¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS?
Por Luisa María Arvide Cambra*
A finales de 2010 aparecieron los primeros síntomas de un movimiento popular árabe sin precedentes, que culminó con la revolución iniciada en Túnez en enero del año pasado (2011) y que por imitación, como un polvorín, se extendió inmediatamente después por otros países árabes del Norte de África y de Oriente Medio, alcanzando unas dimensiones internacionales de gran importancia. Como es sabido, los medios de comunicación acuñaron un nuevo término y denominaron a este movimiento con el nombre de la primavera árabe.
Los sucesos acaecidos en Túnez, Egipto, Libia, Yemen, y ahora Siria, han ocupado durante los últimos doce meses las portadas de los periódicos y revistas de todo el mundo y han abierto los telediarios y noticieros de la mayoría de las televisiones y las radios del globo.
Todas estas protestas han tenido una base común la rebelión de un pueblo deseoso de conseguir mayores y mejores libertades, y de alcanzar la democratización de sus respectivos gobiernos. Han sido meses de una lucha sangrienta de duración variable y con tintes distintivos en cada país, en cuanto a la forma, pero con un mismo objetivo de fondo, que no es otro que el de la caída de sus presidentes, aupados y perpetuados en el poder desde décadas, o designados por sus progenitores como sus sucesores y herederos, como si de una monarquía se tratara: tal es el caso de Bashar Al Assad en Siria.
En Túnez, la llamada «Revolución del Jazmín» acabó con la caída del régimen de Zine el Abidine Ben Alí, después de 24 años en el poder, y con el exilio de éste a Arabia Saudí el 14 de enero de 2011.
En Egipto, tras las revueltas y las presiones internacionales, Hosni Mubarak renunció a su cargo en febrero de 2011, poniendo fin a una etapa de gobierno que duró 30 años, desde octubre de 1981. Ahora está siendo juzgado, a pesar de su avanzada edad y su delicado estado de salud, y en junio se conocerá la sentencia.
En Libia, los sucesos fueron largos y muy encarnizados. Hubo mucha sangre y destrucción, casi una guerra civil. El 20 de octubre de 2011, Muamar al Gadafi, abandonado a su suerte por los líderes de Occidente, que antes lo recibían con agrado y se fotografiaban con él, es asesinado por sus opositores en Sirte, su lugar de nacimiento, tras regir los destinos libios desde 1969, es decir, durante 42 años.
Yemen es la cuarta carta de la baraja. Su peculiar revolución ha sido la menos violenta y quizás la menos mediática, posiblemente porque no es un país muy conocido, ni un territorio demasiado estratégico en el concierto de intereses internacionales a nivel político y económico. Después de un año de protestas y de negociaciones intestinas e internacionales, Alí Abdullah Saleh dejó de ser presidente de los yemeníes en noviembre de 2011, tras 33 años en el poder, y desde su asilo en Arabia Saudí facilitó el traspaso de poder a un gobierno de transición sin derramamiento de sangre. Se ha marchado a Estados Unidos y ha prometido volver: «Me marcho a Estados Unidos para mi tratamiento médico y volveré a Saná como presidente del partido Congreso del Pueblo Nacional», fueron sus palabras antes de emprender su particular exilio americano.
En Siria, la última en entrar en escena, el conflicto está en su momento más álgido y la comunidad internacional está meneando ficha para darle una salida adecuada a una situación que es insostenible en Homs, el foco de los rebeldes. Bashar Al Assad no quiere dejar el poder, que dura ya 12 años, a pesar de las presiones de la Liga Árabe, Estados Unidos y la Unión Europea. No sé qué va a pasar ni cómo ni cuándo se va a resolver el problema, pero hay que tener en cuenta que Siria juega un papel muy destacado en Oriente Medio, una zona intrínsecamente convulsionada per se, y una estrategia equivocada podría tener unas consecuencias irreparables e indeseables para todos. Hay que tener mucho cuidado.
Algunos analistas y expertos han comparado la primavera árabe con lo que entre los arabistas se conoce como la Nahda o Renacimiento cultural. Esto, en mi opinión, es un error, como se verá más adelante.
La llegada de Napoleón a Egipto, en 1797, es el acontecimiento histórico y político que se considera como el comienzo de la Nahda. Es entonces cuando los árabes entran en contacto, tras unos siglos de aislamiento, con Europa, que poseía el poder cultural, y con su civilización: se enteran, por ejemplo, de la existencia de la prensa, la novela y de las técnicas científicas de los conquistadores. Es el momento del nacimiento de las Academias de la Lengua Árabe y de la acomodación de la lengua árabe clásica a los nuevos tiempos, creando el árabe estándar moderno. Este periodo representa la otra cara de la moneda del proceso que se dio al final de la Edad Media y comienzos del Renacimiento. Es decir, mientras que en el siglo XVI Europa recogía de los árabes toda su cultura y saber, en el siglo XIX son los árabes anclados en el pasado los que tienen que fijarse en Occidente para retomar su posición en el mapa de las civilizaciones, y aprender de él todo lo que ignoran con motivo del atraso vivido durante tres siglos. No fue una simple imitación sino una adaptación a los nuevos tiempos y a las pautas dictadas por los nuevos amos de la cultura mundial, pero conservando sus valores tradicionales.
La Nahda, que se prolongó durante el siglo XIX y principios del XX, significó la entrada por segunda vez del mundo árabe, tras siglos de decadencia y oscurantismo deplorables, en la historia de la humanidad y su ubicación en las reglas de juego, impuestas por el nuevo orden mundial. Y esto lo hizo sin perder su identidad lingüística y cultural. Es decir, la Nahda sirvió de mucho y para mucho. Sin embargo, la primavera árabe creo que ha servido de poco y para poco. La situación política en los países donde estalló la revolución popular sigue siendo muy inestable, la economía ha empeorado y el descontento parece seguir siendo una constante entre la gente que antes se manifestaba y luchaba por sus derechos, a pesar de las elecciones democráticas que se han prometido o que ya se han celebrado. Un año más tarde del inicio de estos movimientos populares tan seguidos por los medios de comunicación, y unos meses más tarde del triunfo de casi todos ellos, no podemos decir que se hayan conseguido aquellas metas plasmadas en las pancartas de los manifestantes, ni selladas en la sangre de los heridos y los muertos. Por otra parte, Estados Unidos y Europa no parecen estar muy contentos: el avance del islamismo más o menos extremista está tomando cierto arraigo y esto no interesa ni gusta a Occidente.
Otra cuestión sería preguntarse y analizar por qué en Marruecos y en Jordania, como ejemplos de casos llamativos, las protestas populares no han pasado de tímidas e inofensivas manifestaciones y reivindicaciones puntuales que no han llegado a ningún puerto, aunque las circunstancias políticas y sociales sean las mismas o similares a las del resto de naciones árabes. O preguntarse y analizar por qué en Arabia Saudí y los países del Golfo Pérsico han brillado por su ausencia. Aquí y allí el polvorín no ha corrido y tampoco ha habido derramamiento de sangre ni violencia ni destrucción.
Parece como si detrás de la primavera árabe hubiera intereses muy concretos y específicos, y las revueltas respondieran a montajes perfectamente pensados y ensamblados.
Parece como si de vez en cuando se precisaran conflictos regionales, de repercusión internacional en zonas geográficas estratégicas ya de por sí altamente conflictivas. Sólo en los últimos 40 años han estallado, entre otras, la guerra del Líbano, la guerra Irán-Irak y las dos guerras del Golfo.
Es demasiado para ser casual.
Y ahora esto.
¿Por quién doblan las campanas?
_________
* Luisa María Arvide Cambra es catedrática de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Almería, España. Doctora en Filología Árabe y Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. Premio Extraordinario de Licenciatura. Premio Extraordinario de Doctorado. Ha sido profesora en la Universidad de Granada y actualmente es Catedrática de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Almería, impartiendo en ambas instituciones asignaturas de lengua y literatura árabes. Ha realizado numerosas estancias de estudio, docencia e investigación en importantes organismos y universidades árabes, europeas y americanas. Ha dirigido tesis doctorales y varios proyectos de investigación sobre ciencia árabe medieval y sobre literatura y filosofía árabes. Ha participado como ponente en prestigiosos congresos científicos internacionales y ha dictado muchas conferencias sobre el mundo árabe e islámico en España y el extranjero. Asimismo ha coordinado contratos de investigación de la Unión Europea dentro de los programas de Erasmus y Sócrates. Es especialista, sobre todo, en medicina árabe medieval, y fruto de su labor son 8 libros y más de medio centenar de artículos, entre los que destacan los estudios sobre el célebre cirujano andalusí Abulcasis, así como los trabajos sobre las Maqamas de Al-Hariri, en el campo de la literatura, y sobre las Cuestiones Sicilianas de Ibn Sab’in, en el área de la filosofía. Aparece incluida en Who´s Who in the World 2011 y 2012, del Marquis Who´s Who, New Jersey, Estados Unidos; en 2000 Outstanding Intellectuals of the 21st Century 2011, de la International Biographical Centre (IBC), Cambridge, Reino Unido; y en Great Minds of the 21st Century, de la American Biographical Institute (ABI), Carolina del Norte, Estados Unidos. Fue elegida uno de los Top 100 Professionals 2011, por el IBC, y Woman of the Year 2011, por el ABI. Es miembro de varias Asociaciones científicas internacionales; directora del Grupo de Investigación HUM 113-Estudios Filológicos, del Plan Andaluz de Investigación de la Junta de Andalucía; y Subdirector General para Europa del IBC.