Sur Cronopio

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El amor es la resistencia

EL AMOR ES LA RESISTENCIA

Por Jimena Vera Psaró*

La última dictadura cívico militar en Argentina atravesó al país con 30 mil desaparecidos, más de 500 hijos expropiados y negados de su identidad y un plan sistemático orquestado desde el mismo Estado para quebrantar la integridad de las personas.

Después de leyes que lastimaron a la justicia como la de Punto Final y Obediencia Debida, al fin se juzgan muchos de los delitos cometidos por civiles y militares durante la última dictadura. Cuarenta años después los represores acusados por homicidio, privación ilegal de la libertad, allanamiento ilegal, torturas, violación, aborto sin consentimiento y asociación ilícita tienen la oportunidad que sus víctimas no tuvieron: un juicio justo, defensa legal, estar detenidos y alojados en cárceles, con personas que cuidan de su integridad física y en contacto con sus familiares.

El Tribunal Oral Federal de La Rioja inició la Megacausa para juzgar el 6 de agosto a 18 represores de un total de 65 imputados por crímenes de lesa humanidad cometidos en esta provincia desde 1975 hasta la vuelta de la democracia en 1983, entre ellos Luciano Benjamín Menéndez, por entonces jefe del Tercer Cuerpo del Ejército y el ex juez federal Roberto Catalán. También están imputados José Félix Bernaus, Renardo Sánchez, Eulogio Vilte, Eliberto Goenaga, Hugo Norberto Maggi, Pedro Jesús Ledesma, Miguel Chiarello, Luis Fernando Estrella, Leonidas Moliné, Nicolás Granillo, Miguel Angel Ramaccioni, Roberto Ganem, José Chelito Gay, Francisco Pinto, Ramón Rearte y Luis Zárate.

Dos de los querellantes de la causa son Lucila Maraga y Luis Gómez. Se conocieron a fines de la década de los 60 cuando integraban un grupo juvenil de la iglesia de la pastoral de Monseñor Enrique Angelelli. El obispo ejercía una línea de evangelización “con un oído en el pueblo y el otro en el evangelio” tal como predicaba. Había sido intérprete teológico pastoral del Concilio Vaticano II y de los documentos finales de Medellín. Al enfrentarse a la dictadura militar encontró la muerte en agosto de 1976, hecho que fue presentado por las autoridades militares como un accidente automovilístico. La causa se reabrió en 2010 y por su muerte se reclamó la imputación de catorce militares y policías, encabezados por el dictador Jorge Rafael Videla y el entonces comandante del Tercer Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, como responsables mediatos del crimen. El 4 de julio de 2014, Luis Fernando Estrella y Luciano Benjamín Menéndez fueron condenados a cadena perpetua por el crimen de Enrique Angelelli; Jorge Rafael Videla, Juan Carlos Romero y Albano Harguindeguy, fallecieron antes del comienzo del juicio.

Lucila y Lucho fueron secuestrados sin orden de detención ni allanamiento la noche del 15 de abril de 1975, casi un año antes del 24 de marzo. Un grupo de uniformados irrumpieron en la habitación de la pensión en donde vivían y se los llevaron vendados y con las manos atadas hacia atrás amenazando a la dueña de la pensión para que no dijera nada.
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Los dejaron en un sitio de la Policía Federal que funcionó como un centro clandestino de tortura y detención. Desde ese momento, Lucía se reencontraría con su esposo recién liberado ocho años después, tras estar secuestrados, sufrir torturas, aislamiento y traslados por diferentes penales del país. Esa misma noche también se llevaron a los hermanos de Lucho y a la esposa de uno de ellos, embarazada y junto a su pequeño hijo de 9 meses que mientras duró la incomunicación, permaneció detenido junto a ella y lejos de la familia que podía cuidarlo.

Lucho relató en el juicio cómo fue detenido junto a su esposa en un operativo violento realizado por civiles, armados y sin orden de allanamiento. Al llegar a la Delegación de la Policía Federal fue interrogado y torturado, quedando semi-desvanecido. Después fue trasladado al IRS (cárcel de La Rioja) donde permaneció hasta el 4 de octubre del 1976. De ahí fue trasladado a Sierra Chica, Buenos Aires, junto a otros compañeros.

Manifestó que en el mes de noviembre de 1977 fue nuevamente trasladado a la cárcel de La Rioja junto a Carlos Illanes, Juan Rojo y los periodistas Guillermo Alfieri, Mario Paoletti y Plutarco Schaller como rehenes de guerra por el mundial de fútbol de 1978: “Ahí nos dijeron que íbamos a tener un régimen de campo (de concentración) sin recreos, sin visitas (…) nos tuvieron 23 días negados a la familia y en todo el año que permanecimos en La Rioja no los pudimos ver (…) fue la peor época (…) nos sacaban en la noche y nos torturaban al extremo, nos hicieron la picana eléctrica, el submarino seco y con agua, nos colgaron de los pies además de los golpes de puño y patadas”.

Que ellos fueran rehenes era una represalia que se tomaron los represores como garantía por cualquier acto público que llamara la atención de la prensa internacional que vino al país por el mundial de fútbol.

Desde el año 1977 hasta la caída del Gobierno militar, una serie de organismos de derechos humanos, la Cruz Roja y delegaciones españolas y francesas, se solidarizaron con los acontecimientos de América Latina. A partir de esos años se comienzan a denunciar los apremios ilegales que sufrían los presos políticos de las dictaduras. En Sierra Chica de nuevo tuvieron la visita de la Cruz Roja, pero los amenazaron para que no revelaran las condiciones de detención: “Cuidado con lo que van a decir, ellos se van y Uds. quedan” les dijo el ex capitán imputado Miguel Goenaga.

Las palabras de su esposa Lucila Maraga abrieron en el juicio una serie de testimonios que enmarcan los abusos de índole sexual que sufrieron las detenidas como delitos de lesa humanidad llevados a cabo en forma sistemática y no como tormentos aislados tal como los represores intentaron justificar ese accionar. Someter a las mujeres fue parte del plan de aniquilamiento y perversidad. El tormento excedía lo físico. Lucila recordó como en una ocasión en la dependencia policial abrieron a propósito una puerta para que ella viera pasar a su esposo torturado. También relató las condiciones del traslado a la cárcel de Devoto, Buenos Aires.

También Lucila habló con detalle sobre el traslado en el avión Hércules, ocurrido el 6 de octubre de 1976, donde las mujeres fueron engrilladas unas con otras, golpeadas y orinadas por la gente de la penitenciaría. En varias oportunidades abrieron la puerta del avión amenazándolas de que las tirarían al vacío.

Se destaca en cada testimonio de la Megacausa los lazos de solidaridad y el amor como resistencia en medio de un régimen que potenciaba el individualismo y mediante la tortura, buscaba sacar información, el nombre de los compañeros, confesar delitos que no cometieron, etc.

En el marco de este juicio que se está desarrollando en este momento, conmueve escuchar reiteradas veces, como cada uno de ellos remarca, como uno de los peores tormentos era el escuchar los gritos de dolor de sus compañeros, aunque los verdugos (presentes en la sala) hayan sido despiadados por ellos mismos, el registro es siempre el dolor del otro. Ellos supieron idear mecanismos que franqueaban la incomunicación tales como dar golpecitos en las paredes y esperar respuestas escuchando por las cañerías de las celdas para saber si el otro estaba bien. También enseñaron a leer y escribir a los detenidos que no sabían.

El año pasado en el Museo de Antropología de la Universidad Nacional de La Rioja, se exhibieron todos estos pequeños objetos en una muestra llamada “Memoria viva. Biografías materiales de la resistencia”, donde  se expusieron ingeniosas formas de hacer uso de materiales no convencionales, como hilos de toalla, migas de pan, huesos, carozos de frutas, etiquetas de cigarrillos, semillas, fósforos, dentífrico, pigmentos extraídos de papeles de revistas, entre otros. El acto creativo eludió la mirada de guardiacárceles y fue una forma de resistir, colectiva e individualmente, a la destrucción sistemática. Allí se mostraba un dije tallado en hueso con el relieve de un diminuta flor, que Lucho le hizo a Lucy, además de unos pequeños cofres.
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Luego de cuatro años presos en diferentes penitenciarios, en 1979, Lucy pudo escribirle una carta a Lucho y se convirtió en la primera comunicación en llegar al penal de La Plata. Fue recibida con tanta emoción que la carta pasó de mano en mano entre todos los detenidos que la leyeron emocionados. Allí el periodista y fotógrafo Plutarco Schaller (hoy también querellante y testigo de la causa a sus 87 años) transformó esa vivencia en el siguiente poema:

De Lucía para Lucho

Cuando la alegría puede
galopar el éter,
en un capullo de papel,
es que han sobrevivido
sorteando aviesos elementos,
valerosos pilotos de tormenta.

 Ayer tras largo y tenebroso silencio,
Lucho recibió misiva de su esposa,
desde otro penal,
y en un tremendo sí a la vida.
Cuando en un sobre pueden viajar,
una mujer y su aroma,
es que los barrotes resultaron vulnerables,
las letras no han sucumbido,
y los silencios fieros fueron sonorizados,
con el cantarino torrente del amor.

 Ante la mínima fisura,
se filtró el abecedario
haciendo revolotear la ternura,
en una frase simple, límpida:
«… mi querido Lucho».
Negra fue la vigilia
de la tormentosa noche,
el oleaje corrosionó con odio,
semidioses enfermizos
entronaron el sadismo,
pero el solo aleteo de una carta,
nos trae la buena nueva
del retorno a la luz.

 Se puede humillar,
se puede flagelar la carne,
se puede torturar,
y lo han hecho hasta el hartazgo,
se puede derrochar hipocresía,
se pueden graduar
célebres macabros,
pero no acallarán
la vida en los retoños.
Por eso cuando una carta
nos sacude con un:
«mi querido Lucho»,
allí se acrisolan fuerzas indomables,
llámese amor, fe, convicción, o coraje.

 Compañera Lucia,
esos mensajes indelebles,
viajeros de caminos inauditos,
no quedarán sin respuesta.
Respondo por Lucho y todos nosotros,
que en esta otra página de barbarie,
será nuestra posdata universal.

Penal de La Plata, 1979.
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Entre 1982 y 1983, Lucila y Lucho salieron de la cárcel pero con libertad vigilada hasta las elecciones cuando finalizó el régimen y se restituyó la democracia. Participaron de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), Madres de Plaza de Mayo de La Rioja y demás organizaciones de Derechos Humanos. Tienen un hijo y siempre han acompañado las causas en busca de justicia, sin ánimos de venganza y con la valentía de enfrentar a los genocidas. Hace pocos días, al terminar su testimonio ante el tribunal federal, Lucila pidió la palabra y leyó las últimas estrofas del poema y plasmó una vez más el amor como un mensaje indeleble y eterno.

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*Jimena Vera Psaró es Licenciada en Comunicación Social. Nació en La Rioja, Argentina, en abril de 1979. Cursó estudios de arte, diseño gráfico y periodismo. Trabajó en medios gráficos, empresas de telecomunicaciones y docencia. Desde hace 3 años inició Anima Mulita, su estudio de diseño y comunicación, sostiene el trabajo cooperativo desde ¡Amalaya! Como escritora recibió el 3er premio en el II Concurso Literario Febrero Chayero 2012, participó de tres antologías (entre ellas «Invitados a escribir» de la Biblioteca Popular Ciudad de Los Naranjos y en «Travesuras» como finalista del Iº Certamen Internacional de Literatura Infantil) y obtuvo el 1er Premio por La Rioja en el Concurso Regional de Microrrelatos Norte Cultura (2014).

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