Sociedad Cronopio

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Santander

SANTANDER SÍ ES EL HOMBRE DE LAS LEYES

Por Jaime Horta Diaz*

En sus últimos años el General Francisco de Paula Santander —Paula para Manuela Sáenz, la amante del Libertador Simón Bolívar— andaba mal vestido o, mejor, con trajes de tela nacional, para apoyar la incipiente industria colombiana.

Desterrado por la conspiración del 25 de septiembre de 1828 contra Bolívar y reflexivo en París, en 1829, ofreció sus servicios como soldado a México en carta al Presidente Vicente Guerrero, para enfrentar la amenaza de reconquista española. Guerrero, coincidencialmente, fue derrocado y fusilado en diciembre de ese mismo año por el vicepresidente Anastasio Bustamante. Ante la imposibilidad de regresar a Colombia, también consideró luchar —como Simón Bolívar— por Cuba y Puerto Rico, las últimas colonias españolas en América.

Santander encarnó las veleidades y las vicisitudes del poder, y sobre todo padeció la oposición endemoniada de sus contendores. Inauguró en carne propia la «reestructuración administrativa» como retaliación política y sufrió la primera de ellas en la historia de Colombia, cuando lo destituyó Bolívar, vía supresión del cargo de Vicepresidente de la República, por el decreto arbitrario del 27 de agosto de 1828.

Ingresó muy joven a la historia de Colombia, el 26 de octubre de 1810, con el grado de subteniente y abanderado del Batallón de Infantería de Guardias Nacionales, tres meses después del grito de la independencia. En febrero de 1808 recibió el título de Bachiller del Colegio de San Bartolomé y concluyó los estudios de Derecho con una tesis sobre los juicios ejecutivos y ordinarios que sustentó el 11 de julio de 1810. Estudió gracias a una beca de su tío Nicolás Mauricio de Omaña, vicerrector del Colegio y cura de la Catedral, uno de los firmantes del Acta de la revolución del 20 de julio. Su primera incursión política fue paradójicamente en una carta contra el presidente Antonio Nariño, el Precursor de la Independencia, al lado del general Antonio Baraya, en los albores de la República.

Santander nació en Rosario de Cúcuta el 2 de abril de 1792; fueron sus padres Juan Agustín Santander y Manuela Omaña. Murió en Bogotá a los 48 años el 6 de mayo de 1840. Ese día se cumplió su profecía: «el último día de mi vida será el primero en que la Nueva Granada no me verá ocupado de su independencia, de su honor y de sus libertades».

EL HOMBRE DE LAS LEYES

El rasgo más característico fue ciertamente el respeto al orden jurídico. Muy temprano, apenas empezando la guerra, se negó a ser removido de hecho por tropas amotinadas en Casanare, en uno de los primeros enfrentamientos documentados con José Antonio Páez, llamado el León de Apure, futuro presidente de Venezuela. El 16 de septiembre de 1816, ante una insubordinación consentida por Páez, pidió que formalmente se le permitiera presentar la renuncia.

Páez da la versión:

«Insistía sin embargo el jefe en que se le admitiese la renuncia. Resistía
la asamblea sus súplicas con todas veras hasta que clavando Santander
su espada en tierra dijo con mucha energía que prefería le quitasen con
ella la vida antes que consentir en el ultraje que se tenía en mientes.
Tomé entonces por primera vez la palabra y manifestando la justicia de
la exigencia de Santander, dije que no aceptaría el mando si no se le
admitía la renuncia como deseaba. Accedieron, por fin, y entonces
acepté el mando supremo y fui reconocido como jefe».

El 2 de diciembre de 1821, como vicepresidente de Cundinamarca, había marcado el nuevo rumbo de la República cuando proclamó: «Las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad». Poco después ganaría el honroso título de El Hombre de la Constitución y Las Leyes de boca del presidente del senado Luis A. Baralt, homologado por Bolívar el 9 de febrero de 1825.

Ese apego a la legalidad y al formalismo, que puede chocarle a alguien enemigo del orden y partidario de la eficacia, quedó patentado en muchas circunstancias. Encontrándose Bolívar en Lima, liderando la independencia del Perú, Santander tuvo que recordarle que no tenía autorización del Congreso para comprometerse en esos gastos militares. Peor aún, la Ley 28 de julio de 1824 emanada del congreso, privó al Libertador de las facultades extraordinarias de que estaba investido y del mando del ejército en Perú. Para los bolivianos era un despojo infame y el único culpable era el vicepresidente encargado del poder ejecutivo. Rabia y comprensión de Bolívar. Pero igualmente se resolvió el problema mediante la fórmula del santanderismo.

De otro lado, omitida la vicepresidencia en el decreto orgánico de Bolívar del 27 de agosto de 1828 y, por tanto, declarado insubsistente del segundo empleo del país, no obstante que había sido elegido por el Congreso para un nuevo período y que el cargo era de rango constitucional, Santander tuvo el coraje de preguntarle por escrito al secretario del Interior y Justicia «si la vicepresidencia queda suprimida absoluta o temporalmente, o si he sido privado de ella por suspensión o destitución».

La respuesta inmediata del secretario José Manuel Restrepo, previa consulta con Bolívar, no admitía dudas: «se me ha ordenado diga a U.S. en contestación, que la Vicepresidencia de la República ha sido suprimida por las disposiciones del decreto orgánico de 27 de agosto último y que, por tanto, ya no es U.S. Vicepresidente de Colombia».

EL PROCESO DEL 25 DE SEPTIEMBRE

Con el bochinche de los vivas y abajos de los conjurados, Santander que pernoctaba en la casa de su hermana Josefina Santander, casada con el coronel venezolano José María Briceño Méndez, se dirigió con su cuñado a la Plaza Mayor. Allí, para «protegerlo», primero fue llevado a la casa del general Rafael Urdaneta y después, detenido, mientras se averiguaban los hechos, en el edificio de las Aulas (hoy Museo Colonial).

Durante el tiempo que gastó en el hoy Museo Colonial tampoco estuvo ocioso. Hizo el primer inventario de la Biblioteca Nacional y dejó un informe permanente que todavía puede apreciarse. El Museo Nacional conserva una tabla de 55 por 39 centímetros con el siguiente mensaje escrito a Lápiz por Santander: «Hay aquí 14.847 libros contados por Santander en noviembre de 1828».

De igual manera, el escritor Luis Eduardo Nieto Caballero poseía un escrito original de Santander que publicó en su obra Libros Colombianos, en 1924: «Estando preso en esta pieza de la Biblioteca el ciudadano Francisco de P. Santander, vicepresidente constitucional de la república y exgeneral del Ejército, contó los volúmenes que tiene dicha Biblioteca y resultaron 14.847, existentes en los estantes, fuera de los volúmenes viejos que están tirados por las ventanas y rincones».

No obstante que su pena había sido conmutada por destierro, lo retuvieron siete meses en los insanos calabozos de Bocachica en Cartagena y lo enviaron a Venezuela porque pensaron que lo podía fusilar el general José Antonio Páez. De nada valieron los ruegos a Bolívar del propio Santander, de su hermana Josefina, casada con Justo Briceño Méndez —el hermano del general Pedro Briceño Méndez, secretario durante muchos años de Bolívar—, ni de Nicolasa y Bernardina Ibáñez, del Arzobispo Fernando Caicedo y Florez, del general José María Córdova y del Mariscal Antonio José de Sucre.

La participación de Santander nunca se pudo probar y eso lo reconoció hasta Bolívar quien encargó la investigación al general venezolano Rafael Urdaneta, caracterizado enemigo de Santander y firme partidario de aplicarle la pena capital. Manuelita Saenz ejerció una especie de auditoría hasta mucho tiempo después de finalizado el proceso penal.

SANTANDER EN EL EXILIO

El Hombre de las leyes salió de Bogotá el 15 de noviembre de 1828 con rumbo al exilio perpetuo en compañía de su cuñado el coronel José María Briceño Méndez, los empleados Francisco González y José Delfín Caballero y el esclavo Cruz Cabrejo, a quien entregó la carta de libertad al regreso de Europa. La remisión era custodiada por el coronel Genaro Montebrune, espía de Manuelita a la caza de cualquier indicio que todavía pudiera delatar a Santander. Pagando su propio pasaje se embarcó para Europa. La primera escala fue Hamburgo. Lo que parecía una condena se convirtió en una experiencia personal y profesional inolvidable.

En Europa tuvo oportunidad de empaparse de la cultura contemporánea, asistir a la ópera, conocer a muchas personalidades, lo visitó el naturalista Alejandro von Humboldt (1769–1859), quien le recomendó no regresar todavía, a pesar de la muerte del Libertador; se reunió con el general José de San Martín, y especialmente recibió demostraciones de afecto del general La Fayette (1757–1834) y de los filósofos Antoine Louis Claude Destutt de Tracy, Jeremías Bentham y Arthur Schopenhauer, entre otros.

De vuelta a la Nueva Granada, en su calidad de Presidente electo en 1832, viajó a Estados Unidos, donde se reunió con el presidente Andrew Jackson (1767–1845), el secretario de Estado Edward Livingston, banqueros, comerciantes y el conde de Survilliers José Bonaparte. Bonaparte era el mismo ex–rey de España, impuesto por su hermano Napoleón, conocido como «Pepe Botellas», que hizo rebelar a España contra Francia y a América contra España.

Durante su estadía en Norteamérica hizo una demostración de autonomía y de personalidad que echa por el suelo la supuesta sumisión al gobierno de ese gran país. El Secretario de Estado Edward Livingston le ofreció utilizar un buque de guerra fondeado en el puerto de Pensacola, en La Florida, para regresar al país. Declinó la invitación en carta a Livingston y escribió en su Diario personal: «Yo he rehusado tan mezquino ofrecimiento».

CÓMO ERA SANTANDER

La imagen de hombre adusto y seriote no parece bien fundada. Desde sus tiempos de colegial, tocaba la guitarra, era conocida su afición por la música y si quedaba alguna duda, dentro de su obra de gobierno estableció una nueva cátedra de Música y otra de dibujo en el Colegio del Rosario.

También se registran varios episodios de humor, como el día que se disfrazó de soldado y provocó la ira del comandante militar de Bogotá, durante la celebración del primer 20 de julio. O mejor aún, el día en que se burló de sí mismo al emular con Sancho Panza desde la terraza del Palacio Real en Amsterdam: «Viendo desde esta altura la plaza y calles por donde andaba la gente la vi tan pequeña que me acordé al momento de Sancho cuando desde el caballo Clavileño descubrió la tierra como un grano de mostaza y los hombres como avellanas. Este recuerdo me hizo reír un rato a solas porque yo andaba solo recorriendo la ciudad».

Tal vez la mejor descripción la hizo Manuel Pombo, con pretendida objetividad: «Santander era un hombre hermoso y arrogante, de gran talla, robustos miembros y apostura imponente. La palabra sonora y acompasada caía de sus labios llenos de grandeza y gracia, y en sus modales la distinción y la dignidad se revestían de soltura y donaire. Afluente, llano y jocoso, en el trato común descendía hasta la última escala social, hasta cantar, comer y jugar con el pueblo; pero ni aún entonces dejaba de ser quien era: bajaba él hasta ellos, pero ellos no subían un punto hacia él; poseía el raro don de mantener a cada cual en su puesto, por su mero ascendiente y sin imponerse ni suscitar descontento […] Colaboraba asiduamente en los periódicos oficiales y particulares y sostenía activa correspondencia con el extranjero y con personas de gran parte de los distritos de la república […] Por eso decían algunos que el Libertador adolecía de intemperancia de lengua, y el general Santander de intemperancia de pluma».

ACIERTOS Y ERRORES

El juicio imparcial de la historia tiene que reconocer muchos aciertos de Santander y muchos errores, sin duda. Dentro de estos últimos, uno de los mayores, que han olvidado incluso sus contradictores, fue el fusilamiento sin fórmula de juicio del coronel José María Barreiro, el coronel Francisco Jiménez y 37 españoles más, derrotados y capturados en la Batalla de Boyacá que aseguró la independencia de la Nueva Granada. El más injusto de todos fue el caso del ciudadano Juan Francisco Malpica.

Malpica, horrorizado por los fusilamientos, desarmado, sin antecedentes que lo hicieran peligroso, se limitó a gritar: «Atrás viene quien las endereza». Ipso facto fue detenido y fusilado junto a los últimos tres condenados.

Barreiro y sus compañeros estaban presos desde el 7 de agosto de 1819 y esperaban la definición de su situación jurídica. Bolívar le había propuesto un canje a Sámano. Era, si se quiere, el último episodio de la cruel guerra a muerte decretada por Bolívar al comienzo de la insurrección. El mismo Coronel Barreiro, un mes antes de Boyacá, el 12 de julio de 1819, había informado al gobierno español su personal estilo de hacer la guerra: «Se cogen muchísimos prisioneros, pero a todos los hago matar al momento para comprometer más al soldado».
(Continua página 2 – link más abajo)

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