Sociedad Cronopio

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Cantos

FLORES Y CANTOS

Por Alí Calderón*

I

Es 1487 y huele a sangre en México–Tenochtitlan. El murmullo de los vendedores de tigres y esclavos crece sobre la plaza. De pronto se escucha una guacamaya y más allá unos perros que serán cocinados. El humo de chiles asados abre camino en medio de una multitud que ha venido de los sitios más inverosímiles. Los macehuales y demás gente de los calpullis voltean la cabeza y miran: es un sacerdote cubierto por la piel de un desollado. Retumban lúgubres entonces los atabales desde la altura del gran teocalli. El hombre sube ceremonioso las ciento catorce gradas del templo y reverencia el altar de Tláloc. Una efigie, de alto cuerpo cubierto de oro, perlas, pedrería, aljófar pegado con engrudo, y ancho el rostro, ojos disformes y espantables, culebras, todo alrededor, observa impasible el escenario.

Orejeras de oro y manto blanco a la cabeza, el sacerdote es ayudado por cinco hombres cubiertos de hollín. Sostienen extremidades y nuca de un cautivo. Con la mano izquierda muestra la cara filosa del pedernal y de sólo un paso se coloca frente al téchcatl, la piedra de los sacrificios. Cuando de pronto el sol parece suspendido, un movimiento rápido cercena y abre el pecho del huejotzinca. Mana la sangre y el corazón es arrancado, ofrecido a Huitzilopochtli, colibrí zurdo, el dios de la guerra, el dios que se alimenta de corazones humanos y asegura el tránsito de oriente a poniente, el renacimiento del sol.

Alguien, con un puñal de sílex, taja la pantorrilla del sacrificado y la ofrece al sacerdote, que la devora. El muslo será enviado al Tlatoani para prepararse en pozole. El cuerpo es arrojado por las escalinatas. Más tarde su cabeza será desprendida para ensartarse en el tzomplantli. Aquel hombre que rueda y es desmembrado, comido por el pueblo azteca, es el primero de los más de ochenta mil sacrificados en la inauguración del Templo Mayor dedicado a Huitzilopochtli en la ciudad más grande del mundo conocido en la época. Las generaciones por venir habrán de recordar aquel día cuando una cascada de sangre bajaba de la pirámide, cuando las costras de plasma y el hedor pudrieron el santuario de los dioses.

II

Pasados tres años, y como cada vez que México entra en crisis, el volcán Popocatépetl comenzó a lanzar fumarolas. Los aztecas impusieron el sacrificio humano en gran escala a todos sus pueblos tributarios y extendieron la política de guerra y terror por toda Mesoamérica. El sol necesitaba corazones e iban a dárselos.

A cien kilómetros de Tenochtitlan y casi en las faldas del volcán, acongojado por las masacres contra su pueblo y otros comarcanos, el príncipe Tecayehuatzin, señor de Huejotzinco, convocó a los tlamatinime, a los poetas y sabios del mundo náhuatl. El objetivo de aquella reunión era, ante el miedo y la pesadumbre reinantes, responder una pregunta: ¿qué vale la pena sobre Tlaltílpac, es decir, sobre la tierra? O dicho de otro modo: ¿Qué es lo verdadero en el mundo? ¿Qué puede conferirnos a los hombres raíz y fundamento?

Aunada a la situación política propiciada por los aztecas, una idea generalizada deprimía la cultura prehispánica en aquel tiempo: la transitoriedad de la vida. Este sentimiento aparece, por ejemplo, en la poesía de Nezahualcóyotl, Rey de Texcoco, que escéptico del mundo y sus placeres escribía:

Todos habremos de irnos,
Todos habremos de morir en la tierra…

Nadie en jade,
Nadie en oro se convertirá:
En la tierra quedará guardado
Todos nos iremos
Allá, de igual modo.
Nadie quedará,
Conjuntamente habrá que perecer.

Como una pintura
Nos iremos borrando.
Como una flor,
Nos iremos secando
Aquí sobre la tierra.

En la reunión de los tlamatinime, bajo una arboleda de cedros rojos y cipreses, entre cardos, dientes de león y siemprevivas, los sabios, una vez despreciados la riqueza, el poder y los deleites del mundo sensible, dieron respuesta a sus cuestionamientos iniciales y concluyeron: in xochitl in cuicatl.

In xochitl in cuicatl significa «flor y canto» y es el modo en que la lengua náhuatl refiere la idea de poesía. Estos hombres, acusados en la polémica de Valladolid a mediados del siglo XVI, de carecer de alma y entendimiento, concluyeron que lo verdadero, que lo único verdadero sobre la faz de la tierra, aquello que nos ofrece asidero en el mundo, posibilidad de salvación, es la poesía.

Es así que hablando de las flores y los cantos, Tecayehuatzin se preguntaba: ¿es esto quizá lo único verdadero en la tierra? Y el poeta Ayocuan, oponiendo la poesía al pesimismo y la derrota se contestaba:

¿Qué podrá hacer mi corazón?
En vano hemos llegado,
en vano brotamos sobre la tierra
¿Así he de irme
como las flores que perecieron?
¿Nada quedará en mi nombre?
¡Al menos las flores, al menos los cantos!

Lo que sucedió en el diálogo de la flor y el canto efectuado en Huejotzinco hacia 1490 era, en realidad, una toma de partido, una manera de hacer política. Los tlamatinime plantaron cara a los aztecas a través de la poesía entendida como resistencia frente al poder, como alternativa real a la voluntad de muerte y de terror. Ante ochenta mil sacrificados, un sartal de poemas. Mientras los aztecas buscaban cautivos para alimentar al sol y estaban dominados por la coyuntura, por la cotidiana voracidad de sangre y el instinto de la guerra, los tlamatinime creyeron en la poesía como acción, como fórmula concreta para acceder a la trascendencia. Se trataba casi de una ontología: el poema nos da una razón de ser, nos ofrece raíz, asidero en el mundo. Nosotros pasamos, la poesía permanece.

Mientras la política tradicional sufre de una neurosis por capitalizar las oportunidades del devenir cotidiano, la acción poética cree más bien en la construcción, desde el ahora, de otro tiempo, un tiempo que nos pertenece pero que incluye también al Otro, a los que vienen tras o junto a nosotros. Se trata de una noción muy cercana a la que desarrolló el filósofo lituano-francés Emmanuel Levinas cuando hablaba del ser-para-más-allá-de-mi-muerte.

El mundo contemporáneo no es muy diferente al que plantearon los aztecas frente a la piedra de los sacrificios. El hambre del gran capital nos ha convertido en meras piezas de un engranaje para el que no somos sino cifras, números carentes de sentido. Por ello nos apesadumbramos y nos decimos ¿qué puede un hombre solo contra el Sistema?

¿Cómo confrontar al miedo que nos produce el espacio contemporáneo, tan caótico, cambiante siempre, impredecible, confuso, repleto de circunstancias más allá de nosotros mismos que pueden apurar en cualquier momento el desastre? Martin Heidegger intuyó la respuesta en un verso de Friedrich Hölderlin, en los albores del siglo XIX: habitar poéticamente el mundo.

Se puede sobrevivir a la piedra de los sacrificios creyendo en la poesía, habitando poéticamente el mundo porque, a final de cuentas, poetizar no es sino un hacer, un transformar. El cambio está en camino.
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* Alí Calderón es poeta y crítico literario. En 2007 recibió el Premio Latinoamericano de Poesía Benemérito de América. Fue merecedor, en 2004, del Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde. Becario de la primera generación de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía (2003-2004) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (2009-2010). Es autor de los poemarios Imago prima (2005), Ser en el mundo (2008, 2011) y de De naufragios y rescates (España, 2011); del libro de ensayos La generación de los cincuenta (2005) y coordinador de las antologías La luz que va dando nombre 1965-1985 20 años de la poesía última en México (2007) y El oro ensortijado. Poesía viva de México (2009) editada por la University of Texas at El Paso. Ha sido incluido en una docena de antologías de poesía en México y en el extranjero. Algunas de ellas son Anthologie de la poésie mexicaine, présentation et choix par Claude Beausoleil. [Paris], Éditions du Seuil, « Points Poésie », 2009 y Antología de Poesía Contemporánea de México y Colombia (Selección de Federico Díaz Granados), Cangrejo Ediciones, Colombia, 2011. Es miembro de Poesía ante la incertidumbre. Antología de nuevos poetas en español, editada en España por Visor en 2011 y que apareció simultáneamente en México, Argentina, Colombia, Nicaragua, El Salvador, Chile y Perú. Es fundador de la revista electrónica y la editorial «Círculo de Poesía». Actualmente es profesor de Literatura en la Universidad Autónoma de Puebla y Candidato a Doctor en Letras Mexicanas en la UNAM.

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