SUPERSTICIONES E INCERTIDUMBRES: EL UMBRAL.
Por Edison Daniel Muñoz Ortiz
Usted nace, crece, se reproduce y muere…como quien dice: usted no sufre, no llora, no recurre al suicidio, no aborta, no le cuesta vivir, no le salen barros en el rostro, no duda, no fuma cigarrillo o mariguana, no se masturba, no se enamora y tampoco hace el amor con personas de su mismo sexo, no baila, no pinta, no corre, no escribe, no se escribe, no borra, no se borra, no inventa, no se reinventa.
Al final lo complejo no es nacer, lo complejo es crecer en medio de la incertidumbre de no saber a quién creerle, a quien oírle y a quien escucharle. Con el paso de los años la duda se apodera de las más naturales y profundas pasiones humanas, las mismas que otros tratan de sesgar a punta de mitos, leyendas y supersticiones. Entonces usted se detiene un día, se detiene por un momento, se da cuenta que todo está mal, que las cosas no tienen sentido, que el mundo, las personas, y, sobre todo la vida no es lo que todos piensan. Usted corre, trata de salir de la cárcel que ha sido su casa por toda una vida, la misma que fundaron en convenio sus padres y la escuela, y claro, uno que otro vecino del barrio.
Luego de explorar un poco el panorama, luego de sentirse inservible y zángano, usted empieza a entrar en conflicto con una serie de interrogantes, y entonces empieza a parir cuestionamientos por montonones; circunstancias que a lo mejor para otros no llegan a representar mayor cosa, pero que para usted son uno de los pilares que pueden responder al por qué estamos como estamos. Usted se sienta, respira, mira la pared y empieza a despojarse: ¿Por qué estoy aquí? ¿A dónde debo ir? ¿Dios es una imagen, una excusa, o una fuerza que mueve a las personas dentro del mundo? ¿Por qué el azul es para los niños y el rosa para las niñas? ¿Es normal que me gusten los hombres y las mujeres? ¿Todos somos iguales? ¿Por qué tenemos que morir? ¿Qué es natural? ¿Qué es antinatural? ¿Por qué muchos consideran que las mujeres solo sirven para parir? ¿Qué es la justicia? ¿Hay que callar? ¿Tener unos kilos de más está mal? ¿Si me masturbo corro el riesgo de ser impotente? ¿Ser gay me hace menos hombre? ¿Ser exitoso es tener mucho dinero? ¿Dar diezmo en la eucaristía me asegura la absolución de mis pecados? ¿Las únicas que lloran son las mujeres? ¿Por qué los feminicidios van en aumento?
Y no se le haga raro que después de todo lo acontecido lo empiece a invadir el desespero y la impotencia, porque la vida no es como se la pintan, las personas no mueren por morir, también las asesinan por deporte. A las mujeres las siguen discriminando en varios sectores de la sociedad y, aunque usted no lo crea, todavía las violan, las asesinan, las venden, las callan y las suprimen. A los homosexuales los persiguen, les hacen cacería, los recluyen en centros psiquiátricos, también los matan y los rechazan. A los niños menores de diez años en algunas ciudades del mundo les queman los ojos con aceite, les amputan las manos o los pies, y los ponen a mendigar en las aceras. En muchas iglesias se siguen perpetuando crímenes como la violación a menores por parte de los sacerdotes y, la fe sigue siendo el pretexto que usan algunos para estafar a los ingenuos.
Pero respire, trate de no exasperarse y perder la cordura. El mundo está mal, de eso no hay duda, usted es testigo de ello, pero así mismo puede ser actor del cambio que necesitamos, así que si quiere empezar con algo, empiece por no promover la cultura del miedo y la mentira. Deténgase un par de minutos y contemple el ruido y también el silencio, mire los rostros, busque historias, no crea tener el derecho de poder juzgar a otros, tampoco critique, mucho menos estigmatice, no funde el rencor en los corazones inocentes de la infancia, no se limite a dictar leyes y hacer pensar que lo diferente es anormal, porque ¿Qué es normal?
Sea consciente de que la palabra nombra, habilita, crea y así mismo destruye, confunde y amenaza. No podemos seguir creyendo, y sobre todo, no podemos seguir propagando la mentira en el día a día, o de lo contrario las niñas seguirán pensando que nacieron para ser princesas y que lavar losa y ropa es lo de ellas, o los niños crecerán con la idea de que los abrazos entre hombres les resta masculinidad y encanto, o peor aún, que todo lo anterior nos empuje a un estado en donde la sensibilidad y las emociones terminen siendo recluidas en el rincón de lo no aceptable, todo por intentar develar la magia que vive en cada uno de nosotros. Un estado de insensatez en donde las palabras se dividan por uso de género, y en donde seamos incapaces de reconocer en otros la esencia de la vida misma…porque a la final nosotros somos el otro del otro.
HISTORIAS QUE SOBREVIVEN
Mi nombre es Iraní Larios, tengo diecisiete años, dos hermanos menores, una madre que se desempeña como líder comunitaria en mi departamento, y, la voz y la astucia de un padre que por fortuna se niegan a deshabitar mi recuerdo y mi existir. Debo decir que somos una de las tantas familias colombianas a las cuales les ha tocado sobrevivir con lo poco que tienen en su diario vivir, y que aun así, tienen la capacidad de sonreír ante las adversidades, y sobre todo, ante el azotar de la violencia indiscriminada que condena a estas tierras fértiles y de exuberante belleza, estas mismas que son la cuna de la vida, y la tumba por violencia armada.
Mis hermanos y yo, al igual que mis padres, nacimos aquí, en este departamento, y aunque desde muy pequeños supimos que no teníamos las mismas oportunidades y el mismo acceso a ciertos bienes y recursos de la cultura, que sí pueden llegar a tener otros niños y niñas en el mundo entero; mis padres, sobre todo mi papá, hizo hasta lo imposible para mostrarnos otro panorama de la vida, pero sobre todo de este país —que siempre ha sido de otros, pero que si nos lo proponemos, podrá ser de nosotros y para nosotros—, me recordaba mi padre una noche mientras hablábamos del cruel abandono por el cual pasan —aún— muchos departamentos de Colombia; lugares en los cuales los niños se mueren de hambre, en donde tener agua potable es una bendición y no un derecho, en donde las multinacionales desvían el curso de los ríos para explotar los recursos del suelo, dejando docenas de pueblos sin el preciado líquido, y, en donde la educación, como lo dijo Galeano: «sigue siendo el privilegio de quienes pueden pagarla», o peor aún, lugares en donde las voces se siguen silenciando con la intimidación, uno, dos o tres balazos…
Estoy convencida de que los líderes en Colombia viven el día a día con un mandamiento y una certeza en sus cabezas; el primero, no fallar nunca ante la incertidumbre sin haber hallado solución a las necesidades del pueblo, sin importar ni un poquito que tan pesada sea la carga que lleven sobre sus espaldas, y segundo, lidiar con la certeza de que en el momento menos pensado, bien sea de frente o por la espalda, saliendo de casa o estando en medio del parque principal, llegará el asesino pago y acabará de una vez por todas con su vida y con las esperanzas de muchos. Mi papá, por ejemplo, siempre lo supo. Dos noches antes de su asesinato, como a manera de presentimiento, me llamó afuera de la casa y me dijo: mi amor, mi niña, el panorama cada día es más desalentador para mí, las amenazas son evidentes, un día de estos el mismo gobierno se va a cansar de que yo siga exigiendo escuelas rurales, agua potable, electricidad y un puesto de salud digno para todos, y me van a negar la vida. Prométeme que no vas a dejar morir esta causa, ni tampoco a los que están en medio de ella, te amo… y con sus manos me acarició el cabello y limpió las lágrimas que de mis ojos brotaban. Luego me tomó de la mano y me llevo a la casa, insistió en que todos debíamos irnos a dormir de inmediato.
Al siguiente día papá nos despertó muy temprano a mis hermanos y a mí, nos hizo bañar porque quería llevarnos a las montañas, así que mamá hizo unas cuantas arepas para llevar, y, empacó unas cuantas naranjas y mandarinas en su bolso. Partimos de casa a eso de las nueve de la mañana, papá llevaba en el bolsillo del pantalón su libreta de anotaciones que nunca podía faltar, y en sus manos una botella con agua. Durante la caminata todo fue magnífico, mis hermanos eran quienes lideraban el recorrido, y detrás de ellos iban mis padres muy pegaditos a su paso, y yo, no muy distante de todos, iba deleitándome de lo que mis ojos veían, en especial de la manera tan repentina en que papá le daba uno que otro beso o abrazo a mamá en uno de sus arranques de felicidad inexplicable. Confieso que esa experiencia fue reveladora para mí, ese día reconfirmé todo el amor que podía llegar a sentir ese hombre por nosotros, su familia.
No sé si sea del todo cierto, o sean solo supersticiones, pero por ahí dicen que muchas personas presienten la muerte, y por eso antes de morir suelen recorrer ciertos pasos y saldar ciertas deudas, o, en el peor y el mejor de los casos, despedir a tiempo a quienes más aman. Lo único que sé con certeza es que nadie puede decidir por otro —nadie debería—, de la noche a la mañana acabar con la luz y la sombra de otra persona… Esa noche, después de haber llegado a casa luego de la caminata, todos estábamos exhaustos y felices, caímos rendidos en la cama mis hermanos, mis padres y yo, unos encima de otros, todos dándonos calor en esa noche tan sublime.
El lunes en la mañana desperté con la sorpresa de que papá se había ido a trabajar muy temprano; le pregunté a mamá y me dijo que había partido a una vereda con unos cuantos amigos suyos a hacer un taller de escritura y literatura con los jóvenes que vivían en esa zona, así que estaría llegando a casa en las horas de la tarde, porque también tenía pensado, si el tiempo le alcanzaba, hacer una especie de mural en una de las casas.—¡Típico de tu papá!—, dijo mi madre con una sonrisa en su rostro.
A eso de las dos de la tarde, y luego de ver que papá no llegaba a casa, decidimos sentarnos a almorzar, luego les leí un cuento a mis hermanos, hablamos un poco con mamá sobre su comedor comunitario para niños de escasos recursos, y, mientras lo hacíamos, escuchamos una serie de algarabías y de ruidos venir desde el fondo del camino que lleva a nuestra casa, así que salimos a ver qué pasaba. Un grupo aproximado de veinte o veinticinco personas venían en tumulto, unos con sus cabezas abajo, y la mayoría llorando de manera inconsolable. Rápidamente mi madre y yo salimos corriendo hacia a ellos para ver qué pasaba, y tan pronto como nos fuimos acercando, todos se fueron abriendo en círculo para dejarnos pasar. En la mitad de todos ellos, el cuerpo de mi padre era sostenido de brazos y piernas por cuatro hombres, sus ojos estaban cerrados, su cabello despeinado, sus labios manchados con sangre seca, y su pecho, bombardeado con cinco impactos de bala que terminaron por quitarle la vida de manera instantánea.
El llanto, el infortunio, el dolor, el silencio, y el desamparo se apoderaron de lo que quedaba de mi familia. Mi madre estaba destrozada y herida, mis hermanos permanecían mudos, y yo, intentaba ser tan fuerte como podía, o como mi padre me había enseñado a ser en vida. Así que una buena tarde me armé de valor, empecé a ojear los apuntes en la libreta de papá esperando encontrar respuestas o indicios de algo, esos mismos apuntes que según mamá, nadie más había visto, ni siquiera ella, y me encontré con que papá escribía pequeñas historias, a manera de microcuentos, de todo lo que veía en el pueblo, de todo lo que sus ojos y su corazón percibían. Tenía docenas de ellos, todos tan profundos y conmovedores como él.
El tiempo nos ha ido consumiendo de a poco, mi familia y yo hemos ido sanando lentamente, pero hoy, después de todo, creo que la mejor manera de inmortalizar a papá, incluso más allá del recuerdo, es resignificando su labor en vida en este papel, tratando de cauterizar las heridas que la violencia de este país nos deja a diario en la piel de hombres y mujeres que como él, prefieren morir de pie antes que vivir arrodillados, permitiéndole vivir un poco más en estas letras, tal como él se lo permitió a quienes hoy en día hacen parte de los microcuentos que sobreviven en su libreta, y que yo conservo con tanto amor.
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* Daniel Muñoz Ortiz es Licenciado en educación básica con énfasis en humanidades y lengua castellana, docente voluntario de la Casa de la Esperanza, el cual es un espacio habilitado para la reincorporación de adultos habitantes de calle en el barrio las Cruces en Bogotá, y en donde adelanta una investigación con respecto a la autobiografía como recurso de memoria e identidad personal. Ganador del primer concurso de cuento de la facultad de educación Uniminuto 2018, ponente en dos oportunidades del primer encuentro de estudiantes de lenguajes realizado del 19 al 21 de septiembre de 2018 en Uniminuto, donde participó con una creación literaria titulada: «No soy todo lo que otros dicen que soy» y una ponencia cuyo titulo es: «Traspatio: del cine de ficción hacia la representación del feminicidio en Ciudad Juárez». Actualmente colabora para la Revista Literaria «La sirena varada» de Ciudad de México, en una sección dedicada a la publicación de microcuentos.