CHILE E INDONESIA: DE LA DICTADURA A LA DEMOCRACIA
Por Mario Alvarado*
¿Por qué comparar? Es la pregunta que responde Sartori en «Comparación y método comparativo» y como lo dice en su ensayo comparamos para explicar, entender y aprender de las experiencias de otros países.
En este sentido, el presente escrito pretende realizar un estudio de caso comparado entre la dictadura instaurada en Chile en 1973 y la establecida en Indonesia en 1965 partiendo de la máxima de Ansaldi, quien expone que las dictaduras son «similares en su aspecto y diferentes en su tamaño, […] pueden verse como unidades independientes pero solo se explican cómo conjunto». Para nuestro caso, las dos son entidades semejantes con rasgos diferentes, particularmente en lo que se refiere al punto de inflexión de las mismas.
Por un lado, la dictadura chilena encabezada por Augusto Pinochet, se caracterizó por ser una de los regímenes militares más férreos en América Latina, suspendió la libertad jurídica, intervino los medios y las universidades, estableció el estado de sitio, prohibió cualquier tipo de manifestación social y actividad sindical. Adicionalmente, implementó un nuevo modelo económico neoliberal, impulsado por los llamados Chicago Boys.
Por otro lado la dictadura en Indonesia se considera, si no la más fuerte del sudeste asiático, sí una de las más despiadadas a causa de las medidas autoritarias, sumadas a la fuerte represión de la población y a la violación sistemática de derechos humanos.
Los dos casos presentan similitudes en las medidas tomadas por los gobiernos militares, los nuevos modelos económicos implementados y el financiamiento recibido por Estados Unidos; sin embargo, la movilización social como punto de inflexión presenta una gran diferencia en los dos modelos; en Chile la movilización por el reclamo de la ilegitimidad de la institucionalidad militar, produjo un punto de inflexión en menos tiempo, comenzando así el proceso de desmilitarización y de transición a la democracia; en contraste, la fuerte represión social en Indonesia creó un ambiente de amnesia colectiva durante mucho tiempo, la cual favoreció los 32 años de su duración con Haji Suharto al poder, retardando el cambio de régimen que los sectores sociales propugnaron por medio de la acción colectiva.
DICTADURAS, UN VIAJE DE CHILE A INDONESIA
Tal como lo expresa Juan Linz, la palabra dictadura es «un término usado para denominar a un tipo de gobierno no democrático, no tradicional, que carece de legitimidad, es la dictadura entendida como un estado de emergencia extraordinario, que limita las libertades civiles temporalmente, incrementando el poder de ciertos estamentos e instituciones»; dichos establecimientos subordinan el poder civil al militar, rasgo característico del llamado militarismo, particularmente presente en las dictaduras de Chile e Indonesia. Para los dos casos la inversión de la relación orgánica del poder trajo como consecuencia prácticas ilegales «realizadas por fuerzas de seguridad legales y para estatales» quienes llegaron al punto de cometer crímenes de lesa humanidad y genocidio, constituyendo así Estados terroristas donde dichas fuerzas de seguridad «detenían, enviaban a cárceles clandestinas y campos de concentración, y asesinaban a quienes, legalmente, debían proteger».
En este sentido, las dictaduras institucionales insaturadas en Chile e Indonesia, permiten analizar de manera comparada los aspectos políticos y el modelo económico neoliberal pensado desde Estados Unidos. A pesar de tener rasgos similares en los dos casos, la variable en la que difieren es el punto de inflexión, aquel donde sectores importantes de la sociedad pierden el miedo y hacen oír sus voces, generando acciones que rompen con los esquemas de miedo, recuperando «la primacía de la política mediante demandas, movilizaciones y acciones de diferente índole».
Si bien los regímenes dictatoriales se caracterizan por la negación de la política, por eliminar toda forma de disenso y por carecer de legitimidad, estos factores plantean una seria contradicción, un dilema entre la negación y la imperiosa necesidad de institucionalizarse políticamente y legitimarse bajo el pretexto de restaurar el régimen democrático permeado y corrompido por los vicios y malas prácticas políticas (demagogia, populismo, reformismo socialista), con el fin de establecer una estructura política que permita un largo ejercicio del poder.
Dicho dilema se intenta resolver a través de la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN) como fundamento ideológico de los regímenes autocráticos. Margaret Crahan ubica los antecedentes de la DSN en Chile a comienzos del siglo XX, construida a partir de teorías geopolíticas antimarxistas, con tendencias conservadoras, la DSN enfatiza la importancia de la seguridad interna, exportada por los Estados Unidos, frente a la amenaza comunista con base en el crecimiento de la clase obrera y la aparición de un actor antagónico en la escena mundial. La necesidad de institucionalizar el régimen responde a la conveniencia de mostrar un régimen legítimo a nivel externo, y de adoctrinar a nivel interno la institución militar, con el objetivo de cohesionar las fuerzas y evitar los riesgos de la legitimación carismática o del sistema de partidos como formas de institucionalización.
El fenómeno de las dictaduras en Chile e indonesia son ejemplos que reflejan tanto el cambio del sistema internacional como la concepción del acto de guerra propiamente dicha. Como bien lo expresa Mary Kaldor, en New and Old Wars: Organized Violence in a Global Era, después de la primera guerra mundial se reconfigura la concepción de la guerra a partir de la erosión del Estado y de su autonomía, definiéndose por la violencia y la violación sistemática a los derechos humanos plasmados en la carta de 1948; claro, sin perder el carácter declarado de dicho acto bélico, donde los roles, la legitimidad de las cosas y los actos cambian.
Como consecuencia de este cambio de paradigmas, se reconfigura la noción del conflicto con el final de la Guerra Fría, contradiciendo la concepción Clausewitziana del conflicto/guerra entendida como un acto exclusivo de los Estados, y ampliando la dinámica de la misma a los frentes políticos, económicos ideológicos e incluso culturales.
EL CHILE DE PINOCHET
En 1973 la junta de Gobierno de las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile emitieron el Bando No 5, documento base para la destitución del gobierno democráticamente constituido de Salvador Allende, acusado de viciar la democracia. Propiamente la dictadura chilena fue instaurada tras el golpe de Estado perpetrado por el general Augusto Pinochet, el 11 de marzo de 1974, y con la promulgación de la llamada Declaración de Principios y del Objetivo Nacional.
La declaración de principios fue un documento que albergó las directrices del nuevo gobierno y donde se encontraba plasmada una hoja de ruta que enaltecía el papel del Estado social de derecho, dando primacía a los derechos del individuo y poniendo al Estado al servicio de este, resaltando el principio de subsidiaridad, mostrando así un rasgo claramente neoliberal, que marcó el desarrollo económico y lo que posteriormente se denominó el milagro chileno.
Adicionalmente los Objetivos Nacionales plantearon los criterios que coordinaron el rol del gobierno y del Estado en el futuro (privatizaciones, nacionalismo, regionalización, dispersión del sistema y de las organizaciones gremiales). Durante el año de 1973, la Junta Militar emitió diversos textos con carácter de decretos ley que minaron la institucionalidad y el espíritu democrático chilenos, clausurando el congreso, ilegalizando la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), disolviendo y vedando a los partidos políticos, entre otros.
La creciente intervención de los militares en la vida política no hizo esperar la intromisión de la junta en los asuntos económicos del país, una vez tomaron el control. Desde 1930 las fuerzas armadas tuvieron iniciativas para promover la industrialización e intervenir en el sistema económico chileno, tras la crisis de la república oligárquica y las consecuencias de la depresión del 29.
La instauración del régimen militarista se vio beneficiada por la exportación del paradigma de la guerra anticomunista, encabezada por Estados Unidos en el frente occidental. El apoyo norteamericano a los gobiernos autocráticos aseguró de cierta manera el mantenimiento del modelo en la región, dejando la tutela a militares encargados de luchar contra la amenaza comunista. Para esto, el entrenamiento en la llamada Escuela de las Américas, la participación de la Universidad Católica de Chile y el apoyo económico de Estados Unidos fueron fundamentales para mantener el militarismo, tal y como se hizo en Indonesia.
LA ERA DE SUHARTO
El caso de Indonesia está marcado por la corrupción a gran escala y represiones masivas, en medio de un régimen militar que cobró la vida de más de 500.000 personas en los 60. Tras la caída del presidente Sukarno en 1965, a causa de una situación de alta tensión, caracterizada por el inicio de la violencia directa, el general Suharto instauró un régimen militar encabezado por él mismo eligiendo la opción de legitimación carismática a diferencia de la opción corporativa usada por Pinochet en Chile.
El nuevo régimen tomó una gran decisión, a raíz de la elevada inflación y de la generalizada situación de escasez alimentaria, sumada a las medidas proteccionistas implementadas por el ex presidente Sukarto, se generó inconformidad en la esfera política con intereses económicos en Estados Unidos, que planearon, junto con el general Suharto, la ejecución de reformas neoliberales en Indonesia. Para esto, se eligió como principal objetivo el desarrollo económico, a cargo de expertos civiles y académicos, en su mayoría provenientes de la universidad de Jackarta y con formación en Estados Unidos, tal y como pasó en Chile con el convenio entre la Universidad Católica de Chile y el gobierno; para el caso de Indonesia, el grupo encargado de la implementación de las reformas neoliberales fue la llamada «Mafia de Berkeley.»
Como lo indica Naomi Klein, «los paralelismos con los Chicago Boys eran sorprendentes. La mafia de Berkeley había estudiado en Estados Unidos como parte de un programa […] empezado en 1956, financiado por la Fundación Ford. También habían vuelto a casa y creado una fiel copia de un Departamento de Economía, al estilo occidental, en la Facultad de Económicas de la Universidad de Indonesia.»
La cooperación estadounidense no se limitó solo al entrenamiento de la Mafia de Berkeley, adicionalmente, en el marco de la lucha contra el comunismo Estados Unidos recompensó al general Suharto por la eficiencia en la eliminación sistemática de los simpatizantes con el sistema económico soviético, con más 4 billones de dólares por año. Estas acciones demostraron al mundo qué tan dispuesto estaba el gobierno de Estados Unidos a obviar la corrupción, el favoritismo y la violación a los derechos humanos, que incluyeron la desaparición forzada. Si bien las reformas económicas sacaron adelante a Indonesia, posicionándola como uno de los principales exportadores de arroz, petróleo e intercambios extranjeros, las victimas del régimen fueron incalculables.
LA SOCIEDAD CIVIL Y EL PUNTO DE INFLEXIÓN
«Desde principio de los años 80, la sociedad civil
ha ganado prominencia como fuerza política en
los contextos de cambios globales geopolíticos y
económicos, y en la estela de numerosas transiciones
a la democracia en todo el mundo.»
(Muthiah Alagappa)
En The third wave Huntington identifica tres oleadas de democratización en el mundo. La primera ola se ubica temporalmente entre 1828 y 1926, periodo en el cual la revolución americana y francesa marcaron un hito histórico; la llamada «ola inversa» se da en los años posteriores, aproximadamente 1930, con la vuelta de algunos sistemas democráticos a las tradicionales formas de autoritarismo. Es el caso italiano con Mussolini. La segunda ola, 1943-1962, comenzó con el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el fin de la era colonial europea en áfrica y en Asia, sin embargo muchas de las democracias establecidas en los 60 fueron confusas, inestables y propendieron a resistir el dominio militar. La ola inversa se ubica entre el fin de los años 50 hasta mediados de los años 70 con la transición de los regímenes y el surgimiento del «autoritarismo burocrático» con la descolonización africana, «dichas transiciones no solo estimularon la teoría del autoritarismo burocrático para explicar los cambios en América Latina, sino que también produjeron un pesimismo generalizado sobre la aplicabilidad de la democracia en países en desarrollo y contribuyeron a la preocupación sobre la viabilidad y factibilidad de la democracia en países en desarrollo.»
En la tercera ola (1974) los regímenes democráticos reemplazaron a los autoritarios en aproximadamente 15 años en países de Europa, Asia y América Latina. En este contexto podemos ubicar los puntos de inflexión en los dos casos de estudio, donde movimientos pro democracia se fortalecieron y ganaron la legitimidad suficiente para generar cambios dentro de sus países.
Si bien el proceso de transición, como indica Ansaldi, es «iniciado todavía en situación de dictadura y generado por diferentes razones». Es necesario destacar el papel de la sociedad civil en el punto de quiebre del régimen militar, de la transición de la dictadura a la democracia por medio de la acción colectiva, entendida según expone Olson como una acción cooperativa, con el objetivo de alcanzar un bien público, por medio de la presión social. La acción colectiva parte principalmente de iniciativas propias, por lo cual tiende a perder su carácter reactivo, sin embargo puede operar en escenarios de represión como los experimentados en Chile e Indonesia.
Para Octubre de 1989 un grupo de 125 estudiantes de filosofía de la universidad de Gadjah Mada (Indonesia) se declaró en contra del régimen de Suharto, en medio del «Youth Pledge», donde expresaron su deseo por abolir la injusticia, la opresión y la violación a los derechos humanos en el país. Como lo expone Huntington, «los estudiantes constituyen la oposición universal, se oponen a cualquier régimen existente en la sociedad». Si bien no derrocan regímenes por si solos, generan un impacto en las bases sociales y en la visibilización y posterior movilización de colectividades que finalmente condujeron al abandono del poder por parte del general Suharto en 1998.
En 1983 se organizó en Chile una protesta nacional, en la que los ciudadanos golpearon ollas y cacerolas para hacer oír sus voces de inconformidad contra el régimen dictatorial del generalísimo Augusto Pinochet. Tras varios días de protesta emergió una oposición no violenta al régimen, la cual fue reprimida duramente. Desafiando las amenazas de violencia, la oposición organizó un movimiento de un voto de «No» contra el régimen, utilizando los medios de comunicación para promover la imagen positiva del cambio. Como consecuencia, la población repudió en las urnas el militarismo reinante, reorientando el camino de Chile al de la democracia sin violencia ni represiones. El 11 de mayo del 83 marcó el fin de la aquiescencia de una década de gobierno del general Augusto Pinochet, quien había tomado el poder en 1973 durante el gobierno socialista electo de Salvador Allende. Para el caso chileno no fue sino hasta finales de la década de los 80 cuando Pinochet dio paso al proceso de transición a la democracia.
Es importante destacar que para los dos casos contemplados, el activismo estudiantil, especialmente en las universidades, fue un catalizador decisivo en la generación del punto de inflexión de los regímenes militaristas, tanto en Chile como en Indonesia.
Ahora bien, la existencia de los movimientos sociales está dada en gran medida por la creación de capital social, el cual evita caer en dilemas tales como el del prisionero (teoría de juegos) donde, como lo expone Russel Hardin, se «muestra que el esfuerzo individual para satisfacer los intereses individuales imposibilitará su satisfacción; si el bien colectivo no es provisto, el miembro individual no recibe el beneficio que habría excedido al coste individual de ayudar a la consecución de ese bien para todo el grupo». Es decir, bajo el supuesto del metodológico del egoísmo, el individuo defrauda, lo que mina la confianza social y hace surgir uno de los dilemas de la acción colectiva, en donde el individuo participa en tanto hayan suficientes individuos participando en la acción.
Pero ¿qué es el capital social?, pues bien, «capital social son recursos —obligaciones de reciprocidad e información— derivados de la pertenencia a redes sociales». El capital social a su vez, como parte de la estructura social, facilita las interacciones de los individuos situados dentro de dicho armazón social, derivando recursos de la participación en redes sociales traducidos en obtención de información, obligación de reciprocidad y aprovechamiento de normas sociales cooperativas, etc., derivados de sistemas de confianza mutua.
De este modo el desarrollo del capital social está determinado por la confianza, que puede ser considerada como una de las fuentes del capital social, si se acepta el supuesto en el cual «quien acepta la confianza depositada en él es acreedor de una obligación en el futuro por parte del depositario de confianza, [así] la decisión de confiar genera en el depositario de la confianza una obligación de honrar esa confianza.»
En suma, gracias al capital social y la acción colectiva de los movimientos sociales en Chile e Indonesia, se logró llegar a un punto de inflexión de los regímenes militaristas que implantaron las dictaduras, las cuales se vieron enfrentadas a jornadas nacionales de protesta y resistencia civil pasiva contra los sistemas económicos implementados. La diferencia temporal del punto de inflexión se explica por la fuerte y desmedida represión de Suharto en Indonesia, la cual conllevó a que solo hasta finales de los 90 se diera el cambio de régimen y el proceso de la transición, en contraste, la sociedad chilena que reaccionó de una forma más cohesionada frente a las violaciones del aparato Estatal, lo cual permitió que para finales de los 80 el generalísimo Pinochet comenzara el proceso de transición al régimen democrático.
No obstante, un análisis de la evolución temporal del índice de gobernabilidad «Voice and Accountability» de cuentas, publicado por el Banco Mundial, refleja los nuevos desafíos a los que se enfrentan los dos países, por un lado, la evolución indonesia ha sido positiva pues para los años comprendidos entre 1996 y 1998 el índice se encontraba por debajo del percentil 25, a partir del fin de la era Suharto el crecimiento de la rendición de cuentas y la participación, presenta un crecimiento constante que para el 2009 casi alcanza el percentil 50. En contraposición el mismo índice en Chile para el mismo periodo (96-98), se encontraba en el rango 50-75, para el 2005 alcanzó su máximo punto al oscilar entre el percentil 80 y 100; sin embargo ha presentado una constante caída que para el 2009 lo ubica por debajo del rango del percentil 75. Lo cual se traduce en que mientras la sociedad indonesa obtiene cada vez más un papel relevante en la construcción de la democracia, la chilena pierde el espacio otrora ganado en los 80. Así se plantea el desafío de seguir fortaleciendo la sociedad civil para que refuerce la construcción de la democracia por un lado, y de no perder los espacios ganados que marcaron un hito en la historia de América Latina por el otro.
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* Mario Alvarado es internacionalista e investigador de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá. Ganador de la Beca de Maestría RR II y Seguridad Internacional en Buenos Aires, Argentina.