. Lo que todos
ellos tenían en común, sin embargo, era que su lista de
poderosos era más larga que su lista de lectura».
(Joseph Brodsky)

La educación escolar tiene muchos fallos y aciertos; sin embargo, aquí, me voy a centrar en lo que se refiere a la lectura (especialmente a la lectura de obras literarias) y la forma en que ésta es abordada en las instituciones educativas. Es claro que los conceptos en torno a la lectura esbozados por los poetas, novelistas, cuentistas y ensayistas difieren mucho de lo que piensa el Ministerio de Educación, los directivos, los docentes y, lastimosamente, los estudiantes. Para estos últimos, el hecho de acercarse a un libro es un mero requisito para aprobar un año escolar, o algo intrascendente desde el punto de vista social (¿qué sentido tiene leer, se preguntan los educandos, en una sociedad en donde los maestros no son respetados y valorados?). Por el contrario, los escritores tienen ideas positivas al respecto, pues creen que la lectura es un acto de libertad y de irreverencia, una forma de conquistar nuestra humanidad a través del lenguaje y una manera de conocer las experiencias del pasado y aprender de ellas, entre otras.

Las ideas negativas que expresamos arriba provienen de un ambiente social en el cual el libro es visto como una excentricidad, un lujo o una antigüedad inservible. En la actualidad (con el desprestigio de los títulos universitarios, la irrupción de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, la falta de atención de los jóvenes y la aparición de la literatura digital y los hipertextos), es fundamental enseñar la literatura de otras formas menos dogmáticas. Sin embargo, las instituciones educativas continúan perpetuando modelos de enseñanza ajenos a los desarrollos tecnológicos y a los cambios históricos que se han generado en el llamado capitalismo tardío. Por eso es común que los profesores no se preocupen por vincular la vida de sus estudiantes con escritos que los motiven y afecten, que los hagan pensar sobre sus problemas, sus sentimientos y sus ideas.

Los estándares y las mallas curriculares de los colegios no son flexibles ni permiten focalizar las materias a los contextos de los educandos, ya que los ejes temáticos del área de Lengua Castellana, por ejemplo, son muy rígidos: géneros literarios e introducción a la literatura, literatura colombiana, latinoamericana, española, universal y clásica. La clasificación anterior se hace teniendo en cuenta criterios cronológicos, dejando a un lado, de esta manera, el análisis de los libros por su riqueza estética y sus innovaciones con el lenguaje escrito. La situación que describimos, según Carlos Monsiváis (Lectura y Globalización), tiene las siguientes causas:

• La incapacidad de las escuelas públicas y privadas de actualizar los métodos de enseñanza (y la falta de recursos para implantar adecuadamente la informática en la enseñanza pública).

• La distorsión de las dificultades de la literatura. «No entiendo poesía, se me hace muy difícil».

• La identificación entre la lectura y compromisos de adquisición del título universitario.

• La deserción sistemática de los obligados a trabajar o, seré más específico, a buscar empleo; el crecimiento de la población escolar y la disminución constante de recursos del Estado en el caso de las escuelas públicas.

• El fin de la creencia en las bondades providenciales del título universitario (ya no es cierto el dicho antiguo: «Cada abogado trae su pan»).

En este sentido, parece que en las instituciones educativas, la lectura se ha visto como algo instrumental que sirve para adquirir un diploma de bachiller y poder ingresar, con éxito, a la universidad. Por tal razón, el docente ha dejado de ser un mediador, es decir, alguien que está al tanto de los gustos, las necesidades, las inquietudes, las percepciones y las expectativas de los jóvenes, para convertirse en un mero transmisor de teorías, todas ellas alejadas de la realidad; los profesores se sienten, de algún modo, fracasados como profesionales y, por lo tanto, no creen en las bondades y privilegios que prodigan los libros. A propósito, Monsiváis espeta lo siguiente:

• Los profesores de primaria y secundaria leen poco porque el salario no les alcanza y, por eso, no transmiten lo que no poseen: el placer de la lectura.

• Los maestros de enseñanza media y, con frecuencia, de educación superior, no leen porque sus sueldos no lo permiten, y muy pocas veces las bibliotecas de sus instituciones tienen el acervo conveniente.

• Ergo, los maestros transmiten su moraleja de múltiples formas: el libro es prescindible, ya que a mí, el maestro, no me impulsó en la vida, y a ustedes, los alumnos, los llevará, si no se cuidan, a ser profesores.

Si el docente no es bien remunerado ni tiene vocación por lo que hace, su misión como mediador no tiene sentido, y esto es lo que sucede —tristemente— en la mayoría de los casos. De ahí se desprende la necesidad de cuestionar las políticas con respecto a la lectura y la enseñanza de la literatura, ya que éstas no deben ser vistas de manera utilitaria (como medios para lograr un fin ligado a aspectos económicos o políticos), sino como formas que nos permitirán aprender a pensar críticamente y a ser más libres.

Por último, con el ánimo de responder a la pregunta que le da inicio a este escrito, quisiera inferir que, en lo que respecta a la lectura, la educación escolar sí enseña cosas útiles (entendiendo lo útil como los requerimientos necesarios para encajar en el sistema neoliberal): responder el ICFES (pruebas de Estado de Colombia), leer informes burocráticos, entender las instrucciones de un dispositivo tecnológico y reenviar correos electrónicos en cadena. Por el contrario, si pensamos en la lectura como un espacio en el cual los seres humanos se preguntan por su origen, reflexionan sobre su condición, aprenden de las experiencias de sus antepasados, analizan los discursos imperantes y adquieren un pensamiento crítico, la educación escolar, valga decirlo, no enseña nada importante, lo que quiere decir que nuestra lista de poderosos será cada vez más grande que nuestra lista de lectura.
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* Juan Sierra Hernández. Profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana. En actualidad, se encuentra realizando la tesis del posgrado en Comunicación y Gestión Cultural de la FLACSO, Argentina. También está asociado a un grupo de investigación sobre Creencias y Subjetividades Contemporáneas en la Universidad Nacional de Colombia.

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