Sociedad Cronopio

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No leen

¿QUIÉN DIJO QUE LOS JÓVENES DE HOY NO LEEN?

Por Diana Hidalgo*

«Las sociedades siempre han sido moldeadas más por
la índole de los medios con que se comunican
los hombres que por el contenido mismo de la
comunicación. El alfabeto, por ejemplo, es una
tecnología que el niño muy pequeño absorbe de
un modo totalmente inconsciente, por ósmosis, digamos.
Las palabras y el significado de las palabras predisponen
al niño a pensar y a actuar automáticamente de una
cierta manera. El alfabeto y la tecnología de la impresión
han promovido y estimulado un proceso de fragmentación,
un proceso de especialización y de separación. Es
imposible comprender los cambios sociales y culturales
si no se conoce el funcionamiento de los medios».
(Marshall McLuhan, El medio es el masaje).

Vivimos en un universo en el que constantemente nos estamos comunicando. Consumimos y producimos información todo el tiempo. Nos movemos con los mensajes, las palabras, las imágenes; y los mensajes, las palabras y las imágenes se mueven con nosotros. Si bien esto es cierto, las maneras de comunicarnos y de consumir información han cambiado a lo largo de los años con la transformación de las sociedades: de orales a escribales y posteriormente a «electronales» (o «eléctricas» como diría McLuhan); seguimos siendo seres humanos que necesitamos de la comunicación y de la información para poder vivir y relacionarnos con el mundo que nos rodea. En este espacio, intentaré reflexionar a través de mi experiencia personal con la comunicación, con la sociedad y con los medios de comunicación, para probar que la tan sonada frase dicha por muchos adultos que «los jóvenes no leen», no se acerca mucho a la realidad, además de analizar por qué es que este grupo de adultos sostiene tal idea tan errada.

Mis primeros recuerdos en torno a la comunicación y al consumo de información son una mezcla de comunicación oral con mis padres y familiares (conversaciones, mis primeras palabras, lectura de cuentos, etc.) y la televisión y la radio. Recuerdo que más que escuchar la radio, en la que a veces escuchaba música que encontraba interesante, me gustaba mucho ver televisión. Disfrutaba y me reía horas enteras viendo esas luces y reflejos que, como dice McLuhan, son una «prolongación de nuestros sentidos» cuando dice: «Todos los medios son prolongaciones de alguna facultad humana psíquica o física».

Haciendo un paréntesis, lo interesante de la televisión (y de los periódicos, revistas, radios, etc.) es que sucede exactamente lo mismo (incluso más llevado al extremo), que sucede en las interacciones sociales entre individuos y que plantean los sociólogos Simmel y Goffman. En estos medios de comunicación, se observa con claridad el tema del «Adorno» planteado por Simmel y el tema de «Las regiones de la conducta» (anterior y posterior), planteado por Goffman. En palabras de Simmel: «El adorno acentúa o amplía la impresión que produce la personalidad; obra como una irradiación de la personalidad». En todos los programas y noticieros y portadas de revistas y de diarios, se nota un esfuerzo (a veces forzado, incluso) por mostrar todos los atributos positivos de las personas mediante peinados, maquillaje, escenografías agradables, letras bonitas, etc. Estos adornos no sólo cumplen una función estética en la relación medio–individuo (o espectador o lector) sino que cumplen una importante función social, que determina las impresiones y relaciones que el individuo establece con el medio.

En cuanto a las regiones de la conducta, Goffman entiende por región anterior a la parte nuestra que mostramos en determinada actuación y auditorio y, región posterior como los elementos de nuestra personalidad que suprimimos en ciertos escenarios, porque podrían entrar en contradicción con la región anterior en ciertos contextos. Sobre la región posterior Goffman también sostiene: «La región posterior constituirá, naturalmente, el lugar en el cual el actuante puede confiar en que ningún miembro del auditorio se entrometa». En los noticieros televisivos, por ejemplo (que estoy acostumbrada a ver desde que soy muy pequeña), la región anterior de los presentadores de las noticias se ve reducida y la región posterior más bien, es la que luchan más por esconder. Y en general, en todos estos medios de comunicación se lucha por «aparentar o hacer creer» a los espectadores de cierta postura o idea, para lo cual tienen que suprimir todo lo demás que no forma parte de ello, que podría entrar en contradicción con lo que se quiere hacer creer, es decir, existe una región posterior celosamente escondida. Los diarios, por lo general, cada uno tiene una postura política o económica, siguen una línea editorial; por tanto, es necesario que escondan en su región posterior todas las opiniones o comentarios que podrían entrar en contradicción con ello.

Volviendo a lo anterior, luego, cuando aprendí a leer y a escribir era algo así como estar en un mundo diferente. Como si todo lo que antes podía decir y conversar con la gente que tenía alrededor, podía plasmarlo en un papelito y guardarlo de recuerdo, para que «nunca» se me olvide y nunca se le olvide al resto. Ya no necesitaba que me lean los cuentos, podía leerlos yo sola, podía leer los anuncios publicitarios, el periódico, etc. Es decir, con ello pude tener acceso a consumir más información y pude tener más herramientas para producirla.

Con el paso del tiempo, llegaron las computadoras a mi vida y con ellas una manera diferente de comunicarme y de consumir información. Con la llegada de la Internet, empecé a «chatear» con mis amigos, a tener conversaciones interesantes sin necesidad de estar cara a cara y sin necesidad de la oralidad. Pude leer ya no sólo en los periódicos o libros sino en una pantalla de computadora. Y si bien es una manera distinta de leer, me permitía (y me permite) enterarme de muchas cosas que me interesan, o leer algunos fragmentos de libros o cosas por el estilo.

Paralelo a ello, descubrí el cine, que es ahora uno de mis pasatiempos favoritos. Después, llegaron las redes sociales como Facebook y Twitter y los blogs, los cuales me sorprendieron por la capacidad de rapidez en trasmitir información e ideas interesantes. Todo un «nuevo mundo» que, lejos de alejarme de «leer» o de informarme, lo fomentaba mucho más.

Y hoy en día, puedo decir que me encanta leer los libros en soporte físico (en realidad, consumo literatura un poco compulsivamente), que leo los periódicos y revistas que me interesan con mucha regularidad, que me encanta ir al cine pero que también veo películas en mi computadora que me bajo de Internet. Que me encanta hablar cara a cara con mis amigos pero que también disfruto conversaciones por Messenger. Que disfruto paseándome por algunas bibliotecas y librerías para encontrar libros interesantes, pero también navego por la Web en búsqueda de información y quizá de algunos libros o ensayos en formato pdf.

Es decir, no es que ahora por pertenecer a esta generación de jóvenes yo «no lea» o no consuma información, lo que sucede es que el monopolio del conocimiento ya no lo tiene sólo la palabra escrita (el libro) que canonizó Gutenberg con la imprenta y toda la revolución que creó con ella. Sino que ahora, la información y las maneras de acceder a ella de una u otra manera se han democratizado. Lo que sucede es que muchos adultos se han empeñado en pensar en libro en físico como única fuente de conocimiento válido, asi como en la novela de Eco «El nombre de la Rosa» lo era el manuscrito.

El sociólogo Harold Innis, sostiene en «The bias of communication» acerca de los monopolios del conocimiento: «Monopolies of knowledge controlled by monasteries were followed by monopolies of knowledge controlled by copyist guilds in the large cities. The high price for large books led to attempts to develop a system of reproduction by machine and to the invention of printing in Germany which was on the margin of the area dominated by copyists». Tal como en esta cita, en todo su texto, Innis sostiene que cada vez que toma protagonismo un nuevo medio de comunicación o una nueva manera de comunicarse, discute o se enfrenta con el monopolio anterior. Sucedió cuando la palabra escrita le quitó protagonismo a la palabra hablada o cuando llegó la imprenta y se descartó el manuscrito. Hoy, muchas personas mayores se sienten amenazadas porque el monopolio del conocimiento que ellos conocieron «el libro», le está abriendo caminos a la comunicación y la lectura virtual.

Así como yo, en mi aún corta historia en la sociedad, pasé primero de una cultura oral, a una escribal y posteriormente electronal [sic], y luego, a una combinación de todas ellas, la sociedad se ha trasformado también así. El sociólogo Jack Goody reflexiona acerca de ello en su texto «Cultura escrita en sociedades tradicionales». Habla de cómo los modos de comunicación organizan una sociedad y de cómo el lenguaje se va adaptando a como nos comunicamos. Es interesante en que este texto muestra cómo se van organizando las sociedades en torno a la escritura y privilegiándola frente a la palabra hablada. De ahí que Innis sostenga: «Pero aunque la idea de un universalismo intelectual, y en cierto grado político está histórica y sustancialmente vinculada con la cultura escrita, tendemos a olvidar que esto lleva consigo otros aspectos que tienen implicaciones muy diferentes y que en cierto modo, explican por qué el anhelado y teóricamente factible sueño de una «democracia educada» y una sociedad verdaderamente igualitaria, nunca se ha concretado en la práctica».

Llegó un punto en las sociedades (y me atrevería a decir que en la sociedad en la que me encuentro para muchas personas sigue siendo así) en que sólo la cultura escrita, y más específicamente el libro, expresa esa ilusión de eternidad, importancia y de universalismo intelectual. En mi opinión este ha sido (y es) un error bastante grande, sobre todo en el tema de la educación en las escuelas y en las universidades que muchas veces han fomentado (y fomentan) esta ilusión universalista y provocan que los estudiantes no desarrollen sus otros sentidos más que el visual que, a la larga, produce una separación de los sentidos que no creo que sea nada positiva. Como afirma McLuhan en «La galaxia de Gutenberg»: «Los primeros tiempos de la imprenta introdujeron los primeros tiempos del inconsciente. Puesto que la imprenta permitió que solamente un segmento de los sentidos dominara a los demás, los exiliados hubieron de encontrar otro hogar».

Goody en el texto mencionado anteriormente, también muestra la integración necesaria que debe existir entre la escritura y la palabra hablada para la comprensión y asimilación de los mensajes y la información y, en sí, para la convivencia humana: «Lo que aquí entra en juego es no sólo la íntima comprensión que brinda un prolongado contacto personal, sino también las ventajas intrínsecas conferidas al habla sobre la palabra escrita en virtud de su más inmediata conexión con el acto mismo de la comunicación. La primera ventaja es que las posibles confusiones o malentendidos siempre pueden aclararse mediante preguntas y respuestas, mientras que las «palabras escritas» como le dice Sócrates a Fedro, «parecen hablarle a uno como si fueran inteligentes, pero si uno les pregunta algo acerca de lo que dicen, queriendo instruirse, ellas siguen diciéndole exactamente la misma cosa para siempre». Así pues, se pone de manifiesto la importancia del contacto humano y la interacción social en los procesos comunicativos. Si sólo nos limitáramos a leer libros, terminaríamos en un exilio individualista que no nos permitiría integrarnos en la sociedad, ni nutrirnos de las ideas ni pensamientos de otras personas. Además estaríamos condenados, como dije antes, a explotar uno sólo de nuestros sentidos y echar por la borda a los demás.

En «La Galaxia de Gutenberg», McLuhan hace una interesante distinción acerca de las épocas de la historia, nuestros modos de comunicación en relación a los sentidos utilizados. En la era de la oralidad, sostiene que predomina la utilización de los sentidos auditivo y táctil (en integración). En la era de la imprenta o la escribalidad o era tipográfica, el sentido visual (aquí ocurre una separación de los sentidos). En la era eléctrica de los medios audiovisuales, una reintegración de todos los sentidos, es decir, el táctil, visual y auditivo. En relación a lo que quiero probar en este texto, puedo decir que los adultos que creen que los jóvenes de hoy «no leen», además de sostener un argumento falaz, pretenden creer (y hacer creer) que el monopolio del libro es «saludable», por tanto, que es saludable que seamos seres humanos «desintegrados» (es decir, que no integremos nuestros sentidos ya que rechazamos los demás sentidos y sólo explotamos el visual).

Lo que no se dan cuenta, es que si les interesa que los jóvenes sean, digamos «cultos o bien informados», o capaces de procesar información, razonar y establecer conversaciones interesantes y bien articuladas, no deberían apostar por el predominio de la cultura del libro como única fuente de conocimiento, que, en palabras de McLuhan «se ha hecho posible la ilusión de segregación del conocimiento por el aislamiento del sentido visual por medio del alfabeto y la tipografía»; sino, sentirse satisfechos por la cultura eléctrica que se ha implantado en la sociedad y que reintegra los sentidos y permite acceder al conocimiento y a la información de muchas otras maneras antes impensadas o imposibles.

De nada sirve el desarrollo o predominio de la utilización de uno sólo de nuestros sentidos corporales, sino que deben estar equilibrados entre ellos y también en equilibrio con la tecnología. En palabras de McLuhan: «El equilibrio en la interacción de éstas extensiones de nuestras funciones humanas es hoy tan necesario colectivamente como siempre lo fue para nuestra racionalidad privada y personal el equilibrio entre nuestros sentidos corporales».

Si nos ponemos a pensar, a raíz del surgimiento de la imprenta ¿por qué se quiso alfabetizar a todas las poblaciones? Sencillamente para «homogeneizar al pueblo». McLuhan sostiene: «La imprenta creó la uniformidad nacional y el centralismo gubernamental». Con la llegada de la imprenta y la proliferación de libros de todos los tipos a lo largo de las ciudades, se produjeron problemas sociales ya que el «conocimiento» ya no era exclusivo de unos pocos sino que se convirtió en algo de fácil acceso para la mayoría de personas. Tanto pobres como ricos podían leer los libros y saber las mismas cosas. Acerca de esto hay dos cuestiones que me interesa resaltar (y que quizás resulten en algún sentido contradictorias pero a mí me parece que no lo son), por un lado, esta idea de «homogeneización» si bien es cierta, no creo que los adultos que hoy en día sostengan que «los jóvenes que no leen» aspiren a una «homogeneización total» del saber, del conocimiento o de la información; pero, sí sospecho que, en el fondo, tienen bastante miedo y les molesta que los jóvenes puedan «saber» incluso mucho más cosas de las que ellos saben, además de sentirse de algún modo «sorprendidos» o incrédulos de la interesante rapidez con la que ahora se puede acceder a la información y al conocimiento.

Antes, tenían que pasar, seguramente, horas de horas en las bibliotecas y transcribir la información que necesitaban o conformarse con lo que decía en los libros o lo que decían los maestros. Ahora tenemos las fotocopias y la Internet; lo otro nos resultaría obsoleto. No tenían esa ventaja de la réplica que ahora resulta algo necesario. Debido a todo esto, quizá, en algún sentido aquellos adultos quisieran volver a ese monopolio del conocimiento del libro que ellos vivieron y aspirarían a cierta «homogeneización», para que no sientan que su saber se les va de las manos y es superado por la explosión de información a la que tienen acceso la mayoría de jóvenes de hoy.

El otro punto es que, así como antes se dio un conflicto porque ya no sólo los ricos o los que tenían más poder podían acceder al conocimiento, sino, todas «las masas». Ahora, los adultos se dan cuenta que ya no son los únicos privilegiados que pueden «jactarse» de saber «mucho» o tener «la verdad» en sus manos. Antes fue con la tecnología de la imprenta, ahora, con la era de de la Internet, las computadoras, las fotocopiadoras, etc. Como consecuencia de ello, resultaría un poco difícil (o casi imposible) que un niño o adolescente o joven de esta nueva generación sostenga lo que observa McLuhan y que seguramente, los adultos de hoy que fueron niños de antaño, sí pensarían: «Los escolares de nuestros días se sorprenden cuando se les invita a considerar la estúpida calidad de los contenidos que ofrecen los medios de comunicación. Sin decirlo, dan por supuesto que todo aquello que los adultos se toman la molestia de hacer o todo aquello a que dedican su tiempo es válido. Suponen que los adultos «en masa» nunca se dedicarían a una actividad depravada».

Así pues, luego de haber dicho todo esto, espero haber probado mi idea inicial en este texto y que se hayan entendido las razones por las cuales creo que los adultos sostienen que los jóvenes «no leen». Espero también que mi texto haya reflejado la gran influencia en nuestra manera de ser, de actuar y de comunicarnos que ejercen los medios de comunicación sobre nosotros, muchas veces sin darnos cuenta. Al inicio de estas líneas inserté una frase de McLuhan que creo que se presta para jugar el papel de comentario final en este comentario. Si lo que más «importa» es el medio que contiene al mensaje y no el mensaje en sí, quizá por eso sea que los adultos le dan tanta importancia al libro como fuente y monopolio de conocimiento. Ni siquiera por su contenido, sino porque el medio, esa pasta llena de hojas, les inspira «confianza» o la ilusión de ser «portador de la verdad». Pero al final, si el mensaje es «el mismo», sería bueno que ahora nos sintamos satisfechos de que estamos viviendo en una era y en una sociedad en la que tenemos la oportunidad de ser individuos integrados y capaces de explotar todos nuestros sentidos. La cuestión no es si los jóvenes «leen» o «no leen». Por supuesto que leen. Ahora sería interesante preguntarse qué cosa es lo que leen. Aunque ese quizá, sea otro tema de discusión que se escapa de estas reflexiones.
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* Diana Hidalgo es estudiante de los últimos ciclos de periodismo en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Es candidata a maestría en Literatura peruana y Latinoamericana, y en Industrias culturales. Ha colaborado en revistas como Etiqueta Negra, Etiqueta Verde, en la productora independiente La Comba producciones. Actualmente es periodista y fotógrafa freelance y redactora en la revista Poder.

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