TAL VEZ A LAS CINCO
Por Mónica Quintero Restrepo*
CUÁNTOS MUERTOS, PAPÁ
Cuántas nuevas mamás como la abuela
que escuchaba tu nombre y lloraba.
Cuántos niños sin papá
que van a cargar un muerto en la mitad
en un hueco que no se quita
en un abrazo que no cierra.
Bienvenidos, les digo
los recibimos en este mundo
en el que de noche
les hablamos a los muertos
los aprendemos a querer aunque no estén
hacemos sonreír las fotos
les pedimos consejo para lavar los platos
nos enojamos porque no entendemos
si la puerta que se mueve es la respuesta
los sentamos en la silla del carro para que nos cuiden
los regañamos por haberse ido.
Perdonamos al que disparó,
también al que mandó a disparar.
Nos levantamos cada día
estudiamos, trabajamos, seguimos.
Vivimos, papá.
Y, sin embargo, cuántos muertos
que podrían estar en casa.
Vos, por ejemplo.
TU CUERPO ES POLVO EN UN CEMENTERIO
Tu cuerpo es polvo en un cementerio
en un osario de treinta por treinta,
y de fondo no sé.
No hay nada más que un nombre
y una fecha que envejece.
Al lado
una flor de plástico
del olvido.
No nos gustan los cementerios.
De tu cuerpo no queda nada.
El fémur
quizá
que ya no sirve.
TE MATARON UN DÍA
Te mataron un día
cuando yo no sabía aún que la gente se moría.
No entendí la muerte ese sábado
aunque lloré toda la noche
como si hubiera sabido de tu conversión temprana:
desde las cinco eras un muerto
tal vez antes o un poco después.
Nadie se acuerda de la hora exacta
y menos yo
que entonces no sabía de horas.
Comenzaste tu vida de muerto esa tarde
y yo mi vida de huérfana ese día.
Lloramos una vez en un sueño
la única vez.
Hablamos toda la noche
y regresaste a ese lugar donde vives ahora
que no es mi casa.
Te he liberado varias veces
por un consejo repetido de los amigos:
vete, sé un muerto tranquilo
Adiós.
Y siempre has sido ese espacio vacío
en un lugar de mí que no sé dónde ubicar.
Nos mataron un sábado en la tarde
tal vez a las cinco, papá.
EN LOS ENTIERROS
En los entierros
uno llora por costumbre.
Las mejillas se sonrojan
como las de las muñecas nuevas.
La gente se viste de negro
y se pone lentes oscuros
como si el dolor fuese un camaleón
que se camufla de negro.
Y uno llora por costumbre
y a uno le duele por costumbre
porque es muerte.
La muerte duele
porque no lo vas a volver a abrazar
Y duele
porque se te olvidó decirle
que mañana harías
torta de manzana y lasaña.
YA ESTÁS VIEJO
Creíste, creí yo también,
que tras la muerte
los años dejarían de contar.
Creíste mal.
Envejeces igual que yo
que estoy de este lado
sola
sin vos.
Estás viejo
aunque no se te noten los años en esa foto azul
que me mira todos los días
mientras me arrugo.
A las fotografías
no se les notan los años,
pero a los muertos sí.
Felices treinta y tres.
NO LLORÓ, PESE AL DOLOR, PESE A LA TURBA
Puso al lado su flor preferida
(qué flor, si ya no hueles)
tarareó su canción favorita
(qué canción, si ya no escuchas)
recordó esa vez que se conocieron
(qué recuerdo, si ya no vives).
Estuvo ahí hasta las cinco
hasta que escuchó al disparo
llevárselo de espaldas
(llevarte para siempre).
INVENTARIO
1 cuaderno con cartas secretas
50 lapiceros de colores para pintarme las manos
1 cuadro de edificios, lo único que sé dibujar
1 almohada que ya tiene marcada mi cabeza en su forma
3 pares de zapatos que me gustan
9 pares que ya no me pongo
1 vestido de flores, aunque las flores y yo no vamos
1 muñeco desinflado
1 artículo que publiqué en un periódico
2 amigas lejos
1 papá inventado
1 poema
1 gato
1 mamá
– (menos) 2 abuelas
– (menos) 1 amigo
1 abuelo casi muerto
1 lonchera del monstruo comegalletas
3 alfajores que no he regalado
1 cama a ras del suelo
1 muñeco que tiene mi edad
1 amigo, imaginario
4 amigas, o más, no sé contar.
1 desamor
Media vida
y no las 7 del gato.
CUANDO SE PIERDEN LAS MEDIAS
La última vez que supo de esa media
estaba encima de la única camisa amarilla
como si quisiera ser encontrada.
La vio, pero siguió de largo,
como cualquiera cuando tira la ropa sucia.
Fue también la última vez que las vio juntas,
que pudo haberlas llamado medias
en plural.
No las llamó.
La ropa se lavó en ciclo suave
dos veces
a petición de su mamá
y sin jabón
porque el jabón le quita el color a la ropa negra.
Se colgó cada prenda en un gancho
y los calzones aparecieron uno a uno
para ser colgados de la misma manera.
Las primeras medias estaban cerca
las segundas andaban peleadas, pero se encontraron
las terceras y las cuartas estaban escondidas,
una atrapada en las aspas de la lavadora vieja.
Apareció sola
siendo una media no más.
La buscó en las botas de los pantalones
atravesada entre las mangas de las camisas negras
miró en la canasta de la ropa sucia
volteó la camisa amarilla
dos veces también
y entonces supo que había una media perdida,
que la última vez que la vio fue esa vez
de afán
sin recordar que las medias se separan de pronto.
La abuela decía que los gnomos se roban las medias
que les gusta ponerse solo una.
Y sabemos, sin embargo, desde su nombre,
que las medias no están hechas para la soledad.
DICEN QUE LAS ESTRELLAS
Dicen que las estrellas
nos devuelven a años tan lejanos
que ni vos ni yo
ni muchos antes que nosotros
existíamos todavía.
No había nombres
tampoco sujetos
preocupados por la suma de los años.
Toda la gente del mundo
salvo la que se muere antes de lo esperado
pasa por cada uno de los años
en una suma de escalones:
del menos uno a esa edad indefinida
cuando ya nos vamos.
Las estrellas nos devuelven al pasado
a lo que ya no existe.
A vos y a mí
en una época en que no éramos
en que no podíamos preguntar.
Dicen que cuando uno está perdido
las estrellas
con la sabiduría del pasado
nos predicen el futuro.
Nos arreglan
eso lo dicen los más atrevidos
el minuto que pasa mientras (nos) miramos.
Que los seres perdidos,
como vos y como yo,
y ella y él y él y ella y ella e infinito
se encuentran mirando al cielo
durante varias noches estrelladas.
¿Juntos?
Depende de la suerte.
LO HE VISTO
Lo he visto
desde lejos
desde mi ventana
desde mi cama
desde debajo de mis cobijas.
He visto un hola
un vení pronto
un lanzate.
Yo también he visto
el vacío
y he pensado
qué se sentirá
saludarlo de vuelta
irse
tirarse
dejar nada.
Cómo se sentirá la caída,
si habrá golpe
si alguien espera
si Eduardo me espera.
Qué será el vacío
sin el gato
sin mí
sin poemas.
A veces lo miro
me asomo
me tiento.
A veces soy yo el vacío
que espera a alguien
que espera solo.
Soy yo, en silencio,
en esa caja, en esa cama,
en esa ventana.
Es la foto de alguien que mira,
que está, que no sabe.
AFUERA LLUEVE
Adentro
los relámpagos.
Mi casa también tiene balcón
Ya no es como la recuerda.
Los años pasan,
las paredes cambian
las sillas ya no tienen
una sombra bajo las patas.
La casa ya no tiene la puerta
ni la cocina
ni el televisor negro
ni la biblioteca grande de libros desordenados.
Ya no tiene ventana grande
y el pequeño bonsái murió hace tiempo.
Tampoco se calientan arepas
ni se fríen hojuelas todos los domingos.
No hay una niña que de pie sobre la cama,
y a todo pulmón, desentonada,
cante la Potrazaina.
La casa se la imagina blanca
y a la mamá asomada al balcón
como nunca se pudo en aquellos tiempos.
El ruido de los zapatos pequeños
que subían las escaleras
corriendo
ya no está.
Ella no está
tampoco.
Está lejos.
Se recuerda en esa casa sin pintar
con la que soñó todas las noches
junto a la mamá
cuando todavía era pequeña.
Ahora dibuja
pequeños edificios de rayas inexactas
con una casa al fondo.
Esa casa que no está aquí
que está allá
que no tiene edificios alrededor.
La casa
por demás
tiene las rayas más perfectas
que cualquier principito que haya visto.
NUNCA FUIMOS FELICES DEL TODO
Recuerdo aquella vez que atravesé la ciudad para verte.
Te vi entrevistar a ese escritor
lo leí para sentirme cerquita.
Me senté en una esquina
te esperé.
Hola, dijiste,
fue un hola
que decía adiós.
No fuimos a tu casa
como esperaba yo.
Hoy no,
dijiste.
Yo volví a atravesar la ciudad
acompañada por mi tristeza.
Puedo contar miles de recuerdos
que terminan en mí
atravesando la tristeza
sola.
Vamos a llorar
a sentarnos al final de la escalera
y a llorar hasta que quedemos vacíos
hasta que no existan lágrimas
y la sal nos queme las mejillas.
Sentémonos juntos
como antes del coronavirus
sin espacio para el frío
sin miedo.
Lloremos. No hay afán.
Dejemos escapar grititos de dolor
y si quiere gritar duro, grite;
y si quiere decir hijueputa, diga hijueputa.
Sentémonos horas ahí,
dejemos que la tristeza nos devore,
sintámonos tristes,
acompañados, pero tristes.
Y cuando ya estemos sin nada
cuando ya no haya nada de que agarrarse
cuando los ojos no puedan estar más rojos
y la cabeza llegue al tope del dolor,
empecemos a llenarnos
a recargarnos como un panel solar
de ese calorcito que trae saber
que aunque todo esté mal
que aunque nos duela el país
y la niña indígena que violaron
y las mujeres violadas
y los gobernantes malos
y los ídolos que se caen
y la gente que no se pone tapabocas
y los ladrones de cuello blanco
y el muchacho que mataron por robarle
y quienes compran televisores
con tarjetas de crédito
y la gente que se muere de coronavirus
y no se puede despedir
y la mamá a la que le mataron
su hijo en una protesta
y etcétera,
siempre hay una posibilidad
de empezar otra vez
de creer otra vez
de enseñar, de intentar
de aprender
de start over, de move on
de perdonar, de seguir.
De extinguirnos
y que regresen los dinosaurios.
* * *
Los presentes poemas hacen parte del poemario Tal vez a las cinco, publicado por Sílaba Editores en 2022.
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*Mónica Quintero Restrepo es periodista y magíster en Hermenéutica Literaria de la Universidad EAFIT. Periodista cultural desde hace 13 años. Trabaja en el periódico El Colombiano como macroeditora de Tendencias y editora de la revista Generación. Es profesora de Expresión Escrita de EAFIT.