SONIDO DE GARDENIAS

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sonido de gardenias

Por Víctor Toledo*

CARMELITA

Carmelita era un hada vieja,
Convertida en rigurosa institutriz
De una hacienda porfiriana de Tlaxcala.
Era muy blanca con elegante porte y cabellera de alba ensortijada.
Su altura se detenía un poco en sus severos lentes
Que enmarcaban la prosélita mirada.
Llegó a Córdoba desterrada por la Revolución
Maestra genial, mi abuelita le rentaba
Un galerón donde enseñaba
Todos los grados de primaria y secundaria
Separados por grupos en bancas de traviesas
Y traviesos.
Ella iba recorriendo el «salón», repasando problemas y lecciones
Enseñando todas las materias, de historia a matemáticas.
El lugar estaba todo el día iluminado
De niños reprobados o atrasados
Que recuperaba milagrosamente (cobrando centavitos)
También iban los niños ambiciosos (o de padres estrictos)
Para asegurar el primer sitio
De la escuela oficial.
Era un poco mi caso (por mi madre tehuana)
Pero la realidad es que fui adoptado por ella y encantado
Por sus clases de historia fabulada, donde el gigante Maxtla
Era mi héroe favorito.
Antes de entrar a la primaria
Ya sabía leer, y hasta que recuperé mi libertad de niño
(Las tardes de juegos, ya algo tarde,
En las mañanas iba yo a mi escuela,
Después de la comida a Carmelita)
No dejé de obtener el primer lugar.
Un día, como a los cinco años, vislumbré por primera vez el Paraíso:
Al pasar por el salón del hada, desde afuera, vi un color maravilloso
Que brotaba con profunda sinestesia:
Esa luz se vertía en música silenciosa y perfumada.
Desde entonces me convertí en su alumno consentido
Hechizado por aquella luz sonora en su fragancia.
(No le cobraba a mamá
Su pago era el orgullo por mis logros en la escuela de gobierno).
Cuando crecí, por el cuarto año de primaria,
Le dije a mi madre que no iba a ir más con Carmelita
Pues me perdía los fabulosos
Juegos y rondas de las calles de mi barrio
Quería también disfrutar de mi niñez vital
Que ya era muy libresca
(Por cierto, la Maestra
acostumbraba un ejercicio:
Daba en voz alta —para todos— una serie larga de números
Que establecía restar, sumar, dividir, sacar quebrados —mentalmente—
Era un concurso diario, y quien decía al final
Primero el resultado
Triunfaba, llevándose unos dulces.
Yo gané varias veces porque el número
Lo dictaba una voz: el relámpago de una intuición,
Como ahora me dicta el universo la poesía).
Cuando abandoné la escuela maravillosa
Del hada vieja Carmelita
Jamás dejé de sentir
Su honda mirada de reproche.
Libre quedé
                        Pero desamparado.

FRAGANCIA LUMINOSA

En el vórtice de la luz
El torbellino de la gardenia:
Aroma de la memoria.
Solar: casa del sol,
Claridad de la infancia
Melodía del medio día:
Diáfana flor, luz de aroma
Vórtice en claro, aroma de luz.
Aroma danzante con traje de Rumi
Refugio de la lluvia /////// rosa de esencia.
Rosa de mármol: sonora espuma marina
Sistema solar: voladores de Papantla
Espiral del tiempo detenido
Estrella circular, aliento del Todo.

MI ABUELO TACHETO

Con 115 años
Se suicidó mi abuelo.
No quería dar molestias a mi abuela
Sana y fuerte a sus ochenta.
Él mismo edificó su tumba
Un primitivo mausoleo. Cuando lo terminó
Se acostó en su catre y no quiso comer más
Hasta que se fue
Entre las lágrimas marinas
Que salaban las roncas protestas
—Olas estrellándose en las rocas— de Isabel
Mi abuela: Isis bella, reina de dioses, la belleza y la salud.
Acostumbraba orinar sonoramente
Desde sus largas piernas de alba
Que revelaba al levantar su falda
En el centro del patio en la atarjea,
En su orina cantaba la cascada de oro del amanecer
Bajo su oscura y larga falda de tehuana:
Una cueva, su gruta, su grieta, su torrente
(Y esa música a mi abuelo alegremente despertaba,
Y encendía las luces de la aurora).
Isis molía el arroz tostado con canela
En piedra de volcán para su deliciosa horchata.
Siempre comió muy bien mi abuelo
(Dientes sanos de lobo y de caballo)
Era poderoso, un héroe griego, trabajó siempre en el campo
Mi abuela le curaba el trasero de Heracles Melampigo
Escaldado por la yunta
Con cebo del ganado.
Cuando era un señor joven
Después de sembrar y barbechar
En el calorón brutal del istmo, en su terreno
En plena canícula del medio día,
Cubetazo de plomo hirviente sobre la cabeza,
Se sentó en una piedra
Donde estaba adormilada,
Enroscada en su sueño, una enorme cascabel
Del color mismo de la tierra, camuflada.
Sintiendo el peso la «palanca» se comenzó a mover,
Él reaccionó veloz
Con gran inteligencia
Accionó como un rayo la quietud, con un resorte inverso,
No se levantó cual rayo, ni aterró, pues no lo contaría,
Luego, con poderoso tafanario
De Aquiles, Apolo la mató
Aplastándola en círculos y en todas direcciones
Según sentía la cabeza monstruosa de Pitón.
Ahogó entre sus nalgas el gigantesco pene venenoso
Como mujer de oficio
Hasta dejarlo lacio.
Gracias a su veloz ingenio escribo este poema
Existo y soy poeta.

PALABRAS DE MI ABUELA

Bajo mi camita de latón dorado
Manchado por el orín del tiempo amarillento,
Y su pequeña funda gruesa con bordados
De idílicas escenas y paisajes
Conocí la muerte y su vacío,
Escondido en ese improvisado
Portal del inframundo.

Me habían corrido para que no viera
Las últimas palabras de mi abuela
Que quedaban grabadas en el aire.
«A las palabras se las lleva el viento»
Diría después un tío desheredado.
Pero hay palabras que anclan para siempre
En este mar de estrellas
Y son las piedras en las que nos fundamos.
Comprendí «el ser para la muerte»
(Sin saber del filósofo,
Era muy niño, sin una sola mancha)
Pero es conocimiento que se hereda
Oculto por el dorado brillo de la infancia
Felicidad sin la trágica conciencia
Que nos convierte en humanos,
Sangrante rosa que llevan las mujeres
Para reproducirla y superarla
En un vuelo de pétalos: las alas
Del Vacío, la plenitud, el guiño del origen:
Abierto sello y cerrada puerta
Al infinito abismo
Del ángel que detiene en la caída.

Dioses brillando en el Nirvana somos
En la inocencia y paraíso, en el albedo
Hasta que nos sucede la primera muerte:
Despierta la órfica conciencia,
Del hombre primitivo apenas intuyendo
El sueño de su amada inmóvil,
Esa revelación extraña, nuestra mayor herencia
Heredada sin fin, mas con un fin.

Mi abuela era mi madre
Casi me había raptado (de mi abuelo apartada
Era yo su acompañante, el consentido
La numinosa envidia de mis primas).

Debajo de mi cama de latón
Frente a su lecho        
(Rodeada por mujeres vestidas de solemne luz:
Silencio puro.
Había otra luz de mariposas:
Hermosa y cálida burbuja)
Observé sus últimos momentos:
Rompían el tiempo sus últimas palabras
Flotaban con peso inusitado
(La vida es la cifra de palabras
Que podemos pronunciar)
De graves pasos que volaban,
Y el misterioso umbral abierto
(Sus gestos despedida
Alejándose, alojándose en la nada, en otra parte
En otra edad de la otredad).

Esperando el desenlace
Que anudaría el lazo de su puerta a la otra puerta,
Enlace de palabras que horadaron
El espacio, la hora detenida,
Con la oración de esa horación.

Sabiendo, sin experiencia previa,
Que ahí terminaría
El ser que era mi mundo
Esa esfera dorada y protectora donde reinaba yo.

Y que algo por siempre cambiaría
En los colores y olores de mi infancia.
No volvería a ser igual
Mi Forma de entender
Las formas de esta luz.

MORPHO BLUE

¿El universo es mental,
Todo es la proyección de una mente divina,
El Origen no tiene origen?
¿Qué es entonces ese espejo volador
Que refleja el tornasol del mar azul profundo
La maravillosa chispa de ese pensamiento,
La iridiscencia misma del bosque del Corazón
Como el sol del mediodía lo enciende
Tan poderosa, tan tangible, tan real
Y el entomólogo
Que cuidadosamente clasifica esa imagen mental?
Pesadamente vuelas, muy abajo,
Pero eres un ligero sueño, muy alto,
El sueño de la belleza misma
Al alcance casi de la mano
Y de los ojos asombrados      
Que a su vez te reflejan en su cristal abierto
¿Cómo catalogar —o archivar— el sueño de la infancia
Que aparece —de pronto— destellando
La certeza de que Dios existe
Y que ese es su reflejo más claro.
Este ángel no es terrible
Despojado totalmente de malicia en su belleza
Es el sueño de la belleza pura
El vacío creador en su forma más alta y más perfecta.
La sombra misma, la huella luminosa
Del Creador que desde lejos,
Sin embargo, nos giña y nos concede
Esta certeza
Al batir resplandeciente de sus alas,
El propio brillo de su Mirada
Bajo sus párpados azules.

* * *

Los presentes poemas hacen parte del libbro «Sonido de gardenias», del poeta mexicano Víctor Toledo, publicado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en 2023.

__________

*Victor Toledo (Córdoba, México, 1957), considerado miembro de la generación «Los Cincuenta», estudió en la Universidad Lomonosov de Moscú, donde se doctoró en Filología Rusa. Ha traducido a los mejores poetas rusos y, como poeta, ha impulsado la poesía experimental, siendo el creador de los Rosagramas (sonetos-caligramas en forma de rosa). También es autor de una amplia obra poética, en la que destacan títulos como «Manuel Contreras». Victor Toledo participó en algunos actos literarios coordinados por el profesor Manuel Ángel Vázquez Medel y organizados también por el Plan Integral para el Fomento de la Lectoescritura y el Seminario Permanente «Comunicación y Sociedad» del Grupo de Investigación en Teoría y Tecnología de la Comunicación. Participó en el Ateneo de Sevilla en el Aula de Poesía Ateneo/Universidad, en una sesión titulada «Poesía y traducción».

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