GÉNERO, CIENCIA, IDENTIDAD
Por Virginia López Villegas*
Ya que las palabras o ideas que están destinadas a significar tienen una historia, pretender codificar su significado no es tarea fácil. Para la lingüística, en su campo de estudio semántico y léxico, la palabra «género» es polisémica, se decir, presenta diferentes sentidos y significados; en su campo morfológico el uso gramatical comprende las reglas formales para la designación de lo masculino o lo femenino, pese a que en otras lenguas indoeuropeas, existe también la palabra asexuada o neutra.
En el lenguaje cotidiano nos referimos —entre otros sentidos— a un concepto asociado a las cosas relativas a los géneros masculino y femenino.
Para la semiótica las palabras, como los signos, en general, forman parte de signos creados por el hombre para transmitir ideas, conocimientos, y para comunicarse; estos signos —conceptos traducidos en palabras— extraen su sentido y significado de los códigos sociales y culturales vigentes en la sociedad.
Para un primer grupo de investigadoras, estudiosas de la psicología y sociología, los procesos por los se crea la identidad del sujeto hombre–mujer deben concentrarse en las etapas de desarrollo de los niños y niñas; pues es en el conocimiento de las diferentes etapas donde encontramos las claves de la identidad de género: el niño ve, oye y se relaciona con las personas que cuidan de él —generalmente son sus padres— y es en el seno de la familia donde se establece la división familiar del trabajo y la asignación real de roles a cada uno de los miembros que la forman.
Relacionan el concepto de género no sólo con el sistema familiar, sino también su interrelación con otros sistemas existentes como el sistema educativo, que al relacionarse en este estudio (género–educación, género–trabajo, género–ciencia) nos permite explicar la tardía incorporación de la mujer a la ciencia y al sistema educativo formal, tanto a nivel mundial como nacional. Así como su relación con otros sistemas —político, económico y de poder—.
Un segundo grupo se dedicó a estudiar la complejidad de las identidades femeninas y explorar sus diferencias étnicas, de raza y de clase en las diferentes culturas. No es posible hablar de la mujer, sino de las mujeres en una perspectiva sociocultural, contextual específica, es decir, las profundas diferencias que separan a las mujeres, aún las diferencias religiosas y nacionales.
Un tercer grupo de estudiosas centra sus reflexiones en la creatividad de las mujeres en la historia, en la cultura y en sus propias identidades cuya finalidad era verse a sí mismas como sujetos sociales que no poseen solamente una naturaleza universal —mujeres— sino su propia naturaleza social, es decir, su propia historia, su propio relato, como sujeto capaz de construir su propia estructura narrativa específica, contextualizada, pero también multicultural.
Estas nuevas direcciones en las reflexiones sobre estudios de las mujeres y estudios de género, ocurrieron conjuntamente con la difusión del pensamiento posmoderno en Europa y Estados Unidos, y su importancia y repercusión en las Ciencias Sociales y Humanidades.
Ante este panorama complejo de reflexión, la investigadora Nancy Q. Miller se preguntaba por qué los teóricos posmodernos se habrían puesto a la tarea de reconstruir al ser humano, cuando justamente las mujeres reclamaban su condición de sujeto; la influencia del pensamiento posmoderno en los estudios de género se concreta en la idea de que los significados humanos se construyen, pero a la vez se van construyendo; y el trabajo intelectual de los estudios de género es justamente descubrir e indagar cómo las distintas sociedades construyeron sus significados, en particular respecto al género.
Para los teóricos (as) del posestructuralismo, el lenguaje es el eje en la interpretación y la representación del género. Lenguaje o lenguajes son sistemas de significación social expresados en códigos, prácticas, sistemas de signos o símbolos que las sociedades elaboran; son sistemas de significación que preceden al dominio del habla, la lectura y escritura del niño, sin olvidar la tradición oral.
Para la teoría del discurso toda palabra, enunciado, frase o texto es un acto de habla, es por tanto, una acción que conlleva objetivos y fines implícitos en el discurso, que pretende convencer o persuadir al oyente; pero el oyente —quien no es un sujeto pasivo— es a su vez un sujeto que reelabora y codifica el mensaje. Si lo vemos en esta perspectiva, en el habla, en la escritura —que habla de las mujeres en las diferentes sociedades y culturas— no es la mujer el sujeto de la enunciación, no es la mujer la que habla y escribe sobre ella, sino que en su calidad de oyente o receptor del mensaje, descifra lo que se dice y escribe de ellas: por tanto, el imperativo es revisar la palabra, el enunciado, la frase y la semántica que destila de ella y escribir hacia la comprensión del propio discurso; la escritura del cuerpo; de la l’écriture fémenine. La teoría del género insiste en que toda la escritura, no sólo la de las mujeres, está dotada de género.
El proyecto feminista francés de escribir el cuerpo, se inscribe como un esfuerzo de impulsar la escritura femenina en la literatura, la poesía, la danza, la música y el cine.
Las literatas ven en la lingüística saussureana, en el psicoanálisis, la semiótica y la reconstrucción, las herramientas conceptuales y metodológicas para entender la diferencia sexual y la desigualdad social traducida en el lenguaje, la lectura y la escritura.
Sherry B. Orther y Harriet Whetehead abren la crítica feminista y proponen que, para acercarse a los significados de masculinidad, feminidad, sexo y reproducción, debemos verlos como relaciones entre los diferentes sistemas de signos y símbolos populares que representan al demonio, se recurre a la figura de la cabra o la serpiente asociadas al sexo femenino; aunque en otras representaciones sociales se asocia con otros símbolos relacionados al varón.
Para Joan Scout el lugar de la mujer en la vida humana no es producto de las cosas que hace, sino del significado que adquiere a través de la relación social concreta; además de contemplar esta interrelación del poder social que no es unificado, sino que se presenta a través de relaciones desiguales constituidas discursivamente —Michel Focault— como campos de fuerza expresados en un lenguaje conceptual que a la vez establece límites y fronteras, lenguaje que contiene además, la posibilidad de resistencia, reinterpretación e imaginación metafórica.
Interpretar una realidad cultural cargada de tabúes, sanciones y prescripciones —Beauvuoir— para el antropólogo Manuel Delgado la cultura marca a los seres humanos con el género y el género marca la percepción de los social, político, religioso y cotidiano.
Para el etnógrafo Salvatore Cucchiari el género alude a un sistema de significación social que elabora la diferencia a través de un orden simbólico formado por lenguajes, ideas, conocimientos y representaciones sociales.
Género, de acuerdo con la perspectiva de esta investigación, es un modo de codificar el significado que las culturas otorgan a partir de la diferencia sexual–fisiológica, significados que se traducen en normas, valores, representaciones y símbolos; así el lugar de la mujer en la vida social, no es en sentido directo de las cosas que hace, sino del significado que adquieren a través del entramado de las relaciones sociales.
Se parte entonces, de que una sociedad es un sistema de actividades (Piaget) desarrolladas por hombres y mujeres, conjunto de interacciones comunicativas mediadas por códigos sociales y culturales que se expresan en representaciones sociales, de esta manera, género como construcción cultural varía de una cultura a otra, de un país a otro, de una sociedad a otra, de una región a otra.
Segregados por sexo, asimismo forman parte del proceso de construcción del género la educación, la economía y la política.
Por tanto, el concepto de género explica la relación que se establece entre género y educación, pues la participación de de la mujer en la ciencia no se concibe sin la posibilidad de que esta se haya incorporado previamente al sistema educativo formal.
En la historia de México se aprecia cómo la educación de la mujer fue quedando marginada. Por ejemplo, en la época prehispánica el sistema educativo de los pueblos indígenas —aztecas, mayas y otros— se orientaban a la formación del varón en los establecimientos públicos o creados para este fin, mientras que la mujer recibía su instrucción de parte de la madre en el seno familiar que mantenían la división de funciones entre los sexos: el ámbito de lo público y lo privado.
Gilbert y Taylor se interesan por el papel que juegan los textos culturales en la construcción de la feminidad y cómo estos hacen referencia a las experiencias vitales de las adolescentes. Al intentar entender la feminidad, las adolescentes se exponen a discursos (sistemas de representación en donde circula un conjunto de significados) que limitan los modos típicos en que las jóvenes ven el mundo. Estos discursos ejercen presión sobre ellas para conseguir novio, para centrarse en el matrimonio y la maternidad, y para experimentar episodios (románticos). Incluso cuando profesoras feministas animan explícitamente a las pre–adolescentes y adolescentes a alejarse de actitudes estereotipadas, las chicas encuentran muchas dificultades para lograrlo.
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* Virginia López Villegas es profesora Titular de Tiempo Completo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Doctorado en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México, Miembro Fundador de la Sociedad Mexicana de Sociología. Autora de artículos sobre la historia de los movimientos obreros en México, sobre lenguaje, semiología, semántica, sobre el ciudadano como sujeto de enunciación y sobre género, educación y ciencia.