Sur Cronopio

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Nadar en el desierto

NADAR EN EL DESIERTO

Por Jimena Vera Psaró*

Esa tarde el ruido de las motos hizo vibrar el suelo y fue señal suficiente para que la madre de Nilo se ocupara de esconder las toallas y cerrar la puerta del baño. Cuando la Policía del Agua golpeó la puerta, ya se había escurrido la última gota de la bañera por el desagüe clandestino y el niño lucía seco y arropado en la cama. Desde la sequía los controles se habían intensificado. Primero fue el censo de piletas y estanques, luego dosificar el agua de la represa con turnos de riego para cada finca y ahora las multas de los uniformados llovían sobre cualquier situación que se considerara un crimen del agua.

Esa siesta, Nilo había estado acarreando piedras. Su afán era hacer una contención en la acequia para nadar. Luego, cuando el viento zonda se levanto, él fue hasta los rieles de la vía vieja y la recorrió agitando los brazos como si nadara. Nilo cerraba los ojos y parecía que se dejaba llevar por el viento caliente. Esa sensación tibia por todo el cuerpo le recordaba estar sumergido en agua. Se detuvo cuando la corriente de aire paró a cientos de metros de su casa, con la arena pegada al cuerpo regresó a terminar de acomodar las piedras.

Para su madre era común verlo en ese estado, le preparó el baño con un reto amoroso: “¿Acaso te queda chico el pueblo que te mandás a cambiar?”El agua tibia de la bañera había sido para Nilo ese punto de contacto y complicidad con su mamá. Ella asociaba el irrefrenable deseo de Nilo por estar en el agua con el tiempo que tardó en nacer: “Está tan a gusto en el líquido de la panza que no quiere salir”,advirtió el día del alumbramiento. Habían estado esperando el parto desde la siesta pero cuando llegó la noche, el nacimiento aún no se producía. “Se le pasa el parto”, comentaron las mujeres a la hora del mate. “Pobre don Nicolás, no le llega el primer hijo”, dijeron los hacheros cuando bajaron al atardecer desde la Sierra. “Puje o se le muere, madrecita”, sentenció la partera cuando las últimas horas del día ya se habían llevado las fuerzas de todos los presentes. Nilo nació por insistencia de las matronas. Le costó un buen rato respirar y hacer llegar el aire a sus pulmones. Lo llamaron así no por reminiscencia del río egipcio, sino por una contracción entre el nombre de su padre, y Lorenzo, el nombre de su abuelo materno.

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Nilo creció con la Policía del Agua. La sequía se contabilizaba día a día en la tapa del diario y ya nadie se acordaba el titular de la última lluvia. Lo primero que se había clausurado fueron los piletones, pero la familia ocultó una bañera en una de las piezas de la casa para no privar al pequeño de un secreto placer. Uno de sus juegos favoritos era contener la respiración bajo el agua. Sus hermanas al principio corrían a alertar a sus padres –“¡Nilo se ahoga! ¡No respira! ¡Está morado!”- pero la persistencia del juego provocó que ya nadie se incomodara al verlo flotar, con el flequillo dibujando algas sobre su cara. Así Nilo exploraba los sonidos de su cuerpo, los latidos que retumbaban y la estela de cada movimiento hablándole al oído cuando se aislaba bajo el agua de los sonidos de la casa.

Pero esa tarde la vigilante presencia de la Policía irrumpió en la casa:

-¡Abran la puerta! Venimos a constatar si hay algo que está obstaculizando el paso del agua- habló uno de los uniformados.

Los agentes podían vigilar cualquier detalle de la vida cotidiana del pueblo. Se metían con sus motos XR 700 entre las fincas para espiar y saber hasta cuántas veces se bañaba la gente, a qué ritmo le crecían las plantas o si al cocinar y lavar se usaba más del balde permitido. Una vez por semana el camión cisterna llenaba los tachos de cada hogar. La cantidad de litros dependía de la suma de habitantes de la casa, incluidas las mascotas.

Cuando a Nilo le regalaron un pez fue motivo de discusión si ir a registrarlo o no porque las chances que le permitieran tener este tipo de animal eran pocas o nulas. Sabían que si lo mantenían escondido y la Policía del Agua lo descubría el castigo sería severo. Snorkel era un pez de río bastante feo que ya casi no cabía en la pecera. Para Nilo era un objeto de estudio, más preciado que los manuales de geografía en donde había aprendido todos los nombres de los océanos y mares. Imitaba en el aire los movimientos de su pez en el agua, contorneaba el cuerpo para deslizarse por rincones inaccesibles. Aprendió de Snorkel a dominar el arte de la quietud, detenido en el tiempo y en silencio como si flotara. Decidieron esconderlo en la habitación de la bañera y el pez se volvió pronto parte de la casa.
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– Aquí no hay nada, pasen- les respondió don Nicolás, guiándolos hasta la finca.

– Vea usted el problema, lo voy a tener que multar-dijo el policía señalando el montículo de piedras.

– Ah! ¿Eso? –reaccionó rápido el padre de Nilo- Sí las estaba juntando para hacer mejor el borde del canal, sin dudas se cayeron dentro por travesuras de los chicos. Quiero parchar las filtraciones para evitar que se pierda el agua en el camino.

La escusa dio resultado y la Policía se fue de la casa sin hacerles una multa.

Durante sus paseos por el campo Nilo había descubierto en la cima del cerro un estanque tallado en piedra, sobre el que caía la copa de un árbol frondoso de hojas pequeñitas.

Ahí Nilo ordeñaba nubes. Lo hacía a través del árbol que durante la noche filtraba la niebla condensada y el rocío gota a gota. El agua se mantenía sin evaporar en la fría textura de la piedra profunda. Con el tiempo Nilo había agregado entre el follaje redes atrapa niebla que tejió en el gran telar de las ramas para aumentar el agua de la recolección.

La persecución empezócuando la Policía interceptó a Nilo llegando a su casa descalzo y empapado por un camino olvidado. Dejaba un rastro de gotas que se evaporaban a centímetros de sus pasos.

-¿De dónde venís vos? – le preguntó el agente, intentando develar el origen de la huella.

– Del monte, dijo Nilo.

– ¿Y por qué estás así?

– Me mojé…

-Ya veo, pero dónde fue. ¿Qué te pasó?

-No sé… Me quiero ir a mi casa.

Ese día Nilo había comprobadola profundidad del socavón y cómo se llenaba de agua. Desde ese momento su plan fue liberar a Snorkel y sumergirse con él en el estanque.

Extrañados por las respuestas de Nilo, lo acompañaron con la esperanza de que los padres lo hicieran hablar, pero todo fue en vano. Ellos tampoco tuvieron explicación y estaban más preocupados por no delatar la ubicación del baño secreto y del pez que en encontrar una lógica para lo que estaba pasando.
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Esa noche Nilo se durmió tranquilo y relajado y a su madre le dio pena despertarlo con interrogatorios. Tampoco preguntó en los días siguientes. Desde entonces la Policía del Agua se presentaba una y otra vez para tomarle declaración, pero él no decía ni una palabra. Los agentes comenzaron a seguirlo en sus paseos por el campo pero no había nada extraño en ellos.  De vez en cuando la humedad de la ropa, el cabello mojado y las manos arrugadas delataban alguna conexión con el agua.

  • Tené cuidado, te están vigilando -le advirtió la madre a Nilo- Andá a jugar pero no te ensucies mucho. Con los agentes encima no puedo darte un baño.

Las pocas veces que podían bañarlo, tapaban el ruido del agua que fluía por el desagüe clandestino haciendo rodar las nueces que se ponían a secar en el patio. Si un hilo de agua lograba filtrarse por debajo de la puerta, las hermanas corrían a secarlo con trapos. Snorkel hacía su vida de pez pegado al vidrio del ventiluz del baño, sobre el dintel que hacía de repisa. Se alimentaba del musgo y de las larvas de mosquitos que se formaban en su pecera.

La Policía del Agua irrumpió en la casa tan rápido como consiguió obteneruna orden de requisa. Dos vecinos y un periodista del diario local fueron testigos de los gritos, de la casa desarmada y de la desesperación de la madre. Nilo se quedó inmóvil contra la pared mientras veía cómo daban vuelta su habitación con todas sus pertenencias regadas por el suelo. La Policía juntó como evidencia los dibujos de peces y anfibios, la colección de fascículos sobre el océano y los dvds de natación de los Juegos Olímpicos. En uno de los cuadernos, estaba escrito: “El agua está ahí, en las nubes, una cantidad insospechada que pasa por encima de nuestras cabezas sin que la utilicemos”. En otras páginas había croquis de la montaña, árboles y canaletas que nadie pudo entender.

La requisa en la casa llegó a la puerta del baño. El empujón para derribarla hizo temblar las aberturas y la pecera se cayó. Nilo alcanzó a agarrar al pez y lo envolvió en el borde de su remera, que se humedeció antes de que saliera corriendo.

– ¡Se escapa!-gritó el policía y se treparon a sus motos para seguir a Nilo camino a la montaña.

Nilo se deslizó en el viento una vez más, como si nadara y se perdió entre las piedras cuando las motos ya no pudieron seguirle su asenso.

Durante varios días los vecinos ayudaron en la búsqueda, los hacheros en la Sierra, los pastores con sus perros se organizaron en cuadrillas para rastrillar cada parte del pueblo. La Policía del Agua trazó nuevos caminos para transitar la montaña en moto.
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Su madre esperó por varios días que regrese. Mantuvo intactos todos los elementos para el ritual del baño –“va a venir todo lleno de tierra, mi hijito”- decía mientras mantenía templada el agua de la bañera y dejaba a mano el jabón y los toallones. Mientras se hacía la búsqueda, las autoridades no tomaron medidas contra los padres de Nilo, de tanto ir y venir de la casa se hicieron parte de la familia, los contuvieron y juntos intentaron descifrar los indicios sobre dónde podría estar el niño. El baño clandestino pasó desapercibido en la casa y una vez que se barrieron los restos de la pecera, todo volvió a quedar como antes.

En el séptimo día de la búsqueda, una polvareda en la montaña marcó el camino hasta la casa de Nilo. Los ladridos de los perros del pueblo seguían la carrera del hombre. Era un arriero, que bajó tan rápido como pudo a comunicar la noticia: lo habían encontrado.

Desde la casa de Nilo salieron en procesión. Primero la familia y la Policía con el arriero como lazarillo. Luego los rescatistas y los voluntarios de enfermería, detrás casi todo el pueblo. La noticia se corrió de boca en boca y en el camino se iban sumando curiosos y hasta una fila de mujeres rezando el rosario.

Tuvieron que abrirse camino entre arbustos y grandes piedrasen el sendero que conducía a la cima. El paisaje allí era atípico para los pobladores.

– ¡Cuánto verde! No parece de este mundo– observó en voz baja uno de los presentes.

El asenso se hizo en el silencioso murmullo de los rezos, había un clima expectante por lo que podrían encontrar allá arriba. Por la cara del arriero, algo no estaba bien.

– Tienen que verlo, tienen que subir a verlo – les había repetido desde que entró en la casa para dar la noticia.
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Al llegar al lugar del árbol lo que vieron les cortó el poco aliento que les quedaba por el ascenso agitando. En el agua del estanque nadaba brillante Snorkel, sus escamas al fin reflejaban iridiscentes la luz del sol. Nadaba alrededor de Nilo que flotaba boca abajo con los brazos abiertos  y sus dedos unidos que formaban extremidades anfibias. Detrás de sus oídos se abrían pequeñas branquias que se movían suavemente al ritmo del cabello que también flotaba formando ondas en el agua. Su madre, soltó el toallón que llevaba colgado del brazo. Ya no lo necesitaba.

+ Nadar en el desierto» fue premiado en el 50º Concurso Internacional de Poesía y Narrativa “Palabras al Mundo 2016”, obteniendo “mención de honor”, en el género Narrativa. Va a integrar la Antología “Palabras al Mundo 2016” seleccionado entre 2308 trabajos de 842 participantes. 

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* Jimena Vera Psaró es Licenciada en Comunicación Social. Nació en La Rioja, Argentina, en abril de 1979. Cursó estudios de arte, diseño gráfico y periodismo. Trabajó en medios gráficos, empresas de telecomunicaciones y docencia. Desde hace 3 años inició Anima Mulita, su estudio de diseño y comunicación, sostiene el trabajo cooperativo desde ¡Amalaya! Como escritora recibió el 3er premio en el II Concurso Literario Febrero Chayero 2012, participó de tres antologías (entre ellas «Invitados a escribir» de la Biblioteca Popular Ciudad de Los Naranjos y en «Travesuras» como finalista del Iº Certamen Internacional de Literatura Infantil) y obtuvo el 1er Premio por La Rioja en el Concurso Regional de Microrrelatos Norte Cultura (2014).

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